Después de la jornada del jueves 3 de diciembre, cuando, en virtud de su propia conducción, sus fuerzas parlamentarias convirtieron un buen acuerdo en un revés no meramente simbólico, Néstor Kirchner confirmó su fama de gran organizador de derrotas. No fue en las áridas tierras patagónicas donde adquirió esa reputación: en rigor, en Santa Cruz supo ganar sin demasiados problemas tanto dinero como elecciones. La cosa cambió cuando reemplazó los aires australes por las luces del centro.
Si bien se mira, por mérito propio Kirchner ha perdido más de lo que ganó; ya perdió, inclusive, buena parte del poder que consiguió construirse en tiempos de vacas gordas. Para empezar por lo primero: obtuvo sendas derrotas en las dos elecciones de carácter nacional en las que fue candidato: la primera, en 2003, ante Carlos Menem, donde ni siquiera el activo respaldo del aparato bonaerense que orientaba Eduardo Duhalde le alcanzó para superar en votos al riojano. Fue la compleja arquitectura jurídico-electoral que Duhalde dibujó en 2003 (y en modo alguno el inexistente atractivo del santacruceño) la que terminó por forzar la retirada de Menem y le allanó a Kirchner el camino a la Casa Rosada.
El segundo fracaso comicial ocurrió este año, el 27 de junio. Para lograrlo, Kirchner decidió convertirse precipitadamente en bonaerense y, con su reconocido poder de convicción, persuadió a decenas de jefes territoriales justicialistas para que se convirtieran en “candidatos testimoniales”. No satisfecho con esa leva de voluntarios, se ocupó de anunciar que la elección bonaerense, donde él encabezaba la boleta oficialista, por ser “la madre de todas las batallas”, debía ser considerada “un plebiscito sobre el modelo”. En fin: transformó una competencia de renovación parlamentaria en un pasa-no pasa. No es crueldad sino franqueza recordar que perdió mal y que si muchos de los lugartenientes a los que arrastraba a idéntico desastre consiguieron evitarlo fue porque, con astucia, desconfiaron de su conducción y omitieron discreta u oblicuamente el cumplimiento de sus instrucciones. Antes de volver a buscarlos, él caracterizó como traidores a esos hombres sabios y les echó encima sus mastines disciplinarios.
Un año antes de la caída de junio, la visión estratégica de Kirchner había conducido al gobierno de su esposa a la batalla por la Resolución 125, una cruzada que consiguió alzar al campo y a toda la Argentina interior y que consolidó el divorcio entre el oficialismo y las clases medias urbanas, generando así las condiciones que se cristalizaron en las urnas a mitad de 2009.
Entre junio y diciembre, apoyado sobre esa escala de fracasos, Kirchner se lanzó a una fuerte ofensiva instrumentando su mayoría residual en las Cámaras y consiguió de ese modo adjudicarse varios asaltos: con la ley de medios, con la reforma política, con las atribuciones extraordinarias, con la apropiación de fondos provinciales. Volvió a exhibir así su vocación confrontativa, y su decisión de no respetar límites. Kirchner avanzó hacia el cambio de guardia del Congreso al mismo ritmo que había mantenido durante los meses de ofensiva. La oposición política le había cedido la iniciativa por varios meses.
Con todo, en vísperas del jueves 3, ya empezaba a notarse que, pese a las operaciones de cooptación y presión desplegadas desde Olivos, el oficialismo llegaría a la sesión preparatoria en minoría. El jefe de los diputados kirchneristas, Agustín Rossi, dio señales de esa percepción: reconoció que la oposición tendría “un mayor protagonismo” y, ante el hecho de que las fuerzas no kirchneristas reclamaban la mayoría y la presidencia de todas las comisiones de la Cámara, señaló que su bloque no iba a aceptar una "rendición incondicional". Era una lúcida apertura a la negociación de Rossi. En sus palabras podía leerse: “rendición con condiciones”.
La oposición no leyó a Mao Tse Tung. En su manual de guerra de guerrillas, el líder chino aconsejaba replegarse cuando el enemigo presiona, pero perseguirlo cuando huye. La retirada que insinuaba Rossi no llevó a los opositores a exigir más (la presidencia de la Cámara, por ejemplo) sino a buscar un acuerdo, al que contribuyó la diputada Graciela Camaño. El oficialismo quedaría con la presidencia de la Cámara, la segunda vicepresidencia y la autoridad y una relación de fuerzas favorecida en las llamadas comisiones de gestión (Presupuesto y Hacienda, Asuntos Constitucionales, Relaciones Exteriores);todo se coronaría con una aceptación unánime. La oposición argumentaba que de ese modo se evitaba el conflicto potencial que insinuaban la presencia de barras kirchneristas en las galerías altas y la de algunos miles de manifestantes que los bastoneros del oficialismo movieron para que celebraran en la Plaza la coronación de “la ofensiva de Néstor”. Rossi y Eduardo Fellner, tejedores de ese pacto, se adjudicaban un exitazo con esa negociación temprana.
Pero Néstor Kirchner quería más. El siempre desconfía de sus comisionados, los sospecha de blandos y excesivamente dadivosos. Desde Olivos rechazó el acuerdo, convencido de que estaba en condiciones de romper la (“circunsancial”, repetiría más tarde Rossi) unidad de la oposición. La actitud del esposo de Cristina Kirchner irritó a sus negociadores. De hecho, Rossi no sabe aún cómo soportará en adelante la presencia en el bloque de un Kirchner que posa de “diputado raso” pero que pretende convertir en “Chirolitas” a las autoridades formales. El resultado del bloqueo que Kirchner impuso al acuerdo fue, en cualquier caso, que la oposición hizo exhibición de su fuerza (“circunstancial”), forzó la presencia en el recinto del bloque oficialista y terminó imponiendo el acuerdo que Kirchner había rechazado, con lo que, confirmando su itinerario, transformó lo que podía haber lucido como un digno empate, en una nueva derrota.
Por cierto, ni los voceros oficiales ni los medios de comunión kirchnerista dieron cuenta de la caída provocada por el hombre de Olivos. Los que osaron hablar, usaron la palabra “acuerdo”. El Ejecutivo recordó la vieja consigna de que “el silencio es salud” y no aludió a lo que había ocurrido en el Congreso. Señala Shimon Tzabar (Cómo perder una guerra y por qué):” “Los hombres de Estado deben tener cuidado para no fallar los objetivos declarados. La única manera de no errar al blanco es disparar primero y luego dibujar los círculos alrededor de la flecha”.
La primera semana de diciembre se había abierto con las repercusiones de la reunión de la Unión Industrial Argentina en Pilar: el gobierno, que en otros tiempos cortejaba con algún éxito a esa central empresaria, se siente ahora tan alejado, tan aislado que no envió ningún representante a esa tenida. Ni siquiera se asomó Julio De Vido que años atrás animaba al activo grupo Industriales y apuntaba a orientar a la UIA hacia el corral oficial.
Si 2008 marcó el divorcio del gobierno y el campo y la separación sin atenuantes de las clases medias urbanas, ahora se registra la consolidación de un frente de rechazo que abarca al conjunto de los empresarios, al campo, la industria y los servicios, que se aprestan a unificar personería en una organización que llevaría el nombre de Movimiento Productivo. ¿Se puede suponer que esta situación está alentada por la estrategia de Néstor Kirchner, por leyes como que afectan a los medios electrónicos, a Papel Prensa, como las que tocaron los aportes jubilatorios particulares? ¿Se puede suponer que Kirchner y sus “ofensivas victoriosas” son factores que empujan reflexiones como la del presidente de la Corte Suprema en Pilar: “"La propiedad es el derecho que protege lo que se ha ganado, es un tema para la agenda. La propiedad tiene protección constitucional en nuestro país. Es lo que uno tiene derecho a tener y que nadie se lo saque"?
Lo cierto es que ya en el propio oficialismo se observa con creciente escepticismo el derrotero de Néstor Kirchner y se recuerda aquella reflexión del rey Pirro cuando sus amigos lo felicitaron por su victoria sobre los romanos. Pirro les replicó: “Si tenemos otra victoria, estamos perdidos”.
Si bien se mira, por mérito propio Kirchner ha perdido más de lo que ganó; ya perdió, inclusive, buena parte del poder que consiguió construirse en tiempos de vacas gordas. Para empezar por lo primero: obtuvo sendas derrotas en las dos elecciones de carácter nacional en las que fue candidato: la primera, en 2003, ante Carlos Menem, donde ni siquiera el activo respaldo del aparato bonaerense que orientaba Eduardo Duhalde le alcanzó para superar en votos al riojano. Fue la compleja arquitectura jurídico-electoral que Duhalde dibujó en 2003 (y en modo alguno el inexistente atractivo del santacruceño) la que terminó por forzar la retirada de Menem y le allanó a Kirchner el camino a la Casa Rosada.
El segundo fracaso comicial ocurrió este año, el 27 de junio. Para lograrlo, Kirchner decidió convertirse precipitadamente en bonaerense y, con su reconocido poder de convicción, persuadió a decenas de jefes territoriales justicialistas para que se convirtieran en “candidatos testimoniales”. No satisfecho con esa leva de voluntarios, se ocupó de anunciar que la elección bonaerense, donde él encabezaba la boleta oficialista, por ser “la madre de todas las batallas”, debía ser considerada “un plebiscito sobre el modelo”. En fin: transformó una competencia de renovación parlamentaria en un pasa-no pasa. No es crueldad sino franqueza recordar que perdió mal y que si muchos de los lugartenientes a los que arrastraba a idéntico desastre consiguieron evitarlo fue porque, con astucia, desconfiaron de su conducción y omitieron discreta u oblicuamente el cumplimiento de sus instrucciones. Antes de volver a buscarlos, él caracterizó como traidores a esos hombres sabios y les echó encima sus mastines disciplinarios.
Un año antes de la caída de junio, la visión estratégica de Kirchner había conducido al gobierno de su esposa a la batalla por la Resolución 125, una cruzada que consiguió alzar al campo y a toda la Argentina interior y que consolidó el divorcio entre el oficialismo y las clases medias urbanas, generando así las condiciones que se cristalizaron en las urnas a mitad de 2009.
Entre junio y diciembre, apoyado sobre esa escala de fracasos, Kirchner se lanzó a una fuerte ofensiva instrumentando su mayoría residual en las Cámaras y consiguió de ese modo adjudicarse varios asaltos: con la ley de medios, con la reforma política, con las atribuciones extraordinarias, con la apropiación de fondos provinciales. Volvió a exhibir así su vocación confrontativa, y su decisión de no respetar límites. Kirchner avanzó hacia el cambio de guardia del Congreso al mismo ritmo que había mantenido durante los meses de ofensiva. La oposición política le había cedido la iniciativa por varios meses.
Con todo, en vísperas del jueves 3, ya empezaba a notarse que, pese a las operaciones de cooptación y presión desplegadas desde Olivos, el oficialismo llegaría a la sesión preparatoria en minoría. El jefe de los diputados kirchneristas, Agustín Rossi, dio señales de esa percepción: reconoció que la oposición tendría “un mayor protagonismo” y, ante el hecho de que las fuerzas no kirchneristas reclamaban la mayoría y la presidencia de todas las comisiones de la Cámara, señaló que su bloque no iba a aceptar una "rendición incondicional". Era una lúcida apertura a la negociación de Rossi. En sus palabras podía leerse: “rendición con condiciones”.
La oposición no leyó a Mao Tse Tung. En su manual de guerra de guerrillas, el líder chino aconsejaba replegarse cuando el enemigo presiona, pero perseguirlo cuando huye. La retirada que insinuaba Rossi no llevó a los opositores a exigir más (la presidencia de la Cámara, por ejemplo) sino a buscar un acuerdo, al que contribuyó la diputada Graciela Camaño. El oficialismo quedaría con la presidencia de la Cámara, la segunda vicepresidencia y la autoridad y una relación de fuerzas favorecida en las llamadas comisiones de gestión (Presupuesto y Hacienda, Asuntos Constitucionales, Relaciones Exteriores);todo se coronaría con una aceptación unánime. La oposición argumentaba que de ese modo se evitaba el conflicto potencial que insinuaban la presencia de barras kirchneristas en las galerías altas y la de algunos miles de manifestantes que los bastoneros del oficialismo movieron para que celebraran en la Plaza la coronación de “la ofensiva de Néstor”. Rossi y Eduardo Fellner, tejedores de ese pacto, se adjudicaban un exitazo con esa negociación temprana.
Pero Néstor Kirchner quería más. El siempre desconfía de sus comisionados, los sospecha de blandos y excesivamente dadivosos. Desde Olivos rechazó el acuerdo, convencido de que estaba en condiciones de romper la (“circunsancial”, repetiría más tarde Rossi) unidad de la oposición. La actitud del esposo de Cristina Kirchner irritó a sus negociadores. De hecho, Rossi no sabe aún cómo soportará en adelante la presencia en el bloque de un Kirchner que posa de “diputado raso” pero que pretende convertir en “Chirolitas” a las autoridades formales. El resultado del bloqueo que Kirchner impuso al acuerdo fue, en cualquier caso, que la oposición hizo exhibición de su fuerza (“circunstancial”), forzó la presencia en el recinto del bloque oficialista y terminó imponiendo el acuerdo que Kirchner había rechazado, con lo que, confirmando su itinerario, transformó lo que podía haber lucido como un digno empate, en una nueva derrota.
Por cierto, ni los voceros oficiales ni los medios de comunión kirchnerista dieron cuenta de la caída provocada por el hombre de Olivos. Los que osaron hablar, usaron la palabra “acuerdo”. El Ejecutivo recordó la vieja consigna de que “el silencio es salud” y no aludió a lo que había ocurrido en el Congreso. Señala Shimon Tzabar (Cómo perder una guerra y por qué):” “Los hombres de Estado deben tener cuidado para no fallar los objetivos declarados. La única manera de no errar al blanco es disparar primero y luego dibujar los círculos alrededor de la flecha”.
La primera semana de diciembre se había abierto con las repercusiones de la reunión de la Unión Industrial Argentina en Pilar: el gobierno, que en otros tiempos cortejaba con algún éxito a esa central empresaria, se siente ahora tan alejado, tan aislado que no envió ningún representante a esa tenida. Ni siquiera se asomó Julio De Vido que años atrás animaba al activo grupo Industriales y apuntaba a orientar a la UIA hacia el corral oficial.
Si 2008 marcó el divorcio del gobierno y el campo y la separación sin atenuantes de las clases medias urbanas, ahora se registra la consolidación de un frente de rechazo que abarca al conjunto de los empresarios, al campo, la industria y los servicios, que se aprestan a unificar personería en una organización que llevaría el nombre de Movimiento Productivo. ¿Se puede suponer que esta situación está alentada por la estrategia de Néstor Kirchner, por leyes como que afectan a los medios electrónicos, a Papel Prensa, como las que tocaron los aportes jubilatorios particulares? ¿Se puede suponer que Kirchner y sus “ofensivas victoriosas” son factores que empujan reflexiones como la del presidente de la Corte Suprema en Pilar: “"La propiedad es el derecho que protege lo que se ha ganado, es un tema para la agenda. La propiedad tiene protección constitucional en nuestro país. Es lo que uno tiene derecho a tener y que nadie se lo saque"?
Lo cierto es que ya en el propio oficialismo se observa con creciente escepticismo el derrotero de Néstor Kirchner y se recuerda aquella reflexión del rey Pirro cuando sus amigos lo felicitaron por su victoria sobre los romanos. Pirro les replicó: “Si tenemos otra victoria, estamos perdidos”.
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