(Nota aparecida en La Voz del Interior - Sábado 6/06/2009)
El tiempo admite un significado cualitativo, diferente de la simple sucesión cronológica. Como ejemplo, cinco años pueden parecernos triviales en el calendario, pero quizá reflejen una complejidad jeroglífica en el entramado de hechos políticos. Basta retroceder a marzo de 2004, cuando en la ciudad de Córdoba Luis Juez como intendente anfitrión recibía a Aníbal Ibarra –entonces jefe de gobierno porteño– y a los socialistas rosarinos Hermes Binner y Miguel Lifschitz. Los convocaba Néstor Kirchner, acercándose al primer año de su presidencia, ávido de acumular ese sustento de legitimidad que le negara Carlos Menem al retirarse del balotaje.
Desde entonces se acuñó el término “transversalidad”, neologismo vedado a los puristas del idioma. De hecho, la Real Academia Española sólo admite el adjetivo “transversal”, refiriéndose a aquello que atraviesa de un lado a otro; también, para deleite de los aficionados al doble sentido, define cualquier cosa que “se aparta o desvía de la dirección principal o recta”. Durante aquel marzo, este proyecto de ingeniería política tuvo su lanzamiento masivo en Parque Norte. Según las crónicas del momento, 10 mil invitados vivaron al presidente Kirchner. Felipe Solá, como escolta de ocasión, recibió esos mismos aplausos. En lugar de un ariete de fuerzas y figuras cohesionadas por alguna propuesta común, capaz de atravesar el espectro político, pudo lograrse poco más que un sistema en equilibrio inestable, completamente alejado de la geometría transversal. Una configuración radial de poder: Néstor Kirchner como centro gravitatorio y, a su alrededor, un conjunto de etiquetas ambiguas que, a impulsos, se atraen y se repelen. Denominaciones elusivas, como “progresismo”, “peronismo periférico”, “setentismo”, jugaron alternativamente en este modelo, digno de una revisión total de las leyes de la física newtoniana. Constelaciones piqueteras (D’Elía, Tumini, Ceballos), industriales (De Mendiguren, Massuh), banqueras (Heller), intelectuales (Bonasso, Verbitsky, Barbaro, Bielsa), gremiales (Moyano, Basteiro, Alicia Castro), radicales (Cobos, Katz, Saiz, Brizuela del Moral, Colombi, Zamora, Posse) orbitaron impelidos por una críptica “fuerza K”. Dentro de esta astronomía transversal se reserva un espacio memorable para la nomenclatura cordobesa: Schiaretti, Giacomino, Merchán, Jaime, Rins, Madonna, entre otras estrellas efímeras. Gobernadores, legisladores, intendentes, funcionarios dóciles y complacientes, son responsables directos de las graves consecuencias institucionales del experimento kirchnerista. En cambio, desde la propuesta del peronismo federal de Alberto y Adolfo Rodríguez Saá, quienes estamos convencidos de que es posible mantener la convivencia republicana sin abandonar las propias banderas, jamás caímos en la delirante seducción de la transversalidad. © La Voz del Interior
Desde entonces se acuñó el término “transversalidad”, neologismo vedado a los puristas del idioma. De hecho, la Real Academia Española sólo admite el adjetivo “transversal”, refiriéndose a aquello que atraviesa de un lado a otro; también, para deleite de los aficionados al doble sentido, define cualquier cosa que “se aparta o desvía de la dirección principal o recta”. Durante aquel marzo, este proyecto de ingeniería política tuvo su lanzamiento masivo en Parque Norte. Según las crónicas del momento, 10 mil invitados vivaron al presidente Kirchner. Felipe Solá, como escolta de ocasión, recibió esos mismos aplausos. En lugar de un ariete de fuerzas y figuras cohesionadas por alguna propuesta común, capaz de atravesar el espectro político, pudo lograrse poco más que un sistema en equilibrio inestable, completamente alejado de la geometría transversal. Una configuración radial de poder: Néstor Kirchner como centro gravitatorio y, a su alrededor, un conjunto de etiquetas ambiguas que, a impulsos, se atraen y se repelen. Denominaciones elusivas, como “progresismo”, “peronismo periférico”, “setentismo”, jugaron alternativamente en este modelo, digno de una revisión total de las leyes de la física newtoniana. Constelaciones piqueteras (D’Elía, Tumini, Ceballos), industriales (De Mendiguren, Massuh), banqueras (Heller), intelectuales (Bonasso, Verbitsky, Barbaro, Bielsa), gremiales (Moyano, Basteiro, Alicia Castro), radicales (Cobos, Katz, Saiz, Brizuela del Moral, Colombi, Zamora, Posse) orbitaron impelidos por una críptica “fuerza K”. Dentro de esta astronomía transversal se reserva un espacio memorable para la nomenclatura cordobesa: Schiaretti, Giacomino, Merchán, Jaime, Rins, Madonna, entre otras estrellas efímeras. Gobernadores, legisladores, intendentes, funcionarios dóciles y complacientes, son responsables directos de las graves consecuencias institucionales del experimento kirchnerista. En cambio, desde la propuesta del peronismo federal de Alberto y Adolfo Rodríguez Saá, quienes estamos convencidos de que es posible mantener la convivencia republicana sin abandonar las propias banderas, jamás caímos en la delirante seducción de la transversalidad. © La Voz del Interior
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