Cristina Kirchner puso a la cabeza de la Cancillería argentina a un ex apologista de la dictadura militar en reemplazo de un ex combatiente montonero.
Quien quisiera explicar el cambio de Jorge Taiana por Héctor Timerman en el edificio de las Relaciones Exteriores en los términos del predilecto “relato” setentista del gobierno K podría desembocar en esa simplificación absurda.
No es mentira, por cierto, que en la década de 1970, mientras Taiana (hijo del médico y ministro de Educación de Juan Perón) sufría prisión en la cárcel de Rawson por su militancia en la organización que lideraba Mario Firmenich, Héctor Timerman era director de un diario (La Tarde) financiado por su padre (Jacobo Timerman), que fue instrumento del dispositivo que derrocó a Isabel Perón e instauró la tiranía que encabezó Jorge Videla. Pero esas historias de hace cuatro décadas no agotan la Historia ni sirven, por cierto, para explicar los hechos nuevos.
Taiana venía acompañando con lealtad a los Kirchner a lo largo de toda su gestión. Fue vicecanciller cuando el ministro era Rafael Bielsa y lo sustituyó en 2005. Por aquellos días era un hecho archisabido que Bielsa se consideraba acosado por su número 2 y por el puenteo al que éste lo sometía en su relación con el Presidente Kirchner (Néstor). En rigor, ambos (ministro y vice, luego sucesor) eran piezas de un mecanismo objetivo que hoy nadie puede ignorar: el vaciamiento de las funciones de la Cancillería, en parte por el desinterés del matrimonio K por la política exterior (salvo en los fragmentos que puedan utilizarse para la política doméstica) y en parte por la cesión de algunas operaciones y negocios a hombres de su entorno más intimo. El by pass aplicado al ministerio de Relaciones Exteriores (desde tiempos de Bielsa) en el caso de los vínculos con Venezuela y el chavismo (traslado de valijas, fideicomisos, compras de fuel oil contaminante a precio más alto del más puro que se produce localmente. etc.) es sólo el más renombrado.
Taiana más que un ministro fue un plomero: quizás resignado a la visión de sus superiores, no diseñó nada de política exterior y dedicó sus esfuerzos a tapar perforaciones creadas por los movimientos ajenos: que la presidenta suspendiera a última hora una visita oficial a China, que Guillermo Moreno o la ministra de Producción castigaran y determinaran la suspensión de compras del principal importador de aceite de soja argentina (China), que en función de política interna se envenenaran las relaciones con Uruguay y que, más tarde, se criminalizara a los ambientalistas a los que se había alentado por años a cortar rutas internacionales. En fin, rodeado por algunos profesionales de la Cancillería y por algunos fieles, Taiana se dedicó a emparchar filtraciones y a hacer control de daños, mientras registraba que cada vez más fragmentos de su territorio eran “loteados” y entregados en comisión a hombres que la Corona seguramente consideraba más fieles que él.
Uno de esos hombres era Héctor Timerman, que se entendió sin intermediación con la señora de Kirchner y que notoriamente aspiraba a estar a la cabeza del ministerio. En este amor suyo por la diplomacia, Timerman ha escalado siempre en perjuicio de quienes ocupaban el cargo al que él aspiraba. Primero conspiró, con ayuda de periodistas amigos, contra el diplomático que ejercía el consulado en Nueva York, el embajador Juan Carlos Vignaud; más tarde, ya desde Nueva York, trabajó para mudarse a la embajada en Washington, para lo que necesitaba el desplazamiento del embajador, a la sazón, José Octavio Bordón. Ya en Washington, Timerman trabajó para que el Canciller no metiera las narices en la relación con el gobierno y las fuerzas de Estados Unidos sobre las que él trabaja.
En verdad, Timerman encarna una soldadura fuerte del gobierno Kirchner con el sistema de poder de Estados Unidos. Una vez más, el relato setentista y la vocinglería progre oscurecen más que aclaran la realidad de los actos del kirchnerismo. Si se repara en que –como lo señaló con lucidez Jorge Castro estos días- el gobierno argentino es el principal aliado de Washington en las políticas de aislamiento y criminalización internacional de Irán (Argentina acusa a Teherán de nexos con el terrorismo y pide la captura internacional de media docena de funcionarios de ese gobierno) se comprenden mejor los hechos que si se atiende a ideologismos. El gobierno mantiene buenos negocios con el chavismo venezolano, y comparte algunas de sus prácticas de dominio, como por caso su maltrato a la prensa independiente. Pero mientras Chávez es el principal aliado del régimen iraní en la región (y mientras el Brasil de Lula juega sus fichas para proteger a Teherán de sanciones por el desarrollo de su programa nuclear), el gobierno de Kirchner mantiene en punto a Irán , asunto de alta prioridad para Washington, un vínculo inalterable con Estados Unidos.
Las intrigas para escalar la pirámide del poder explican sólo un costado de los hechos; es preciso reconocer cuál es el aporte del escalador. En el caso de Timerman, podría decirse que es la encarnación de ese vínculo en un tema privilegiado. A eso hay que agregar, si se quiere, sus otras demostraciones de méritos K: es – como dicen algunos medios- “un fundamentalista” del kirchnerismo. Pero no a todos los fundamentalistas K los designan primero en Washington y luego en el Palacio San Martín.
Ahora bien, estos son los méritos que explican que Timerman haya sido el elegido. En cualquier caso, con esa planilla él podría haber permanecido en la embajada. Para que se diera la mudanza hacía falta la otra mitad de la historia: que Taiana le allanara el camino con su dimisión “indeclinable”. ¿Qué fue lo que llevó a un ministro leal a transparentar las “diferencias”, denunciar “la falta de apoyo” y cerrar de un portazo cinco años de fiel colaboración con el matrimonio gobernante? El único hecho nuevo de los que se enumeran por estas horas para explicar la renuncia de Taiana es la divulgación (vía el diario Clarín, lo que no es un dato menor para Olivos) de un acuerdo para monitorar en conjunto con Uruguay (y con la participación de Brasil) todo el río Uruguay, lo que eventualmente llevaría a detectar aporte de empresas argentinas a la contaminación del río. Dicen que por esa filtración periodística la Presidente lo acusó al entonces canciller de “traidor”. Y Taiana entonces decidió su renuncia. Le habría recordado a la señora de Kirchner –aseguran- algunos detalles de las respectivas historias (también forma parte de esas historias el dato de que Taiana seguía preso en los años de poder militar en que el matrimonio presidencial comenzaba a reunir su fortuna con actividades jurídico-inmobiliarias en Santa Cruz).
El carácter de Taiana – un hombre exteriormente paciente- y sus antecedentes de colaboración con el gobierno, que incluyen haber soportado varios desplantes presidenciales, algunos de ellos públicos, requieren ir más a fondo en la búsqueda de motivos. No fue seguramente una súbita emoción violenta (si acaso, una emoción violenta retardada) la que impulsó el gesto del ahora ex canciller. Es probable que mantuviera in pectore la idea de irse. Y no es improbable que esa decisión tenga que ver con el hecho de que él observa que los Kirchner –como ha dicho más de una vez con elocuencia Jorge Asís- “tienen el boleto picado”.
El distanciamiento de Taiana, los gestos de autonomía y sorda rebeldía que se permite Hugo Moyano y hasta lanzamientos misturados como el de la generación “sub 40” que reunió en Salta a un gobernador, un ex jefe de gabinete K, varios intendentes y hasta un ministro de la administración porteña de Mauricio Macri, son otros tantos signos de que el boleto está efectivamente picado y de que muchos ya prefieren estar fuera del micro cuando llegue el fin del recorrido.
domingo, 30 de mayo de 2010
Taiana-Timmerman: algo más que una historia de hijos. Por Jorge Raventos
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