A siete días del 28 de junio, los pronósticos electorales comienzan a volverse cautelosos: hasta las enloquecidas brújulas de los encuestadores cautivos de la demanda oficialista parecen normalizarse, apuntan a resultados plausibles amparados, en todo caso, por el bendito “error muestral”. Ya no se escuchan vaticinios como el de Artemio López, que Horacio Verbitsky difundia el 12 de abril en su columna de Página 12: “Kirchner es imbatible en el conurbano”, ni otros que garantizaban al ex presidente,en el conjunto de la provincia, ventajas de entre 7 y 12 puntos (Zuleta Puceiro, Ibarómetro). Ahora todos coinciden en que “ha habido variaciones”, que vale la pena “observar con atención” esos cambios, porque, en fin, las chances del oficialismo y las del peronismo disidente que encarna la dupla Francisco De Narváez-Felipe Solá se han empardado, en un paisaje general de polarización.
Seguramente hoy, primer día del invierno, se difundirán varias nuevas encuestas y allí se confirmará ese diagnóstico: paridad entre el oficialismo y Unión-Pro, basada tanto en una leve caída de Kirchner como en un ascenso de De Narváez, que tiende a concentrar la mayoría del voto opositor, a expensas, en primer lugar, del panradicalismo que en territorio bonaerense encabeza Margarita Stolbizer. Artemio López anticipa los efectos de manera críptica, tal vez para no ofender más a sus amigos del oficialismo: “La clave es la evolución del Acuerdo Cívico que hoy mide 20 por ciento. Si crece o se estanca, la ventaja del FPV es consistente. Si cae, el escenario es indecidible”. ¡¿Lo qué?!
Otro analista lo expone más clarito: “Un dato relevante que sabrán interpretar en Olivos será el porcentaje que recoja la boleta de Margarita Stolbizer: si se encoge por debajo del 20 por ciento, Kirchner sabrá anticipadamente que él es la segunda víctima de ese achicamiento, porque los votos opositores que emigran de Stolbizer aterrizan en la boleta de Unión-Pro”.
Seguramente para abortar ese proceso el gobierno ensaya desde el viernes en distrito bonaerense la clásica táctica del abrazo del oso: Aníbal Fernández, Carlos Kunkel y Florencio Randazzo, los tres mosqueteros más obedientes con que cuenta Néstor Kirchner, se lanzaron a insinuar que a partir del lunes 29 el kirchnerismo y la disidencia peronista “se reunificarán” y tratarán alrededor de una mesa sus “asuntos de familia”. El Señor de Olivos y sus lenguaraces saben como nadie que ante el electorado independiente pocas cosas son más –usando un término de Juan Perón- “piantavotos” que las relaciones con el oficialismo, de modo que procuran impregnar con ese fluido a sus adversarios de la disidencia peronista para darle una mano a Stolbizer, que a esta altura se ha vuelto el irónico modo como Kirchner cree poder ayudarse a sí mismo.
En rigor, a Kirchner se le ocurrió esa maniobra cuando registró el éxito que empezó a darle ese argumento a los socialistas santafesinos de Hermes Binner. Carlos Reutemann venía punteando cómodo en las encuestas hasta que el gobernador Binner intervino en la campaña para sostener a su candidato, Rubén Giustiniani. Lo hizo atacando a Reutemann por su pasada gestión en la provincia y, sobre todo, deslizando la idea de que existe un pacto clandestino entre el Lole y el oficialismo nacional. A partir de allí, Giustiniani empezó a descontar diferencias y hoy algunas encuestas hasta lo imaginan ganador. Kirchner ya da por perdida la provincia de Santa Fé (como Córdoba, Capital y Mendoza), pero que los socialistas le ganaran a Reutemann lo haría extremadamente feliz. Reutemann está dispuesto a dedicar todo el último tramo de la campaña a remarcar inequívocamente que no hay reconciliación posible entre él y los Kirchner. Sabe que la energía que ponga en esa diferenciación es la clave de su posible triunfo.
Aún mayor satisfacción que ver derrotado a Reutemann sería para Kirchner conseguir que la Coalición Cívica alcance más del 20 por ciento de los votos el domingo próximo: eso le daría réditos directos.
Si bien se mira, Elisa Carrió y muchos de los candidatos cívicos bonaerenses se cansaron de asegurar que “Kirchner y los peronistas disidentes son lo mismo”. A diferencia de Santa Fé, donde el liderazgo socialista consiguió darle cierta credibilidad a ese argumento, en el distrito bonaerense ese razonamiento no resultó verosímil. Ahora, el kirchnerismo, con declaraciones de tres de sus funcionarios peor mirados, procura ofrecerle algunos flecos de plausibilidad: habrá que ver si consigue llegar más allá de las mentalidades conspirativas. “Con el kirchnerismo no vamos ni hasta la esquina”, se encargó de aclarar De Narváez, por si acaso.
Se espera que la consultora Poliarquía, que fue la primera de las mayores en revelar el escenario depolarización (y la primera que le concedió a De Narváez el primer puesto en Buenos Aires), revele el primer domingo del invierno su nuevo estudio: seguramente habrá menos indecisos que en su registro anterior, probablemente confirmará las tendencias que dio a conocer una quincena atrás. No es una hipótesis peregrina, cuando todas las consultoras que daban ganador a Kirchner admiten ahora que la tendencia se invirtió.
Quizás para palpitar los resultados del 28 haya que mirar un poco más hondo: las elecciones difieren de las encuestas en varios aspectos. El principal, los comicios se asientan en organizaciones políticas. Otro: para votar en la elección es necesario ir al recinto de votación, lo que requiere una voluntad y una decisión. Las mismas encuestas revelan que hay sectores signitificativos que dudan a esta altura si votarán o se quedarán en su casa. En este punto, De Narváez parece más vulnerable que el oficialismo, ya que las encuestas que estudian esos comportamientos indican que los más propensos a no votar se encuentran en las franjas de edad más jóvenes (18 a 25 años; menores de 40), que son justamente los segmentos generacionales en los que Unión-Pro consigue los mayores respaldos. De Narváez tiene que luchar tanto contra la dispersión del voto opositor, como contra el descreimiento que alimenta el escepticismo y la no participación electoral.
Luego está el fantasma de las maniobras ilegales: “La incidencia del fraude puede estar en el orden de los 4 puntos”, dicen los especialistas. De allí la necesidad de superar ese margen. “Tenemos que llegar a seis puntos de ventaja para que no nos puedan ganar ni haciendo fraude”, le confiaron al diario Clarín asesores de De Narváez que, según sus propias encuestas, se consideran –una semana antes del 28- ganando por 3,7 puntos.
El domingo 28 habrá pasado el momento de las encuestas. Será el tiempo de las urnas, la hora de la verdad. A partir de allí, empieza otro ciclo.
Seguramente hoy, primer día del invierno, se difundirán varias nuevas encuestas y allí se confirmará ese diagnóstico: paridad entre el oficialismo y Unión-Pro, basada tanto en una leve caída de Kirchner como en un ascenso de De Narváez, que tiende a concentrar la mayoría del voto opositor, a expensas, en primer lugar, del panradicalismo que en territorio bonaerense encabeza Margarita Stolbizer. Artemio López anticipa los efectos de manera críptica, tal vez para no ofender más a sus amigos del oficialismo: “La clave es la evolución del Acuerdo Cívico que hoy mide 20 por ciento. Si crece o se estanca, la ventaja del FPV es consistente. Si cae, el escenario es indecidible”. ¡¿Lo qué?!
Otro analista lo expone más clarito: “Un dato relevante que sabrán interpretar en Olivos será el porcentaje que recoja la boleta de Margarita Stolbizer: si se encoge por debajo del 20 por ciento, Kirchner sabrá anticipadamente que él es la segunda víctima de ese achicamiento, porque los votos opositores que emigran de Stolbizer aterrizan en la boleta de Unión-Pro”.
Seguramente para abortar ese proceso el gobierno ensaya desde el viernes en distrito bonaerense la clásica táctica del abrazo del oso: Aníbal Fernández, Carlos Kunkel y Florencio Randazzo, los tres mosqueteros más obedientes con que cuenta Néstor Kirchner, se lanzaron a insinuar que a partir del lunes 29 el kirchnerismo y la disidencia peronista “se reunificarán” y tratarán alrededor de una mesa sus “asuntos de familia”. El Señor de Olivos y sus lenguaraces saben como nadie que ante el electorado independiente pocas cosas son más –usando un término de Juan Perón- “piantavotos” que las relaciones con el oficialismo, de modo que procuran impregnar con ese fluido a sus adversarios de la disidencia peronista para darle una mano a Stolbizer, que a esta altura se ha vuelto el irónico modo como Kirchner cree poder ayudarse a sí mismo.
En rigor, a Kirchner se le ocurrió esa maniobra cuando registró el éxito que empezó a darle ese argumento a los socialistas santafesinos de Hermes Binner. Carlos Reutemann venía punteando cómodo en las encuestas hasta que el gobernador Binner intervino en la campaña para sostener a su candidato, Rubén Giustiniani. Lo hizo atacando a Reutemann por su pasada gestión en la provincia y, sobre todo, deslizando la idea de que existe un pacto clandestino entre el Lole y el oficialismo nacional. A partir de allí, Giustiniani empezó a descontar diferencias y hoy algunas encuestas hasta lo imaginan ganador. Kirchner ya da por perdida la provincia de Santa Fé (como Córdoba, Capital y Mendoza), pero que los socialistas le ganaran a Reutemann lo haría extremadamente feliz. Reutemann está dispuesto a dedicar todo el último tramo de la campaña a remarcar inequívocamente que no hay reconciliación posible entre él y los Kirchner. Sabe que la energía que ponga en esa diferenciación es la clave de su posible triunfo.
Aún mayor satisfacción que ver derrotado a Reutemann sería para Kirchner conseguir que la Coalición Cívica alcance más del 20 por ciento de los votos el domingo próximo: eso le daría réditos directos.
Si bien se mira, Elisa Carrió y muchos de los candidatos cívicos bonaerenses se cansaron de asegurar que “Kirchner y los peronistas disidentes son lo mismo”. A diferencia de Santa Fé, donde el liderazgo socialista consiguió darle cierta credibilidad a ese argumento, en el distrito bonaerense ese razonamiento no resultó verosímil. Ahora, el kirchnerismo, con declaraciones de tres de sus funcionarios peor mirados, procura ofrecerle algunos flecos de plausibilidad: habrá que ver si consigue llegar más allá de las mentalidades conspirativas. “Con el kirchnerismo no vamos ni hasta la esquina”, se encargó de aclarar De Narváez, por si acaso.
Se espera que la consultora Poliarquía, que fue la primera de las mayores en revelar el escenario depolarización (y la primera que le concedió a De Narváez el primer puesto en Buenos Aires), revele el primer domingo del invierno su nuevo estudio: seguramente habrá menos indecisos que en su registro anterior, probablemente confirmará las tendencias que dio a conocer una quincena atrás. No es una hipótesis peregrina, cuando todas las consultoras que daban ganador a Kirchner admiten ahora que la tendencia se invirtió.
Quizás para palpitar los resultados del 28 haya que mirar un poco más hondo: las elecciones difieren de las encuestas en varios aspectos. El principal, los comicios se asientan en organizaciones políticas. Otro: para votar en la elección es necesario ir al recinto de votación, lo que requiere una voluntad y una decisión. Las mismas encuestas revelan que hay sectores signitificativos que dudan a esta altura si votarán o se quedarán en su casa. En este punto, De Narváez parece más vulnerable que el oficialismo, ya que las encuestas que estudian esos comportamientos indican que los más propensos a no votar se encuentran en las franjas de edad más jóvenes (18 a 25 años; menores de 40), que son justamente los segmentos generacionales en los que Unión-Pro consigue los mayores respaldos. De Narváez tiene que luchar tanto contra la dispersión del voto opositor, como contra el descreimiento que alimenta el escepticismo y la no participación electoral.
Luego está el fantasma de las maniobras ilegales: “La incidencia del fraude puede estar en el orden de los 4 puntos”, dicen los especialistas. De allí la necesidad de superar ese margen. “Tenemos que llegar a seis puntos de ventaja para que no nos puedan ganar ni haciendo fraude”, le confiaron al diario Clarín asesores de De Narváez que, según sus propias encuestas, se consideran –una semana antes del 28- ganando por 3,7 puntos.
El domingo 28 habrá pasado el momento de las encuestas. Será el tiempo de las urnas, la hora de la verdad. A partir de allí, empieza otro ciclo.
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