domingo, 12 de julio de 2009

Cambia, todo cambia. Por Jorge Raventos


Cambia lo superficial
Cambia también lo profundo
Cambia el modo de pensar
Cambia todo en este mundo

Julio Numhauser


Después de postular que el oficialismo (sin que el mundo lo advirtiera) había ganado las elecciones del 28J y que, en cualquier caso, no había motivo alguno para introducir modificaciones en su gabinete, la señora de Néstor Kirchner optó por actuar a contramano de esas interpretaciones. Se equivocaría quien pensase que se trata de una autocrítica.
La dama cambió el gabinete (ya había empezado a hacerlo cuando afirmó que no lo haría, y tal vez no haya concluido) y dejó que su nuevo Jefe de Gabinete, el contador Aníbal Fernández, explicara los motivos: "los cambios no tienen nada que ver con el resultado electoral, sino con la impronta que se le quiere dar al Gobierno". ¿Está claro?
Al parecer, “la impronta” pudo haber sido otra ya que Fernández ascendió a ministro coordinador sólo después de que el matrimonio Kirchner recibiera las cordiales negativas de dos candidatos anteriores a ocupar ese puesto. Los Kirchner pensaron en primera instancia en que el cargo fuera ocupado por alguno de los gobernadores que hasta el momento no han abjurado del oficialismo y que ganaron las elecciones de sus provincias. Se lo ofrecieron al que consideran más maleable: el chaqueño Jorge Milton Capitanich. El contador Capitanich prefirió quedarse con la jefatura de su provincia, aunque no se privó de aconsejar a la pareja presidencial que escuchara atentamente la voz de las urnas.
Después de la verónica del chaqueño, Néstor Kirchner convocó a Olivos a Eduardo Fellner, presidente de la Cámara de Diputados. Fellner fue gobernador de Jujuy y es uno de los peronistas experimentados con quienes Néstor Kirchner convivió en sus tiempos de jefe santacruceño en aquella Liga de Gobernadores que operó para limitar las presidencias de Fernando De la Rúa y de Eduardo Duhalde. Fellner también eludió la oferta: argumentó que su veteranía resultaría de mucha más utilidad en la Cámara Baja, donde el oficialismo perderá en algunas semanas su condición hegemónica. El Jefe de los Diputados, vale recordarlo, se encuentra institucionalmente ubicado en el tercer puesto del orden sucesorio (después del vicepresidente y del presidente provisional del Senado). Dos antecesores de Fellner en ese sitial (Raúl Lastiri y Eduardo Camaño) llegaron a ejercer brevemente la Presidencia de la Nación tras las renuncias de Héctor Cámpora (1973-1973) y Adolfo Rodríguez Saa (2001-2001).
Tras la evasión de las primeras opciones, los Kirchner se decidieron por Aníbal Fernández. Si alguna vez habían pensado en el ministro de Interior, el fiel Florencio Randazzo, los gobernadores con los que conversaron (y a quienes quieren mantener separados pero contentos) los disuadieron.
Aníbal Fernández venía trabajando para otro destino: esperaba que hubiera movimientos en el gabinete para quedarse con una silla que ambiciona desde hace meses, la que hoy ocupa en el Edificio Libertador la señora Nilda Garré. Las negativas de Capitanich y Fellner impulsaron al contador Fernández más alto de lo que imaginaba y le preservaron provisoriamente la cartera a la doctora Garré. Cuando los gobiernos se debilitan los cambios se les tornan más difíciles, porque escasean los ministeriables dispuestos a aceptar. Los Kirchner han empezado a comprobarlo.
Este relato de los hechos refuta una versión con la que algunos analistas quisieron ilusionarse: la de que tanto los enroques ministeriales como el posterior llamado al diálogo político habían sido suscitados por temporarias separaciones en el matrimonio (viajes de ella a Washington y el Salvador con el argumento de la crisis en Honduras, traslado adelantado a Tucumán y asistencia al Te Deum), es decir, resultarían de una pulsión autonómica de la señora de Kirchner. Parece que no ha sido así.
El matrimonio presidencial puede tener cortocircuitos, pero la energía de la crisis política lo mantiene necesariamente unido. Por ahora siguen siendo las tormentas cerebrales de Néstor las que animan la acción del oficialismo, destinada, en primer lugar, a hacer que el tiempo se detenga de modo de ganar espacio de maniobra. Inmediatamente después la derrota, la renuncia a la presidencia del PJ y la abdicación en Daniel Scioli abrieron un paréntesis de entretenimiento y conquistaron la atención de la clase política y de los medios. Cuando ese foco empezó (rápidamente) a perder interés, los gobernadores convocados comenzaron a reclamar cambios y un ámbito colectivo de debate, y mientras la presidente buscaba desplazar el escenario a Honduras, Néstor elucubraba el nuevo movimiento: los cambios en el gabinete y la convocatoria al diálogo.
Uno de los problemas de la pareja presidencial reside en que, después de seis años de asistir a su show, el público ya conoce muchos de los trucos. El cambio de figuras en el gabinete no ha llamado demasiado la atención. Si al menos entre los retirados hubiera habido alguno de los nombres que piden tanto la tribuna como algunos de aquellos con quienes el oficialismo pretende aliarse (caso Pino Solanas), el numerito habría tenido alguna sorpresa. Pero el gobierno se resiste inclusive a hacer cambios cosméticos (como un reemplazo de hombres) si supone que ellos pueden dar la idea de un retroceso. Ya se sabe que el 28J el gobierno no sufrió ninguna derrota, aunque se queje de muchas traiciones.
El alejamiento de Guillermo Moreno a esta altura sólo tiene significado por esa terquedad del matrimonio: el secretario de Comercio ha dejado de inspirar los temores que generaba hace algunos meses por la sencilla razón de que su mandante ha perdido poder, y hoy hasta los supermercadistas chinos se le animan. Por otra parte, su salida de escena (que los Kirchner seguían evaluando en El Calafate) no garantiza tampoco lo que es indispensable: la recuperación de la seriedad estadística que el gobierno destruyó lanzando al áspero secretario a intervenir en el Instituto de Estadísticas. Y esto va mucho más allá de la banalidad admitida por el ministro de Interior en el sentido de que “hubo aumentos mayores que los que muestra el INDEC”. En una nota reciente, ese gran analista del mundo del trabajo y de la pobreza que es Ernesto Kritz señalaba: “La valuación de la canasta con los precios relevados en forma independiente en el mercado muestra un alza del 57 por ciento, cinco veces más que lo reportado por el organismo oficial (…) debe concluirse no sólo que la pobreza creció desde 2007, sino que -lo que es relevante para explicar el resultado electoral- el gasto asistencial real por persona en estado de pobreza extrema cayó cerca del 30 por ciento”. Concluye el economista: “El Gobierno ha pagado un alto costo político por mirar un espejo deformado de la realidad”. Cabe agregar, que esa falsificación estadística hace que la Argentina pague como país un alto costo en términos de la falta de confianza que genera en los mercados”. Otro economista de prestigio, Mario Blejer, se lo explicó así a Clarín: “Hoy el viento de cola que viene de afuera en vez de servir para movilizar la economía se está llevando los capitales. La salida de capitales sigue siendo muy fuerte y eso refleja la falta de confianza.”
La restauración de la verdad estadística es uno de los puntos de un programa para regenerar la confianza, condición indispensable para reinsertar el país en el mundo y recuperar el crédito. Hay otros. Uno, prioritario, es restablecer una política sensata para el complejo agroindustrial que sostiene la participación competitiva de la producción argentina en los mercados externos; otro, no menos importante, es garantizar el superávit fiscal y federalizar en serio la economía.
El llamado al diálogo de la señora de Kirchner no fue formulado con una agenda concreta, sino a partir de generalidades. Convocar " al más amplio diálogo a todos los sectores de la vida nacional", hablar de una "mesa lo más amplia posible", no ilumina nada de lo que debe tratarse. Juntar a “todos los sectores”, indiscriminadamente, parece más bien una garantía de confusión de niveles y argumentos. Lo que se requiere para ganar confianza es actuar más que hablar, y hacerlo en el sentido que reclama la realidad y el que ha indicado con su voto la ciudadanía; negociar realmente más que dar discursos. Por cortesía y, si se quiere, porque la esperanza es lo último que se pierde, las distintas fuerzas y sectores han aceptado el llamado al diálogo de la presidente. Después de tanto tiempo de decisiones unilaterales del oficialismo y de reclamar que el gobierno escuche, consulte y acuerde, no podían ahora responder con una negativa a priori. Pero el protocolo no reemplaza las soluciones. Sólo si empieza a demostrar con hechos que existe la disposición a recoger lo que las urnas indicaron, el diálogo convocado podrá tener un sentido, más allá de las formalidades y de las maniobras para ganar tiempo. Sin embargo, en algunos terrenos, los funcionarios advierten que nada ha cambiado con los resultados electorales. El subsecretario de Medios, Gabriel Mariotto,por ejemplo, acaba de anunciar que el controvertido proyecto des tinado a cambiar el régimen de los medios de comunicación no será revisado. Según Mariotto, “la ley nunca fue parte del cronograma electoral. La decisión de la Presidenta de la nación siempre fue la de enviar la ley al Congreso durante este año”.
¿Está dispuesto el gobierno a reconstruir con verdad las series estadísticas del INDEC o se propone bendecir las falsificaciones anteriores “creando” una nueva metodología que decrete “lo pasado, pisado”? ¿Está dispuesta la presidente a sentarse con los gobernadores de todas las provincias para analizar un esfuerzo conjunto que garantice la distribución equitativa de recursos? ¿Está dispuesta a sentarse constructivamente con el campo, corrigiendo la actitud de negación y rechazo en la que ha insistido por más de un año? ¿Está realmente dispuesto el gobierno a restablecer los vínculos con los organismos internacionales de crédito y a hacer lo que ese objetivo requiere? Ahora se aproxima la prueba del ácido.
Leer más...

miércoles, 8 de julio de 2009

NO HAY MAL QUE DURE CIEN AÑOS. CON SUERTE, NI SIQUIERA OCHO. Por Claudio Cháves


Finalmente Kirchner fue derrotado y se marchó del partido. El kirchnerismo residual se agazapa. Espera. Observa. Están desarticulados. Luego del gran fracaso deambulan sin conducción, sin un referente al cual seguir y respetar. Ya no se hallan en el desfiladero rumbo al campo de Marte. Se encuentran en terreno abierto, vencidos, a la intemperie y a la disparada.

Kirchner los abandonó de la peor manera. Ocultándose en la nocturnidad, deslizándose por las escaleras cinco estrellas como escruchante malogrado. Lo aterraba la idea del helicóptero, pero su retirada no luce mejor. Y al otro día frente a una cámara de televisión y en soledad, sin dar explicaciones ni hacerse cargo de nada traspasó el mando del partido como si por méritos personales hubiera alcanzado la merecida jubilación.
Su último refugio: Olivos, y su resguardo las faldas de su mujer. Como los golpeadores seriales depende que ella, la victima, lo denuncie si lo hace se terminó su historia. Mientras tanto ha decidido volver a “crecer”. Junta lo que quedó, poco y muy malo. D’Elía, Pérsico, Depetris, Ishii, Carta Abierta, Verbitsky, Kunkel, Conti, Pagina 12. Se aceptan escombros reza un cartel en la Casa Rosada. No va a alcanzar.
Lo que ha fracasado fue un nuevo intento de copamiento del justicialismo. En los 70’ y a través de las formaciones especiales pretendieron apoderarse del Partido mediante la violencia y el crimen y fue el General Perón que al expulsarlos de la Plaza habilitó políticamente su derrota militar.
Pero volvieron, como dijo Kirchner desde los balcones de la Rosada, y tuvieron mejor suerte. Durante seis años agredieron a los argentinos y a las instituciones fundamentales de la patria. Ahora ha sido el pueblo el que ha hecho tronar el escarmiento. Quizás por aquello de que mi único heredero es el pueblo.
Kirchner se terminó. A no dudarlo. Si ya se sabía de su ocaso antes del 28 no puede haber vacilaciones ahora, fundamentalmente después de la madre de todas las batallas. Esto sea dicho para aquellos que piensan en la resurrección. Lo que si puede haber es cierto poder de fuego sobre el peronismo que arruine sus posibilidades políticas hacia el 2011.
Si Kirchner hubiera ganado por algunos puntitos, el 2011 sería una fiesta pan radical pero el pueblo le ha dado una pequeña oportunidad al peronismo. Renovadas esperanzas si es capaz de reorganizarse sin los infiltrados. El problema no es de nombres (Scioli, Capitanich, Gioja, Insfran, etc) es de políticas. Si ellos entienden que hay que producir un viraje, restañar las heridas con las Fuerzas Armadas, las Fuerzas de Seguridad, la Iglesia, el campo, las clases medias, el mundo, los inversores extranjeros, el periodismo, terminar con la delincuencia entonces el peronismo podría volver a ganar en el 2011. El peronismo debe diferenciarse rápidamente del kirchnerismo y hacer gestos permanentes. Hoy los símbolos pesan más que las palabras.
Lo que cambió luego del 28 es la dirección de los acontecimientos, el rumbo de la Argentina. Y esto es así porque Kirchner siempre planteó la política, desde los inicios de su gobierno, a todo o nada. Ellos son la revolución. Los enemigos la contrarrevolución. Y ellos perdieron. Estos esquemas políticos hoy superados en el mundo, perduran en algunas regiones sombrías de la América hispana. Son resabios de la guerra fría. Antiguallas.
No perciben tres formidables cambios:
a) El triunfo al interior del sistema capitalista del capital sobre el trabajo. El retroceso del Estado de Bienestar es su manifestación externa más evidente. Y esto ha sido así por incapacidad del movimiento obrero mundial y sus conducciones político-ideológicas.
b) El triunfo del capitalismo sobre el comunismo en 1989, (fecha que para los progres argentinos no tiene ningún significado) y el ocaso del intervencionismo estatal y la planificación centralizada.
c) La tercera revolución industrial con eje en las comunicaciones y su consecuencia inmediata la globalización.
Tampoco han entendido que su correlato en la República Argentina ha sido el golpe militar de 1976. La manifestación criolla de los cambios mundiales. Y lo más torpe, desde el punto de vista político, es que no han percibido que estos acontecimientos son irreversibles. No tienen vuelta atrás. Flaco favor le ha hecho Horacio Verbitsky a Kirchner, cuando el 13 de enero de 2002 en Página 12, el ex montonero, afirmaba que el resultado del enfrentamiento entre los bandos antes del 76’ (la Argentina sustitutiva, mercado internista, de Pymes sobreprotegidas y Estado interventor versus la Argentina agro-industrial exportadora) había concluido en un empate. Sin percibir que una había sido derrotada para siempre. La consolidación democrática de esa dirección, de apertura al mundo, ocurrió en los años 90’ en un mundo absolutamente globalizado.
Kirchner, preso de una ilusión, creyó que podía retroceder en la historia y dar vuelta una página. Fue comprendiendo la imposibilidad a medida que gobernaba. Por eso su alejamiento de la transversalidad y su lento acercamiento al peronismo. Al no poder cumplir con las demandas del progresismo se fue alejando lentamente. El conflicto con el campo fue el final. La triste y fatal evidencia. Promediando el 2008, para ser más preciso en agosto del 2008, Cristina pegó un derrape y cambió de rumbo. Pagó al F.M.I., pretendió hacerlo con el Club de París, también con los fondos buitres, aumentó las tarifas de los servicios y entonces un sector del progresismo la abandonó, sin sumar ningún sector político nuevo. Un lento desgranamiento. Se fueron quedando cada vez más solos.


EL SIGNIFICADO DEL DESENLACE ELECTORAL

Este gran secreto solo yo lo sé
cuando llueve llueve
y cuando hay sol se ve.
Maria Elena Walsh



El resultado electoral que sufre el gobierno es consecuencia de sus errores. Los pueblos no mudan de opinión de un año para otro, excepto que ese año se haya revelado como negativo y sin esperanzas. El voto del 28 de junio es un voto contra el Gobierno. Para que quede más claro es un voto contra ellos: estilo y programa. Más prístino imposible.
Kirchner plebiscitó y el es el modelo. Son las personas las que encarnan las ideas abstractas. Caen las personas, caen las ideas, al menos por un tiempo.
Cuando la mayoría de los opinólogos afirman que la derrota que le inflingió el campo el año pasado, hoy, está traducida en votos. ¡Es cierto!
Está claro que es un voto contra el modelo puesto que el modelo de “acumulación con inclusión social” descansa en la producción agraria, las exportaciones y las retenciones. Todo en manos del Estado y este lo distribuye a los empresarios es decir en lenguaje de epopeya a “la burguesía nacional” la más de las veces ineficiente y poco competitiva. Hay que adicionar los fondos de los futuros jubilados direccionados con la misma intencionalidad.
Tan cierta es la injusticia social del sistema que el nuevo Secretario de Transporte avisa que los subsidios, ahora se dirigirán a los trabajadores. Entonces, ¿ahora comienza el reino de la igualdad? ¿Y los seis años anteriores?
Para algunos anticuarios ha triunfado la derecha. Es decir el gobierno de los ricos, los rubios, los egoístas, los empresarios, los competitivos, el mérito, Es decir el monstruo que anida en el inconsciente colectivo y que emerge vaya a saber porque tragedia. Ellos el progresismo son los guardianes del futuro y el progreso. ¡Es una falacia que se agotó!
La izquierda ya no es el futuro. Es el pasado, derrotado por sus desaguisados y monstruosidades. Es retro. Si conserva aún un halo de magia, una delectación subyugante, es porque una porción significativa de los intelectuales y los que portan saberes no han actualizado sus ideas. El pueblo a golpes de votos les notifica la dirección de los ríos subterráneos.
La justicia social deberá hallarse en el escenario del mundo surgido de las ruinas de 1989. Dentro del capitalismo, sin cortapisas.
*
Kirchner ha comprendido que dentro del peronismo poco o nada puede hacer. Va en busca de un nuevo partido. Una nueva gesta.
D’Elía lo invita a encabezarla y le señala a su Jefe que el más grave error cometido en los últimos seis años fue ponerse al frente del P.J. ¡Debe irse de allí! Carta Abierta, insiste de igual modo.
Por cierto ignoran las razones que llevaron a Kirchner a ponerse al frente de un partido sin sustancia ni autonomía y creado para la ocasión.
El “Peronismo de Estado” fue creado en febrero de 2008 y atado a los funcionarios. ¿Por qué? Porque en las elecciones del 2007, que consagraron a Cristina Kirchner como Presidenta, el triunfo fue alcanzado con el voto tradicional del peronismo social y el empuje de las estructuras políticas del peronismo existente. Esa novedad llevó a Kirchner a plantearse la necesidad, no de reconstruir el partido, sino de maniatarlo y controlarlo. Nació muerto. Un paquidermo en descomposición. A lo largo del conflicto con el campo fue un apéndice del Estado. Las patéticas movilizaciones clientelares del conurbano nos eximen de mayores referencias. Sin el debate libre de ideas empujó a ese peronismo petrificado a un gigantesco fracaso. Lo maniató, lo asfixió, lo paralizó y ¿ahora protesta porque lo traicionaron?
Sería muy bueno que Kirchner creara un partido para los suyos. Una experiencia similar ya recorrieron los montoneros en la década del 70’ cuando fundaron el Partido Auténtico y les fue muy mal en las elecciones de 1975 en Misiones. De todos modos para el peronismo no va a ser fácil. Lo que puede columbrarse es la creación de un partido progre con Kirchner en su conducción y la presencia de sus alcahuetes en el peronismo de estado. Para confluir en un frente en el 2011. Si el peronismo federal no puede destrabar esta trampa el 2011 tendrá otros dueños.

LA GOBERNABILIDAD

En estos momentos el Gobierno acaba de anunciar un cambio de Gabinete. Lo que puede observarse es un abroquelamiento en el kirchnerismo puro. Un encierro en sus votos. Hacerse fuerte y “gobernar con lo nuestro”. Tendrán un tránsito difícil. Razón por la cual advierten que la responsabilidad por la gobernabilidad la tiene la oposición porque ellos no están dispuestos a generarla. Así las cosas nada bueno auguro en los dos años y medio que restan.

LA UNIDAD DEL PERONISMO

Seguramente muchas son las causas que pueden contabilizarse para explicar la irrupción del kirchnerismo. Pero hay una que a mi entender es la madre de todas.
La década del 90’ tuvo a dos hombres como responsables de aquellos años (naturalmente el peronismo acompañó las reformas). Pero fueron dos los hombres emblemáticos cuyo entrelazamiento posibilitó los grandes cambios. Menem y Duhalde. Un sector del peronismo sesgado a la izquierda abandonó rápidamente al partido dando origen al Frepaso.
El desencuentro y la ruptura entre Menem y Duhalde posibilitó el retorno al peronismo de los que se habían ido a fundar el Frepaso y dio espacio a la irrupción de Kirchner.
Queda un camino para dejar definitivamente afuera y acorralado al kirchnerismo. Y ese camino consiste en sólo un gesto. Que es todo un símbolo. El abrazo Menem-Duhalde.
Al fin y al cabo si Menem se abrazó con el Almirante Rojas para cerrar viejas heridas menos esfuerzo significaría esto. Duhalde por su lado debe contribuir con lo suyo. Vale la pena intentarlo.

Leer más...

sábado, 4 de julio de 2009

Plan de evasión. Por Jorge Raventos

Una semana después de la decisiva jornada electoral del 28 de junio, el matrimonio Kirchner no emerge todavía de su perplejidad. Convencidos hasta la víspera de ese día (y quizás hasta el umbral del escrutinio) de que el descarnado manejo de los instrumentos y presiones del poder les garantizaban la victoria, recibieron las cifras que llegaban desde los grandes distritos y desde Santa Cruz, como una sucesión de directos a la mandíbula. Tanto Néstor Kirchner como su esposa, la presidente, recibían parejamente el castigo ya que, con poca astucia, ni siquiera usaron el doble comando para aparentar una distribución de funciones: ella participó tanto como él en actos proselitistas e igual que él caracterizó la elección como un plebiscito sobre el “modelo”. Recogieron solo un voto de cada diez; es decir: perdieron ese plebiscito.

Matemáticas inverosímil
En la provincia de Buenos Aires -donde Néstor Kirchner encabezó la boleta y forzó imprudentemente la participación en ella del gobernador Daniel Scioli, el vicegobernador Alberto Balestrini, del jefe de gabinete nacional, Sergio Massa, y de una legión de intendentes- el oficialismo fue derrotado en siete de las ocho secciones electorales y en 106 de 130 distritos. Kirchner ni siquiera tuvo el premio consuelo de ver perder a Carlos Reutemann en Santa Fé: había alentado allí la presentación de Agustín Rossi para distraerle votos al Lole, castigarlo por su autonomía, contribuir así a una victoria del socialista Giutiniani y demostrar ante propios y extraños cierta capacidad de retaliación. El esposo de la presidente esperó hasta casi las 2 de la madrugada para ver si al menos podía comparar su propia caída con la de Reutemann, pero también quedó frustrado en ese aspecto.
La impericia y la imprevisión con que el matrimonio encaró (también) el último capítulo del proceso electoral se manifiesta en un detalle no menor: alguien decidió que la señora de Kirchner se hiciera presente en el Hotel Panamericano alrededor de las 20 horas del domingo. Mientras ella llegaba en un lujoso automóvil de fabricación foránea a exponerse desmedidamente ante la derrota que se avecinaba, el secretario de Medios, Enrique Albistur, anunciaba que “nuestras encuestas a boca de urna nos dan seis puntos de ventaja”. ¿Quién les pasaba esos porcentajes?¿Guillermo Moreno? ¿Hay que pensar que ellos consumían con credulidad las encuestas ad usum delphini que dibujaban los consultores de la Corte? Unos de esos rabdomantes desconcertados (pero bien pagos …y probablemente con dineros públicos) le asignaba hasta una semana antes del comicio 8,5 puntos de ventaja a Néstor Kirchner. A la hora de explicar el error (para entonces ya había reducido la prelación oficialista a 6 puntos), argumentó que “nosotros acertamos tres de cuatro datos: dijimos que De Narváez iba a tener aproximadamente 33 por ciento de los votos; Stolbizer 21 y Sabbatella 6. Eso se dio así. ¿En dónde erramos? En el voto a Kirchner-Scioli, que nosotros diagnosticamos en 38”. Dicen que Kirchner estaba fuera de sí esa noche del 28 de junio. Con explicaciones como esa en medio de la aleve encrucijada del cuarto oscuro, no es para menos. Si se sigue la lógica de ese consultor y se suman sus pronósticos hay que concluir que consideraba que las cuatro fuerzas mayores se quedarían con el 98 por ciento de los votos: una previsión imposible de sostener seriamente.
Los Kirchner terminaron la jornada del 28 en la lona.
Aunque el lunes 29 de junio la señora de Kirchner se esforzó infructuosamente por demostrar, vía una aritmética inverosímil, que el gobierno no había sufrido ninguna derrota un día antes (opinó que, más bien por el contrario, emergía de las elecciones como la fuerza política más numerosa de la Argentina), su propio marido la había desmentido por adelantado. Néstor Kirchner intentó mostrar que comprendía la catástrofe padecida por sus fuerzas a través de un retroceso táctico: resolvió renunciar a la presidencia del Partido Justicialista. Se anticipaba así a lo que le iba a ser solicitado por la mayoría de los jefes territoriales peronistas y se esforzaba, aún en el momento de repliegue, por mantener el control inclusive a costa de una confesión. Que él –cabeza de la lista que perdió ante Francisco De Narváez - dimitiera y le entregara verbalmente la presidencia partidaria a Daniel Scioli, segundo en esa misma boleta, implicaba la admisión de una culpa de la que absolvía al gobernador bonaerense, pieza indispensable, en su cálculo, para transitar la peligrosa situación creada por la pésima performance electoral. También suponía un mensaje paradójico: “ Puesto que reconozco perdí, tengo derecho a designar mi heredero”. Como se vería, no son muchos los que admiten ese mensaje.

Kirchner no renunció
En primer término, la renuncia de Kirchner por el momento no pasa de ser virtual. Por ahora sólo la expuso oralmente ante un periodista de la agencia oficial Telam; estatutariamente, para que el acto tenga validez, debe formalizarlo por escrito ante el Consejo Directivo Nacional del partido, y es éste, en definitiva, el que tiene que aceptar o rechazar la dimisión. El Consejo Directivo está integrado por 75 miembros, que asumieron formalmente en un borrascoso acto realizado a mediados de mayo de 2008 en el estadio del club Almagro, partido de Tres de Febrero, dominios de Hugo Curto. Sus miembros fueron meticulosamente elegidos por el propio Kirchner, en ciertos casos porque eran miembros insoslayables (los gobernadores, por caso), en otros porque se trataba –a su entender; ahora viene la prueba del ácido- de incondicionales.
En cualquier caso, Scioli empezó a moverse por un borde filoso: de un lado se encuentran las sospechas de la estructura íntimamente adicta a Kirchner (en primer lugar, las del ex Presidente) que desconfía de los gobernadores y jefes territoriales (a muchos de los cuales estigmatiza ya como “traidores”). Del otro, la convicción de los actores territoriales de que la hora del kirchnerismo se acabó y que el peronismo necesita encontrar un nuevo equilibrio, un nuevo rumbo, un nuevo lenguaje y una nueva conducción si aspira al poder en el futuro.
El mensaje más tranquilizador que Scioli tuvo para transmitirle a Kirchner después de sus primeras conversaciones con líderes partidarios y gobernadores fue que “todos le expresan respeto”. Ese respeto no evitó, por cierto, que Mario Das Neves señalara que “el ciclo del kirchnerismo ha terminado”. El jefe de la CGT y vicepresidente segundo del PJ, Hugo Moyano –Scioli concurrió a verlo al bunker de la calle Azopardo- explicó a su modo las razones de la derrota del domingo 28: "Algo se hizo mal, algo se comunicó mal, algo se transmitió mal". Sobre el futuro de Kirchner, el líder de la CGT opinó que “seguramente va a ser un buen legislador".
Pero el gobernador bonaerense también fue recusado en su tarea de componedor: se le imputó su condición de “perdedor”, se le reclamó que se aparte de las funciones coordinadoras que está ejerciendo. Inclusive Carlos Reutemann, que en primera instancia había juzgado “un paso adelante” la renuncia de Kirchner y su abdicación en Scioli, sintonizó más tarde con el conjunto del peronismo disidente (desde Ramón Puerta y Juan Carlos Romero hasta el victorioso De Narváez, pasando por Juan Schiaretti y Jorge Busti, para citar sólo algunos nombres) y pidió que la tarea transitoria de reordenar el paisaje peronista esté a cargo de alguno de los gobernadores que triunfaron electoralmente. Suenan particularmente los nombre del sanjuanino José Luis Gioja y el salteño Juan Manuel Urtubey para coordinar una mesa de gobernadores que intervenga en la reorientación del peronismo y pueda ofrecer una apoyatura y una orientación (o, si se quiere, reorientación) al gobierno de la señora de Kirchner.
Apoyado sobre las demandas y criterios de sus interlocutores, Scioli podría plantearle al esposo de la presidente que hay una gran coincidencia en la necesidad de que él se corra marcadamente de los asuntos del gobierno y del partido, ya que en la actualidad equivale a un “salvavidas de plomo” para ambos. De hacerlo, quizás podría disolver algunos cuestionamientos y suspicacias del sector disidente y mostrar que se anima a encaminar al partido hacia una etapa post-kirchnerista.
Es posible, no obstante, que Scioli comparta los temores de algunos gobernadores y jefes territoriales que, íntimamente críticos de la conducción de Néstor Kirchner, de su estilo de mando y del rumbo que le imprimió al gobierno de su esposa, alientan sin embargo la ilusión de un cambio de rumbo que no sea demasiado traumático, una operación cautelosa que no ahorre en anestesia. Esos actores saben, por cierto, que el esposo de la presidente armó un Consejo Directivo del PJ que aunque hoy, después del golpe sufrido el 28 de junio, pueda lucir un poco menos obediente que un año atrás, cuenta con una legión de soldados todavía fieles a Kirchner. Allí están aún Carlos Kunkel, Juan Carlos Dante Gullo, los ministros Aníbal Fernández, Florencio Randazzo y Julio De Vido, el joven Juan Cabandié, el piquetero Emilio Pérsico, por citar sólo a algunos. A través de ellos (y contando todavía con el manejo de la caja del gobierno, relevante medio de presión sobre muchos administradores locales que integran el cuerpo), Kirchner podría obstaculizar eventuales intentos autonómicos. Pese a la monumental derrota que sufrió, Kirchner todavía genera temor. O, en otros términos, inspira respeto.
La “traición” del conurbano
Más allá del ánimo depresivo que campeó en Olivos desde el 28 de junio por la noche, el apartamiento de Néstor Kirchner del escenario durante la última semana en modo alguno implica una resignación permanente. El cónyuge presidencial es un tipo obstinado y mientras lame sus heridas en soledad, rumia venganzas y sueña con alguna contraofensiva victoriosa.
Entre sus obsesiones se encuentra lo que considera “la traición” de los jefes peronistas del conurbano. Según una seguidora fiel de Kirchner –la derrotada intendente de Luján Graciela Rosso-, algunos intendentes, que ganaron cómodamente las elecciones locales en sus municipios, “han permitido (sic) que se votara distinto a nivel nacional”. ¡Han permitido! Al parecer la “traición” que se imputa a los dirigentes comunales es que no impidieran que los ciudadanos votaran de acuerdo a su leal entender.
En cualquier caso, ese criterio que impera en las filas kirchneristas constituye la clave de su incomprensión del golpe sufrido. Sencillamente, los liderazgos municipales acompañaron el movimiento espontáneo de sus comunidades o se allanaron a él. El blanco de ese movimiento no eran las conducciones locales, sino el vértice del oficialismo. Al no entender esa situación, la acusación que se forja en Olivos tiende a transformarse en una profecía autocumplida: los liderazgos oficialistas de 106 partidos de la provincia de Buenos Aires han comprobado el 28 que el apellido Kirchner ha sido piantavotos; a esa constatación los jefes comunales deben agregarle ahora que el esposo de la presidente los cumpla a ellos de su fracaso y promete vengarse. Los motivos para tomar distancia abundan. Quizás por eso parece plausible la opinión de un analista que considera que si esta semana volviera a votarse, Kirchner sacaría muchos (“¡pero muchos!”) votos menos que el domingo 28.
Puesto que se considera trampeado y abandonado por el peronismo bonaerense (que hasta hace dos semanas esperaba liderar), Kirchner se ha vuelto receptivo a las voces que le venía aconsejando no apoyarse en el justicialismo, sino en el sedicente progresismo. Esa es la medicina que le proponían y le proponen los intelectuales de Carta Abierta y alguno de sus mosqueteros, como Luis D’Elía. Los de Careta Abierta preparan un plan de operaciones que incluye una propuesta de control de cambios y otra destinada a crear un sucedáneo del IAPI de la década del 40. En sintonía con esos embelecos hay que juzgar la elucubración de la señora de Kirchner durante su conferencia de prensa del lunes 29 de junio, cuando contabilizó a Pino Solanas entre los aliados potenciales del kirchnerismo. Se trata de un amor no correspondido: “Nada que ver”, aclaró Solanas (que tuvo una inopinada performance en la Capital). “Nos tiraron con un yunque”, agregó otro hombre del solanismo.

Ingobernabilidad
Mientras Kirchner se evade entre Olivos y sus revanchistas ensoñaciones, su esposa prefirió pasar el domingo siguiente al del disgusto lejos de casa. Un gobierno que ha conducido una política de aislamiento internacional decide ahora –como si no tuviera prioridades domésticas acuciantes - practicar un curioso activismo en la crisis política de Honduras.
Aunque la señora anunció que no hará cambios en su gabinete, desde el domingo ha perdido ya algunos miembros, como Graciela Ocaña en Salud y Ricardo Jaime en Transporte. Perdió la oportunidad de aliviar su gobierno aceptando otras renuncias que le presentaron (una de ellas, pero no la única, la de Guillermo Moreno), porque parece considerar que la crisis sólo se hará visible si ella admite que tiene que hacer modificaciones.
Desde la oposición, que pronto controlará el Congreso, avisan que están dispuestos a ayudar al gobierno, pero que el gobierno “debe dejarse ayudar”. Esta es una asignatura que el oficialismo nunca aprobó, porque “dejarse ayudar” supone admitir los puntos de vista de otros. En este caso, los de las fuerzas que ganaron las elecciones, las que son portadoras del principal mensaje de la sociedad.
“Hay que darle una semana a la presidenta para que absorba la derrota”, dijo Carlos Reutemann el viernes, cuando la semana ya estaba por cumplirse. Tal vez quiso decir una semana más. A su manera económica en palabras, lo que el santafesino estaba haciendo es poner un plazo razonable para juzgar mejor la capacidad de reacción presidencial, las señales y decisiones que es capaz de adoptar para volver políticamente sustentable un gobierno vapuleado por los votantes.
Algunas indispensables: reestructurar el INDEC y volver a la verdad estadística, darle una solución positiva al conflicto del campo , escuchando a sus representantes.
Mientras la presidente viaja a Honduras, los argentinos se preparan para recibir la semana más dura de la gripe porcina. Una semana atrás, en esta columna decíamos: “Al ingresar en su decisivo domingo electoral, Argentina se acerca, quizás, a un umbral de sinceramiento. Es posible que desde la misma noche del domingo comiencen a registrarse realidades que durante un tiempo largo fueron barridas bajo la alfombra con distintas excusas (que terminaban confluyendo en un motivo central: eran incómodas y se consideraba contraindicada su revelación para el objetivo principal de atravesar con aire de victoria el desafío de las urnas). ¿Se conoce, por ejemplo, toda la verdad sobre la dimensión que alcanza en nuestro país la llamada gripe porcina? Es probable que sólo cuando se haya atravesado la prueba del cuarto oscuro, los argentinos nos enteraremos de que la peste ha avanzado más de lo que se reconoce oficialmente. Es probable asimismo que, con los comicios atrás y las cifras sinceradas, se declare la emergencia sanitaria”.
Hoy sabemos que hay 100.000 contagiados (hasta el viernes 26 de junio se hablaba de unos 3.000). La cifra la dio el flamante ministro de Salud, Juan Manzur. La señora presidente consideró que dar a conocer las cifras reales “es imprudente y crea pánico”. Evidentemente, el espíritu que avaló las falsedades del INDEC sigue vivito y coleando. Plan de evasión: “Cierro los ojos y el mundo no existe”.

Leer más...

Un nuevo rumbo. Por Daniel V. González


Un año y medio atrás, Cristina Kirchner accedía a la presidencia de la Nación con el 46% de los votos de todo el país y su marido, Néstor Kirchner, se retiraba de su mandato con el 70% de imagen positiva, según algunas encuestas.
¿Qué sucedió para que el 28 de junio su poder se desplomara de un modo tan contundente? ¿Cómo fue que, resignados a concentrar todas sus fuerzas en el conurbano bonaerense, obtuvieran ahí una victoria parcial, tan módica que impidió revertir las cifras desfavorables del resto de la provincia de Buenos Aires? ¿Cómo fue, en definitiva, que el poder electoral de los Kirchner se licuó en tan poco tiempo?

La derrota del gobierno nacional el 28 de junio fue amplia y extendida, aunque luego la presidente haya intentado convencernos de que, en realidad, el gobierno ganó en la suma total.
· Perdieron por dos puntos y medio en la Provincia de Buenos Aires, donde en los dos últimos comicios legislativos habían triunfado por una diferencia de 28 y 26 puntos.
· En los tres distritos electorales que le siguen en importancia (Córdoba, Santa Fe y Capital Federal), las listas oficialistas obtuvieron alrededor del 10% de los votos.
· Fueron derrotados en Mendoza, a manos del vicepresidente Julio Cobos.
· Y además, por primera vez en muchos años, fueron derrotados en Santa Cruz.

Los tiempos de gloria
La devaluación realizada por Eduardo Duhalde y la formidable alza de los precios internacionales de los commodities agrarios, abrió las puertas para un crecimiento económico a tasas chinas, para Argentina y para otros países del mundo.
El motor del crecimiento residía en el G2 (Estados Unidos y China). La demanda mundial de alimentos impulsada por la incorporación anual de decenas de millones de consumidores de China e India encontraba un eco en la economía norteamericana, donde el crédito barato y a largo plazo jugaba un rol decisivo para sostener y prolongar un proceso de crecimiento que ya mostraba algunos problemas.
Es razonable que, ante el éxito económico de un crecimiento formidable, Kirchner no resignara la pretensión de atribuirlo al “modelo”. Vivíamos en el mejor de los mundos posibles: superávit en el comercio exterior y en las finanzas nacionales, esto último debido a que una porción creciente de la renta agraria iba a parar a las arcas fiscales vía retenciones.
La holgura productiva y fiscal, posibilitaba la hegemonía política y, claro está, la adhesión popular. Eran los tiempos de gloria en los que se pergeñó la idea del 4x4: cuatro períodos presidenciales consecutivos, alternándose ambos cónyuges en la Casa Rosada.
Pero el “modelo” comenzó a deteriorarse. Afloró la inflación, que carcomió la ventaja exportadora obtenida con la devaluación. El llamado “tipo de cambio competitivo” fue desapareciendo con el paso de los meses y el crecimiento de los índices inflacionarios que el Indec se empeñaba en ocultar. Comenzaron los problemas.

El conflicto con el campo
Sin embargo, había todavía un ancho camino hacia la consolidación y ampliación de los logros económicos de esos años. A comienzos de 2008, la marcha firme de la economía mundial vaticinaba un aumento importante de los precios agropecuarios. Se pensaba, por ejemplo, que la tonelada de soja podía llegar a los 1.000 dólares.
Ante cada aumento de los precios internacionales, el gobierno daba una vuelta de tuerca a las retenciones, recibiendo la queja creciente del sector agropecuario. La Resolución 125, instrumentada en marzo, buscaba fijar un sistema automático de retenciones, que le ahorrara al gobierno el pagar costos políticos ante cada aumento de las retenciones. El mecanismo establecía un incremento creciente del tributo a las exportaciones, a medida que el precio internacional subía. El esquema resultó inadmisible para el campo y llegó la rebelión agraria. Fue el 11 de marzo de 2008.
Y a partir de ese momento, ya nada fue igual.
La reacción del gobierno estuvo impregnada de ideología, de pura ideología rancia cuarentista. Señaló a los chacareros como a la oligarquía rediviva, los acusó de golpistas, de pretender quedarse con toda la torta de la distribución del ingreso que el gobierno proclamaba querer repartir entre los pobres.
El intento de apelar al antiguo esquema de las “fuerzas nacionales” en lucha contra “los personeros del atraso agrario” cayó en saco roto. Es que, en medio siglo, el país había cambiado sustancialmente. Los tiempos de la vieja oligarquía improductiva, la de los latifundios de baja productividad se había ido. En su reemplazo, existe ahora una poderosa burguesía rural, altamente tecnificada que en los últimos treinta años se ha posicionado en la cúspide de la productividad agraria mundial, a fuerza de cosechadoras modernas, siembra directa, agroquímicos, fertilizantes, computación, ingenieros agrónomos y conceptos empresariales propios de un capitalismo moderno, alejado de los viejos conceptos rentísticos.
El conflicto, lo sabemos, terminó con la derrota oficial a través del tímido voto “no positivo” del vicepresidente de la Nación, que percibió mejor que los Kirchner las presiones que provenían de la sociedad real. El debate parlamentario significó también el comienzo de un cisma en el partido oficialista: Carlos Reuteman y Felipe Solá abandonaron el barco y numerosos diputados y senadores justicialistas se negaron a sumar su voto a un conflicto que amenazaba con profundizarse con consecuencias imprevisibles.
Amplias franjas urbanas se sumaron a la inmensa mayoría de la población rural en el reclamo de una política que tomara en cuenta los nuevos datos de la estructura productiva nacional e incorporara a los ruralistas en la construcción de una nueva política a tono con los tiempos que corren.
El conflicto agrario cambió la relación de fuerzas en la política argentina y desplazó una franja de la voluntad popular hacia la oposición que busca una salida que supere el concepto kirchnerista anclado en los parámetros económicos y sociológicos de la posguerra.
Derrotado en el Senado, donde contaba con mayoría propia, abandonado por elevados referentes políticos y por aliados de distintos partidos, el gobierno pensaba que las elecciones previstas para octubre de este año serían la ocasión ideal para ajustar cuentas con la oposición y para demostrar que su poder permanecía intacto al menos en el mítico conurbano bonaerense, con el cual pensaba torcer la voluntad opositora del resto del país productivo, que le era manifiestamente desfavorable.

La crisis mundial, la nueva situación
El estallido de la crisis de las hipotecas en los Estados Unidos y su propagación mundial, se agregó a los problemas que presentaba su propio y simple esquema económico. La caída del comercio mundial y la contracción del mercado interno aumentaron la inquietud acerca de la presencia de un escenario asaz desfavorable para el lejano octubre. Era necesario adelantar las elecciones para junio. Y lo hicieron.
La campaña electoral se planteó como una cuestión de vida o muerte para el gobierno. Había que elegir, proponía, entre su “proyecto productivo” o “el regreso a los noventa”, década que se pretendía estigmatizar como de destrucción del aparato productivo nacional. Los que estaban con el gobierno, luchaban a favor de la producción, de una mejor distribución del ingreso, de la expansión económica y difusión del empleo. Los opositores, pretendía el gobierno, querían volver a la economía agraria, al neoliberalismo, a la hegemonía oligárquica, a la crisis del 2001.
El panorama pintaba, de todos modos, como de un retroceso electoral generalizado para el oficialismo. La única esperanza residía en el conurbano bonaerense, que le permitiera obtener un triunfo aunque sea por un voto en los cómputos totales de la Provincia de Buenos Aires. Esto permitiría, según la curiosa visión de los Kirchner, mantener la vigencia del proyecto, restablecer la lozanía del gobierno e, incluso, pensar con esperanzas en el 2011.
Algunos analistas políticos planteaban la necesidad de desdramatizar las elecciones pues, consideraban, se trataba de comicios de mitad de mandato que apenas influirían en la composición de las cámaras legislativas. Sin embargo, gobierno, oposición y votantes sabían muy bien que el 28 de junio se votaba algo más importante: el rumbo del país y, de un modo implícito, el destino de las elecciones presidenciales de 2011.
“Está en cuestión el modelo”, decía el gobierno.
Y era, efectivamente, así.
Pero algo más que eso: la posibilidad de ejercer la política de un modo más amplio e inclusivo, la chance de terminar con un estilo de gobierno fundado en el apriete, la coacción, la ignorancia del federalismo, la soberbia y niveles de corrupción nunca vistos en la historia nacional.
Había en pugna dos modelos en lo económico. Pero también en lo político.

El significado de la contienda electoral
Si quisiéramos escandalizar a los intelectuales y militantes que rodean a los Kirchner, podríamos decir que la movilización del campo fue una suerte del 17 de Octubre del siglo XXI.
El 17 de octubre de 1945 consagró la irrupción de nuevas fuerzas sociales y económicas que, silenciosamente, había anidado la sociedad argentina a partir de la crisis mundial de 1930. El proteccionismo defensivo, primero y la Segunda Guerra Mundial habían generado una industria liviana volcada al mercado interno cuyos trabajadores se sumaron a los de las ya existentes, vinculados al conglomerado agro exportador (frigoríficos, ferrocarriles, etc.). El peronismo expresó este proceso de modernización de la estructura productiva, que dejaba atrás el país puramente agrario y se atrevía –en consonancia con la época- a abrazar el camino de la industrialización.
Sesenta años después, ya no es la industria el símbolo exclusivo de la modernización económica. Ni el principal: el peso de la industria en el PBI total disminuye en todos los países. Ya no es la industria el decisivo modo de medir el crecimiento. Crecientemente, son los servicios los que generan los nuevos puestos de trabajo. Es Bill Gates y no un magnate de la industria automotriz el hombre más rico del mundo. Bancarios, gastronómicos y camioneros son los gremios más importantes del país, no los metalúrgicos. Otro dato revelador del nuevo perfil económico del país es que el gremio de los trabajadores rurales multiplicó por diez su cantidad de afiliados mientras que las ramas tradicionales vinculados a la metalurgia sufrió el proceso inverso.
Pero además de todo, y de un modo imperceptible hasta marzo de 2008, el agro argentino fue el centro de cambios destinados a transformar la estructura productiva en su conjunto. La incorporación de maquinarias de punta, agroquímicos, fertilizantes, la técnica de siembra directa, las semillas adaptadas genéticamente, impulsaron la producción hasta niveles nunca imaginados. Este fenómeno de alto componente tecnológico permitió extender la frontera agraria e incorporar a la producción tierras marginales, otrora de baja productividad.
Las demandas de China e India impulsaron los precios internacionales y encontraron a la Argentina –gracias a una adaptación tecnológica que llevó varias décadas- en condiciones de dar respuesta y, en consecuencia, de beneficiarse por las ventajas que ofrecía el mercado mundial.
Esta burguesía agraria altamente tecnificada es la que irrumpe en marzo de 2008 y está en el centro de la alianza social que arrastra al gobierno hacia la derrota del 28 de junio.
En definitiva, la formidable rebelión rural, con cortes de ruta en centenares de lugares en todo el país, si bien carece del encanto épico de la movilización de los trabajadores industriales lavándose los pies en la Plaza de Mayo, ha tenido un efecto similar: torcer el rumbo de la historia nacional hacia un encuentro con el mundo moderno.

El movimiento nacional, antes y ahora
Conforme al esquema ideológico de los cuarenta –el paradigma de la posguerra- las fuerzas sociales de la industrialización configuraban el “frente nacional” opuesto a la vieja sociedad agraria liderada por los intereses vinculados al sistema fundado en 1880, con la incorporación de Argentina al mercado mundial en su condición de proveedor de alimentos.
De un lado, los industriales nacionales, los obreros industriales, la exigua peonada rural, las clases urbanas empobrecidas, constituían el núcleo dinámico de la sociedad industrial que pugnaba por aflorar de la mano de Perón, el líder político que supo interpretar su tiempo y enderezó la fuerza del estado en la dirección del progreso histórico.
Del otro lado, el agro latifundista e improductivo y el sistema ligado a la estructura agro-exportadora que pugnaba por mantener a la Argentina en el viejo esquema de la división internacional del trabajo, indiferente a la industria y sin política para los nuevos protagonistas de una sociedad en plena transformación.
Cabe preguntarse si, sesenta años después, permanece incólume este alineamiento social y, además, si son válidos aún los parámetros ideológicos y políticos trazados hace más de medio siglo.
A comienzos del siglo XXI, la realidad económica y social de la Argentina ha cambiado de un modo sustancial. Y el núcleo de esos cambios está afincado en el sector agrario, centro de la innovación tecnológica y de la transformación productiva. El intento de industrialización liderado por el estado y las empresas públicas, entró en crisis y su impotencia fue manifiesta durante décadas. La ineficiencia del sector público y la inflación, además del endeudamiento, fueron los síntomas de un proceso que debe su fracaso a razones propias del esquema más que a cualquier otro motivo.
Los nuevos datos sociales y económicos de la realidad deben hacernos repensar cuáles son las fuerzas sociales más dinámicas, las que pueden liderar la transformación de la sociedad argentina y cuáles las que, más allá de los discursos que derraman progresismo y nacionalismo económico, configuran en los hechos el núcleo donde se atrinchera el status quo, la resistencia al cambio y al progreso social y económico. Lo que el oficialismo denomina, con cierto desprecio, como “polo agrario”, no es sino un conglomerado de intereses entrecruzados que incluye, por supuesto, a los productores rurales pero también a gran cantidad de pequeñas y medianas industrias proveedoras de maquinarias y equipos para el sector, múltiples comerciantes, proveedores de semillas, agroquímicos y diversos servicios agropecuarios, gran cantidad y diversidad de técnicos y profesionales del rubro, talleres, fabricantes de piezas, mecánicos, proveedores de tecnología, arrendatarios, peones rurales y la amplia gama de hombres y mujeres de distintas actividades que en las ciudades y pueblos del interior, se nutren y a la vez aportan a la actividad agropecuaria. Hoy, el “cluster” agrario está atravesado de una punta a la otra por la industria y la tecnología que ponen a la Argentina en la cúspide de la productividad agraria, industrial y de servicios en el sector.
En tal sentido, el 28 de junio ha sido la expresión electoral de un nuevo país que afloró durante la crisis agraria. Los derrotados de esa jornada electoral, con variaciones, están encadenados a un proyecto político y económico que prescinde de la realidad mundial y local, e intenta sofocar un curso de los acontecimientos que, de todos modos, ha hecho su irrupción demoledora.

El pensamiento setentista
En el análisis de los resultados electorales, el gobierno es presa de un modo setentista de pensar los acontecimientos, impregnado de voluntarismo e incapaz de elevarse al análisis de los contextos que explican su derrota.
“Perdimos por muy poquitos votos” es una frase que ingresará a la historia. Encierra un concepto de la política: Kirchner pensaba que si hubiese ganado “por poquitos votos” estaba salvado ya aunque con un colosal retroceso electoral en Buenos Aires y el país, si hubiese resultado ajustadamente ganancioso en la principal provincia, le hubiera permitido continuar con la fantasía de que podía gobernar con un tercio de adhesiones.
La furia de Kirchner contra los intendentes del conurbano, también abona la pretensión de una explicación simplemente coyuntural y anecdótica del resultado electoral, el pensamiento que un mayor esfuerzo y compromiso de los punteros, habría logrado torcer el resultado electoral.
En la misma dirección ha ido la presidente al explicar, con gracia tautológica, que el resultado electoral fue consecuencia de “un cambio en la voluntad de la gente”, fórmula asaz elusiva que le permite zafar de la inquisitoria periodística pero que deja todo sin explicar.
De igual modo, muchos analistas políticos que asesoran al gobierno, como Horacio Verbitsky de Página 12, se reiteran en eludir el significado de la derrota electoral kirchnerista y prefieren circunscribirse a un análisis “micro” del resultado electoral. Dice el periodista: “El bloque agrario parecía haber conseguido en las elecciones de ayer una victoria de alcance nacional, que implicaría una regresión profunda en el panorama político del país”. Al momento de escribir, el autor no conocía todavía los resultados definitivos y abrigaba la esperanza de que los resultados cambiaran, según confiesa.
Ahora bien, la simplificación que intenta Verbitsky (“bloque agrario”) resulta engañosa. Sobre todo para él. ¿Cómo podría un puñado de chacareros liderar una derrota al poderoso oficialismo kirchnerista? Probablemente Verbitsky conciba la política como un simple arte de manipular a los votantes, arte en el que “el bloque agrario” resultó más exitoso que Kirchner. ¿Cuánta soja se siembra en Santa Cruz? ¿Cuánta en la Capital Federal? Apenas atina a señalar, en su análisis, que la Resolución 125 otorgaría hoy mejores precios a los productores que las retenciones fijas. Explica que la derrota se debió a “poderosos intereses” pero no se anima a asomarse –su formación “montonera” se lo impide- al significado de los votos populares, al hecho de que De Narváez obtuvo altos porcentajes de votantes en el conurbano bonaerense, centro histórico de los núcleos sociales que apuntalan al peronismo.
Tampoco otro analista oficial como Eduardo Aliverti intenta explicar aunque sea mínimamente el porqué de la derrota de los Kirchner. Se conforma con decir que “la sociedad votó a la derecha”. Y se regodea, como Cristina al día siguiente, con los números de una presunta primera minoría nacional que no existe si se toman los hechos con criterio dinámico. En efecto, al clausurar las posibilidades políticas futura de los Kirchner, los votos obtenidos, se esfuman como arena entre los dedos. Los votos del 28 de junio, al igual que los punteros, intendentes y activistas del kirchnerismo en todo el país ya han comenzado a desplazarse y reacomodarse hacia los referentes políticos que se vislumbran con posibilidades de éxito en el futuro, con vistas a 2011. Es la etapa más cruel de la derrota política. Un ejemplo simbólico es el gobernador triunfante de Chubut, hombre de Kirchner y cuyos votos los kirchneristas suman como propios en sus análisis. Das Neves estuvo al lado de Kirchner cuando éste, como presidente del Partido Justricialista, pronunció un duro discurso contra el campo, durante la crisis de 2008. Pese a sus antecedentes de tirante lealtad, Das Neves acaba de declarar que “el kirchnerismo está muerto”. Y es, efectivamente, así.
El análisis que hace Aldo Ferrer de los comicios es, cuanto menos, decepcionante. Aunque con la tibieza propia de un economista, Ferrer suscribe el “modelo”, al que adjudica el crecimiento, con prescindencia de los vientos favorables de la economía mundial. Embanderado con la industrialización, que es algo que estamos lejos de criticar, lo hace conforme a la matriz clásica: tipo de cambio elevado (lo que significa siempre menores salarios) y transferencia de recursos sin límite desde el sector agropecuario. Agrega a esto los tipos de cambio diferenciales, sine die, como un modo permanente de apoyo a una industria que no ha mostrado, en décadas, responder con eficiencia a los estímulos provenientes del estado. Ferrer quedó, a la orilla del camino, encareciendo una devaluación que saque a los industriales de la complicadas situación que viven y que les ahorre el duro trabajo, que lleva décadas, de construir una industria competitiva.

El ADN del kirchnerismo
Es curioso lo que sucede con el kirchnerismo. Su construcción política, a partir del 21% de los votos obtenidos en la primera vuelta electoral de 2003, se asentó en un impostado regreso a la ideología y obsesiones de los setenta. Primero, la exhumación de la dictadura militar como un gorila enjaulado para que los militantes guerrilleros derrotados en aquellos años la escarnecieran y canalizaran sus resentimientos y venganzas con treinta años de demora. La política de derechos humanos le permitió al kirchnerismo rodearse de un núcleo duro de militantes de izquierda que deambulaban sin rumbo después de la caída del Muro del Berlín, de la implosión de la Unión Soviética y de una década de los noventa que había reordenado la sociedad argentina de acuerdo a nuevos y modernos parámetros.
Una gran parte de la izquierda de los setenta se sumó al alfonisinismo durante los ochenta y se apartó de él con la promulgación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Luego militó contra Menem en los noventa, se sumó a la Alianza entre Chacho Álvarez y De la Rúa y terminó desembocando en el kirchnerismo, ilusionada por el espejismo de un retorno a aquellos años juveniles de revolución permanente y socialismo al alcance de la mano.
Claro que tuvo que descender un escalón en sus ambiciones. Y lo ha dicho claramente el politólogo Ernesto Laclau: ya el socialismo clásico, con dictadura del proletariado y posesión estatal de los medios de producción ya no tiene lugar en el mundo. Ahora –se pretende- es el tiempo de un nacionalismo con estatizaciones un poco al voleo, con empresas públicas recuperadas de la avidez imperialista, con subsidios indiscriminados y con una preocupación sentimental, cotidianamente declamada, por los pobres y marginados, que crecen por millares en el “modelo productivista” de los Kirchner aunque el Indec intente barrerlos debajo de la alfombra.
De modo tal que la izquierda, en cierto modo y con medio siglo de retraso, se volvió “peronista” en el sentido de que adhirió tardíamente al esquema ideológico fundacional del peronismo, el de la posguerra. En el caso de Kirchner, no se trata más que de otra impostura: nadie puede explicar cómo tanto nacionalismo no le impidió renovar los contratos petroleros anticipadamente hasta 2037 o sacar los dineros de Santa Cruz del país, sustrayéndolos al circuito de ahorro nacional, que tanto se defiende en las palabras.
Abandonado por el grueso de los votos del pueblo peronista, es probable que el kirchnerismo quede reducido a un círculo de militantes setentistas. Pero tendrá que disputar ese espacio con Pino Solanas, que se ofrece también como una encarnación de la política del primer peronismo, aunque sin el componente delictivo que posee el kirchnerismo. Allí irán a recalar, muy probablemente, los activistas del kirchnerismo. El polo Cobos-Binner, es probable, será el destino final de otra porción de esta franja del progresismo modelo Página 12.

Lo que queda atrás
Estamos lejos de pensar que la elección del 28 de junio significó solamente la puesta al día, en las urnas, de una nueva estructura productiva. Estuvieron en juego asimismo elementos políticos de diverso tenor que permanecían latentes y sofocados pero que también tuvieron su expresión relevante a partir de marzo de 2008.
La distribución de los recursos tributarios entre la Nación y las Provincias está en el centro del debate. Ello implica discutir el régimen de Coparticipación Federal pero también el estilo de gobierno según el cual la Nación impone condiciones a las provincias, las extorsiona y suma adhesiones a partir de su predominio financiero.
De igual modo está pendiente un debate sobre la relación de la Justicia con el ejecutivo. En los últimos años, un grupo de jueces ha sido utilizado como ariete en la lucha del gobierno nacional con la oposición.
La farsa del Indec es uno de los temas que mayor irritación causa entre los argentinos y, en su situación actual, forma parte de un mecanismo de mentiras que mantiene al país desinformado sobre temas tan sensibles como la inflación, la desocupación, la pobreza, la indigencia, y muchos otros.
Los superpoderes, que implican la inexistencia del presupuesto nacional, es otro de los temas que seguramente serán modificados por la nueva relación de fuerzas existente en la sociedad argentina.
El temperamento atrabiliario de Néstor Kirchner no ha sido ajeno a su fracaso político. Pero, más que un rasgo azaroso de personalidad, parece más bien el perfil adecuado e inevitable que debía revestir un primer mandatario para sofocar a las fuerzas más dinámicas de la sociedad, que pugnaban por aflorar y para enderezar al país hacia un camino sin destino histórico.
Afortunadamente, ahora todo esto ya forma parte de la historia.
Pero la tarea de las nuevas fuerzas nacionales recién comienza con esta victoria histórica.



Leer más...