Por momentos, el arco partidario opositor al gobierno K luce como un show de pirotecnia: los fogonazos se recortan sobre el fondo oscuro, las explosiones suenan con más volumen que los argumentos, los destellos sobreexponen las imágenes y a menudo obnubilan a los protagonistas. Es obvio que muchos de los componentes de ese conglomerado de fuerzas disfrutan de la función: los opositores tienen una riquísima vida pública de debates, discusiones y querellas públicas.
En ese sentido, nadie podría negarle a Elisa Carrió el máximo estrellato en el espectáculo. Ella sabe que se ha hecho fama de intolerante y hasta se adelanta a veces a pedir disculpas por su dureza, pero evidentemente está convencida de que no debe cambiar el estilo rotundo y profético con el que rigorea por igual a adversarios y a aliados: cree probablemente que exhibir ese carácter la singulariza y, en última instancia, le rendirá réditos políticos. Esta semana reiteró su peculiaridad y embistió contra la estructura realmente existente del Acuerdo Cívico y Social, el fragmento no-peronista (o pan-radical, si se quiere) de la oposición a Néstor Kirchner en el que la Coalición Cívica de Carrió ha convivido con la UCR, el GEN de Margarita Stolbizer y el Partido Socialista.
La fundadora de la Coalición Cívica envió una carta a cuatro dirigentes de la UCR en la que sugirió que su fuerza podría alejarse del Acuerdo y si bien la mayoría de los análisis periodísticos inmediatos consideraron que con esa misiva Carrió había roto con la coalición pan-radical, basta leer atentamente sus doce párrafos para comprender que tal ruptura no está enunciada, sino sólo metafóricamente evocada y, en cualquier caso, supeditada a lo que resuelva la Confederación Coalición Cívica en veinte días, ellos tienen la decisión final.
La señora Carrió a la que se le reconocen sus virtudes como verdadero ariete de la oposición cuando enfila sus cañones contra el gobierno, con frecuencia se vuelve culpable de disparar fuego amigo contra el campo en el que se supone que milita. En rigor, sucede que ella rechaza la idea de que el conflicto deba definirse en términos de oficialismo y oposición; ella concibe más bien el enfrentamiento alineado sobre otro eje: buenos y malos, pasado y futuro o, si se quiere, réprobos y elegidos. Esa es la contradicción fundamental según Carrió. En el campo de los malos, del pasado, de los réprobos ubica por cierto a los Kirchner, pero también a muchos de los que están en los partidos del acuerdo en el que ella todavía está inscripta, dirigentes a los que describe como gerentes ( )del viejo corporativismo cínico y corrupto de la Argentina. El lenguaje milenarista parece arrastrar a Carrió (y eventualmente a los dirigentes de la Coalición sugestionados por esa concepción) a una opción estratégica extrema: colocar en el mismo plano y otorgar la misma jerarquía y la misma prioridad al enfrentamiento con el gobierno y al choque con los réprobos de la oposición implica sobredimensionar la propia fuerza de la Coalición Cívica para encarar varias batallas simultáneas, correr el riesgo del aislamiento y la irrelevancia y asumir además la actitud arrogante de intervenir en la vida interna de los partidos aliados, señalándoles quiénes deben ser sus representantes y candidatos si quieren hacerse merecedores de una alianza con la fuerza de Carrió. Para colmo, la determinación de quiénes deben ser contabilizados como malos y quienes como elegidos suena a veces más caprichosa que objetiva: el haber sido aliado de los Kirchner, que ella usa como dato descalificatorio para juzgar, por caso, al vicepresidente Cobos, no resulta una objeción para otros personajes a quienes Carrió corteja, mima o simplemente admite. Al final del camino, la apuesta que haga la Coalición Cívica encontrará una respuesta de su electorado. Si se basa en un cálculo inexacto puede sobrevenir un derrumbe: que la jugada sea considerada una ayuda objetiva a la fuerza a la que los seguidores potenciales de la Coalición consideren como el adversario principal a derrotar.
Aunque en las últimas líneas de su carta la filosa dirigente cívica señala que no sabemos vivir en la ambigüedad permanente y en la especulación eterna, el mismo texto expresa a los dirigentes radicales a los que se dirigió la esperanza de que podamos formar parte de una coalición gobernante que cambie la Argentina. En suma, que por ahora, los relámpagos epistolares no pasan de un intento de reforzar el posicionamiento al que quizás por carecer de la fuerza organizada de otros partidos- aspira la jefa de la Coalición, de autoridad moral de la oposición en condiciones de distribuir castigos y absoluciones.
Los dirigentes más medidos del acuerdo panradical (incluidos algunos de los aludidos por ella) procuraron no responder a la carta de Carrió con irritación: todos son concientes de que, muchas o pocas, las voluntades que la Coalición Cívica termine canalizando son importantes en la pulseada con el gobierno K y sería un crimen que quedaran esterilizadas y separadas de un cauce amplio y una alternativa fuerte, porque los votos para pelear un comicio se suman de a uno.
Otros dirigentes, en cambio, pensando menos desde una perspectiva amplia y un poco más en la competencia que los hombres de la Coalición pueden representar en sus distritos a la hora de discutir la conformación de las boletas electorales, se alegraron discretamente de la posibilidad de que Carrió concrete su sugerencia de ruptura: con menos comensales la torta se agranda, calculan (erróneamente).
El socialista Hermes Binner demostró en la semana que un tropezón no es caída y que no está mal usar la marcha atrás: a principios de semana pareció haber adoptado el libreto argumental del gobierno en el tema de las retenciones (debe fijarlas el Poder Ejecutivo, había declarado con cierta precipitación); advertido de la equívoca postura por las críticas del ruralismo y las indicaciones de algunos compañeros, volvió sobre sus pasos al comprender además que ese traspié verbal aislaba a su partido del frente con la UCR y era utilizado simultáneamente por la Casa Rosada para enfrentar al campo y por Elisa Carrió para justificar sus reclamos ante el Acuerdo Cívico.
Al terminar la semana, cuando sus fuegos artifíciales ya se habían consumido, el Acuerdo parecía estar en condiciones semejantes (tan sólido o tan endeble, tan firme o tan complicado) a las que reinaban al comienzo del espectáculo. La amenaza de Carrió era definida por Patricia Bullrich: no es una ruptura, es una impasse.
El peronismo federal, que también procesa en público sus rispideces, marcha en unidad hacia un acto en septiembre y congrega a sus segundas líneas y sus cuadros técnicos. El amplio arco de la oposición, como se ha dicho, exhibe sin pudores sus debates y sus cinchadas de posicionamiento. Pero consigue sostener, así sea trabajosamente, un núcleo de acuerdos que en la última semana le permitió una importante victoria en el Senado en el proyecto sobre normalización y reforma del INDEC.
No vaya a creerse que del otro lado de la línea reina la quietud: el oficialismo tiene sus propias luchas intestinas, sus propias diferencias, está cruzado por sospechas recíprocas entre importantes referentes, las candidaturas que muchos proclaman apoyar sin vacilaciones son minuciosamente analizadas, sopesadas (y a veces cuestionadas) entre cuatro paredes.
La oposición debate vivamente en público. En el oficialismo por ahora se discute clandestinamente. Pero en ambos campos los tiempos se aceleran, mientras la realidad fuera de la política (inseguridad, inflación, por ejemplo) exhibe su propio vértigo, sus propias urgencias.
La fundadora de la Coalición Cívica envió una carta a cuatro dirigentes de la UCR en la que sugirió que su fuerza podría alejarse del Acuerdo y si bien la mayoría de los análisis periodísticos inmediatos consideraron que con esa misiva Carrió había roto con la coalición pan-radical, basta leer atentamente sus doce párrafos para comprender que tal ruptura no está enunciada, sino sólo metafóricamente evocada y, en cualquier caso, supeditada a lo que resuelva la Confederación Coalición Cívica en veinte días, ellos tienen la decisión final.
La señora Carrió a la que se le reconocen sus virtudes como verdadero ariete de la oposición cuando enfila sus cañones contra el gobierno, con frecuencia se vuelve culpable de disparar fuego amigo contra el campo en el que se supone que milita. En rigor, sucede que ella rechaza la idea de que el conflicto deba definirse en términos de oficialismo y oposición; ella concibe más bien el enfrentamiento alineado sobre otro eje: buenos y malos, pasado y futuro o, si se quiere, réprobos y elegidos. Esa es la contradicción fundamental según Carrió. En el campo de los malos, del pasado, de los réprobos ubica por cierto a los Kirchner, pero también a muchos de los que están en los partidos del acuerdo en el que ella todavía está inscripta, dirigentes a los que describe como gerentes ( )del viejo corporativismo cínico y corrupto de la Argentina. El lenguaje milenarista parece arrastrar a Carrió (y eventualmente a los dirigentes de la Coalición sugestionados por esa concepción) a una opción estratégica extrema: colocar en el mismo plano y otorgar la misma jerarquía y la misma prioridad al enfrentamiento con el gobierno y al choque con los réprobos de la oposición implica sobredimensionar la propia fuerza de la Coalición Cívica para encarar varias batallas simultáneas, correr el riesgo del aislamiento y la irrelevancia y asumir además la actitud arrogante de intervenir en la vida interna de los partidos aliados, señalándoles quiénes deben ser sus representantes y candidatos si quieren hacerse merecedores de una alianza con la fuerza de Carrió. Para colmo, la determinación de quiénes deben ser contabilizados como malos y quienes como elegidos suena a veces más caprichosa que objetiva: el haber sido aliado de los Kirchner, que ella usa como dato descalificatorio para juzgar, por caso, al vicepresidente Cobos, no resulta una objeción para otros personajes a quienes Carrió corteja, mima o simplemente admite. Al final del camino, la apuesta que haga la Coalición Cívica encontrará una respuesta de su electorado. Si se basa en un cálculo inexacto puede sobrevenir un derrumbe: que la jugada sea considerada una ayuda objetiva a la fuerza a la que los seguidores potenciales de la Coalición consideren como el adversario principal a derrotar.
Aunque en las últimas líneas de su carta la filosa dirigente cívica señala que no sabemos vivir en la ambigüedad permanente y en la especulación eterna, el mismo texto expresa a los dirigentes radicales a los que se dirigió la esperanza de que podamos formar parte de una coalición gobernante que cambie la Argentina. En suma, que por ahora, los relámpagos epistolares no pasan de un intento de reforzar el posicionamiento al que quizás por carecer de la fuerza organizada de otros partidos- aspira la jefa de la Coalición, de autoridad moral de la oposición en condiciones de distribuir castigos y absoluciones.
Los dirigentes más medidos del acuerdo panradical (incluidos algunos de los aludidos por ella) procuraron no responder a la carta de Carrió con irritación: todos son concientes de que, muchas o pocas, las voluntades que la Coalición Cívica termine canalizando son importantes en la pulseada con el gobierno K y sería un crimen que quedaran esterilizadas y separadas de un cauce amplio y una alternativa fuerte, porque los votos para pelear un comicio se suman de a uno.
Otros dirigentes, en cambio, pensando menos desde una perspectiva amplia y un poco más en la competencia que los hombres de la Coalición pueden representar en sus distritos a la hora de discutir la conformación de las boletas electorales, se alegraron discretamente de la posibilidad de que Carrió concrete su sugerencia de ruptura: con menos comensales la torta se agranda, calculan (erróneamente).
El socialista Hermes Binner demostró en la semana que un tropezón no es caída y que no está mal usar la marcha atrás: a principios de semana pareció haber adoptado el libreto argumental del gobierno en el tema de las retenciones (debe fijarlas el Poder Ejecutivo, había declarado con cierta precipitación); advertido de la equívoca postura por las críticas del ruralismo y las indicaciones de algunos compañeros, volvió sobre sus pasos al comprender además que ese traspié verbal aislaba a su partido del frente con la UCR y era utilizado simultáneamente por la Casa Rosada para enfrentar al campo y por Elisa Carrió para justificar sus reclamos ante el Acuerdo Cívico.
Al terminar la semana, cuando sus fuegos artifíciales ya se habían consumido, el Acuerdo parecía estar en condiciones semejantes (tan sólido o tan endeble, tan firme o tan complicado) a las que reinaban al comienzo del espectáculo. La amenaza de Carrió era definida por Patricia Bullrich: no es una ruptura, es una impasse.
El peronismo federal, que también procesa en público sus rispideces, marcha en unidad hacia un acto en septiembre y congrega a sus segundas líneas y sus cuadros técnicos. El amplio arco de la oposición, como se ha dicho, exhibe sin pudores sus debates y sus cinchadas de posicionamiento. Pero consigue sostener, así sea trabajosamente, un núcleo de acuerdos que en la última semana le permitió una importante victoria en el Senado en el proyecto sobre normalización y reforma del INDEC.
No vaya a creerse que del otro lado de la línea reina la quietud: el oficialismo tiene sus propias luchas intestinas, sus propias diferencias, está cruzado por sospechas recíprocas entre importantes referentes, las candidaturas que muchos proclaman apoyar sin vacilaciones son minuciosamente analizadas, sopesadas (y a veces cuestionadas) entre cuatro paredes.
La oposición debate vivamente en público. En el oficialismo por ahora se discute clandestinamente. Pero en ambos campos los tiempos se aceleran, mientras la realidad fuera de la política (inseguridad, inflación, por ejemplo) exhibe su propio vértigo, sus propias urgencias.
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