domingo, 11 de abril de 2010

Aislamiento y grandes ilusiones. Por Jorge Raventos


Durante los años en que ha sido comandada por la familia Kirchner, la Argentina se ha aislado del mundo.

Dos noticias de esta semana - la presencia en Washington del matrimonio presidencial en pleno y la posibilidad de que Néstor Kirchner asuma en mayo la presidencia de Unasur, el bloque de naciones sudamericanas- podrían ser consideradas una refutación práctica de aquella idea. Se trataría, sin embargo, de una interpretación chueca, de una confusión.
El gobierno K utiliza en Estados Unidos parte de la capacidad instalada de una Argentina que existió antes de ellos; la participación actual del país en los foros del G20 está determinada por la ley de la inercia, la misma que hace que Argentina aún siga siendo, por ejemplo, aliada extra-OTAN de los Estados Unidos.

La relevancia específica de la Argentina K está mejor reflejada por otros hechos. Uno: a quince meses de la asunción de Barack Obama, la señora de Kirchner no ha conseguido aún que el presidente de Estados Unidos le conceda una entrevista a solas (y ello pese a los desvelos monotemáticos del embajador en Washington, el ex director del diario La Tarde, Héctor Timmerman). En la Cámara de Comercio americana, en Washington, donde hizo una representación de diálogo, la señora sólo una pregunta de las que respondió era genuina, pues las demás las habían redactado sus adláteres ( “ya estaban redactadas –describe un diario-. Cuando se empezaba a leerlas, las mesas con los emporesarios todavía estaban entregando sus consultas por escrito que, claro, nunca llegaron a destino”). El número uno de una ONG amiga de la Argentina (Peter Hakim, de Inter American Dialogue) puntualizó: “Nada contestó sobre cómo va a resolver la deuda y no fue suficiente lo que dijo del canje. Tampoco hubo ninguna referencia a la relación con el FMI, el club de París o la credibilidad de las estadísticas”.

La semana próxima el presidente de la segunda potencia mundial (y principal cliente del país), Hu Jintao, de la República Popular China, se convertirá en otro de los mandatarios del mundo que visita el espacio aéreo argentino pero no se detiene en tierra. Jintao –como hiciera , entre otros, Vladimir Putin- viajará de Brasil a Chile sin escala en Buenos Aires. En enero, la señora de Kirchner lo dejó plantado en Beijing, desbaratando una visita oficial largamente trabajada por las cancillerías de ambos países. ¿Se acuerdan del motivo? La señora no quiso volar a China para no transmitirle por unos días el mando a Julio Cobos, el vicepresidente. Como para adornar con más detalles aquel plantón, el gobierno K bloqueó importaciones de China aplicando medidas de viejo corte proteccionista. Ahora el gobierno chino ha frenado sus propias importaciones de aceite de soja argentino (que suman anualmente unos 2.000 millones de dólares) invocando causas que hasta ahora había pasado por alto.

Se ve, pues, que más allá del ilusionismo de los viajes o los cargos, la realidad es que la Argentina K tiene expedientes abiertos nada menos que en las dos capitales mayores del actual sistema mundial. Y no sólo con ellas, claro, pero basta mencionar ese detalle, para sustentar suficientemente la idea del aislamiento.

En verdad, lo que otros pueden llamar aislamiento, representa más bien desde la mirada del matrimonio presidencial una manifestación de desinterés. El gobierno siempre ha observado las relaciones de Argentina con el mundo desde el ángulo más estrecho de su interés doméstico, de la eventual capitalización a corto plazo de sus gestos en el terreno de la opinión pública local o, eventualmente, si hay urnas cercanas, de los votos que según sus cálculos pueden cosechar.

Antes del fin de abril –probablemente el 20- se conocerá el fallo del Tribunal de La Haya sobre el diferendo con Uruguay por la instalación de la papelera Botnia frente a Gualeguaychú. El caso es un ejemplo paradigmático de la preponderancia de lo doméstico sobre la visión estratégica en el gobierno. El respaldo demagógico que desde la Casa Rosada se otorgó en primera instancia a la asamblea de Gualeguaychú poco tuvo que ver con un análisis a fondo del problema y de sus consecuencias. La superficialidad con que se trató el asunto facilitó primero que el gobierno de Montevideo actuara sin cumplir acabadamente los requisitos que fijan los acuerdos binacionales. Después, cedió el manejo de las relaciones exteriores a un grupo de vecinos entrerrianos, envenenó la relación con Uruguiay y permitió el bloqueo de un puente internacional por años. Agréguese que quedó desplazado de la agenda otro tema: la Argentina se automarginaba de la revolución forestal que está en marcha en el mundo. En definitiva, para intentar eludir la trampa que se había autoingligido, el gobierno decidió ir a La Haya para que fueran sus jueces los que dieran la mala noticia. Porque está claro –y lo estuvo para el gobierno desde el primer instante- que después de esa sentencia la planta de Botnia seguirá erigida en el mismo lugar en que se encuentra.

Las grandes ilusiones no pasan de ser eso: pases de magia que pueden entretener por un momento, pero que sólo los ingenuos toman por la vera realidad.

De todos modos, a juzgar inclusive por varias confesiones de la última semana, el país parece soportar una cierta inflación de ingenuidad.

Un ejemplo: algunos kirchneristas y más de un opositor (sin descartar a varios analistas críticos) imaginan que el gobierno está atravesando un “veranito” cuando el almanaque dictaminaba otoño.

Habrá que admitir una pizca de ironía en el hecho de que, justo en el mismo instante, un número significativo de líderes avezados y nada candorosos del propio oficialismo se inquietan exactamente por el fenómeno in verso: analizan cuánto puede perjudicar a las listas peronistas que ellos se disponen a encabezar o armar la terca estrategia de los Kirchner y la posibilidad (que ellos avizoran como un destino ineludible) de que Néstor quiera ser el candidato presidencial. Estos líderes territoriales (así como algunos líderes parlamentarios que aspiran a ser candidatos importantes en sus provincias) estudian por estos días de que modo pueden operar con prudencia y eficacia para evadirse del cepo en que los quiere mantener atrapados el matrimonio presidencial.

En Olivos (y hasta desde la fría Washington) Kirchner monitorea esos movimientos de los que, como es obvio, está bien enterado (porque tiene recursos y mecanismos para enterarse). El observó con escozor que dos personalidades de peso en el oficialismo –nada menos que Daniel Scioli y Hugo Moyano- hayan formulado comentarios sobre la inflación: “La gente está preocupada por los precios”, admitió el gobernador bonaerense. El camionero, por su parte, advirtió que los gremios discutirán salarios tomando en cuenta “el INDEC del mostrador”. Son obvios mensajes a Kirchner para que el gobierno haga algo con una inflación que ya crece, para analistas muy especializados, con una proyección de más de 30 puntos para el año. ¿Se trata de mensajes acordados? Si lo fueran, en Olivos sospecharían conspiración. Que no lo sean es probablemente más aciago: sería una señal de que coinciden porque ven la misma peligrosa realidad. No vaticinan “veranitos”. Le temen al General Invierno.

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