Cambia lo superficial
Cambia también lo profundo
Cambia el modo de pensar
Cambia todo en este mundo
Julio Numhauser
Después de postular que el oficialismo (sin que el mundo lo advirtiera) había ganado las elecciones del 28J y que, en cualquier caso, no había motivo alguno para introducir modificaciones en su gabinete, la señora de Néstor Kirchner optó por actuar a contramano de esas interpretaciones. Se equivocaría quien pensase que se trata de una autocrítica.
La dama cambió el gabinete (ya había empezado a hacerlo cuando afirmó que no lo haría, y tal vez no haya concluido) y dejó que su nuevo Jefe de Gabinete, el contador Aníbal Fernández, explicara los motivos: "los cambios no tienen nada que ver con el resultado electoral, sino con la impronta que se le quiere dar al Gobierno". ¿Está claro?
Al parecer, “la impronta” pudo haber sido otra ya que Fernández ascendió a ministro coordinador sólo después de que el matrimonio Kirchner recibiera las cordiales negativas de dos candidatos anteriores a ocupar ese puesto. Los Kirchner pensaron en primera instancia en que el cargo fuera ocupado por alguno de los gobernadores que hasta el momento no han abjurado del oficialismo y que ganaron las elecciones de sus provincias. Se lo ofrecieron al que consideran más maleable: el chaqueño Jorge Milton Capitanich. El contador Capitanich prefirió quedarse con la jefatura de su provincia, aunque no se privó de aconsejar a la pareja presidencial que escuchara atentamente la voz de las urnas.
Después de la verónica del chaqueño, Néstor Kirchner convocó a Olivos a Eduardo Fellner, presidente de la Cámara de Diputados. Fellner fue gobernador de Jujuy y es uno de los peronistas experimentados con quienes Néstor Kirchner convivió en sus tiempos de jefe santacruceño en aquella Liga de Gobernadores que operó para limitar las presidencias de Fernando De la Rúa y de Eduardo Duhalde. Fellner también eludió la oferta: argumentó que su veteranía resultaría de mucha más utilidad en la Cámara Baja, donde el oficialismo perderá en algunas semanas su condición hegemónica. El Jefe de los Diputados, vale recordarlo, se encuentra institucionalmente ubicado en el tercer puesto del orden sucesorio (después del vicepresidente y del presidente provisional del Senado). Dos antecesores de Fellner en ese sitial (Raúl Lastiri y Eduardo Camaño) llegaron a ejercer brevemente la Presidencia de la Nación tras las renuncias de Héctor Cámpora (1973-1973) y Adolfo Rodríguez Saa (2001-2001).
Tras la evasión de las primeras opciones, los Kirchner se decidieron por Aníbal Fernández. Si alguna vez habían pensado en el ministro de Interior, el fiel Florencio Randazzo, los gobernadores con los que conversaron (y a quienes quieren mantener separados pero contentos) los disuadieron.
Aníbal Fernández venía trabajando para otro destino: esperaba que hubiera movimientos en el gabinete para quedarse con una silla que ambiciona desde hace meses, la que hoy ocupa en el Edificio Libertador la señora Nilda Garré. Las negativas de Capitanich y Fellner impulsaron al contador Fernández más alto de lo que imaginaba y le preservaron provisoriamente la cartera a la doctora Garré. Cuando los gobiernos se debilitan los cambios se les tornan más difíciles, porque escasean los ministeriables dispuestos a aceptar. Los Kirchner han empezado a comprobarlo.
Este relato de los hechos refuta una versión con la que algunos analistas quisieron ilusionarse: la de que tanto los enroques ministeriales como el posterior llamado al diálogo político habían sido suscitados por temporarias separaciones en el matrimonio (viajes de ella a Washington y el Salvador con el argumento de la crisis en Honduras, traslado adelantado a Tucumán y asistencia al Te Deum), es decir, resultarían de una pulsión autonómica de la señora de Kirchner. Parece que no ha sido así.
El matrimonio presidencial puede tener cortocircuitos, pero la energía de la crisis política lo mantiene necesariamente unido. Por ahora siguen siendo las tormentas cerebrales de Néstor las que animan la acción del oficialismo, destinada, en primer lugar, a hacer que el tiempo se detenga de modo de ganar espacio de maniobra. Inmediatamente después la derrota, la renuncia a la presidencia del PJ y la abdicación en Daniel Scioli abrieron un paréntesis de entretenimiento y conquistaron la atención de la clase política y de los medios. Cuando ese foco empezó (rápidamente) a perder interés, los gobernadores convocados comenzaron a reclamar cambios y un ámbito colectivo de debate, y mientras la presidente buscaba desplazar el escenario a Honduras, Néstor elucubraba el nuevo movimiento: los cambios en el gabinete y la convocatoria al diálogo.
Uno de los problemas de la pareja presidencial reside en que, después de seis años de asistir a su show, el público ya conoce muchos de los trucos. El cambio de figuras en el gabinete no ha llamado demasiado la atención. Si al menos entre los retirados hubiera habido alguno de los nombres que piden tanto la tribuna como algunos de aquellos con quienes el oficialismo pretende aliarse (caso Pino Solanas), el numerito habría tenido alguna sorpresa. Pero el gobierno se resiste inclusive a hacer cambios cosméticos (como un reemplazo de hombres) si supone que ellos pueden dar la idea de un retroceso. Ya se sabe que el 28J el gobierno no sufrió ninguna derrota, aunque se queje de muchas traiciones.
El alejamiento de Guillermo Moreno a esta altura sólo tiene significado por esa terquedad del matrimonio: el secretario de Comercio ha dejado de inspirar los temores que generaba hace algunos meses por la sencilla razón de que su mandante ha perdido poder, y hoy hasta los supermercadistas chinos se le animan. Por otra parte, su salida de escena (que los Kirchner seguían evaluando en El Calafate) no garantiza tampoco lo que es indispensable: la recuperación de la seriedad estadística que el gobierno destruyó lanzando al áspero secretario a intervenir en el Instituto de Estadísticas. Y esto va mucho más allá de la banalidad admitida por el ministro de Interior en el sentido de que “hubo aumentos mayores que los que muestra el INDEC”. En una nota reciente, ese gran analista del mundo del trabajo y de la pobreza que es Ernesto Kritz señalaba: “La valuación de la canasta con los precios relevados en forma independiente en el mercado muestra un alza del 57 por ciento, cinco veces más que lo reportado por el organismo oficial (…) debe concluirse no sólo que la pobreza creció desde 2007, sino que -lo que es relevante para explicar el resultado electoral- el gasto asistencial real por persona en estado de pobreza extrema cayó cerca del 30 por ciento”. Concluye el economista: “El Gobierno ha pagado un alto costo político por mirar un espejo deformado de la realidad”. Cabe agregar, que esa falsificación estadística hace que la Argentina pague como país un alto costo en términos de la falta de confianza que genera en los mercados”. Otro economista de prestigio, Mario Blejer, se lo explicó así a Clarín: “Hoy el viento de cola que viene de afuera en vez de servir para movilizar la economía se está llevando los capitales. La salida de capitales sigue siendo muy fuerte y eso refleja la falta de confianza.”
La restauración de la verdad estadística es uno de los puntos de un programa para regenerar la confianza, condición indispensable para reinsertar el país en el mundo y recuperar el crédito. Hay otros. Uno, prioritario, es restablecer una política sensata para el complejo agroindustrial que sostiene la participación competitiva de la producción argentina en los mercados externos; otro, no menos importante, es garantizar el superávit fiscal y federalizar en serio la economía.
El llamado al diálogo de la señora de Kirchner no fue formulado con una agenda concreta, sino a partir de generalidades. Convocar " al más amplio diálogo a todos los sectores de la vida nacional", hablar de una "mesa lo más amplia posible", no ilumina nada de lo que debe tratarse. Juntar a “todos los sectores”, indiscriminadamente, parece más bien una garantía de confusión de niveles y argumentos. Lo que se requiere para ganar confianza es actuar más que hablar, y hacerlo en el sentido que reclama la realidad y el que ha indicado con su voto la ciudadanía; negociar realmente más que dar discursos. Por cortesía y, si se quiere, porque la esperanza es lo último que se pierde, las distintas fuerzas y sectores han aceptado el llamado al diálogo de la presidente. Después de tanto tiempo de decisiones unilaterales del oficialismo y de reclamar que el gobierno escuche, consulte y acuerde, no podían ahora responder con una negativa a priori. Pero el protocolo no reemplaza las soluciones. Sólo si empieza a demostrar con hechos que existe la disposición a recoger lo que las urnas indicaron, el diálogo convocado podrá tener un sentido, más allá de las formalidades y de las maniobras para ganar tiempo. Sin embargo, en algunos terrenos, los funcionarios advierten que nada ha cambiado con los resultados electorales. El subsecretario de Medios, Gabriel Mariotto,por ejemplo, acaba de anunciar que el controvertido proyecto des tinado a cambiar el régimen de los medios de comunicación no será revisado. Según Mariotto, “la ley nunca fue parte del cronograma electoral. La decisión de la Presidenta de la nación siempre fue la de enviar la ley al Congreso durante este año”.
¿Está dispuesto el gobierno a reconstruir con verdad las series estadísticas del INDEC o se propone bendecir las falsificaciones anteriores “creando” una nueva metodología que decrete “lo pasado, pisado”? ¿Está dispuesta la presidente a sentarse con los gobernadores de todas las provincias para analizar un esfuerzo conjunto que garantice la distribución equitativa de recursos? ¿Está dispuesta a sentarse constructivamente con el campo, corrigiendo la actitud de negación y rechazo en la que ha insistido por más de un año? ¿Está realmente dispuesto el gobierno a restablecer los vínculos con los organismos internacionales de crédito y a hacer lo que ese objetivo requiere? Ahora se aproxima la prueba del ácido.
Cambia también lo profundo
Cambia el modo de pensar
Cambia todo en este mundo
Julio Numhauser
Después de postular que el oficialismo (sin que el mundo lo advirtiera) había ganado las elecciones del 28J y que, en cualquier caso, no había motivo alguno para introducir modificaciones en su gabinete, la señora de Néstor Kirchner optó por actuar a contramano de esas interpretaciones. Se equivocaría quien pensase que se trata de una autocrítica.
La dama cambió el gabinete (ya había empezado a hacerlo cuando afirmó que no lo haría, y tal vez no haya concluido) y dejó que su nuevo Jefe de Gabinete, el contador Aníbal Fernández, explicara los motivos: "los cambios no tienen nada que ver con el resultado electoral, sino con la impronta que se le quiere dar al Gobierno". ¿Está claro?
Al parecer, “la impronta” pudo haber sido otra ya que Fernández ascendió a ministro coordinador sólo después de que el matrimonio Kirchner recibiera las cordiales negativas de dos candidatos anteriores a ocupar ese puesto. Los Kirchner pensaron en primera instancia en que el cargo fuera ocupado por alguno de los gobernadores que hasta el momento no han abjurado del oficialismo y que ganaron las elecciones de sus provincias. Se lo ofrecieron al que consideran más maleable: el chaqueño Jorge Milton Capitanich. El contador Capitanich prefirió quedarse con la jefatura de su provincia, aunque no se privó de aconsejar a la pareja presidencial que escuchara atentamente la voz de las urnas.
Después de la verónica del chaqueño, Néstor Kirchner convocó a Olivos a Eduardo Fellner, presidente de la Cámara de Diputados. Fellner fue gobernador de Jujuy y es uno de los peronistas experimentados con quienes Néstor Kirchner convivió en sus tiempos de jefe santacruceño en aquella Liga de Gobernadores que operó para limitar las presidencias de Fernando De la Rúa y de Eduardo Duhalde. Fellner también eludió la oferta: argumentó que su veteranía resultaría de mucha más utilidad en la Cámara Baja, donde el oficialismo perderá en algunas semanas su condición hegemónica. El Jefe de los Diputados, vale recordarlo, se encuentra institucionalmente ubicado en el tercer puesto del orden sucesorio (después del vicepresidente y del presidente provisional del Senado). Dos antecesores de Fellner en ese sitial (Raúl Lastiri y Eduardo Camaño) llegaron a ejercer brevemente la Presidencia de la Nación tras las renuncias de Héctor Cámpora (1973-1973) y Adolfo Rodríguez Saa (2001-2001).
Tras la evasión de las primeras opciones, los Kirchner se decidieron por Aníbal Fernández. Si alguna vez habían pensado en el ministro de Interior, el fiel Florencio Randazzo, los gobernadores con los que conversaron (y a quienes quieren mantener separados pero contentos) los disuadieron.
Aníbal Fernández venía trabajando para otro destino: esperaba que hubiera movimientos en el gabinete para quedarse con una silla que ambiciona desde hace meses, la que hoy ocupa en el Edificio Libertador la señora Nilda Garré. Las negativas de Capitanich y Fellner impulsaron al contador Fernández más alto de lo que imaginaba y le preservaron provisoriamente la cartera a la doctora Garré. Cuando los gobiernos se debilitan los cambios se les tornan más difíciles, porque escasean los ministeriables dispuestos a aceptar. Los Kirchner han empezado a comprobarlo.
Este relato de los hechos refuta una versión con la que algunos analistas quisieron ilusionarse: la de que tanto los enroques ministeriales como el posterior llamado al diálogo político habían sido suscitados por temporarias separaciones en el matrimonio (viajes de ella a Washington y el Salvador con el argumento de la crisis en Honduras, traslado adelantado a Tucumán y asistencia al Te Deum), es decir, resultarían de una pulsión autonómica de la señora de Kirchner. Parece que no ha sido así.
El matrimonio presidencial puede tener cortocircuitos, pero la energía de la crisis política lo mantiene necesariamente unido. Por ahora siguen siendo las tormentas cerebrales de Néstor las que animan la acción del oficialismo, destinada, en primer lugar, a hacer que el tiempo se detenga de modo de ganar espacio de maniobra. Inmediatamente después la derrota, la renuncia a la presidencia del PJ y la abdicación en Daniel Scioli abrieron un paréntesis de entretenimiento y conquistaron la atención de la clase política y de los medios. Cuando ese foco empezó (rápidamente) a perder interés, los gobernadores convocados comenzaron a reclamar cambios y un ámbito colectivo de debate, y mientras la presidente buscaba desplazar el escenario a Honduras, Néstor elucubraba el nuevo movimiento: los cambios en el gabinete y la convocatoria al diálogo.
Uno de los problemas de la pareja presidencial reside en que, después de seis años de asistir a su show, el público ya conoce muchos de los trucos. El cambio de figuras en el gabinete no ha llamado demasiado la atención. Si al menos entre los retirados hubiera habido alguno de los nombres que piden tanto la tribuna como algunos de aquellos con quienes el oficialismo pretende aliarse (caso Pino Solanas), el numerito habría tenido alguna sorpresa. Pero el gobierno se resiste inclusive a hacer cambios cosméticos (como un reemplazo de hombres) si supone que ellos pueden dar la idea de un retroceso. Ya se sabe que el 28J el gobierno no sufrió ninguna derrota, aunque se queje de muchas traiciones.
El alejamiento de Guillermo Moreno a esta altura sólo tiene significado por esa terquedad del matrimonio: el secretario de Comercio ha dejado de inspirar los temores que generaba hace algunos meses por la sencilla razón de que su mandante ha perdido poder, y hoy hasta los supermercadistas chinos se le animan. Por otra parte, su salida de escena (que los Kirchner seguían evaluando en El Calafate) no garantiza tampoco lo que es indispensable: la recuperación de la seriedad estadística que el gobierno destruyó lanzando al áspero secretario a intervenir en el Instituto de Estadísticas. Y esto va mucho más allá de la banalidad admitida por el ministro de Interior en el sentido de que “hubo aumentos mayores que los que muestra el INDEC”. En una nota reciente, ese gran analista del mundo del trabajo y de la pobreza que es Ernesto Kritz señalaba: “La valuación de la canasta con los precios relevados en forma independiente en el mercado muestra un alza del 57 por ciento, cinco veces más que lo reportado por el organismo oficial (…) debe concluirse no sólo que la pobreza creció desde 2007, sino que -lo que es relevante para explicar el resultado electoral- el gasto asistencial real por persona en estado de pobreza extrema cayó cerca del 30 por ciento”. Concluye el economista: “El Gobierno ha pagado un alto costo político por mirar un espejo deformado de la realidad”. Cabe agregar, que esa falsificación estadística hace que la Argentina pague como país un alto costo en términos de la falta de confianza que genera en los mercados”. Otro economista de prestigio, Mario Blejer, se lo explicó así a Clarín: “Hoy el viento de cola que viene de afuera en vez de servir para movilizar la economía se está llevando los capitales. La salida de capitales sigue siendo muy fuerte y eso refleja la falta de confianza.”
La restauración de la verdad estadística es uno de los puntos de un programa para regenerar la confianza, condición indispensable para reinsertar el país en el mundo y recuperar el crédito. Hay otros. Uno, prioritario, es restablecer una política sensata para el complejo agroindustrial que sostiene la participación competitiva de la producción argentina en los mercados externos; otro, no menos importante, es garantizar el superávit fiscal y federalizar en serio la economía.
El llamado al diálogo de la señora de Kirchner no fue formulado con una agenda concreta, sino a partir de generalidades. Convocar " al más amplio diálogo a todos los sectores de la vida nacional", hablar de una "mesa lo más amplia posible", no ilumina nada de lo que debe tratarse. Juntar a “todos los sectores”, indiscriminadamente, parece más bien una garantía de confusión de niveles y argumentos. Lo que se requiere para ganar confianza es actuar más que hablar, y hacerlo en el sentido que reclama la realidad y el que ha indicado con su voto la ciudadanía; negociar realmente más que dar discursos. Por cortesía y, si se quiere, porque la esperanza es lo último que se pierde, las distintas fuerzas y sectores han aceptado el llamado al diálogo de la presidente. Después de tanto tiempo de decisiones unilaterales del oficialismo y de reclamar que el gobierno escuche, consulte y acuerde, no podían ahora responder con una negativa a priori. Pero el protocolo no reemplaza las soluciones. Sólo si empieza a demostrar con hechos que existe la disposición a recoger lo que las urnas indicaron, el diálogo convocado podrá tener un sentido, más allá de las formalidades y de las maniobras para ganar tiempo. Sin embargo, en algunos terrenos, los funcionarios advierten que nada ha cambiado con los resultados electorales. El subsecretario de Medios, Gabriel Mariotto,por ejemplo, acaba de anunciar que el controvertido proyecto des tinado a cambiar el régimen de los medios de comunicación no será revisado. Según Mariotto, “la ley nunca fue parte del cronograma electoral. La decisión de la Presidenta de la nación siempre fue la de enviar la ley al Congreso durante este año”.
¿Está dispuesto el gobierno a reconstruir con verdad las series estadísticas del INDEC o se propone bendecir las falsificaciones anteriores “creando” una nueva metodología que decrete “lo pasado, pisado”? ¿Está dispuesta la presidente a sentarse con los gobernadores de todas las provincias para analizar un esfuerzo conjunto que garantice la distribución equitativa de recursos? ¿Está dispuesta a sentarse constructivamente con el campo, corrigiendo la actitud de negación y rechazo en la que ha insistido por más de un año? ¿Está realmente dispuesto el gobierno a restablecer los vínculos con los organismos internacionales de crédito y a hacer lo que ese objetivo requiere? Ahora se aproxima la prueba del ácido.
1 comentario:
Es sabia la sentencia de Julio Numhauser.- Pero creo que para el matrimonio "K" cabe mejor lo dicho
por Borges:
"UNICAMENTE LOS IMBÉCILES NO CAMBIAN"
Isidoro
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