La venganza como la revancha jamás fueron procederes de los movimientos populares. Estos son sentimientos y actitudes de minorías que ven perder sus privilegios o su poder político. Y esa pérdida la intuyen definitiva y fatal. ¿De que otra manera podría explicarse acontecimientos trágicos de nuestra historia política sino fuera a partir de estos sentimientos enfermos y malsanos?
¿Hay acaso algún argumento político creíble que pudiera, no digo justificar, al menos explicar el fusilamiento del Coronel Dorrego? Los historiadores más afines al partido unitario porteño no encuentran racionalidad en este horrendo hecho. De manera que solo un espíritu de revancha empujó a Lavalle a esa conducta impropia de un soldado de la independencia. Y ese estado de ánimo puede observarse en las dos cartas que recibió aconsejándole el fusilamiento. Una de ellas la de Salvador María del Carril decía en uno de sus párrafos “Un hombre valiente no puede ser vengativo ni cruel” ¡Ahí estaba la madre del borrego! Esas palabras revelan que la venganza y la crueldad rondaban las cabezas de esos hombres.
La extrema debilidad del unitarismo minoritario los empujó a la represalia. Odiaban a Dorrego porque lo hacían responsable de la paz con el Brasil y de la caída del gobierno de Rivadavia.
El golpe militar de Lavalle, al derrumbar a Dorrego, llegaba al poder herido de muerte. No tenía futuro. El fusilamiento no le abría horizontes. Era el resultado de una pulsión de violencia vindicativa.
¿Qué razón tenía el fusilamiento de Chilavert por parte de Urquiza luego de haber vencido en Caseros y ser dueño de la situación política porteña? Si bien Chilavert era un artillero de legendaria reputación guerrera no le deparaba a Urquiza ningún peligro. Fue una actitud innoble de un hombre que le dio mucho a la Argentina como la Constitución de 1853.
Qué lo llevó a Mitre a fusilar en 1856 a ciento veinticinco hombres que habían invadido la provincia de Buenos Aires comandados por el General Jerónimo Costa héroe de la Isla Martín García cuando los franceses bloquearon a Buenos Aires en 1838. ¿Qué necesidad política tenía tan tremenda decisión? Ninguna. Sólo sed de venganza.
Estando Rosas en el exilio se le inició un juicio sumarísimo en 1857. Los viejos unitarios porteños buscaban revancha. Le expropiaron sus bienes y lo condenaron a muerte, por sus crímenes y vejaciones. Por su puesto esto último no se cumplió. Frente a esta actitud, un verdadero enemigo de Rosas, Juan Bautista Alberdi pero afecto a las mayorías provincianas que habían padecido al dictador porteño, en carta a Urquiza protestaba:
“El ya fue juzgado y castigado el 3 de febrero de 1852 en Caseros. Cuando dos partidos salen al campo con espada en mano se entiende que se someten al juicio del Dios de los pueblos, que son las batallas.
El que cae vencido es el condenado, su derrota es su sentencia. Pero que el mismo pueblo que lo ha sostenido durante veinte años sea el que ahora lo condena a muerte, al tiempo en que su conducta (la de Rosas) de vencido leal y sumiso es irreprochable me ha parecido cosa tan ridícula que la Nación no debe aceptarlo bajo su responsabilidad”[1]
Palabras de una lucidez extraordinaria al ubicar en el territorio de la acción política las derrotas y las victorias sin proyección en la justicia y que una vez ocurridas ya está ¿para que horadar en las heridas?
Los hombres políticos con vocación popular jamás ejecutaron el desquite, no es necesario. Validan su poder y la razón del mismo con el amor y el respeto de su pueblo.
¿Acaso Perón tomó revancha de sus camaradas de armas que lo desplazaron el 8 de octubre del 45’ cuando retornó victorioso el 17 o cuando ganó las elecciones en el 46’. ¡De ninguna manera! No había espacio para el odio.
Como decía Jauretche al peronismo lo movía el amor no el odio.
Podía haber fusilado a los sublevados del 51’ puesto que la ley lo habilitaba y no lo hizo. ¿Que sentido tenía si él estaba en el poder con un enorme respaldo popular?
Fue la Revolución Libertadora la que introduce la revancha y la venganza fusilando, encarcelando y enviando al exilio a sus enemigos políticos. Su enorme debilidad. Francamente minoritarios y con una mirada torcida hacia la fractura social no les quedaba otro destino que la represalia.
Luego, con otro relato pero con la misma beligerancia, el asesinato de Aramburu a mano de un grupo de endemoniados, continuó la lista de la vindicta. ¿Qué sentido tuvo ese crimen que no fuera el desquite y el ajuste de cuentas? Al menos así lo fue en el discurso público explicativo del crimen.
Y no hablo de las razones profundas y secretas de sus asesinos que al parecer han sido inconfesables. Sino de la prédica que se montó sobre semejante crimen.
La verdadera derrota de la Revolución Libertadora, su evidente fracaso se dio, como se dan los grandes hechos de la historia, en el territorio de la política, como decía Alberdi.
Cuando el gobierno militar de 1966 se hundió en una profunda crisis de representatividad, acosado por la intranquilidad social fueron Lanusse, Manrique y Balbín entre otros antiperonistas los que se vieron obligados a desandar el camino trayendo y conversando con Perón. Era la clara evidencia de su fracaso. No era necesario el vil asesinato de Aramburu excepto para mentes enfermizas herederas del odio histórico de nuestra cultura.
Perón llegó por tercera a la Presidencia y no buscó vengarse ¡Y, vaya si tenía razones para hacerlo! Estando reunido con algunos gobernadores y dirigentes políticos en Gaspar Campos, un tiempo antes de sumir la presidencia, uno de los allí presentes lo interrogó del siguiente modo:
-¿Y que vamos hacer ahora General con el Almirante Rojas que anda vociferando pestes contra usted.
- ¿Cómo que vamos a hacer? ¿Acaso usted se considera más argentino que el Almirante? Refutó Perón [2]
EL ESPIRITU REVANCHISTA HOY
Como hemos visto la cultura de la revancha encuentra arraigo y encarnadura en nuestra historia. En esa línea el juzgamiento implacable y enconado de ancianos sin futuro político y economistas de 84 años al que no lo siguen ni los perros es un volver a vivir la revancha y la violencia.
Derrotados por su incapacidad política y por treinta años de democracia a que seguir hurgando en las llagas del desencuentro.
Esto huele a mitrismo y a libertadora es decir a minorías ilustradas que se arrogan el derecho a la limpieza ideológica.
[1] Cárcano, Ramón J.: Urquiza y Alberdi. Intimidades de una política. Ed. La Facultad. Bs. As. 1938. Pág. 520.
[2] Declaraciones al autor de Carlos Saúl Menem que era uno de los gobernadores presentes. En el marco de un futuro libro sobre su gobierno.
La extrema debilidad del unitarismo minoritario los empujó a la represalia. Odiaban a Dorrego porque lo hacían responsable de la paz con el Brasil y de la caída del gobierno de Rivadavia.
El golpe militar de Lavalle, al derrumbar a Dorrego, llegaba al poder herido de muerte. No tenía futuro. El fusilamiento no le abría horizontes. Era el resultado de una pulsión de violencia vindicativa.
¿Qué razón tenía el fusilamiento de Chilavert por parte de Urquiza luego de haber vencido en Caseros y ser dueño de la situación política porteña? Si bien Chilavert era un artillero de legendaria reputación guerrera no le deparaba a Urquiza ningún peligro. Fue una actitud innoble de un hombre que le dio mucho a la Argentina como la Constitución de 1853.
Qué lo llevó a Mitre a fusilar en 1856 a ciento veinticinco hombres que habían invadido la provincia de Buenos Aires comandados por el General Jerónimo Costa héroe de la Isla Martín García cuando los franceses bloquearon a Buenos Aires en 1838. ¿Qué necesidad política tenía tan tremenda decisión? Ninguna. Sólo sed de venganza.
Estando Rosas en el exilio se le inició un juicio sumarísimo en 1857. Los viejos unitarios porteños buscaban revancha. Le expropiaron sus bienes y lo condenaron a muerte, por sus crímenes y vejaciones. Por su puesto esto último no se cumplió. Frente a esta actitud, un verdadero enemigo de Rosas, Juan Bautista Alberdi pero afecto a las mayorías provincianas que habían padecido al dictador porteño, en carta a Urquiza protestaba:
“El ya fue juzgado y castigado el 3 de febrero de 1852 en Caseros. Cuando dos partidos salen al campo con espada en mano se entiende que se someten al juicio del Dios de los pueblos, que son las batallas.
El que cae vencido es el condenado, su derrota es su sentencia. Pero que el mismo pueblo que lo ha sostenido durante veinte años sea el que ahora lo condena a muerte, al tiempo en que su conducta (la de Rosas) de vencido leal y sumiso es irreprochable me ha parecido cosa tan ridícula que la Nación no debe aceptarlo bajo su responsabilidad”[1]
Palabras de una lucidez extraordinaria al ubicar en el territorio de la acción política las derrotas y las victorias sin proyección en la justicia y que una vez ocurridas ya está ¿para que horadar en las heridas?
Los hombres políticos con vocación popular jamás ejecutaron el desquite, no es necesario. Validan su poder y la razón del mismo con el amor y el respeto de su pueblo.
¿Acaso Perón tomó revancha de sus camaradas de armas que lo desplazaron el 8 de octubre del 45’ cuando retornó victorioso el 17 o cuando ganó las elecciones en el 46’. ¡De ninguna manera! No había espacio para el odio.
Como decía Jauretche al peronismo lo movía el amor no el odio.
Podía haber fusilado a los sublevados del 51’ puesto que la ley lo habilitaba y no lo hizo. ¿Que sentido tenía si él estaba en el poder con un enorme respaldo popular?
Fue la Revolución Libertadora la que introduce la revancha y la venganza fusilando, encarcelando y enviando al exilio a sus enemigos políticos. Su enorme debilidad. Francamente minoritarios y con una mirada torcida hacia la fractura social no les quedaba otro destino que la represalia.
Luego, con otro relato pero con la misma beligerancia, el asesinato de Aramburu a mano de un grupo de endemoniados, continuó la lista de la vindicta. ¿Qué sentido tuvo ese crimen que no fuera el desquite y el ajuste de cuentas? Al menos así lo fue en el discurso público explicativo del crimen.
Y no hablo de las razones profundas y secretas de sus asesinos que al parecer han sido inconfesables. Sino de la prédica que se montó sobre semejante crimen.
La verdadera derrota de la Revolución Libertadora, su evidente fracaso se dio, como se dan los grandes hechos de la historia, en el territorio de la política, como decía Alberdi.
Cuando el gobierno militar de 1966 se hundió en una profunda crisis de representatividad, acosado por la intranquilidad social fueron Lanusse, Manrique y Balbín entre otros antiperonistas los que se vieron obligados a desandar el camino trayendo y conversando con Perón. Era la clara evidencia de su fracaso. No era necesario el vil asesinato de Aramburu excepto para mentes enfermizas herederas del odio histórico de nuestra cultura.
Perón llegó por tercera a la Presidencia y no buscó vengarse ¡Y, vaya si tenía razones para hacerlo! Estando reunido con algunos gobernadores y dirigentes políticos en Gaspar Campos, un tiempo antes de sumir la presidencia, uno de los allí presentes lo interrogó del siguiente modo:
-¿Y que vamos hacer ahora General con el Almirante Rojas que anda vociferando pestes contra usted.
- ¿Cómo que vamos a hacer? ¿Acaso usted se considera más argentino que el Almirante? Refutó Perón [2]
EL ESPIRITU REVANCHISTA HOY
Como hemos visto la cultura de la revancha encuentra arraigo y encarnadura en nuestra historia. En esa línea el juzgamiento implacable y enconado de ancianos sin futuro político y economistas de 84 años al que no lo siguen ni los perros es un volver a vivir la revancha y la violencia.
Derrotados por su incapacidad política y por treinta años de democracia a que seguir hurgando en las llagas del desencuentro.
Esto huele a mitrismo y a libertadora es decir a minorías ilustradas que se arrogan el derecho a la limpieza ideológica.
[1] Cárcano, Ramón J.: Urquiza y Alberdi. Intimidades de una política. Ed. La Facultad. Bs. As. 1938. Pág. 520.
[2] Declaraciones al autor de Carlos Saúl Menem que era uno de los gobernadores presentes. En el marco de un futuro libro sobre su gobierno.
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