jueves, 31 de marzo de 2011

La lucha de clases. Por Fernando Henrique Cardozo


Desde que viví muy de cerca la experiencia de la revuelta estudiantil de mayo de 1968 en París, empecé a dudar de las teorías que aprendiera sobre los cambios sociales en el mundo capitalista. Éstas se basaban en la visión de la historia como una sucesión de luchas entre las clases sociales, dirigidas al control del Estado para, por medio de éste, ya fuera mantener la dominación de clase, ya fuera destruirlas a todas y construir la “sociedad del futuro” sin clases y, por consiguiente, sin que los partidos tuvieran alguna función relevante.


En la visión de los revolucionarios de inspiración leninista del siglo 20, los partidos serían cruciales tan sólo en la “transición”, cuando se justificaría incluso la dictadura del proletariado, ejercida por el partido. Pues bien, en las huelgas estudiantiles de las universidades de París y La Sorbona (así como en los planteles universitarios estadounidenses, con otras motivaciones), que acabaron por contaminar a toda Francia y que repercutirían en todo el mundo, vi con perplejidad que las consignas no hablaban de “antiimperialismo” y sólo remotamente mencionaban a los trabajadores, incluso cuando éstos, atónitos, entraban en los auditorios estudiantiles ocupados por los activistas jóvenes. Se hablaba de libertad, de que estaba prohibido prohibir, de amor libre, de valorar al individuo contra el peso de las instituciones burocratizadas, y así sucesivamente. Es verdad que en las manifestaciones había banderas negras (de los viejos anarquistas) y rojas (de los bolcheviques). Faltaban los símbolos de lo nuevo y, además, en la confusión ideológica general, poco se sabía qué sería lo “nuevo” en las sociedades; esto es, en las estructuras sociales del futuro. Por otro lado, el detonador de la revuelta no fueron las huelgas de los trabajadores, que ocurrieron después, ni los choques en el plano institucional, sino los pequeños y grandes anhelos de los jóvenes universitarios que, como en un cortocircuito, incendiaron al conjunto del país. Sólo que el presidente francés Charles de Gaulle, viendo su poder puesto a prueba, fue a buscar, después, apoyos de los paracaidistas franceses establecidos en Alemania y, con la complicidad del Partido Comunista, restableció la norma antigua y “buena”. Órdenes establecidos. ¿Por qué escribo estas reminiscencias? Porque desde entonces el mundo ha cambiado mucho, principalmente con la revolución informática. Los “órdenes establecidos’’ se desmoronan cada vez más, sin que se perciba la lucha de clases. Así sucedió con el desmembramiento del mundo soviético, simbolizado en la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989. Y está siendo así también en África del Norte y Medio Oriente. Cada vez más, en silencio, las personas se comunican, murmuran y, de repente, se movilizan para “cambiar las cosas”. En este proceso, las nuevas tecnologías de comunicación desempeñan un papel esencial. Hasta ahora, nos quedan dos lecciones. Una de ellas es que en el mundo moderno los órdenes sociales pueden deshacerse por medios sorprendentes para quienes ven las cosas a través del prisma antiguo. La palabra, transmitida a distancia, a partir de la suma de impulsos que parecen ser individuales, gana una fuerza sin precedentes. No se trata de panfletos ni del anticuado discurso revolucionario, y ni siquiera de consignas, sino de reacciones racionales y emocionales de los individuos. Aparentemente aislados, éstos están en realidad “conectados” con el clima del mundo circundante y ligados entre sí por medio de redes de comunicación que se hacen, se deshacen y se vuelven a hacer, al ritmo del momento, de las motivaciones y de las circunstancias. Un mundo que parecía ser básicamente individualista y regulado por la fuerza de los poderosos o del mercado, de repente muestra que hay valores de cohesión y solidaridad social que rebasan las fronteras de lo permitido. Pero nos queda también otra lección: la reconstrucción del orden depende de las formas de organización, de liderazgos y de voluntades políticas que se expresan a modo de señalar un camino. A falta de ellas, se regresa a lo anterior –como en el caso de De Gaulle– o, en la inminencia del desorden generalizado, siempre existe la posibilidad de que un grupo cohesionado y no siempre democrático prevalezca sobre el impulso libertario inicial. En otros términos: regresa la importancia de la prédica democrática, de la aceptación de la diversidad, del derecho del “otro”. Tal vez sea éste el enigma a ser descifrado por las corrientes que quieren ser “progresistas” o “de izquierda”. En tanto no alcancen lo “nuevo” en las circunstancias actuales (que supone, entre otras cosas, la reconstrucción del ideal democrático con base en la participación ampliada en los circuitos de comunicación para forzar una mayor igualdad), no contribuirán en nada para que en cada arranque de vitalidad en las sociedades tradicionales y autocráticas surjan, de hecho, nuevas formas de convivencia. En voz alta y clara. Ahora mismo, con las transformaciones en el mundo islámico, es hora de apoyar en voz alta y clara a los gérmenes de la modernización, en vez de guardar un silencio comprometedor. O, peor aún, romper el silencio para defender lo indefendible, como hiciera el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, al decir: “Que me conste, (el líder libio Muamar) Kadhafi no es un asesino”. O como el ex presidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva, quien antes lo llamó “líder y hermano”. Por no hablar de los intelectuales “de izquierda” que, todavía ayer, cuando yo estaba en el gobierno, veían en todo lo que era modernización o integración con las reglas internacionales de la economía un acto neoliberal de vendepatria. Exigían apoyo a Cuba, apoyo que no negué contra el injusto bloqueo a la isla, pero ese acto no me llevó a defender la violación de los derechos humanos. ¿Será que no se dan cuenta de que, gracias al mayor intercambio con el mundo –y principalmente con el mundo occidental–, ahora las poblaciones de África del Norte y de Medio Oriente vienen a ver en los valores de la democracia los caminos para liberarse de la opresión? ¿Será que en Brasil seguirán fingiendo que “el Sur”, nacional-autoritario, es el mejor aliado de nuestro desarrollo, cuando el gobierno del Partido de los Trabajadores busca también una mayor integración en la economía global y en el sistema internacional, sin sacrificar nuestros valores más preciados? Hay silencios que hablan y murmuran contra la opresión. Pero hay también silencios que no hablan porque están comprometidos con una visión que acepta la opresión. No veo cómo alguien pueda considerarse “de izquierda” o “progresista” si calla en momentos en que se debe gritar por la libertad. *Ex presidente de Brasil; sociólogo; escritor.

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martes, 29 de marzo de 2011

Un crecimiento adolescente. Por Eduardo Duhalde


(Nota publicada en La Nación el día martes 29 de marzo de 2011)

Después de la crisis de 2001, nuestro país ha crecido casi continuamente, al igual que la mayor parte de América latina. Sin embargo, este crecimiento, como el que iba a provocar el famoso "derrame" del que nos hablaban hace unos años, no se ha traducido en una sensible mejora del bienestar de sus habitantes, que excede el aspecto económico. A la hora de intentar explicar esta realidad incontrastable, podríamos decir que, tal como ocurre con la adolescencia de una persona -en la cual ésta alcanza un grado de crecimiento físico casi total pero aún no es un adulto del todo responsable de sus actos-, el hecho de que un país crezca no significa que se haga "grande", es decir, que alcance el desarrollo con plenitud de sus posibilidades.


Las diferencias entre las dos situaciones son conocidas. En la adolescencia "se adolece" de algo. Al adolescente le faltan disposición y preparación, seguridad y confianza en sí mismo. Ha dejado atrás a la infancia y cuenta con una positiva explosión de sensibilidad y creatividad pero le falta experiencia para llegar a ser adulto. En la búsqueda de su propia identidad no tiene tiempo para largas explicaciones, suele renegar de sus orígenes y confronta con los mayores, especialmente con sus padres. Su inestabilidad emocional lo coloca en un estado de constante incomodidad que busca superar en el refugio que le ofrece, casi exclusivamente, su grupo de pares. Allí encontrará a quienes le harán el "aguante" para ir "zafando" de los problemas que tarde o temprano deberá afrontar. El adolescente por momentos es equilibrado, pero después "se enrosca", pone en riesgo su seguridad buscando emociones fuertes que le permitan poner a prueba sus condiciones y ganarse su propio espacio. Suele perder el sentido de la realidad, enajenado en sus fantasías. Vive el aquí y ahora, el problema del día, actúa por impulsos, sin largo plazo. En esta búsqueda, es habitual que comience siempre nuevos proyectos que luego, a menudo, abandona. La personalidad del adolescente es un terreno abonado para los conflictos. Puede reaccionar con la mayor virulencia, agresividad e impaciencia a todo aquello que es contrario a sus deseos. Abundan las reacciones de ira y rápidamente se pelean por causas que, observadas por terceros, no encuentran justificación. La política de los Kirchner nos instala en una sociedad adolescente. Son sus incertidumbres las que, obviando gran parte de la historia reciente, crean un "nuevo" relato oficial del que se sospecha, mayoritariamente, porque no se condice con la realidad. Desde esa recortada construcción simbólica se bombardea propagandísticamente a la población. Se quiere vender una ilusión creada a partir del crecimiento económico alcanzado, pero la mayoría comprueba, en la inestabilidad e inseguridad de la vida cotidiana, que el producto es una vulgar fantasía. Cuando esta realidad golpea a la puerta del Gobierno, los funcionarios hacen gala de su adolescencia. Siempre "la culpa es de otros"; aparece la descalificación; se ocultan los errores con una buena cuota de agresividad y las peleas mediáticas distraen la atención de los problemas centrales. Los adolescentes son inmaduros, no estúpidos. Cuando los conflictos reales parecen superar al kirchnerismo, ellos buscan equilibrar la balanza. Durante un tiempo muestran una dosis de sensatez, pero repetidamente vuelven a las andadas y "se enroscan" en sus conflictos irresueltos. Por no tener madurez política, carecen de una visión de largo plazo y su "modelo" suele atender sólo a la coyuntura, buscando un buen titular para los medios oficiales. Ejemplos son los que sobran: la reactivación de los ferrocarriles anunciada en su primera campaña electoral, el improvisado tren bala, el Riachuelo limpio, la ampliación de la General Paz, la continuidad del camino del Buen Ayre, el soterramiento del Ferrocarril Sarmiento, los fallidos llamados a diálogos políticos y tantos otros anuncios que quedaron en la nada. Cuando se habla de una Argentina diseñada, hablamos de una "construcción". Se trata de la Argentina que el Gobierno inventa, de una transformación imaginaria, en contraposición a la Argentina real, percibida por la gente cotidianamente. El "relato" gubernamental, repetido incansablemente, forma parte de una ilusión bien promocionada. La Argentina, en términos económicos, "engordó". No se desarrolló ni se engrandeció en otros aspectos durante la gestión kirchnerista: no lo hizo en el aspecto ético, como lo prueban la enorme matriz de corrupción y el crecimiento de la penetración del narcotráfico, ni en el cumplimiento de las leyes y el respeto a las instituciones. La inflación, negada por los mentirosos índices oficiales, ataca los logros económicos individuales y de conjunto, afectando muy especialmente a los sectores más vulnerables como consecuencia del impacto del alza en los precios de los alimentos. La inseguridad, negada durante tanto tiempo por el Gobierno, que la calificaba de "sensación", crece de un modo alarmante. No se ha mejorado la calidad de la educación ni de la salud, ni se buscaron soluciones a cuestiones esenciales para la vida diaria como el transporte, como lo debieran permitir los enormes recursos que el Gobierno anuncia que recauda permanentemente. Esos grandes recursos tampoco parecen alcanzar para garantizar a los jubilados el 82% móvil que la Constitución les otorga. Los adolescentes, por su misma condición, no tienen una cultura del trabajo; el kirchnerismo tampoco. Transformó los planes de emergencia solidarios en mecanismos permanentes de cooptación clientelística; un enorme porcentaje de la población, y muy especialmente los jóvenes, saben que no hay empleo o que éste es precario, en muchos casos indigno. Cuando hablamos de madurez pensamos en la posibilidad de capitalizar las experiencias, propias y ajenas, desde una actitud creativa que nos permita evaluar los riesgos y beneficios del cambio que siempre es necesario. Las personas adultas buscan armonizar los contrarios y no agudizar las contradicciones; crean un marco de estabilidad que posibilite el desarrollo; entablan un diálogo sincero con sus opositores para minimizar los riesgos de su propio accionar, tienen la honradez de reconocer sus errores y la valentía de corregirlos. Aceptan las normas con las que protegen, de manera realista, diversos aspectos de sus vidas. La gente común no vive la política, ni la vida, como una guerra, y no está pendiente obsesivamente de derrotar, destruir o aniquilar al otro; busca convencerlo, o convencerse de la razón que el otro le ofrezca, o bien acordar en un punto intermedio. Es interesante ver qué relación deben tener los adultos con los adolescentes. Estos últimos piden, de diversas maneras, límites. Los padres deben asumir esa responsabilidad para ayudar a sus hijos a crecer. La Argentina del futuro inmediato debe transformar el crecimiento en "bienestar", tanto en términos económicos como espirituales. Hay que lograr una nación grande, adulta y equilibrada. Debemos asumir plenamente la vida en democracia. Esta es actualmente patrimonio de una gran parte de la humanidad, a diferencia de lo que acontecía, por ejemplo, en la época de la Segunda Guerra Mundial. Podemos observarlo en los partidos políticos de los países vecinos, que, originados en ideas transformadoras y en representación de los sectores populares, no abandonan esas características y gobiernan con absoluto respeto de las instituciones. También apareció el ansia de libertad y democracia, recientemente, en los masivos movimientos acaecidos en los países árabes. Respecto de los jóvenes, el país debe asumir la responsabilidad por la educación, por la búsqueda del primer trabajo, por la posibilidad de acceso a la vivienda. Las condiciones están dadas y lo tenemos todo: potencial humano, recursos naturales y productivos, una sociedad ávida de engrandecerse, la respuesta a los problemas alimentarios futuros de gran parte del mundo. A la adolescencia le sigue la madurez entendida como personalidad responsable. Justamente, podemos decir que tenemos un pueblo que va creciendo en su madurez. En las elecciones de 2009 supo decir que no se identifica con esta Argentina diseñada, supo reconocer que se trata de una construcción. Y está procesando la necesidad del cambio. Si queremos una Argentina grande tenemos que superar la adolescencia. No podemos ser adultos en edad y mantener una mentalidad adolescente. El ingreso en el mundo adulto exige una serie de cambios, de maduraciones en todos los niveles que desembocan en actitudes y comportamientos adultos. Estos cambios ponen de manifiesto que el verdadero sentido de la etapa adolescente es la maduración de la autonomía personal y eso es lo que lograremos. ¿Se puede llegar a ser adulto y maduro sin modificar los comportamientos adolescentes y sin enfrentar los cambios que implican el pasaje de la adolescencia a la adultez? Evidentemente, no. El peronismo maduró con el Perón que retornó al país en 1973 con una visión de estadista y del cual nos sentimos herederos. El kirchnerismo reniega de ese Perón y lo quiere reemplazar por un relato de "primavera camporista", propio de una visión adolescente. Con justicia alguien supo calificar al kirchnerismo como "la enfermedad infantil del peronismo", parafraseando la famosa sentencia de Lenin sobre el ultraizquierdismo. Ya lo decía Perón en 1949: "Es preciso que los valores humanos creen un clima de virtud humana apto para lo conquistado, lo debido. En ese aspecto la virtud reafirma su sentido de eficacia. No será sólo el heroísmo continuo de las prescripciones litúrgicas; es un estilo de vida que nos permite decir de un hombre que ha cumplido virilmente los imperativos personales y públicos: dio quien estaba obligado a dar y podía hacerlo, y cumplió el que estaba obligado a cumplir. Esa virtud no ciega los caminos de la lucha, no obstaculiza el avance del progreso, no condena las sagradas rebeldías, pero opone un muro infranqueable al desorden". El autor fue presidente de la Nación

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lunes, 28 de marzo de 2011

Moyano discute el poder antes de las elecciones. Por Jorge Raventos


Después del brote que diez días atrás impulsó a Hugo Moyano, jefe de los camioneros y de la CGT, a convocar simultáneamente a un paro del transporte y a una marcha de su gremio a Plaza de Mayo, tanto las cabezas más frías de la calle Azopardo como las muñecas más negociadoras de la Casa Rosada se dedicaron a prescribir y administrar ansiolíticos a los principales jugadores de cada campo. “Está en juego la alianza estratégica”, aseguraban los sensatos hechiceros de ambas tribus.


¿Alianza estratégica? Es cierto que entre las administraciones Kirchner y las legiones de Hugo Moyano funcionó hasta ahora un acuerdo de mutuo beneficio, que esta columna describió más de una vez: “el desaparecido ex presidente convirtió a Moyano en uno de los pilares de su sistema de gobierno: necesitaba evitar los desbordes sindicales y las huelgas salvajes y tener bajo control (para cortarlas o para impulsarlas) las movilizaciones del movimiento obrero, como lo intentaba paralelamente con los llamados movimientos sociales a través de figuras como Luis D’Elía (…) Moyano obtuvo múltiples concesiones: muchas para él y sus aliados gremiales, unas cuantas para el conjunto del movimiento obrero; una, en perjuicio de un sector gremial: la CTA (Central de Trabajadores Argentinos), a pesar de que en varios tramos de los gobiernos kirchneristas cabalgó al lado del oficialismo, nunca consiguió su personería gremial”. Pero esos acuerdos se encuentran ahora en período de revisión. De un lado, ya no está Néstor Kirchner, que era para Moyano un firmante más confiable que su viuda; la señora prefiere rodearse por los sedicentes herederos de las juventudes camporistas de los años 70, una liga de funcionarios bienpensantes que miran con suspicacia el estilo franco, áspero, muchas veces hirsuto, de sindicalistas y jefes territoriales del peronismo a los que desde sus peñas y escritorios clasifican como “piantavotos” (aunque, si bien se mira, fueron quienes en 2007 le garantizaron la presidencia a la señora de Kirchner cuando las clases medias urbanas se divorciaban en masa del oficialismo). Por otra parte, el propio Moyano estima que ha llegado la hora de cambiar los términos del acuerdo. Ya no lo conforman los tratos económicos y sindicales que le vino habilitando su vínculo con el gobierno. “"Parece que los dirigentes gremiales estamos únicamente para pelear salarios, manejar obras sociales y administrar hoteles de turismo. Se equivocan. Queremos llegar al poder. Ese es el objetivo", expuso el viernes 18 de marzo, cuando anunció la “suspensión” del paro y la movilización, después de haber parlamentado con Julio De Vido. Moyano y su entorno siguen recelando del cristinismo: sospechan que, como mínimo, en esos ámbitos hay impasibilidad o satisfacción ante las dificultades que el camionero atraviesa en la Justicia (tanto en Argentina como en Suiza). Sin embargo, calculan que la quiebra de la “alianza estratégica” con el gobierno sería un mal negocio para ellos en estos momentos. Más allá de estos signos de lucidez y de estos gestos de voluntarismo, una alianza estratégica requiere condiciones que probablemente no están ya presentes en la relación entre Moyano y el gobierno de Cristina Kirchner. Se cumple, probablemente, el requisito básico para una alianza estratégica: que ambas partes detecten que tienen objetivos comunes y enfrentan peligros o adversarios comunes. Pero otros requisitos parecen ausentes: en principio, aunque existe cierta interdependencia de los aliados, no se observa empatía entre ellos; la posibilidad de definir un plan de acción conjunto que les permita a las dos partes cumplir su conveniencia. En este caso, algunas de las pretensiones de Moyano lucen incompatibles con el plan de acción del cristinismo, que aspira a tomar distancia de aquellas figuras y sectores que intranquilizan a la opinión pública. Tampoco existe una estructura compartida para la toma de decisiones. Remontarse a las tradiciones que cada una de las partes de este machucado entendimiento posee o reivindica contribuye a explicarse las complicaciones que pesan sobre su continuidad: el cursus honorum del moyanismo se remonta a su militancia en aquellos sectores de la ortodoxia peronista que en la década del 70 combatían (con los recursos de la época) a las corrientes injertadas en el peronismo que llegarían a su cúspide con el proceso camporista. En el pasado imaginario de ambos sectores se encuentran los hechos de Ezeiza, de junio de 1973. Así, la “alianza estratégica” es un joint venture entre Montescos y Capuletos. Quizás, más que de una alianza estratégica (en la que los socios, más que un vínculo coyuntural persiguen objetivos de largo plazo) para caracterizar el estado actual del arreglo entre el moyanismo y el cristinismo habría que hablar de tregua. O de pacto, si se lo compara, por caso, con el célebre pacto Molotov-Von Ribbentrop, por el cual la Unión Soviética de Stalin y la Alemania de Hitler se comprometieron en agosto de 1939 a no agredirse, a proveerse mutua ayuda mientras acordaban un reparto de esferas de influencia en Europa central y oriental. Bajo el imperio de ese acuerdo fue invadida Polonia y la URSS se anexó los países bálticos e invadió Finlandia. De todos modos, pocos meses después del pacto Alemanía tomaba la decisión de invadir la Un ión Soviética. El gesto de Hugo Moyano en la semana que concluye, cuando insistió en la designación desde la CGT del candidato oficialista a vicepresidente y anunció una movilización (esta vez en la Avenida 9 de Julio) a fines de abril para que desde ese palco Cristina Kirchner anuncie su lanzamiento a la reelección, es una prueba de que las tensiones en el seno de la combinación oficialista están lejos de haber cesado. Moyano, con un estilo que evoca al de los extinguidos burócratas soviéticos, quiere hacer desfilar sus misiles y tanques por la Avenida, exhibir su fuerza para mostrar quién manda. En rigor, antes aún de octubre de este año, lo que se está desplegando ante los ojos de la sociedad es una disputa apenas disimulada por el poder actual. Horacio Verbitsky, una de las cabezas del cristinismo, resumió el domingo último, en su columna de Página 12, el catálogo de temas que el gobierno discute con Moyano después del armisticio de la semana anterior: “La agenda pendiente –escribió - incluye el destino de la APE, el pago de parte de la gigantesca deuda acumulada en esa cuenta, la elevación del mínimo no imponible del impuesto a las ganancias y las listas de candidatos del Frente para la Victoria en todo el país”. La APE es la Administración de Programas Especiales, el organismo controlado por el moyanismo que recibe enormes sumas con el justificativo de sufragar tratamientos costosos y las reparte entre las obras sociales (amigas). El pago de la deuda al APE alude a un reclamo que supera los 5.000 millones. Lo de las listas no requiere mayor explicación. Ese es el pequeño cahier de doléances que Moyano dejó en manos de los negociadores gubernamentales. El dilema del cristinismo reside en que, si cede, su colonización por el moyanismo quedará tan a la vista que frustrará toda fantasía de seducción de la opinión independiente. Y si no lo hace, Moyano está en fuerza para convertir sus desfiles en un desafío abierto. Rechazando anticipadamente estas alternativas, Verbitsky sostiene en su columna – ¿mensaje a Moyano?- que este es “un proyecto que, con sus fortalezas y debilidades, sólo Cristina puede sintetizar. Nadie está en condiciones de desafiar su liderazgo, por molesto que se sienta.” Moyano ya lo ha hecho. El camionero sabe que no resiste una elección. El no está peleando estos días para ser candidato a presidente. No aspira a presidir, sino a mandar. No busca heredar el sitio de Cristina Kirchner, sino ejercer el poder, como lo hizo hasta su muerte Néstor Kirchner, sin necesidad de cargo oficial alguno.
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Si se es camporista, no se es peronista. Por Pedro Cossio

El Doctor Pedro Cossio es hijo del famosísimo Pedro Cossio, médico personal y una de las personas de mayor confianza de Juan Domingo Perón. Cossio por lo tanto se sumó al equipo médico que atendía a Perón y tuvo el privilegio de compartir el último año de vida del General siendo testigo directo de charlas y acontecimientos y muchas veces hombre de consulta del General Perón que era conciente de las pretensiones de Cámpora y que estaba abrumado por la izquierda violenta de aquellos años. Hace unos días Pedro Cossio escribió una carta en la que intenta dar testimonio de una época de la que hoy se habla mucho pero que no siempre se cuenta la verdad ya que considera que es fundamental para el país conocer realmente el pensamiento de Juan Domingo Perón en sus últimos años. El siguiente es el texto completo de la carta: Señores miembros del movimiento La Cámpora, Presente Por la presente me dirijo a Uds. en conocimiento de su reciente formación para, con el mayor de los respetos, repasar algunos aspectos de nuestro pasado, muchos de ellos ligados al General Perón. Ante todo deseo dejar bien en claro, que acepto cualquier tipo de convicción e inclinación política, porque de las diferencias surgen las verdades y las soluciones, pero lo que siempre trato de hacer, es no confundir conceptos, y atenerme a la verdad. Por otra parte, en el caso particular de Uds., si desean apoyar la gestión tal o cual, me parece legítimo y respetable, siempre que no utilicen conceptos equivocados en sus descripciones. Pero, al ser un argentino de 70 años, médico, hijo de Pedro Cossio quien fuera médico de cabecera del general Perón entre 1973 y 1974, y además tuve la responsabilidad de colaborar con él en su asistencia, es que deseo aclararles ciertos conceptos, que veo que no los tienen claros. Entre el 28 de junio y el 12 de julio de 1973 estuve en su cuarto de Gaspar Campos 12 horas por día junto al General, lo que me permitió presenciar el final del gobierno de Cámpora y los desaires que Perón le hizo. Y luego junto a mi padre lo visité numerosísimas veces, como así también lo hizo el Dr. Carlos Seara quien estuvo en su guardia médica hasta el 1° de julio de 1974, y fue uno de quienes le realizó las maniobras de resucitación, es por todo ello que deseo expresarles con el mayor de los respetos los siguientes conceptos: 1.- Todo lo que diré está escrito en el libro de nuestra autoría 'Perón, testimonios médicos y vivencias' donde se transcriben documentos únicos y muchos inéditos sobre la salud del General Perón. 2.- Nuestro ánimo no fue el de develar hechos frugales, sino el de dejar para las futuras generaciones la verdad cruda de esa circunstancia. 3.- El General Perón estaba muy disgustado con la gestión presidencial del Doctor Héctor Cámpora, por haberse rodeado de gente que consideraba no debía estar ahí, como el Dr. Righi o Puig. También de la forma en que se había llevado a cabo la amnistía del 25 de mayo de 1973. Nos dijo a Seara y a mí claramente que no deseaba ser Presidente, que si no era posible que hubiera alguien mas joven. También al Dr. Seara le dijo claramente que él había confiado en Cámpora porque Evita le había dicho siempre que era la persona en quien mas podía confiar. Pero luego dijo 'ocurrió lo impensado: Cámpora se dejó copar por la izquierda, y no solo por la izquierda, sino por el hijo, que además de ser de izquierda, tiene algunas debilidades. Y aquí me ve, aquí me tiene, ahora de presidente, teniendo que enfrentar esto'. Directamente atribuía al hijo de Cámpora el haber contribuido a rodear al padre de gente que él no deseaba y que le hacia mucho mal al movimiento. También le atribuía costumbres no muy varoniles, y lo decía con todas las palabras. 4.- El General Perón estaba convencido, y murió convencido, que en Ezeiza grupos terroristas de izquierda iban a matarlo, para a partir de su muerte iniciar una revolución socialista. Es por ello que el avión que lo traía de España aterriza en El Palomar, y también que rechaza la invitación de Cámpora de vivir en Olivos, decidiendo personalmente irse a Gaspar Campos donde se sentía mas seguro, custodiado por su gente de confianza. 5.- Tenía orgullo de ser militar, y de la importancia de la institución militar. 6.- A esa altura de su vida estaba convencido que los pueblos, a pesar de sus diferencias, progresan con concordia, y no con gobiernos confrontativos. Por eso el disgusto con Cámpora. 7.- Es muy claro el efecto negativo que sobre su salud tuvieron los disgustos, ya que lo del 20 de junio de Ezeiza deriva en un infarto de miocardio, y claramente luego de la expulsión de los montoneros de la Plaza del 1° de mayo, comienza con una angina de pecho cada vez mas grave que termina con su vida el 1° de julio de 1974. 8.- Es importantísimo tener en cuenta que el último acto político de su vida fue aceptar la renuncia como embajador de Cámpora y por sus propias instrucciones, para dejar este hecho para la historia argentina y de su movimiento, da las órdenes necesarias para que en ella 'no se le agradezcan los importantes y patrióticos servicios prestados', lo cual es un gran desaire. De éste hecho fue testigo presencial mi padre, que fue quien le acercó el decreto para su firma. Recién entonces hace la transmisión del mando en la vicepresidenta y muere 48hs después. He resuelto hacerles llegar estos conceptos, no para confrontar con ustedes, pero al ser jóvenes creo que es necesario que estén bien informados respecto de lo que sentía el General Perón por Cámpora. Respeto lo que ustedes sientan por él, pero también tienen que tener en cuenta la verdad histórica de cual era el sentimiento del General Perón. Por ello, para no mezclar conceptos, si se es camporista no se es peronista. No pongo en duda la buena fe de cada uno de ustedes, pero consideré necesario advertirles cual era la verdadera posición del General Perón, para que los hechos no resulten deformados ni aprovechados por quien no debe. Esperando le lean este texto a sus compañeros, y luego una respuesta, los saluda atentamente. Pedro R Cossio Leer más...

viernes, 25 de marzo de 2011

El peso del pasado. Por Julio Bárbaro






(Nota publicada en La Nación del 25/03/2011)

Los individuos y los pueblos necesitan tanto de la memoria para convertir el pasado en sabiduría como del olvido para no ser prisioneros de ninguna obsesión. En nuestro presente, el pasado es más una carga que nos agobia que un capítulo de nuestro camino hacia un mejor futuro. Lástima por los dolorosos resultados de una confrontación que algunos imaginan poder reiterar revirtiendo el resultado. Si el exilio de Perón en sus 18 años terminó en una democracia con cimientos de estabilidad, los errores que la frustraron parecen ejercer mayor atracción que las virtudes con las que aquel líder se despidió de su pueblo. Parece que no sabemos elegir su último gesto de conciliación en el abrazo con Balbín, sino la dramática expulsión de la plaza de un sector de la juventud y el pensamiento de los expulsados.


La teoría pueril que asignaba a Perón vicios reformistas y ensalzaba a los jóvenes con virtudes revolucionarias no sólo fue parte de la tragedia, sino que en alguna medida integró una concepción suicida que prefería el sacrificio del héroe al sólido camino político del pueblo. Nadie ignoraba la voluntad y decisión asesina de los sectores de derecha autóctonos; sólo una conducción políticamente insensata suponía estar en condiciones de confrontar militarmente con las Fuerzas Armadas. Debo aclarar que ninguno de nosotros imaginó los límites que la demencia asesina iba a superar en nuestra realidad, pero la famosa y poco analizada "contraofensiva" es un acto suicida que sólo puede montarse sobre una negación psicótica de la realidad. Era indispensable que con la democracia se consumara el castigo a los culpables, se eliminara para siempre a aquellos sectores cuyo pensamiento y conducta asesinos no podían convivir con una sociedad dispuesta a transitar la libertad y la cordura. Pero si la decidida acción de la Justicia contra los restos de la dictadura era imprescindible, esto no autoriza a que se reivindique el pensamiento ni el accionar del perseguido: las atrocidades del victimario no convierten en válido el pensamiento de la víctima. Recuperar la visión de los expulsados de la plaza mientras se critica a Perón como si su intento desesperado de consolidar la democracia fuera erróneo es un triste retraso en el camino de la democracia y la pacificación nacional. Porque esto trae aparejada la concepción según la cual los que nos quedamos en la plaza nos equivocamos. Lo que se discutía en aquel tiempo era el ejercicio de la violencia en el seno de la democracia, y quienes la reivindicaban lo hacían en la convicción de que ese camino conducía al poder. La consecuencia primera era, entonces, dejarnos a nosotros en el lugar del reformista para instalarse ellos en el espacio de la revolución. La elección de la figura de Cámpora marca un primer error. Cuesta entender si Perón lo elige sólo por las limitaciones de la dictadura o si además intenta dejarlo como responsable del gobierno. Pero cuando les otorga a los jóvenes una enorme cuota de poder que incluye más de veinte diputados nacionales, gobernadores y ministros, lo hace con el objetivo de que abandonen la violencia e inicien su experiencia política desde el poder. Fue el último intento de evitar la tragedia. Cómo olvidar aquellas largas discusiones, por ejemplo, sobre la voluntad de ocupar el Ministerio de Economía, ya que hasta Gelbard, en su concepción, resultaba poco revolucionario. Es que nunca entendieron el proceso de la democracia y el camino hacia el poder: el ala militarista había avanzado demasiado y ejercía la conducción, siempre soñando con la guerra y su triunfo. Cómo olvidar tampoco charlas con algunos de sus jefes, que nos planteaban la necesidad del golpe militar para que el pueblo los acompañara en la guerra popular y prolongada. Es difícil aceptar que aquellos que opinábamos sobre el error y sus consecuencias terminemos cuestionados y que quienes optaron por el camino de la tragedia fuesen los dueños de alguna verdad revelada. Evita es inentendible al margen de Perón; la lealtad de Cámpora aparece como una virtud excesiva, y sólo una imaginación sin sustento puede verla como alternativa. Así, se deforma el pasado para traer al presente sus desaciertos y olvidar sus verdades. Porque el heroísmo es tan indiscutible como insostenible la escasa razón que lo asistía. En cambio, los votos constituyen un tributo popular a la memoria de Perón, a una epopeya donde fueron ellos los actores de la historia. Es tan respetable que sectores remanentes de la izquierda argentina se integren al Gobierno como carente de sentido que quienes jamás tuvieron peso político ni presencia electoral se acerquen con soberbia a criticar a nuestro líder y se erijan en dueños de un progresismo alternativo. Brasil, Chile y Uruguay ejercen en política buena parte de aquella sabiduría que Perón trajo en su retorno. Duele sentir que cuando ayer fuimos la avanzada, hoy algunos "imberbes" en edad de jubilarse intenten recuperar fracasos perdidos. Perón abraza a la guerrilla con la intención de recuperar la democracia y pretende integrarla para evitar males mayores. No supimos entenderlo y ya no nos basta con haber pagado duramente las consecuencias de ese error: intentamos reiterarlo. El presente es pobre en sus propuestas, la sociedad transita entre el fanatismo de las minorías y la desesperanza de los que no encuentran en quién confiar. Urge recuperar el diálogo porque la confrontación está tan marcada por los excesos como por la pobreza de las ideas en juego. ¿Quién puede restarle validez al compromiso de los jóvenes? Sin embargo, resulta impensable que se dé en el marco del ensalzamiento de Cámpora y de la tergiversación de la figura de Evita. La dictadura fue nefasta; la guerrilla, heroica, y el pueblo, un personaje ausente de dos minorías que se disputaban la conducción de su destino. La violencia sólo se justificaba para enfrentar a la dictadura y era condenable en democracia, la misma democracia que fue un acierto tanto ayer como hoy. Dividir a la sociedad con criterios maniqueos no implica hacer justicia, sino encontrar enemigos para justificar las limitaciones de nuestro propio pensamiento. Conducir, decía el general, implica poner voluntades en paralelo, y cuando en su célebre frase cambió "peronista" por "argentino" estaba dando por concluida la etapa de la confrontación. Asumir los aciertos y superar los errores de nuestra historia es una necesidad. Es tiempo de que el dolor de aquel sangriento golpe de Estado se convierta en sabiduría y experiencia de la democracia actual.
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No quiero recordar como quiere el gobierno. ¿Puedo? Por Carlos Santander


Sufrí y vi sufrir. No quiero ver las caras del odio todos los días y a toda hora.
Aunque los condenen cien veces no me alegra. No quiero alegrarme.
Todos estos años traté de olvidar para no odiar. Apenas pude.
El gobierno fomenta el odio. Se regodea con la memoria del horror. Es perverso. No me sumo.
Lucra políticamente con el dolor del ayer. Me repugna. Tiene una versión de los hechos del pasado y guay del que no la comparta. Impone su versión, la única, incluso a los niños en las escuelas. Verdad a medias, veneno. En eso es igual a la dictadura. La justicia actúa bajo apriete. En esto es también igual a la dictadura. El apriete sirve para perseguir a los enemigos políticos de hoy y salvar a los funcionarios ladrones. La patota sindical-oficialista también presiona para que no juzguen sus delitos. Como ayer la independencia judicial es una quimera. Cada vez más lejana.


En el gobierno hay asesinos de aquel entonces no arrepentidos, al contrario. Y están los oportunistas, los revolucionarios tardíos, los que aparecen hoy con riesgo cero. Son los que cuentan la historia oficial. Los que construyen el relato como se dice ahora. Son las caras de la hipocresía que se muestran también todos los días y a toda hora. Son los que juzgan antes que los jueces. No solo a sus enemigos del pasado, también a sus adversarios del presente.
No quiero recordar como ellos quieren que se recuerde la tragedia. Es memoria obligada. Y parcial.
Me niego a recordar las violaciones de los derechos humanos de ayer junto a los bandidos de un gobierno indiferente a la violencia actual que mata a diestra y siniestra todos los días, complacientes (cómplices) con el narcotráfico y la trata de personas, tan genocidas como la dictadura.
La dictadura del proceso que asumió el 24 de marzo de 1976 continúa vigente hoy en muchos aspectos, no es recuerdo superado, es presente fundamentalmente en la prepotencia, en el veneno del odio, en la imposición de un relato histórico único y en el afán de perpetuarse en el poder.
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Declaración de la Peña Eva Perón

CON SU SEDICIÓN DEL 24 DE MARZO DE 1976 QUE DERROCÓ AL GOBIERNO PERONISTA, LOS JEFES DE LAS FF. AA. CUMPLIERON UN OBJETIVO QUE ERA TAMBIÉN EL DE LOS JEFES DE LA SEDICIÓN GUERRILLERA

El 24 de marzo de 1976 los jefes del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea argentinas, haciendo un uso indebido de las armas que se les habían confiado para defender la soberanía nacional y popular, derrocaron al gobierno constitucional que presidía María Estela Martínez de Perón.
Vale recordar que la mandataria depuesta llegó al cargo por el fallecimiento del teniente general Juan Domingo Perón, de quien era la vicepresidente en la fórmula electa en setiembre de 1973 con el respaldo del 62% de los votos y que había convocado a comicios que se realizarían en octubre de 1976, en los que el pueblo argentino estaba llamado a ejercer en paz su derecho soberano a elegir a un nuevo gobierno.

Así, mediante el delito de sedición, los jefes de las Fuerzas Armadas concretaron el objetivo que no habían podido realizar por el mismo medio los jefes de Montoneros, el Ejército Revolucionario del Pueblo y otras organizaciones político-militares que venían atacando con violencia criminal a ese gobierno democrático, legal y legítimo y que creaban un clima de zozobra, acentuado por las acciones criminales de la represión ilegal que llevaba a cabo la “Alianza Anticomunista Argentina” o “Triple A”.
Esa sedición llevada a cabo por la cúpula castrense y sus cómplices e impulsores civiles, impuso el poder de facto que sustituyó al estado de derecho, estableció un régimen ilegal, ilegítimo y tiránico y fue ese delito sedicioso fue la fuente y el origen de las violaciones a los derechos humanos de todos los argentinos que se sucedieron a partir del golpe de Estado. Hasta ahora nadie fue sometido a juicio por haber cometido ese delito de sedición.
Fueran cuales fueren las consideraciones que pudieran merecer los aciertos y errores del gobierno constitucional que presidía Isabel Perón, ninguna autorizaba su destitución mediante el delito sedicioso y es justo rescatar la dignidad y el coraje cívico y personal con el que la presidente depuesta afrontó los años de cárcel a los que fue sometida, sin causa legal alguna que lo justificara.
Un signo de esa conducta ejemplar de Isabel Perón fue la denuncia sobre violaciones a los derechos humanos que junto a los compañeros Herminio Iglesias y Deolindo Bittel y en representación del Partido Justicialista al que presidía, hizo llegar desde la cárcel a la delegación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que visitó la Argentina en setiembre de 1979.
Contrasta aquella valiente actitud de quienes conducían al Justicialismo hace más de 30 años, con la de aquellos que por entonces callaban frente a la tiranía y se enriquecían ejecutando a deudores morosos de los préstamos usurarios de la tristemente célebre Circular 1050 y después y ahora medran en búsqueda de mezquinos provechos políticos, al mostrarse como los paladines de los derechos humanos que nunca fueron.
Por nuestra parte, ante el nuevo aniversario del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, hacemos nuestro el ejemplo de Perón quien, al regresar a la Patria después de 18 años de exilio y cruel persecución a él y a su Movimiento, nos proponía echar a la espalda los agravios del pasado y convocaba a la unión nacional, diciendo que “para un argentino no debe haber nada mejor que otro argentino”.
PEÑA EVA PERÓN
PASCUAL ALBANESE- LUIS CALVIÑO- CLAUDIO CHAVES
MIGUEL GARCÍA MORENO- VÍCTOR LAPEGNA
JUAN MORALES -JORGE RAVENTOS
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jueves, 24 de marzo de 2011

De infiernos y lugares comunes. Por Daniel V. González

(Esta nota fue publicada en el diario Río Negro y en La Mañana de Córdoba, el 24 de marzo de 2006)
Un nuevo aniversario del 24 de marzo encuentra a los argentinos en la conmemoración casi rutinaria de los acontecimientos políticos que llevaron al derrocamiento del gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón, que había llegado al poder tras las elecciones de setiembre de 1973 integrando una fórmula que obtuvo el 64% del total de los votos emitidos. Desde hace algún tiempo estamos sumergidos en una versión de los hechos que resulta atractiva por su simplicidad pero que prescinde de matices y de algunos datos esenciales para que la comprensión pueda ser integral. Como cualquier interpretación de ese período político que no coincida con la versión oficial es sospechada de antidemocrática, nos apresuramos a aclarar que consideramos repudiables todos los crímenes aberrantes perpetrados durante esos años y los años previos, como así también todas las violaciones a los más elementales derechos humanos.


Pero el horror de ese tiempo no debe cegarnos respecto de una interpretación más afinada y que tenga en cuenta todos los elementos en juego, algunos de ellos, rigurosamente omitidos en las abundantes construcciones y reconstrucciones de esos días aciagos.La denominación de “dictadura militar” es ya la primera deformación en que solemos incurrir pues se omite en esa designación un hecho esencial: la decisiva participación y responsabilidad de amplios sectores de la sociedad civil que, activa o pasivamente, promovieron, aceptaron, acataron o bien se mostraron satisfechos por el derrocamiento del gobierno de la señora de Perón. ¿Por qué a la versión hoy oficial del 24 de marzo le cuesta aceptar que se trató de un golpe y un gobierno “cívico-militar”? ¿Por qué omitir que el Proceso de Reorganización Nacional tuvo apoyo de amplias capas de la población, especialmente de las clases medias que estaban horrorizadas por el clima político creado por la guerrilla y los grupos violentos “paraoficiales”? Pero el apoyo civil no se limitó sólo a eso. La casi totalidad de los partidos políticos de la Argentina, incluido un sector del propio peronismo, vieron con beneplácito el golpe del 24 de marzo y, además, proveyeron funcionarios y equipos a los nuevos gobernantes. Y hablamos de la UCR, del Partido Socialista, del Partido Demócrata Progresista, del Partido Comunista y otros de similar importancia. Todos aportaron su gente al nuevo gobierno, o bien declaraciones de apoyo. No por reiterada debe ser olvidada la expresión de Ricardo Balbín acerca de que “Videla es un soldado de la democracia” o bien que el socialista Américo Ghioldi, significativa figura de la política argentina, fue nombrado embajador en Portugal o bien que Alberto Natale fue intendente en Rosario, por dar sólo algunos ejemplos representativos.Quien se tome el trabajo de repasar la prensa gráfica o los registros televisivos y radiales constatarían que también los medios de prensa, y también los periodistas en su amplia mayoría, estaban alineados en una posición de apoyo, por propia convicción más que por presiones del gobierno o por temores a la represión. Estamos diciendo que no sólo las empresas periodísticas en su gran mayoría brindaron su apoyo sino también una amplia mayoría de los propios periodistas lo hicieron.No pocos intelectuales también compartieron con entusiasmo el nuevo rumbo político. Quizá el caso emblemático sea el de Ernesto Sábato, que en compañía de Borges, el padre Leonardo Castellani y el presidente de la SADE, compartió un almuerzo con Videla y le expresó de mil maneras su apoyo, según relató el padre Castellani. Ello no fue obstáculo, claro, para que posteriormente Sábato se horrorizara por los crímenes cometidos por el poder, abominara de ellos y se transformara en uno de los rostros más doloridos de rechazo a la dictadura.Nuevamente preguntamos: ¿por qué nos resulta tan difícil aceptar que el 24 de marzo no fue un producto de un puñado de militares sino la consecuencia de un vacío político que fue llenado por civiles y militares de casi todos los partidos políticos?Probablemente la simplificación a la que nos estamos acostumbrando tenga el beneficio de evitar que nos enfrentemos con una realidad que nos resulta inaceptable: que amplios sectores de la sociedad civil deseaban terminar de cualquier modo con el caos generado por la guerrilla y los grupos “parapoliciales” y “paramilitares”. Y muy probablemente, el grueso de la población, puesto a elegir, deseaba que la batalla que se libraba fuera ganada por los militares y no por los guerrilleros, tal como efectivamente ocurrió. Es muy difícil de aceptar, además, que en ese momento a importantes franjas de la ciudadanía no le importaba el costo que hubiera de pagarse para lograr que, de una vez por todas, se terminara con las bombas, los secuestros y las acciones armadas.La negación a resignarnos a esta posibilidad quizá sea el motivo por el cual preferimos adoptar una explicación más cómoda y pretender que en esos años el país estuvo sometido por un puñado de hombres de uniforme que sojuzgó durante más de un lustro al conjunto de la población civil, que se rebelaba cotidianamente. Pero esta situación de apoyo y complacencia por parte de importantes sectores de la sociedad civil no sólo se verificó al comienzo del Proceso. Quien esto escribe conserva en su memoria una reveladora anécdota: avanzado el gobierno militar, hacia marzo de 1981, Viola debía suceder a Videla. En una conferencia de prensa antes de asumir, se permitió una humorada burlona sobre lo lejos que estaba aún el restablecimiento de la democracia. Todos los periodistas presentes rieron con Viola a carcajada batiente. Muchos de ellos y ellas luego se transformaron en adalides de la denuncia contra el Proceso Militar y alguno integró la CONADEP. Sin embargo, semejante grado de impostura no fue sino un reflejo de lo que acontecía más abajo, en las clases medias, muchos de cuyos miembros transitaron en pocos años la ilusión del regreso de Perón, el apoyo a Videla y poco después el respaldo a Alfonsín.La simplificación extrema (podría denominarse “teoría del gran demonio”) cuenta con varias ventajas. Una de ellas es relevarnos de un análisis incómodo de los acontecimientos históricos recientes que tienen una concatenación causal directa: los enfrentamientos de Perón con la clase media durante los años 45/55, su derrocamiento, su proscripción durante 18 años, el surgimiento del terrorismo urbano, la respuesta ilegal. El golpe del 24 de marzo sirve para explicar a las nuevas generaciones el comienzo de todos los males en nuestro país, una especie de Big Bang del mal en la política argentina. Se trata de una simplificación tan brutal y elemental que revela un cierto paralelismo con la carencia de matices ideológicos de los que en aquellos años eligieron la vía armada.La versión oficial también proporciona otra ventaja: deja sin rol alguno, salvo el de víctimas, al terrorismo urbano, a la guerrilla. Vivimos un tiempo en el que toda explicación que intente incluir en el análisis de los hechos políticos de 1976 a la guerrilla es rotulada con el intimidatorio nombre de “teoría de los dos demonios”. No puede objetarse a los guerrilleros sin ser sometido al chantaje de ser sospechado de partidario del gobierno de Videla. Así, el asesinato de policías, gremialistas, militares o simples militantes políticos (Arturo Mor Roig, por ejemplo), incluso bajo la vigencia de la democracia (como el asesinato de José Rucci, por ejemplo) quedan fuera de la discusión pues se incurriría en equiparar estos asesinatos con las horrorosas desapariciones de miles de personas que practicaron los militares. Así, sólo resulta aceptable la condena de unos crímenes (horrorosos por cierto) y no la de otros crímenes. Y a partir de ahí ninguna discusión es posible. Con el paso de los años, las tres armas han hecho sus respectivas autocríticas e incluso se ha llegado al gesto sobreactuado de descolgar las figuras que resultan abominables de las paredes de los cuarteles. Cada militar debe hacer profesión de fe democrática en forma cotidiana, y demostrar día por día que piensa igual que el presidente sobre los hechos políticos y militares de esos años. Sin embargo, no se avista en el horizonte, al menos en boca de los principales protagonistas, ninguna autocrítica de los guerrilleros. Ninguno dice, por ejemplo, que no ha sido correcto asesinar a tal o cual militar, o a la hija de tal o cual militar. No hay una voz que diga que asesinar a Rucci, 48 horas después de que Perón ganara abrumadoramente la elección presidencial, fue una monstruosidad. Tampoco suele recordarse que la asunción del poder por parte de los militares era un objetivo buscado por parte de la guerrilla que pretendía, de ese modo, “agudizar las contradicciones del sistema”. No hay todavía un atisbo de autocrítica por parte de los derrotados militarmente en esos años.Pero hay una luz alentadora. Algunos intelectuales ya han comenzado a disentir de la versión oficial sobre los años de plomo y poco a poco se agregan nuevos puntos de vista. Hace pocos meses los textos de Oscar del Barco causaron gran revuelo. Al referirse a declaraciones de Héctor Jouvé publicadas en la revista La Intemperie, dijo Del Barco: “Este reconocimiento me lleva a plantear otras consecuencias que no son menos graves: a reconocer que todos los que de alguna manera simpatizamos o participamos, directa o indirectamente, en el movimiento Montoneros, en el ERP, en la FAR o en cualquier otra organización armada, somos responsables de sus acciones. Repito, no existe ningún ‘ideal’ que justifique la muerte de un hombre, ya sea del general Aramburu, de un militante o de un policía”. Asimismo, otros intelectuales, como Héctor Schmucler y Beatriz Sarlo, han intentado recientemente una visión distinta y menos autocomplaciente sobre los hechos que ocurrieron a partir del 24 de marzo de 1976. Quizá sea el comienzo de una nueva visión que incluya en el análisis algunos elementos hasta ahora omitidos en los clisés que se reiteran año tras año para esta fecha.

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martes, 22 de marzo de 2011

Hipotecando el futuro. Por Juan José Llach


La sensación reinante de un fácil triunfo electoral del oficialismo se asienta en gran medida en el rutilante aumento del consumo. Cualquier otro dato de la economía empalidece ante esta fiesta iniciada a la salida de la crisis de 2008-09, coincidente luego con el Bicentenario y que, sin dudarlo, ha permitido el equipamiento y la mejora de las condiciones de vida de millones de hogares en la Argentina.
No es la primera vez que vivimos situaciones de este tipo. Hay antecedentes peronistas, como 1946-52 y 1973-76; otros no peronistas, como la "plata dulce", y peronistas vergonzantes, como la convertibilidad.


Aunque muy distintas en tantos otros aspectos, todas estas experiencias llevaron el consumo a niveles insostenibles y terminaron mal. Que esto último ocurriera nuevamente en el futuro próximo sería doblemente lamentable, porque se daría por primera vez con la situación mundial tan favorable e interrumpiría el ciclo de casi diez años sin crisis serias que se ha dado ahora por primera vez en décadas.
¿Cuáles son los problemas de aumentar el consumo, si en última instancia es el objetivo final de la actividad económica? El primero es el riesgo de un final abrupto. El segundo es que coloca injustamente sobre las espaldas de las próximas generaciones, incluyendo las de los jóvenes de hoy, costosos gravámenes.
Son varios los factores que empujan hoy naturalmente a consumir. Perdido el miedo a la crisis, hay mayor propensión a gastar en esparcimiento, renovando o ampliando stocks de bienes durables y accediendo a nuevos productos, como las netbooks o los plasmas. A esto se agrega una política explícita de promoción del consumo mediante muy bajas tasas de interés y aumentos del gasto público y la base monetaria de más del 30% anual, sin reparar para ello en medios tales como usar las reservas del BCRA para pagar deudas o gasto público. Por cierto, todo esto resulta en un aumento de la inflación que, como se vio tantas veces en el pasado, hace crecer el consumo por la caída de incentivos al ahorro. Esto se ve claramente en los números macroeconómicos.
Si comparamos 2011 con los años notablemente virtuosos de la década, el resultado fiscal empeoró en cerca de 2,5% del PBI, pasando de superávit genuino a déficit o a superávit falaz, y el del balance de pagos cayó 3% del PBI, llegando virtualmente a cero. Ha habido pues una fuerte caída del ahorro público y del ahorro privado y esto ha contribuido a una caída de la inversión equivalente a 2,5% del PBI entre 2007 y 2010. No sólo se ahorra poco, sino que buena parte del ahorro no se realiza en pesos o dentro del sistema financiero, sino acumulando dólares o en el exterior. Las cifras varían enormemente según se use el balance de pagos (devengado) o el mercado cambiario (caja), mostrando una salida de capitales entre 2008 y 2010 de 16.000 millones de dólares, en el primer caso, y de 49.000 millones, en el segundo.
Otro punto que ilustra la naturaleza insostenible del consumismo en curso es la propia inflación. Ya se está llegando a niveles de aumentos de precios que limitarán el consumo por la pérdida de poder adquisitivo de muchos perceptores de ingresos. Se acentúan, asimismo, las distorsiones de precios relativos (tipo de cambio, energía, transportes). Y se están comprometiendo los niveles de vida futuros porque cuanto más se demore en estabilizar, más costoso será en términos de actividad económica, empleos y niveles de pobreza.
Una tercera hipoteca que la Argentina ha contraído es la del sistema previsional. Según estimaciones de Idesa, existen hoy 1,33 aportantes por jubilado, principalmente como consecuencia de los casi tres millones de nuevos beneficios otorgados sin aportes previos. Generosidad para unos e injusticia para otros, porque ésta es una de las causas por las que el haber medio provisional es apenas un 40% del salario medio del sector formal y por las que los juicios de los jubilados avanzan a paso tan lento, con burla sistemática de derechos adquiridos. Si no se buscan soluciones de fondo, esta espada de Damocles será cada vez más gravosa. El problema es más agudo porque el gasto público total se acerca al 45% del PBI, un nivel que luce insostenible. Su carga es aun más pesada porque, desde hace tiempo, la provisión de buena parte de los bienes y servicios públicos es muy deficitaria, como puede verse a diario en la inseguridad y en la baja calidad de la educación brindada en muchas escuelas y universidades.
Es cierto que tanto la cuestión de la seguridad social como la del gasto encuentran un cierto contrapeso en el bajo nivel de endeudamiento público explícito de la Nación, un 47% del PBI, que cae al 25% si se excluyen deudas dentro del propio sector público. Aunque estos valores son mucho mayores incluyendo los holdouts y las deudas del sistema previsional, debe reconocerse que un gobierno que se tome las cosas en serio tendría aquí una herramienta.
En la economía real, y pese a las declamaciones sobre el modelo productivo, la competitividad sistémica de la producción argentina no ha avanzado significativamente en la última década, salvo en la agricultura, la vitivinicultura y algunas empresas manufactureras. El país no está hoy mejor que hace una década para crecer y desarrollarse de manera endógena y sostenida y con mayor independencia de los vientos a favor globales. Se ha desaprovechado así una década excepcional. Las nuevas clases empresarias innovadoras no tienen masa crítica ni mucho menos la oscura y acelerada acumulación de capital de los grupos empresarios amigos del poder. En cuanto a las empresas públicas, aun desde una visión pragmática acerca de quién debe prestar los servicios, resulta claro que el avance estatal de esta década ha reducido la eficiencia y la eficacia en algunas prestaciones (casos de algunos ferrocarriles) y ha fomentado la dilapidación de recursos públicos, como se ve en el déficit creciente de Aerolíneas Argentinas o en casos como los de Atucha II o Cóndor Cliff y Barrancosa, mencionados por los ex secretarios de energía en su último documento.
Con la energía hay, por cierto, problemas más hondos, como el hecho de que la demanda aumenta más del 40% y la oferta crece 21%, lo que resulta en un sostenido aumento de las importaciones que nos convertirá en importadores netos en poco tiempo mientras se sigue casi regalando la energía a millones que pueden pagarla. La lista podría ampliarse hasta el cansancio, porque tampoco se está dando educación de calidad a buena parte de nuestros jóvenes ni limitando el desarrollo del poder paralelo del narcotráfico ni manteniendo y ampliando lo necesario la infraestructura de transportes.
Pese a ser un año de elecciones presidenciales, estos temas no figuran en la agenda del Gobierno, que, por el contrario, actúa como si no quisiera heredarse a sí mismo presentando todo lo que ocurre como un éxito que no empaña un futuro venturoso. En verdad, se está recayendo en el viejo error argentino de timbear el futuro pensando sólo en el presente. Más aún, ahora se hace aparecer como políticamente incorrecto al aguafiestas que advierte sobre los riesgos, y este clima instalado por el Gobierno contagia a parte de la oposición.
Es un grave error, porque para que la Argentina continúe creciendo deberán corregirse las falencias mencionadas. Todavía puede evitarse un final abrupto, aunque este riesgo ha aumentado considerablemente. En todo caso, la triste verdad es que, tal como se está procediendo, lo más probable es que sean una vez más los más pobres de la sociedad los principales pagadores de una fiesta en buena medida ajena.
El autor es economista y sociólogo. Fue ministro de Educación de la Nación

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Importante documento sobre la situación energética del país.


Ocho ex Secretarios de Energía han elaborado un meduloso trabajo sobre la situación energética de la Argentina. En razón de que el documento incluye cuadros estadísticos, nos resulta imposible reproducirlo aquí.

Los interesados pueden consultarlo en esta dirección: http://bit.ly/dXnMIF


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lunes, 21 de marzo de 2011

Para Obama la prioridad es Brasil, no América del Sur. Por Jorge Castro


América del Sur no es prioritaria para EE.UU., mientras que América Latina del Norte (de México a Panamá) ha completado su proceso de integración funcional con la sociedad y la economía norteamericanas. La prioridad de EE.UU. en América del Sur es Brasil, como lo señaló Obama en Río y Brasilia, no por sus características latinoamericanas, sino por su condición de actor global , tanto en lo político como lo económico.
Brasil es uno de los tres gigantes emergentes -junto con China e India-, que constituyen el eje del nuevo mecanismo global de acumulación , surgido tras la crisis financiera internacional 2008-2009. Este eje, en que China ocupa un lugar decisivo, constituye la prioridad estratégica de EE.UU. en su agenda global del siglo XXI.


Dice Lawrence Summers, ex director del Consejo Económico Nacional (US NEC) y cerebro estratégico de la administración Obama: “Cuando alguien escriba sobre la historia de nuestro tiempo en 50 o 100 años, no será sobre la gran recesión de 2008, ni respecto al problema fiscal de EE.UU. Lo hará sobre cómo el mundo -y en especial EE.UU.- se ajusta al movimiento del eje de la historia hacia China (…) La cuestión central de la política norteamericana es cómo se vincula con China en este mundo en transformación”.
El principal ajuste que tiene que hacer EE.UU. es fortalecer y renovar la industria manufacturera exportadora de bienes de equipo y de capital de alta tecnología. Esto ocurre cuando China se ha convertido en la primera fabricante de productos manufacturados en el mundo y ha dado término a la hegemonía de EE.UU. que duró 110 años .
China logró en 2010 producir 19,8% del PBI manufacturado mundial, mientras que EE.UU. ocupó el segundo lugar, con 19,4%. Es un giro fundamental de la división internacional de trabajo, referido al núcleo de la revolución industrial, que tiende a profundizarse. Falta agregar que la productividad norteamericana es inmensamente superior a la de China . Los dos países producen prácticamente lo mismo, pero EE.UU. utiliza 11 millones de trabajadores, en tanto China requiere más de 100 millones.
La industria manufacturera estadounidense crece ahora por encima del producto (6% anual/ 2,9%) e incluso el empleo en el sector supera el aumento general de la ocupación (+1,6% en febrero vs. 1%).
Esta expansión cíclica está acompañada de un cambio estructural.
El cálculo que hace el Consejo de Asesores Económicos de Obama (febrero 2011) es que 71% del aumento de las exportaciones industriales entre 2009 y 2014 provendrá de las economías emergentes.
Las ventas al Asia aumentaron 43% el año pasado y 58% a América latina, en tanto que en el mercado estadounidense crecieron 30%.
Ahora la industria exportadora ha sumergido la totalidad de sus operaciones en Internet, incluyendo el conjunto de la cadena global de provisión, desde el cliente a los nuevos productos, y los ha integrado en una sola estructura de operación mundial , que funciona a altos niveles de velocidad/productividad. Es una orquestación superior de lanzamientos de productos a escala planetaria, que sigue el rumbo de Apple, Google y Facebook.
En la industria exportadora de EE.UU. ahora hay 3,5 millones de trabajadores menos que en 2000, pero 75% de ellos hoy producen tanto como 100 entonces.
La tendencia de las exportaciones estadounidenses es nítida. En enero 2011 se exportaron U$S 167,700 millones de bienes y servicios, récord histórico. Significa que las exportaciones ascendieron a U$S 1,86 billones (+18,2%) y las exportaciones de bienes crecieron en ese período 22% . A su vez, las ventas a China aumentaron 32,2% y 35,5% a Brasil. La especialidad norteamericana es reinventarse cada 15 años, a condición de experimentar una crisis aguda de carácter histórico, como la de 2008/2009.

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El peligroso juego de los camiones chocadores. Por Jorge Raventos


El oficio de la Justicia suiza que solicita a los tribunales argentinos información sobre Hugo Moyano y algunos de sus parientes cercanos en una investigación sobre lavado de dinero puso al líder de los camioneros en el centro del escenario político. Un lugar donde le gusta estar. Moyano respondió a aquel pedido con un llamado a la huelga y una movilización a Plaza de Mayo, frente a la sede del gobierno. Luego tuvo que retroceder, aunque disimuló retóricamente el repliegue.
El año próximo, si nada se lo impide, Hugo Moyano celebrará los 25 años transcurridos desde que alcanzó la jefatura máxima del sindicato de Choferes de Camiones y los 40 desde que ocupó la secretaría general de la delegación marplatense del gremio, primera estación importante de su dilatada carrera. Mar del Plata fue también el escenario de sus iniciales escarceos políticos, en el peronismo de los explosivos años setenta.


Desde aquellos estruendos inaugurales , Moyano se ha proyectado a la condición que hoy ostenta: es un protagonista del sistema de poder de la Argentina.
En agosto de 2003 se convierte en titular de la Confederación Argentina de Trabajadores del Transportey en julio de 2004 asume la secretaría general de la Confederación General del Trabajo. Su gremio maneja la (hoy sospechada) Administración de Programas Especiales del ministerio de Salud, a través de la cual se distribuye a las obras sociales fondos para sostener tratamientos médicos excepcionalmente costosos; también se ha convertido en copropietario del Ferrocarril Belgrano Cargas y mantiene indudable influencia en la Secretaría de Transportes. Se atribuye a la familia de Moyano (en particular a la rama familiar derivada de su vínculo con Liliana Zulet, su actual esposa) el manejo de empresas que hacen sus principales negocios en relación con la mutual de los camioneros, administrándola, ocupándose de sus compras o proveyéndole bienes o servicios. También se ha señalado –la fuente son autoridades o concejales de comunas del Gran Buenos Aires- que el poder de Moyano está detrás del vertiginoso crecimiento de Covelia, una empresa dedicada a la recolección de basura urbana cuya facturación asciende a varios centenares de millones por año.
El tramo decisivo de este ascenso se produjo en el marco de lo que el mismo Moyano define como “este modelo”, es decir, la situación política y económica presidida por Néstor y Cristina Kirchner. El desaparecido ex presidente convirtió a Moyano en uno de los pilares de su sistema de gobierno: necesitaba evitar los desbordes sindicales y las huelgas salvajes y tener bajo control (para cortarlas o para impulsarlas) las movilizaciones del movimiento obrero, como lo intentaba paralelamente con los llamados “movimientos sociales” a través de figuras como Luis D’Elía. Favor con favor se paga. Moyano obtuvo múltiples concesiones: muchas para él y sus aliados gremiales, unas cuantas para el conjunto del movimiento obrero; una, en perjuicio de un sector gremial: la CTA (Central de Trabajadores Argentinos), a pesar de que en varios tramos de los gobiernos kirchneristas cabalgó al lado del oficialismo, nunca consiguió su personería gremial.
La sociedad entre el kirchnerismo y Moyano nunca se ha roto, aunque haya crecientes tensiones en su directorio. Cinco meses atrás, el camionero hizo una amable demostración de fuerza y recibió en el estadio de River a Néstor y Cristina Kirchner. Señalábamos entonces en esta columna que los dos miembros del matrimonio “fueron huéspedes de una amplia movilización que el kirchnerismo no podría convocar por sus propios medios. La CGT les permitió un módico baño de masas”. Hoy podría decirse que allí se tocó el techo de esa relación y allí Moyano puso sobre la mesa una factura que ha reiterado en los últimos días: reclamó, entonces que “un hombre del movimiento obrero” forme parte de la fórmula presidencial. “Queremos llegar al poder”, repitió esta semana.
Apenas concluyó aquella idílica celebración del 17 de octubre, se precipitaron otros acontecimientos. Primero ocurrió el episodio en que, en un choqueentre activistas ferroviarios, fue baleado (y luego murió) un militante del Partido Obrero, Mariano Ferreyra. La responsabilidad por el incidente fue asignada a la Unión Ferroviaria, uno de los gremios aliados a Moyano. Con el paso de los días su secretario general, José Pedraza terminaría detenido y demostraría sus dotes de profeta: : “Tengo la impresión de que el gobierno necesita un preso rápido”, había vaticinado. Dos días después, Néstor Kirchner era fulminado por un ataque coronario en su residencia de Santa Cruz, un rato después de mantener una tensa discusión telefónica con Moyano. Entre otras cuitas de aquellos días, el camionero se quejaba de que desde el matrimonio presidencial no lo protegieran suficientemente de las investigaciones judiciales que lo asechaban a él y a algunos miembros de su familia.
Dicen que Moyano tiene en su despacho una foto de Jimmy Hoffa, el mítico líder del gremio de camioneros (los temsters) de Estados Unidos cuya carrera (más bien parte de ella), él admira. Hoffa edificó una temida o respetada organización sindical y se transformó en uno de los personajes más poderosos de su país hasta que el 30 de julio de 1975 desapareció misteriosamente de la faz de la tierra sin que hasta hoy se sepa cuál fue su destino.
Es posible que en los últimos meses, además de pensar en Hoffa, Moyano haya reflexionado sobre la suerte de otro gremialista de gran poder, el mexicano Joaquín Hernández Galicia, a quien, jugando con la deformación de su nombre de pila, llamaban La Quina. Hernández Galicia no era transportista, sino petrolero y formaba, naturalmente, parte del entonces imbatible PRI (Partido Revolucionario Institucional). La Quina era poderoso y temido. Uno de los mandatarios que debió lidiar con él, Miguel De la Madrid, que presidió México entre 1982 y 1988, declaró que Hernández Galicia era “amenazante” y que él “le temía”. Tenía miedo “de que me creara un conflicto que afectara la gobernabilidad”. El presidente que sucedió a De la Madrid , Carlos Salinas de Gortari a pocas semanas de iniciar su período de gobierno, hizo detener a La Quina y a varios miembros de su familia, les imputó entre otros delitos la tenencia de armas de guerra y el gremialista terminó condenado a 35 años de cárcel. Salinas de Gortari incrementó notablemente su popularidad después de aquella decisión.
Algunos voceros del gobierno (caso del director del diario oficialista Tiempo, Roberto Caballero) estiman que Moyano está rodeado por dirigentes “propensos a la paranoia”. Lo cierto es que el dirigente camionero malicia que sectores del sedicente progresismo oficialista quisieran apartarlo de la proximidad del gobierno porque lo consideran poco presentable. Moyano tiene sus razones para esa sospecha. La señora Hebe de Bonafini, una figura emblemática de aquella tendencia oficialista, recordó la última semana en un diario de Neuquén ella le pasó a Néstor Kirchner una "listita" de personajes que el gobierno debía “sacar de la canastita" de los aliados. Moyano figuraba en esa nómina.
Caballero, el director de Tiempo, confesaba en su editorial del viernes 18 que “muchos progresistas, incluso los que son kirchneristas” se mostraban “satisfechos por los golpes que recibe” Moyano.
Con esos datos en la cabeza, Moyano no dudó el jueves de que era víctima de una conspiración cuando se enteró de que la Justicia suiza estaba investigándolo (a él y a familiares). El boletín Centro de Información Judicial, editado por la Corte Suprema de Justicia de Argentina, revelaba: “Lavado de dinero: piden informes sobre causas abiertas en el país contra Hugo Moyano”. Los informes debía ser proporcionados por el juez federal Norberto Oyarbide; así lo había determinado un sorteo entre juzgados federales, ocurrido después de que el expediente con la solicitud de una fiscalía helvética discurriera por la Cancillería y esta, en virtud del Tratado de Cooperación Judicial Argentino-Suizo de 1906, lo girara a Tribunales. A lo largo de esos ocho días de tramitación “nadie levantó el teléfono para advertirnos”, se quejaba a los gritos un gremialista del círculo de Moyano. “Ese escrito no debió llegar a la Justicia argentina – agregaba el ex juez Daniel Llermanos, hoy abogado de Moyano y directivo de alguna de las sociedades que proveen a los camioneros- ;debió ser rechazado por el Canciller, es un oficio lamentable e irrespetuoso”.
Fue así que Moyano tomó la decisión de decretar a una huelga de su gremio (a la que adherirían más tarde otras organizaciones del ramo transportista) y convocar a una manifestación a Plaza de Mayo. Sus voceros amenazaron también con ocupar los medios de comunicación que informaran “mal” sobre el jefe de los camioneros. Las consecuencias potenciales de las medidas prometidas (toma o asedio a diarios y agencias de noticias, cese del transporte de mercaderías y dinero y de la recolección de basura, presión sobre la Casa de Gobierno, por ejemplo) más allá de los excesos delirantes que puede adjudicárseles, testimonian la dimensión y peligrosidad potencial que Moyano y sus aliados intuyen detrás de sus presentes dificultades. Es probable que esa vulnerabilidad que presienten responda a un análisis realista: el camionero está cada día más aislado en su propio territorio. Más allá de que ya hay muchas organizaciones fuera o al margen de la CGT que conduce Moyano, entre las que permanecen hay cada día más gremios que toman distancia de su estilo de conducción. Uno de ellos es la Unión Obrera Metalúrgica. Conviene recordar que en 2008, cuando la central obrera se aprestaba a renovar su conducción, desde la Casa Rosada Cristina Kirchner impulsó un recambio e hizo filtrar a la prensa su preferencia por el metalúrgico Antonio Caló. Después, Néstor Kirchner ratificó su respaldo a Moyano.
El jefe camionero, en cualquier caso, forma parte central de lo que, con ánimo laudatorio, el diario Tiempo describe como ese “amplio universo que apoya, con todos sus matices, las políticas públicas del gobierno de Cristina Kirchner, cuya potencia política está asociada, precisamente, a esa increíble capacidad de acumular entre opuestos, a esa unidad que propone y consigue de lo diverso”.
Ciertamente, el gobierno consigue resultados de “lo diverso”. Está claro que no hubiera podido triunfar electoralmente el último domingo en Catamarca sin el aporte del conjunto del peronismo, incluyendo allí a los seguidores de Ramón Saadi, cuya figura fue reivindicada por la gobernadora electa. No es menos evidente que Moyano y los suyos han hecho un aporte de enorme importancia a la consolidación del poder de los Kirchner en estos años. Se trata de saber si esa “increíble capacidad de acumular entre opuestos” resistirá la prueba del ácido de la constitución de listas electorales y, paralelamente, de la aprobación de la opinión pública. Si ahora que no está Néstor Kirchner para volcar pegamento entre tanta diversidad, su viuda podrá generar confianza recíproca entre Moyano y Bonafini, entre el ministro bonaerense de Seguridad y Nilda Garré o León Arslanián, entre Daniel Scioli y Horacio Verbitsky, entre Moyano y el canciller Timerman. Se trata, además, de imaginar, cómo se pueden gobernar (o al menos, mantener en caja) las contradicciones y conflictos de esa acumulación de puestos cuando la caja se haya achicado, los superávits gemelos se hayan encogido, la inflación haya superado la marca de 35 puntos y cuando ya no quede por delante la esperanza de un nuevo período presidencial.
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lunes, 14 de marzo de 2011

Cristinismo y camporismo: el mandato genético


El último viernes, en el estadio de Huracán, unas cincuenta mil personas reunidas por las organizaciones juveniles y los llamados movimientos sociales que articula el gobierno, reclamaron la candidatura presidencial de la señora de Kirchner y probablemente inauguraron la etapa cristinista del oficialismo.
Que el kirchnerismo haya elegido el del 11 de marzo como fecha celebratoria tiene la virtud de la franqueza y confirma una genealogía que remite a 1973 y a la elección en que se concretó el último ensayo de la democracia proscriptiva forjada tras el derrocamiento de Juan Domingo Perón en 1955. Conviene recordar los hechos que ocurrían 38 atrás para entender mejor la simbología actual.


El régimen militar que presidía el general Alejandro Agustín Lanusse había comprendido que el reiterado intento de mantener políticamente marginado al peronismo se había vuelto impraticable. La Argentina navegaba las aguas de la ingobernabilidad y su poder sólo podía evitar el aislamiento completo si se apoyaba en el compromiso de convocar a elecciones.
Por un momento Lanusse llegó a imaginar que podría imponerle al exiliado Juan Perón un trato (el “gran acuerdo nacional”) que le permitiera a él mismo convertirse en presidente legal con los votos justicialistas: tal sueño se frustró, pero Lanusse se tomó su revancha. Las elecciones de marzo de 1973 se harían con una reforma de facto de la Constitución Nacional y con un Estatuto destinado a condicionar a los partidos políticos y a marginar la postulación electoral de Perón.
En rigor, si el gobierno militar lo hubiera querido, las cláusulas de ese arbitrario Estatuto también le hubieran permitido prohibir la candidatura de Héctor Cámpora, el delegado que el Justicialismo llevaría en la boleta presidencial. Perón le había ordenado a Cámpora que incumpliera ostensiblemente ese Estatuto, para dejar de manifiesto que el justicialismo no aceptaba los condicionamientos. Sin embargo, en lo que podría definirse como una arbitrariedad potenciada, se impidió la candidatura de Perón, pero no la de Cámpora. Lanusse sospechó que esa jugada introduciría una cuña en el campo adversario. No lo hacía sin información: varios oficiales de su sistema político mantenían contactos y negociaciones con hombres que rodeaban a Cámpora.
El candidato vicario del justicialismo era un hombre proveniente del conservadorismo bonaerense, pero en el juego de tensiones que por esos tiempos se desplegaban en el peronismo y en el país, a su sombra se cobijó la llamada “tendencia”, que tenía como eje a las organizaciones armadas Montoneros y FAR y agrupaba en su amplia periferia a sectores de distinta procedencia que se precipitaron aluvionalmente sobre el justicialismo cuando el fin del gobierno militar y el retorno electoral del peronismo se recortaban en el horizonte. En los tonos de la época, al conservador Cámpora le tocó liderar esa corriente fuertemente coloreada por el progresismo, en la que sin duda militaban sectores del peronismo clásico, pero en la que prevalecían los recién llegados. Del otro lado de la mesa, los sindicatos y la ortodoxia política resistían a pie firme lo que vivían contradictoriamente como renovación e invasión.
A la sombra de Cámpora, esa tendencia negocio en los territorios (provincias y municipios) las listas de candidatos y los cargos que premiarían el triunfo electoral que se descontaba. La tendencia se quedaría con gobernaciones, vicegobernaciones, ministerios, secretarías de Estado, jefaturas y subjefaturas policiales, entre otras cosas…
Pero la elección que iba a ocurrir en marzo de 1973 estaba envenenada por el mismo mal que había dañado otras elecciones intentadas por diferentes gobiernos militares desde 1955: el pecado de la proscripción. Había un proscripto: Juan Perón. Pero en su nombre se resumía en ese instante la reivindicación de soberanía popular que había resistido 18 años. Lanusse había prevalecido en ese sentido y muchos de los que iban a alcanzar posiciones de gobierno el 11 de marzo de 1973 preferían pensar en otra cosa y olvidarse del exiliado al que invocaban permanentemente.
Así, el gobierno surgido de la elección proscriptiva de marzo de 1973, iba a intentar desarrollar su propia lógica, desdeñando el hecho de que el dueño de los votos seguía proscripto y no acompañaba muchas de sus decisiones. Particularmente las que se apartaban de un programa de unión nacional.
Vale la pena recordar los juicios de un testigo, que fue protagonista de aquellos tiempos: Juan Manuel Abal Medina (padre del joven homónimo que hoy maneja la caudalosa comunicación oficial, y que fue en 1973, con menos de 30 años, secretario general del Movimiento peronista).

“ El gobierno de Cámpora – explicaba Abal Medina años después- era la expresión de algunos sectores del movimiento y no del conjunto. Esto no como intención de Cámpora, un hombre que formaba parte de los sectores tradicionales del movimiento, pero si por una presencia gravitante a nivel de otras jerarquías y algunas gobernaciones, de los sectores de la Tendencia”.
La Tendencia dependía de las organizaciones armadas y en estas, diría Abal Medina, "para mí, los jefes como Mario Firmenich y Eduardo Vaca Narvaja no eran precisamente unos teóricos. Llegaron personas como Roberto Quieto o Marcos Osatinsky, y los apabullaron. Quieto y Osatinsky no eran peronistas, y lo digo con todo respeto y afecto. Tenían un proyecto diferente al de Perón, que nadie les pudo o les supo discutir (…)En los actos cantaban Rucci, traidor, a vos te va a pasar lo mismo que a Vandor (Augusto Timoteo Vandor, líder metalúrgico, fue asesinado en un hecho que también reivindicó la guerrilla peronista). Los montoneros se creían los dueños de todo, y atacaban a la burocracia sindical sin entender que esa burocracia era una parte esencial del movimiento”.
Fue la profundización de ese conflicto, y el hecho de que Cámpora se viera empujado a contradecir por acción u omisión la política que Perón impulsaba desde Madrid, lo que sumió vertiginosamente al camporismo en la ingobernabilidad, determinó la renuncia del presidente y el vicepresidente y lo que daría la chance a la sociedad argentina de reencontrarse el 23 de septiembre de 1973, finalmente, con una democracia sin proscripciones.
Las tendencias camporistas de entonces perdieron decisivamente influencia con la renuncia de Cámpora (aunque mantuvieron una amplia presencia en lugares claves del Estado por varios meses) y el comicio sin proscripciones y el regreso de Perón a la presidencia fueron para ellas sapos difíciles de digerir.
De hecho, ellos y su descendencia política siguen evocando el eclipse del último, breve gobierno surgido de la proscripción como un momento fatal, el inicio de una etapa de decadencia.
Ya en aquel momento, la victoria electoral de Perón (con el 62 por ciento de los sufragios, 13 por ciento más de los que legítimamente había conseguido Cámpora en marzo, cuando la sociedad lo veía aún como la encarnación del lema “Cámpora al gobierno, Perón al poder”) fue intragable para el eje duro de la Tendencia. Dos días después de ese triunfo en las urnas, José Rucci, el jefe de la CGT y el colaborador político de más confianza de Perón, era asesinado a balazos. “Fue una provocación descabellada, y el punto de no retorno en la relación con Perón”, resumiría años después Juan Manuel Abal Medina en conversación con Mario Diament.

Así, la celebración del cristinismo en Huracán ostenta orgullosamente el pedigree del camporismo. Tiene cierta lógica que en las tribunas haya habido poca representación del peronismo territorial y del movimiento obrero.
La genética manda.
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Piqueteros intelectuales. Por Mario Vargas Llosa


Un puñado de intelectuales argentinos kirchneristas, vinculados al grupo "Carta Abierta", encabezados por el director de la Biblioteca Nacional Horacio González, pidió a los organizadores de la Feria del Libro de Buenos Aires, que se abrirá el 20 de abril, que me retirara la invitación para hablar el día de su inauguración. La razón del veto: mi posición política "liberal", "reaccionaria", enemiga de las "corrientes progresistas del pueblo argentino" y mis críticas a los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner.


Bastante más lúcida y democrática que sus intelectuales, la presidenta Cristina Fernández se apresuró a recordarles que semejante demostración de intolerancia y a favor de la censura no parecía una buena carta de presentación de su Gobierno ni oportuna cuando parece iniciarse una movilización a favor de la reelección. Obedientes, pero sin duda no convencidos, los intelectuales kirchneristas dieron marcha atrás.Me alegra coincidir en algo con la presidenta Cristina Fernández, cuyas políticas y declaraciones populistas en efecto he criticado, aunque sin llegar nunca al agravio, como alegó uno de los partidarios de mi defenestración. Nunca he ocultado mi convencimiento de que el peronismo, aunque haya impulsado algunos progresos de orden social y sindical, hechas las sumas y las restas ha contribuido de manera decisiva a la decadencia económica y cultural del único país de América Latina que llegó a ser un país del primer mundo y a tener en algún momento un sistema educativo que fue un ejemplo para el resto del planeta. Esto no significa, claro está, que aliente la menor simpatía por sus horrendas dictaduras militares cuyos crímenes, censuras y violaciones de los derechos humanos he criticado siempre con la mayor energía en nombre de la cultura de la libertad que defiendo y que es constitutivamente alérgica a toda forma de autoritarismo.Precisamente la única vez que he padecido un veto o censura en Argentina parecido al que pedían para mí los intelectuales kirchneristas fue durante la dictadura del general Videla, cuyo ministro del Interior, el general Harguindey, expidió un decreto de abultados considerandos prohibiendo mi novela La tía Julia y el escribidor y demostrando que esta era ofensiva al "ser argentino". Advierto con sorpresa que los intelectuales kirchneristas comparten con aquel general cierta noción de la cultura, de la política y del debate de ideas que se sustenta en un nacionalismo esencialista un tanto primitivo y de vuelo rasero.Porque lo que parece ofender principalmente a Horacio González, José Pablo Feinmann, Aurelio Narvaja, Vicente Battista y demás partidarios del veto, por encima de mi liberalismo es que, siendo un extranjero, me inmiscuya en los asuntos argentinos. Por eso les parecía más justo que abriera la Feria del Libro de Buenos Aires un escritor argentino en consonancia con las "corrientes populares".Si tal mentalidad hubiera prevalecido siempre en la Argentina el general José de San Martín y sus soldados del Ejército Libertador no se hubieran ido a inmiscuir en los asuntos de Chile y el Perú y, en vez de cruzar la Cordillera de los Andes impulsados por un ideal anticolonialista y libertario, se hubieran quedado cebando mate en su tierra, con lo que la emancipación hubiera tardado un poco más en llegar a las costas del Pacífico sudamericano. Y si un rosarino llamado Ernesto "Che" Guevara hubiera profesado el estrecho nacionalismo de los intelectuales kirchneristas, se hubiera eternizado en Rosario ejerciendo la medicina en vez de ir a jugarse la vida por sus ideas revolucionarias y socialistas en Guatemala, Cuba, el Congo y Bolivia.El nacionalismo es una ideología que ha servido siempre a los sectores más cerriles de la derecha y la izquierda para justificar su vocación autoritaria, sus prejuicios racistas, sus matonerías, y para disimular su orfandad de ideas tras un fuego de artificio de eslóganes patrioteros. Está visceralmente reñido con la cultura, que es diálogo, coexistencia en la diversidad, respeto del otro, la admisión de que las fronteras son en última instancia artificios administrativos que no pueden abolir la solidaridad entre los individuos y los pueblos de cualquier geografía, lengua, religión y costumbres pues la nación –al igual que la raza o la religión- no constituye un valor ni establece jerarquías cívicas, políticas o morales entre la colectividad humana. Por eso, a diferencia de otras doctrinas e ideologías, como el socialismo, la democracia y el liberalismo, el nacionalismo no ha producido un solo tratado filosófico o político digno de memoria, solo panfletos a menudo de una retórica tan insulsa como beligerante. Si alguien lo vio bien, y lo escribió mejor, y lo encarnó en su conducta cívica fue uno de los políticos e intelectuales latinoamericanos que yo admiro más, el argentino Juan Bautista Alberdi, que llevó su amor a la justicia y a la libertad a oponerse a la guerra que libraba su propio país contra Paraguay, sin importarle que los fanáticos de la intolerancia lo acusaran de traidor.Los vetos y las censuras tienden a imposibilitar todo debate y a convertir la vida intelectual en un monólogo tautológico en el que las ideas se desintegran y convierten en consignas, lugares comunes y clisés. Los intelectuales kirchneristas que solo quisieran oír y leer a quienes piensan como ellos y que se arrogan la exclusiva representación de las "corrientes populares" de su país están muy lejos no sólo de un Alberdi o un Sarmiento sino también de una izquierda genuinamente democrática que, por fortuna, está surgiendo en América Latina, y que en países donde ha estado o está en el poder, como en Chile, el Brasil, el Uruguay, ha sido capaz de renovarse, renunciando no solo a sus tradicionales convicciones revolucionarias reñidas con la democracia "formal" sino al populismo, al sectarismo ideológico y al dirigismo, aceptando el juego democrático, la alternancia en el poder, el mercado, la empresa y la inversión privadas, y las instituciones formales que antes llamaba burguesas. Esa izquierda renovada está impulsando de una manera notable el progreso económico de sus países y reforzando la cultura de la libertad en América Latina.¿Qué clase de Argentina quieren los intelectuales kirchneristas? ¿Una nueva Cuba, donde, en efecto, los liberales y demócratas no podríamos jamás dar una conferencia ni participar en un debate y donde sólo tienen uso de la palabra los escribidores al servicio del Régimen? La convulsionada Venezuela de Hugo Chávez es tal vez su modelo. Pero allí, a diferencia de los miembros del grupo "Carta Abierta", la inmensa mayoría de intelectuales, tanto de izquierda como de derecha, no es partidaria de los vetos y censuras. Por el contrario, combate con gran coraje contra los atropellos a la libertad de expresión y la represión creciente del gobierno chavista a toda forma de disidencia u oposición.De quienes parecen estar mucho más cerca de lo que tal vez imaginan Horacio González y sus colegas es de los piqueteros kirchneristas que, hace un par de años, estuvieron a punto de lincharnos, en Rosario, a una treintena de personas que asistíamos a una conferencia de liberales, cuando el ómnibus en que nos movilizábamos fue emboscado por una pandilla de manifestantes armados de palos, piedras y botes de pintura. Durante un buen rato debimos soportar una pedrea que destrozó todas las lunas del vehículo, y lo dejó abollado y pintarrajeado de arriba abajo con insultos. Una experiencia interesante e instructiva que parecía concebida para ilustrar la triste vigencia en nuestros días de aquella confrontación entre civilización y barbarie que describieron con tanta inteligencia y buena prosa Sarmiento en su Facundo y Esteban Echeverría en ese cuento sobrecogedor que es El matadero.Me apena que quien encabezara esta tentativa de pedir que me censuraran fuera el director de la Biblioteca Nacional, es decir, alguien que ocupa ahora el sitio que dignificó Jorge Luis Borges. Confío en que no lo asalte nunca la idea de aplicar, en su administración, el mismo criterio que lo guió a pedir que silenciaran a un escritor por el mero delito de no coincidir con sus convicciones políticas. Sería terrible, pero no inconsecuente ni arbitrario. Supongo que si es malo que las ideas "liberales", "burguesas" y "reaccionarias" se escuchen en una charla, es también malísimo y peligrosísimo que se lean. De ahí hay solo un paso a depurar las estanterías de libros que desentonan con "las corrientes progresistas del pueblo argentino".

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