La industria manufacturera norteamericana creó 4.000 puestos de trabajo en enero de este año, y desde julio de 2012 el saldo neto ha sido cero. Al mismo tiempo, el crecimiento de la actividad en el último trimestre del año pasado y el primer mes de 2013 fue más del doble que el auge del producto (6% vs 2,3%), y es el mayor nivel de expansión alcanzado desde 2009.
La industria estadounidense crece pero no crea empleo, y en el mediano y largo plazo tiende a disminuirlo cada vez más. En 1979, la fuerza de trabajo industrial estaba constituida por 19,4 millones de operarios y ahora se ha reducido a 11,5 millones (-41%).
El PBI industrial es 11% del producto, pero atrae 40% de los recursos destinados a la investigación y el desarrollo científico y tecnológico (I&D), porcentaje que trepa al 72% si se toma en cuenta los que se originan sólo en el sector privado. Detrás de esta expansión sin creación de empleo, hay un fenomenal aumento de la productividad.
Los costos industriales por unidad de producto han caído 11% en los últimos 10 años y la fuerza de trabajo se redujo en esta etapa en 6 millones.
Lo que ha ocurrido con el sector automotor es revelador de esta tendencia de fondo. El costo de la hora de trabajo era 40% más elevado en Detroit hace 5 años (2007) que los de las terminales extranjeras ubicadas en los Estados del Sur. Hoy los costos de General Motors, Chrysler y Ford son virtualmente iguales a los de sus competidores sureños. Los dos primeros estaban en quiebra en 2009 y ahora han vuelto a ganar franjas de mercado con ganancias record.
Al acelerarse el cambio tecnológico, aumenta la productividad y se eleva la intensidad del capital (crece su “composición orgánica”) y pierde relevancia, en forma inversa, el costo laboral.
No sólo se reduce la fuerza de trabajo, sino que aumenta su carácter indirecto y su coeficiente intelectual; y en el horizonte, tiende a desaparecer como componente significativo del proceso de acumulación.
Como parte de esta tendencia, disminuye la tasa de ganancia, porque la competencia se intensifica debido a la extraordinaria abreviación del ciclo del producto y la multiplicación de la competencia. La paradoja de EE.UU. es que los sectores tecnológicamente más avanzados (es el caso de Apple), a pesar de que aumentan excepcionalmente sus ventas en el mercado mundial, ven caer sistemáticamente su tasa de ganancia, sobre todo marginal.
Esto no deja más alternativa que la búsqueda obsesiva de un nuevo ciclo de innovación, que permita obtener “superganancias”, provenientes del monopolio (temporario) del cambio tecnológico.
El ciclo de innovación estadounidense tiene la siguiente conformación: las horas de trabajo por unidad de producto han caído 30% en los últimos 10 años y al mismo tiempo el stock de equipos de alta tecnología se ha incrementado 80%. Esto sucede a pesar de que la relación entre el cash flow (capital líquido inmediatamente disponible para compras e inversiones) y la tasa de inversión en capital fijo o hundido es la más baja desde 1935. Si esa situación se revirtiera, y el cambio tecnológico fuera acompañado por un boom de inversión, lo que no ocurre en el momento actual, la tendencia de fondo de la industria norteamericana, en vez de modificarse, se acentuaría.
EE.UU. es hoy la cabeza de la innovación y la avanzada de la productividad de la industria manufacturera de alta tecnología del mundo.
El hoy de EE.UU. es el futuro del sistema mundial en términos industriales.
Se acelera la innovación, se abrevia el ciclo del producto y se intensifica la competencia, en tanto se torna crecientemente irrelevante la fuerza de trabajo.
El futuro que adelante la industria norteamericana está cargado de crisis, conflictos y contradicciones, ante todo, sociales y humanas. Conviene desechar las categorías de optimismo o pesimismo para comprender esta etapa de la historia del capitalismo.
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