Desde la mañana del miércoles 27 de octubre, cuando se supo que el corazón de Néstor Kirchner había fallado fatalmente, Argentina abrió un paréntesis que todavía no se ha clausurado, un espacio de espera y reflexión, de vigilia, mientras se procesan los duelos que la desaparición del ex presidente ha suscitado. El inapelable rigor de la muerte parece suspender por unas horas o unos días la lógica cotidiana y da vida a un escenario diferente, en el que emergen aspectos que lasa rutinas ocultan y fenómenos que la fugacidad ilumina por un instante. Hay gestos que se magnifican en el marco de la solemnidad, palabras y silencios que adquieren mayor significado.
El país observó durante estas horas interminables una imagen distinta de Cristina de Kirchner. Junto al féretro, enfundada en su traje negro y parapetada detrás sus anteojos oscuros, devastada por la muerte de su esposo y compañero, seguramente abrumada por las jornadas que deberá afrontar desde ahora sin su ayuda y su guía, esa mujer que invitaba a la compasión no era, en tales momentos, la misma que la cadena nacional de radiodifusión difunde sin cesar, ni la que dos semanas atrás vetó la ley del 82 por ciento móvil para los jubilados: la trasmutaba el misterio de la muerte, que nos vuelve más prójimos que nunca, que iguala a ricos y pobres, empareja a los gobernantes con los ciudadanos, a una viuda presidencial con cualquiera de las personas que padecieron en carne propia la pérdida de un ser querido, víctima de la inseguridad, la miseria, la enfermedad o el infortunio.
¿Pueden sacarse conclusiones políticas de lo que muestra una situación de excepcionalidad? Hay quienes se apresuran a intentarlo. Aseguran, por ejemplo, que en la atmósfera creada por su desgracia, la Presidente ha remontado en las encuestas las bajas calificaciones que lucía hasta una semana atrás y deducen que, ahora sí, está en condiciones de competir con muchas chances por acceder una vez más a la presidencia en 2011. El canciller Héctor Timmerman se apresuró a lanzar esa candidatura, pero es probable que él haya tenido otros fundamentos: ha querido inaugurar un nuevo verticalismo en el que a él le sea dado estar entre los primeros socios; seguramente consideró, además, que el lanzamiento de la candidatura cristinista paralizaría otras ambiciones y congelaría cualquier lucha interna. Esta es una cuestión que empezará (más bien: volverá) a estar sobre el tapete cuando se cierre el paréntesis del duelo.
El mecanismo que había imaginado Néstor Kirchner para prolongar su dominio político en el país fue la elección sucesiva y por turnos de ambos cónyuges del matrimonio. Esa reelección sui generis incluía, para Kirchner, el suplemento virtuoso de evitarle al miembro de la pareja que estuviera como presidente en funciones el período que los norteamericanos llaman “del pato rengo”, esos últimos meses (a veces últimos dos años) en que el mandatario saliente va perdiendo paulatinamente autoridad y poder. El 2011 le tocaba a él ser candidato y, trabajando para su propia postulación, sentía que colaboraba en el apuntalamiento de la gestión de su esposa.
El rápido lanzamiento de la candidatura de Cristina Kirchner, antes aún de que hubieran concluido las ceremonias del adiós a Néstor, es quizás un conjuro de emergencia contra el síndrome del pato rengo, porque la muerte de Kirchner sin duda provoca una gran fragilidad en la estructura del gobierno. Era él el que tenía las claves y los contactos, él quien conseguía articular (o desarticular) fuerzas partidarias, él quien disciplinaba, y también él quien decidía en materia económica. Sin él, que se hacía cargo de esos asuntos, la presidente tiene ahora que rendir varias materias para las que no parece suficientemente preparada.
Debe hacerlo durante el último año de su gestión y en condiciones que ya le estaban resultando arduas al propio Kirchner, que observaba la creciente disgregación de sus fuerzas y de su influencia: le costaba poner en caja a la fracción sindical de Hugo Moyano, pese a que el crecimiento del camionero sería inexplicable sin el amparo de los gobiernos K; chocaba con la reticencia de muchos jefes territoriales; se comprometía en peleas decisivas que ya no ganaba; se decía decepcionado de la Corte Suprema que él entronizó. Precisamente por esa tendencia a confrontar (que últimamente, a diferencia de los primeros años, se traducía además en derrotas) Néstor Kirchner venía perdiendo el diálogo (y la simpatía) del mundo empresarial y también la confianza en su liderazgo de parte de muchos dirigentes de su propia fuerza.
Recuperar o reconstruir los mecanismos del poder -en definitiva, las condiciones de la gobernabilidad- es la tarea que tienen por delante la Presidente y el país. Y no es fácil.
Hoy, aún bajo los efectos de la última atmósfera de paz, tregua o amnistía, desde dentro y desde fuera del oficialismo se ofrecen puentes de colaboración a la cooperación y se escuchan discursos de concordia. Tan pronto se termine de cerrar el paréntesis del duelo reaparecerán las cuestiones pendientes.
Hay en los alrededores de la Presidente quienes la alientan a –como dicen- “profundizar el modelo”. Parecen referirse a perseverar en las peleas de los últimos tiempos: con los medios, con la “Justicia cautelar”, con el campo, con “las corporaciones”. En suma, a insistir con una línea que fue aislando paulatinamente al gobierno y desconectando al país de las corrientes centrales del mundo.
No se puede precipitar conclusiones a partir de situaciones anómalas, pero lo cierto es que en el seno del duelo y de las ceremonias fúnebres, hubo signos que apuntan hacia esa dirección: el desdén hacia los dirigentes opositores que fueron a dar el pésame, el rechazo anticipado a la presencia de Eduardo Duhalde y del vicepresidente Julio Cobos en el velatorio, los gritos de sectores juveniles contra el vicepresidente, ¿son anticipos de ese programa de “profundización”?
En todo caso, ¿sobre qué estructuras apoyar ese programa para darle sustentabilidad? La significativa movilización de jóvenes que acompañaron las honras a Kirchner ha promovido en algunos (inclusive fuera de los límites del oficialismo) la impresión de que allí podría encontrarse una fuerza para apuntalar esa política. Napoleón Bonaparte aconsejaba apoyarse sobre lo que resiste.
Hugo Moyano quizás esté dispuesto a acercar sus fuerzas para el programa de “profundizar el modelo”; sin embargo, el trato frío que recibió durante el velatorio (y la versión que ronda sobre una fuerte disputa telefónica con Kirchner pocas horas antes del síncope cardíaco que acabó con la vida de éste) insinúan que no se lo considera tropa propia.
Los jefes territoriales, con sus más y sus menos, estarán dispuestos a dar respaldo a la gobernabilidad y a la Presidente. Los que pertenecen al peronismo pretenderán, seguro, que no se los conduzca a luchas estériles y a aislarse de la opinión pública. En 2011 la enorme mayoría de ellos pone en disputa su propio poder y saben (muchos lo aprendieron a costo propio en el comicio de 2009) que , más allá de la fuerza propia, la opinión pública independiente de sus distritos es la que termina definiendo entre triunfo o derrota. La mayoría de ellos admitirían contentos integrar un FPV que se traduzca como Frente para la Victoria. Pero no los entusiasma en lo más mínimo que FPV se quiera traducir como Frente para la Venganza: saben que ese es el prólogo de una derrota.
En su gabinete, la Presidente encontrará expresiones cercanas a cada una de las opciones que se le abren: algunos más abiertos al voluntarismo profundizador, otros más receptivos a las necesidades que expresan los jefes territoriales, algunos dialoguistas, otros más facciosos. Varios de esos ministros hablaban de estas cosas con Néstor Kirchner, ahora deberán conversarlos con la señora, y ésta tendrá que ocuparse de temas que antes eran casi monopolio de su esposo.
Argentina tiene ante sí una enorme oportunidad en el mundo, que quiere comprar lo que producimos eficazmente y está dispuesto a pagar por esos productos precios muy altos. Se trata de potenciar esa oportunidad trabajando codo a codo con los productores rurales, en lugar de quedar atados a peleas anteriores contra ellos. Los gobernadores e intendentes de provincias agrarias lo tienen claro.
También podría la Argentina usufructuar las posibilidades de recibir inversión externa, como lo hacen nuestros vecinos, Chile, Uruguay, Brasil, que cuentan con gobiernos de distintas tendencias, de centro derecha y de centro izquierda. Estos tres países comparten un rasgo: por debajo de sus sistemas políticos hay acuerdos nacionales, esto es sistemas deliberadamente creados por el consenso de los actores políticos y sociales destinados a encontrar fundamentos comunes y límites en los conflictos. Argentina no ha producido esos acuerdos.
La desaparición de Néstor Kirchner, viga maestra del gobierno mientras existió, vuelve urgente reconstruir el poder político. Cerrado el paréntesis del duelo, la vida vuelve a su curso.
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sábado, 30 de octubre de 2010
La muerte de Néstor Kirchner: el corazón y la política. Por Daniel V. González
Probablemente haya que buscar más en la política que en la Ciencia Médica las razones de la muerte súbita del ex presidente Néstor Kirchner.
Hombre de temperamento atrabiliario, Kirchner entendía el poder como un ejercicio personal, indelegable y cotidiano. Lejos de descansar en la delegación de funciones, distante de reposar y confiar en los juegos naturales de las instituciones democráticas, Kirchner vivía el poder como algo personal y, en consecuencia, de dimensiones absolutas. Intensidad y obsesión eran dos presencias cotidianas en su modo de ejercer el poder.
Ese modo de entender la política –y la vida- lo llevó a la muerte prematura.
Pero fue la propia dinámica de sus actos la que, además, fue construyendo un contexto que con el paso del tiempo se le había tornado hostil. Cada batalla –grande o pequeña- era una apuesta a todo o nada. Cada debate, una lucha a muerte. Cada diferencia de opinión, un intento de golpe de estado.
Asumió el poder en condiciones excepcionalmente favorables para el país y, en general, para el mundo emergente. Los formidables precios de los commodities, gracias al aumento de la demanda promovido por China e India, hizo que la Argentina gozara de una ventaja estimable, basada en su producción agropecuaria, potenciada tras el silencioso proceso de transformación del agro nacional durante las últimas décadas.
Los precios excepcionales permitían mantener un alto nivel del gasto público, a la vez que un superávit comercial desacostumbrado. Vivíamos en un mundo perfecto. Todo comenzó a complicarse hacia marzo de 2008, con la crisis del campo. Las razones de la crisis hay que buscarlas más en la política que en la economía. Una discusión por el volumen de las retenciones derivó en un duro enfrentamiento con un sector integrado por muchos de sus propios votantes.
Y a partir de ahí, todo su gobierno entró en una pendiente de la que nunca pudo recuperarse pese a los datos que reflejaban las encuestas que cada día le acercaban sus consultores amigos. Las elecciones de 2009, imprevistamente, lo tuvieron como perdedor aunque su apuesta había sido la máxima posible: él mismo había encabezado la lista de diputados nacionales para la Provincia de Buenos Aires. Pero fue derrotado.
Desde ese día abrigaba una sola obsesión: destruir al Grupo Clarín, al que responsabilizó por su derrota electoral. Era su máxima ambición al momento de morir. Pensaba que su destino político estaba atado a esa batalla previa. Por esa ley, pero no sólo por ella, comenzó a enfrentarse con la Justicia, incluso en sus máximas instancias. Su concepto del poder no se detenía ni ante una resolución de la Corte Suprema. Todo aquél que no estaba de su lado era descalificado, maldecido y demonizado.
Pero ya todo había comenzado a complicársele inexorablemente. Su visión acerca de la naturaleza de las dificultades que enfrentaba su gobierno era de una elemental y engañosa simpleza. Los tiempos del crecimiento amable y sencillo habían pasado. Se avecinaban tormentas y esta situación era percibida con claridad por todas las encuestas de opinión que le anunciaban con claridad el final de su ciclo. Y esos problemas también eran registrados por el propio cuerpo de Néstor Kirchner.
Lentamente pero con una velocidad que iría creciendo, comenzó a desarticularse su frente interno. Varios intendentes del conurbano bonaerense, sumamente prácticos y acomodaticios, comenzaron a buscar nuevos horizontes ante la perspectiva cierta de que Kirchner fuera derrotado en las elecciones de octubre de 2011. Pensaba que Daniel Scioli estaba detrás de esa fuga y lo increpó duramente en público un mes atrás.
Su enfermedad coronaria no es ajena a este horizonte de dificultades crecientes. Todas las observaciones realizadas por la prensa y los políticos opositores acerca de la fragilidad de su salud, fueron tomadas como una ofensa que buscaba pintar con trazos de debilidad la personalidad del hombre fuerte de la Argentina. La realidad inmediata demostró que, otra vez, Kirchner estaba equivocado.
Lo que puede venir
¿Sobrevivirá el kirchnerismo a la muerte de Néstor Kirchner? No está escrito. El kirchnerismo ha sido, en cierto modo, un revival de los años setenta, una extensión en el tiempo de los días en que Cámpora, con los votos de Perón, habitó brevemente la Casa Rosada. El núcleo duro del kirchnerismo eran los hombres de aquel tiempo, con el discurso de aquel tiempo, con las obsesiones y odios de esos años pero en un mundo que ya había cambiado en lo sustancial.
Kirchner chocó con las dificultades propias de su estilo confrontativo y visceral, colisionó con los enemigos que él mismo, prolijamente, había decidido construir. Pero –y quizá esto sea lo más importante- Kirchner se desmoronó en su empeño de leer y vivir como en los setenta un mundo en el que ya no quedan casi rastros de ese tiempo también incierto. O, dicho de otro modo, lo que queda de él es una supervivencia ideológica cada vez más divorciada de una realidad que se desplaza en un sentido distinto y que demanda, también, ideas distintas.
Es cierto que el partido del poder recibirá un impacto inmediato con la desaparición de su máximo líder, el hombre que concentraba todo el poder real y que lo ejercía cada día. Se abre para su esposa, nuestra Presidenta, un tiempo cuya incertidumbre dependerá de sus propios actos, de lo que Cristina Fernández haga de ahora en adelante.
El kirchnerismo se había transformado, con la vestimenta del peronismo y el uso de la sigla partidaria, en un gran partido de izquierda. Ahí confluyeron distintos sectores de la izquierda tradicional (socialistas, comunistas), sectores del peronismo de izquierda que reivindican a las organizaciones armadas y el terrorismo y sectores del nacionalismo popular de izquierda. Coexisten con ellos, franjas moderadas de las clases medias urbanas y de los trabajadores sindicalizados.
De este polo político se habían desprendido personajes tales como Pino Solanas (que sin embargo apoyó parlamentariamente a Kirchner en temas fundamentales), Sabatella y otros menores, distanciados, sobre todo, por cuestiones de estilo y de espacios de poder, más que por diferencias ideológicas o políticas.
¿Podrá mantener Cristina Fernández el liderazgo de este polo del progresismo y la izquierda? No lo sabemos. Lo cierto es que desde la crisis entre los Kirchner y el campo se está abriendo paso en la política argentina, más allá de los partidos, la demanda de un nuevo estilo político en el que la crispación y los enfrentamientos cotidianos cedan el paso a la elaboración de un programa de objetivos concretos de coincidencias que subordinen las acciones de los próximos gobernantes a una grilla de prioridades nacionales consensuada entre las fuerzas de una nueva dirigencia y una nueva mayoría.
El nuevo tiempo político supone también tomar nota de un contexto mundial en el que no tienen cabida políticas locales que han probado reiteradamente su fracaso. Es país debe actualizar sus puntos de vista y sus políticas respecto de los principales problemas de la economía mundial. De este modo podrá aprovechar mejor estos años dorados en los que nuestros productos son demandados y pagados a precios sin precedentes.
La muerte de Kirchner acelera, probablemente, la llegada de un nuevo tiempo, que demandará nuevas ideas. Leer más...
Hombre de temperamento atrabiliario, Kirchner entendía el poder como un ejercicio personal, indelegable y cotidiano. Lejos de descansar en la delegación de funciones, distante de reposar y confiar en los juegos naturales de las instituciones democráticas, Kirchner vivía el poder como algo personal y, en consecuencia, de dimensiones absolutas. Intensidad y obsesión eran dos presencias cotidianas en su modo de ejercer el poder.
Ese modo de entender la política –y la vida- lo llevó a la muerte prematura.
Pero fue la propia dinámica de sus actos la que, además, fue construyendo un contexto que con el paso del tiempo se le había tornado hostil. Cada batalla –grande o pequeña- era una apuesta a todo o nada. Cada debate, una lucha a muerte. Cada diferencia de opinión, un intento de golpe de estado.
Asumió el poder en condiciones excepcionalmente favorables para el país y, en general, para el mundo emergente. Los formidables precios de los commodities, gracias al aumento de la demanda promovido por China e India, hizo que la Argentina gozara de una ventaja estimable, basada en su producción agropecuaria, potenciada tras el silencioso proceso de transformación del agro nacional durante las últimas décadas.
Los precios excepcionales permitían mantener un alto nivel del gasto público, a la vez que un superávit comercial desacostumbrado. Vivíamos en un mundo perfecto. Todo comenzó a complicarse hacia marzo de 2008, con la crisis del campo. Las razones de la crisis hay que buscarlas más en la política que en la economía. Una discusión por el volumen de las retenciones derivó en un duro enfrentamiento con un sector integrado por muchos de sus propios votantes.
Y a partir de ahí, todo su gobierno entró en una pendiente de la que nunca pudo recuperarse pese a los datos que reflejaban las encuestas que cada día le acercaban sus consultores amigos. Las elecciones de 2009, imprevistamente, lo tuvieron como perdedor aunque su apuesta había sido la máxima posible: él mismo había encabezado la lista de diputados nacionales para la Provincia de Buenos Aires. Pero fue derrotado.
Desde ese día abrigaba una sola obsesión: destruir al Grupo Clarín, al que responsabilizó por su derrota electoral. Era su máxima ambición al momento de morir. Pensaba que su destino político estaba atado a esa batalla previa. Por esa ley, pero no sólo por ella, comenzó a enfrentarse con la Justicia, incluso en sus máximas instancias. Su concepto del poder no se detenía ni ante una resolución de la Corte Suprema. Todo aquél que no estaba de su lado era descalificado, maldecido y demonizado.
Pero ya todo había comenzado a complicársele inexorablemente. Su visión acerca de la naturaleza de las dificultades que enfrentaba su gobierno era de una elemental y engañosa simpleza. Los tiempos del crecimiento amable y sencillo habían pasado. Se avecinaban tormentas y esta situación era percibida con claridad por todas las encuestas de opinión que le anunciaban con claridad el final de su ciclo. Y esos problemas también eran registrados por el propio cuerpo de Néstor Kirchner.
Lentamente pero con una velocidad que iría creciendo, comenzó a desarticularse su frente interno. Varios intendentes del conurbano bonaerense, sumamente prácticos y acomodaticios, comenzaron a buscar nuevos horizontes ante la perspectiva cierta de que Kirchner fuera derrotado en las elecciones de octubre de 2011. Pensaba que Daniel Scioli estaba detrás de esa fuga y lo increpó duramente en público un mes atrás.
Su enfermedad coronaria no es ajena a este horizonte de dificultades crecientes. Todas las observaciones realizadas por la prensa y los políticos opositores acerca de la fragilidad de su salud, fueron tomadas como una ofensa que buscaba pintar con trazos de debilidad la personalidad del hombre fuerte de la Argentina. La realidad inmediata demostró que, otra vez, Kirchner estaba equivocado.
Lo que puede venir
¿Sobrevivirá el kirchnerismo a la muerte de Néstor Kirchner? No está escrito. El kirchnerismo ha sido, en cierto modo, un revival de los años setenta, una extensión en el tiempo de los días en que Cámpora, con los votos de Perón, habitó brevemente la Casa Rosada. El núcleo duro del kirchnerismo eran los hombres de aquel tiempo, con el discurso de aquel tiempo, con las obsesiones y odios de esos años pero en un mundo que ya había cambiado en lo sustancial.
Kirchner chocó con las dificultades propias de su estilo confrontativo y visceral, colisionó con los enemigos que él mismo, prolijamente, había decidido construir. Pero –y quizá esto sea lo más importante- Kirchner se desmoronó en su empeño de leer y vivir como en los setenta un mundo en el que ya no quedan casi rastros de ese tiempo también incierto. O, dicho de otro modo, lo que queda de él es una supervivencia ideológica cada vez más divorciada de una realidad que se desplaza en un sentido distinto y que demanda, también, ideas distintas.
Es cierto que el partido del poder recibirá un impacto inmediato con la desaparición de su máximo líder, el hombre que concentraba todo el poder real y que lo ejercía cada día. Se abre para su esposa, nuestra Presidenta, un tiempo cuya incertidumbre dependerá de sus propios actos, de lo que Cristina Fernández haga de ahora en adelante.
El kirchnerismo se había transformado, con la vestimenta del peronismo y el uso de la sigla partidaria, en un gran partido de izquierda. Ahí confluyeron distintos sectores de la izquierda tradicional (socialistas, comunistas), sectores del peronismo de izquierda que reivindican a las organizaciones armadas y el terrorismo y sectores del nacionalismo popular de izquierda. Coexisten con ellos, franjas moderadas de las clases medias urbanas y de los trabajadores sindicalizados.
De este polo político se habían desprendido personajes tales como Pino Solanas (que sin embargo apoyó parlamentariamente a Kirchner en temas fundamentales), Sabatella y otros menores, distanciados, sobre todo, por cuestiones de estilo y de espacios de poder, más que por diferencias ideológicas o políticas.
¿Podrá mantener Cristina Fernández el liderazgo de este polo del progresismo y la izquierda? No lo sabemos. Lo cierto es que desde la crisis entre los Kirchner y el campo se está abriendo paso en la política argentina, más allá de los partidos, la demanda de un nuevo estilo político en el que la crispación y los enfrentamientos cotidianos cedan el paso a la elaboración de un programa de objetivos concretos de coincidencias que subordinen las acciones de los próximos gobernantes a una grilla de prioridades nacionales consensuada entre las fuerzas de una nueva dirigencia y una nueva mayoría.
El nuevo tiempo político supone también tomar nota de un contexto mundial en el que no tienen cabida políticas locales que han probado reiteradamente su fracaso. Es país debe actualizar sus puntos de vista y sus políticas respecto de los principales problemas de la economía mundial. De este modo podrá aprovechar mejor estos años dorados en los que nuestros productos son demandados y pagados a precios sin precedentes.
La muerte de Kirchner acelera, probablemente, la llegada de un nuevo tiempo, que demandará nuevas ideas. Leer más...
miércoles, 27 de octubre de 2010
La muerte de Kirchner priva al gobierno de su viga maestra. Por Jorge Raventos
El síncope que abatió a Néstor Kirchner provocó en simultáneo, si se quiere, una implosión política.
Aunque él a veces jugueteaba con la denominación de “primer caballero”, la desaparición de Kirchner tiene una significación que excede largamente ese rol protocolar, el de diputado nacional o el de secretario general de Unasur. Con su muerte se disuelve abruptamente el eje ordenador y conductor del sistema de poder vigente. Ese sistema de poder estuvo siempre concentrado, centralizado y articulado por Néstor Kirchner, tanto mientras ejerció personalmente la presidencia como durante el tiempo en el que ese cargo ha estado ocupado por su esposa. Como señaló Rosendo Fraga en La Nación: “ La falta de Kirchner deja la sensación política de que falta el Presidente”.
Su desaparición corta de un tajo los hilos de todas las redes –políticas, partidarias, sindicales, empresariales- que llegaban a esa terminal única que Kirchner representaba.
Un cortocircuito de semejante magnitud no puede sino someter a grave riesgo la gobernabilidad y sobre este punto reflexionan e intercambian ideas por estas horas, atravesando las jornadas de duelo, hombres de la política, la economía y las empresas.
Es que en la Argentina la dinámica política prevalece sobre lo institucional y lo que colapsó esta mañana en Calafate con el corazón de Kirchner fue el motor central del poder político. Un motor que ya se observaba averiado pero que seguía funcionando y todavía contenía, aunque cada vez con mayor esfuerzo, las fuerzas centrífugas de su sistema.
Las instituciones, por otra parte, venían ofreciendo un cuadro de anemia y una suerte de empatre en la inmovilidad. Ya era una anomalía que la figura central del ordenamiento constitucional, el Poder Ejecutivo, se viera empalidecida por la fuerza real del poder de Kirchner, a quien se atribuía –con cierto realismo- capacidad para hacer y deshacer. En cualquier caso, el poder del Ejecutivo venía debilitándose, hasta el punto que, a un año de haber impuesto una ley que estima vital para sus intereses, como la Ley de Medio, no ha conseguido aún ponerla en ejecución. El Congreso, cuando consigue aprobar leyes, choca con el veto del ejecutivo, como ocurrió con la del 82 por ciento para los jubilados. En cuanto a la Corte Suprema, puede dictar un fallo como el de la reposición del Procurador de Santa Cruz para resignarse luego ante la resistencia del gobierno provincial a darle cumplimiento.
Si la dinámica política es la que prevalece, es de allí de donde deberían surgir las respuestas al riesgo que se cierne sobre la gobernabilidad.
La historia argentina muestra que en situaciones críticas, las provincias
-anteriores y constituyentes de la Nación- son los pilares que pueden sostener el proceso político democrático y la gobernabilidad. Los gobernadores unidos (incluyendo, obvio, al jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires), más allá de su pertenencia partidaria, encarnan poderes territoriales efectivos y un valor institucional fundante, como es el federalismo.
La súbita desaparición de Néstor Kirchner, al retirar de improviso la viga principal que sostenía la administración de su esposa y dejar al país en peligro de ingobernabilidad, impulsa al centro de la escena a los jefes territoriales.
Las circunstancias distinguen particularmente la figura del gobernador bonaerense: no sólo porque está al frente de la provincia más grande (en población, en capacidad productiva), sino porque se ha caracterizado por una actitud de respeto y diálogo que el contexto ayuda a valorizar. A esos atributos se suma ahora, desde la muerte de Kirchner, la presidencia del Partido Justicialista. Los partidos pueden aportar al espíritu de concordia y pacificación de los espíritus que requiere la empresa de la gobernabilidad.
El escenario por un instante está en penumbras pero se intuyen los ajetreo que preceden el inicio del próximo acto. Leer más...
Aunque él a veces jugueteaba con la denominación de “primer caballero”, la desaparición de Kirchner tiene una significación que excede largamente ese rol protocolar, el de diputado nacional o el de secretario general de Unasur. Con su muerte se disuelve abruptamente el eje ordenador y conductor del sistema de poder vigente. Ese sistema de poder estuvo siempre concentrado, centralizado y articulado por Néstor Kirchner, tanto mientras ejerció personalmente la presidencia como durante el tiempo en el que ese cargo ha estado ocupado por su esposa. Como señaló Rosendo Fraga en La Nación: “ La falta de Kirchner deja la sensación política de que falta el Presidente”.
Su desaparición corta de un tajo los hilos de todas las redes –políticas, partidarias, sindicales, empresariales- que llegaban a esa terminal única que Kirchner representaba.
Un cortocircuito de semejante magnitud no puede sino someter a grave riesgo la gobernabilidad y sobre este punto reflexionan e intercambian ideas por estas horas, atravesando las jornadas de duelo, hombres de la política, la economía y las empresas.
Es que en la Argentina la dinámica política prevalece sobre lo institucional y lo que colapsó esta mañana en Calafate con el corazón de Kirchner fue el motor central del poder político. Un motor que ya se observaba averiado pero que seguía funcionando y todavía contenía, aunque cada vez con mayor esfuerzo, las fuerzas centrífugas de su sistema.
Las instituciones, por otra parte, venían ofreciendo un cuadro de anemia y una suerte de empatre en la inmovilidad. Ya era una anomalía que la figura central del ordenamiento constitucional, el Poder Ejecutivo, se viera empalidecida por la fuerza real del poder de Kirchner, a quien se atribuía –con cierto realismo- capacidad para hacer y deshacer. En cualquier caso, el poder del Ejecutivo venía debilitándose, hasta el punto que, a un año de haber impuesto una ley que estima vital para sus intereses, como la Ley de Medio, no ha conseguido aún ponerla en ejecución. El Congreso, cuando consigue aprobar leyes, choca con el veto del ejecutivo, como ocurrió con la del 82 por ciento para los jubilados. En cuanto a la Corte Suprema, puede dictar un fallo como el de la reposición del Procurador de Santa Cruz para resignarse luego ante la resistencia del gobierno provincial a darle cumplimiento.
Si la dinámica política es la que prevalece, es de allí de donde deberían surgir las respuestas al riesgo que se cierne sobre la gobernabilidad.
La historia argentina muestra que en situaciones críticas, las provincias
-anteriores y constituyentes de la Nación- son los pilares que pueden sostener el proceso político democrático y la gobernabilidad. Los gobernadores unidos (incluyendo, obvio, al jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires), más allá de su pertenencia partidaria, encarnan poderes territoriales efectivos y un valor institucional fundante, como es el federalismo.
La súbita desaparición de Néstor Kirchner, al retirar de improviso la viga principal que sostenía la administración de su esposa y dejar al país en peligro de ingobernabilidad, impulsa al centro de la escena a los jefes territoriales.
Las circunstancias distinguen particularmente la figura del gobernador bonaerense: no sólo porque está al frente de la provincia más grande (en población, en capacidad productiva), sino porque se ha caracterizado por una actitud de respeto y diálogo que el contexto ayuda a valorizar. A esos atributos se suma ahora, desde la muerte de Kirchner, la presidencia del Partido Justicialista. Los partidos pueden aportar al espíritu de concordia y pacificación de los espíritus que requiere la empresa de la gobernabilidad.
El escenario por un instante está en penumbras pero se intuyen los ajetreo que preceden el inicio del próximo acto. Leer más...
lunes, 25 de octubre de 2010
Inseguridad e indolencia. Por Claudio Chaves
El problema de la inseguridad no es nuevo, ni siquiera de los últimos tiempos. Lo hemos padecido en distintos momentos a lo largo historia. Y siempre hubo alguien que encontró una solución.Voces interesadas afirman que es un fenómeno moderno que asuela al mundo entero a consecuencia del triunfo salvaje del capitalismo inhumano. “Frente a la inseguridad creada en el mundo por el retroceso del Estado de Bienestar. ¿Cómo se compensa esta sensación? Mostrando que la principal amenaza que hay es el delito común” (Zaffaroni al diario La Nación 18/2/09).
La presidente, por su parte, tiene la teoría de que el crimen y la violencia social responden a la enorme desigualdad. Una especie de revancha de los de abajo frente al abismo entre ricos y pobres. Llegando a expresar que al no ser la desigualdad tan marcada en África el delito en ese continente es un problema menor.
Hay, también, otras opiniones que responsabilizan a la circulación y profusión de noticias como la causante de nuevos delitos. Tesis que abona Alberto Fernández, ex Jefe de Gabinete de este gobierno, según un artículo de su autoría aparecido en La Nación (4/10/2010). Este último parecer es fácil de desestimar a poco de indagar en nuestras familias y círculo de amigos.
¿Entonces que podemos decir acerca de la ola delictual que nos azota y que según indican las encuestas se halla en el primer orden de preocupación del pueblo? ¿Cuál su razón de ser?
¿La pobreza? ¿La desigualdad? ¿La injusticia social? ¿Los trabajos mal pagos? ¿La desaparición de la cultura del trabajo? ¿La pobreza estructural?
Puede ser, sin embargo a mi entender responde más a causas de un Estado ausente, inexistente, ineficiente y bobo que ha optado por “dejar hacer y dejar pasar” al mejor estilo smithiano, que a causas de otra índole.
Un Estado que en vez de intervenir, como y donde corresponde, se aparta de sus responsabilidades fundamentales que son la seguridad, la salud y la educación. En el caso argentino se hace más evidente y dramática la borrada. ¿Por qué?
Porque la élite política que nos gobierna es portadora de la utopía (para decirlo de alguna manera piadosa), de que “el rol de la política es la de ser garante de derechos y reguladora de la vida económica”, en lenguaje vulgar intervencionismo. Sin embargo en temas como la seguridad reina el laissez faire.
El avance del delito se debe, seguramente, a múltiples causas, ahora bien, mientras no sean corregidas o esperamos que eso ocurra tenemos delincuentes en la calle que matan, violan y asesinan. ¿Que hacemos entonces? ¿Esperamos la solución a largo plazo? ¿Cuál es ella? La élite gobernante debería recordar las celebres palabras de Keynes, economista de sus amores, quién decía a largo plazo estamos todos muertos.
ALGUNOS EJEMPLOS DE LA HISTORIA
Corría el año 1812 y la provincia de Buenos Aires cargaba sobre sus espaldas con la responsabilidad fundamental de la guerra de la independencia.
El esfuerzo y el desgaste político, con sus luchas intestinas, habían originado un vacío de poder que motivó un serio desorden administrativo y civil que alimentaron el crecimiento voraz del delito. Era preciso solucionar el asunto y “atender a la defensa de la seguridad individual y de la propiedad, seriamente comprometidas por un estado de cosas de lo más lamentable que nadie pueda imaginar. Numerosísimas bandas de salteadores y asesinos, abrigados en las arboledas y huecos del ejido y de las quintas infestaban los suburbios. No solo de noche, sino a la luz del día, saqueaban y asesinaban familias enteras quebrantando puertas a viva fuerza, o abriéndolas con ganzúas. Su audacia había llegado a tanto, que con mucha frecuencia, aún a la hora de la siesta, se introducían en el centro mismo de la ciudad y saqueaban tiendas o casas de familia con éxito completo.
Los suburbios en que se abrigaban esas bandas de malhechores y prófugos formaban al oeste, de norte a sur, una cintura que ceñía a la ciudad, donde había eriales y huecos desolados, perfectamente apropiados para escondrijo de vagos, prófugos y criminales.
El mal había llegado en 1812 a ser una calamidad pública, una plaga social que tenía aterrado al vecindario. Era indispensable, urgente, extirpar a toda costa ese desorden con un rigor inexorable, sumario y ejecutivo en los procedimientos. El mal crecía por semanas; y la situación general estaba ya afectada como por una de esas desgracias que conturban el orden social arruinando el imperio de las leyes y de las buenas costumbres.
En vista de estos principios y de esa necesidad suprema se creo una Comisión de Justicia, encargada de proceder sumarísimamente y nada más que a buena verdad sabida, o probada, en cada caso de crimen contra las personas o contra los bienes, eliminando todos los procedimientos que pudieran hacer moroso o ineficaz el castigo aún en los casos de condenación a muerte, que fueron los más frecuentes. Esta Comisión comenzó sus trabajos con un manifiesto:
Las leyes que se han hecho precisamente para consultar la seguridad y el orden de las sociedades y de sus individuos, jamás deben permitirse que degeneren en disolución. Las consideraciones de equidad que se dispensan a los delincuentes, lejos de producir efectos saludables, llegan a ser una barrera que defiende escandalosamente la impunidad de los delitos. Los delincuentes calculan sobre la demora de su castigo. En tales circunstancias es ya necesario abrir un paréntesis a todas esas fórmulas y ritualidades ordinarias, que no pueden sostenerse sin peligro inminente del resto de la comunidad” (López, Vicente Fidel: Historia de la República Argentina. Ed. La Facultad. Bs. As. 1926. T. IV. Pág. 143 y 144)
De esta forma aquellos hombres, valorados hoy como próceres fueron, también, capaces de hallar un remedio a los “pequeños problemas” de la vida cotidiana.
Además de las grandes utopías de la libertad y la independencia resolvieron la “insignificancia” de combatir a pillos y facinerosos.
Ocurrida la Batalla de Caseros y derrotado Rosas el general Urquiza ocupó circunstancialmente el caserón de don Juan Manuel, en San Benito de Palermo en la afueras de la ciudad. Esperó allí algunos días antes de entrar a Buenos Aires. Sin autoridad, puesto que Rosas se había ido y Urquiza no entraba la ciudad se transformó en un pandemónium. Bandas de ladrones, desertores y vencidos ocasionaron todo tipo de desmanes y tropelías. La ausencia de autoridad competente envalentonaba a los elementos antisociales que existen en los intersticios de toda sociedad.
“Al caer la noche y en la ausencia de disciplina y orden, bandas desorganizadas empezaron a saquear las tiendas y las casas. Ante el desamparo fuerzas de marinería extranjera desembarcaron para mantener un poco de orden. En la mañana siguiente, una banda compuesta de diversos elementos cayó de improviso sobre un piquete de marinería abriendo fuego”. (Scobie, James, R.: La lucha por la consolidación de la nacionalidad argentina. 1852-1862. Ed. Hachette. Bs. As. 1964. Pág. 21)
Los desmanes se desarrollaron durante tres días seguidos llegando incluso a ingresar un delincuente en la casa del representante inglés en Buenos Aires lo que nos hace imaginar la zozobra y angustia de la población común.
A los dos días el cuerpo diplomático se entrevistó con Urquiza en Palermo rogándole a “Urquiza tomara medidas inmediatas con el fin de asegurar la vida y los bienes contra el pillaje. Urquiza inmediatamente dio orden de que cualquiera persona a quienes se encontrase robando fuese fusilada en el acto y mandó a la ciudad patrullas de su ejército para ayudar a la policía. El cinco de febrero ya habían sido fusiladas más de un centenar de personas. El restablecimiento del orden por la fuerza aumentaron el número de los ejecutados. El camino que unía a Buenos Aires con el cuartel general en Palermo era a menudo el teatro de tales ejecuciones colgándose los cadáveres de las ramas de los árboles del camino”. (Scobie: Ob. Cit. Pág. 26)
Estos crueles acontecimientos ponen evidencia las condiciones que se gestan cuando no hay Estado o autoridad competente, en condiciones de generar y mantener el orden, y cuando los hechos alcanzan niveles insoportables, en que la vida en sociedad se hace imposible, las respuestas halladas siempre son brutales e inhumanas.
Cierto es que en el caso narrado los sucesos se produjeron de repente. Sin embargo hay otros momentos en que se dejan avanzar las cosas irresponsablemente sin causas que lo justifiquen. En esta situación nos hallamos hoy los argentinos.
El largo problema del indio en la pampa argentina fue resuelto en 1879 por el General Roca. El asunto venía de lejos. Ya en 1750 el abuelo de Rosas había caído asesinado a orillas del Salado a manos de un malón en los alrededores de su estancia, el Rincón de López. Recuerdo que la historia recoge por la importancia del nieto. Pero fueron cientos los que murieron a manos de los salvajes y cuyos nombres no han trascendido.
Más de ciento treinta años los argentinos convivimos con el problema del indio. Robaba, violaba, incendiaba y raptaba en sus feroces entradas sobre las poblaciones. Era dueño de un territorio en donde el Estado Nacional no ejercía control ni dominio. “Fronteras interiores” denominaba Roca a esas tierras. Como ejemplo de esto último está el recuerdo de las infelices cautivas. Esclavizadas en los aduares y en el mejor de los casos rescatadas por medio del pago de abultadas sumas de dinero. Se llegó al escándalo que el Banco Provincia abrió una línea de crédito para rescatar cautivas.
En 1876 se produjo lo que se conoce como la "invasión grande". Masivo y mortal ataque indígena sobre Azul, Tapalqué y Tandil provocando más de 400 muertos, quinientos secuestrados cautivos, y 300.000 cabezas de ganado en manos de la marginalidad.
Era imposible continuar viviendo asediados por el robo, la muerte y la violencia, o se triunfaba de manera clara y contundente o los pueblos de frontera continuarían desangrándose. El general Roca decidió asumir los costos políticos y la responsabilidad de la tarea.
“Vamos pues a disputarles sus propias guaridas, lo que no conseguiremos sino por medio de la fuerza. A mi juicio el mejor sistema de concluir con los indios es el de la guerra ofensiva. Hay que ir a buscarlos a sus guaridas y causarles un terror y un espanto indescriptibles” (Roca)
En síntesis si se deja avanzar la situación delictual hasta un punto que sobrepase los naturales límites de lo tolerable, llegará, entonces, una época de violencia represiva como quizás no se halla visto aún, es hora de resolver las cosas ya, antes que la situación empeore. El estado nacional debe pasar a la ofensiva y destruir sus cuevas y guaridas que se conocen y se sabe donde están.
Como se hizo en 1812, 1852 y 1879. Hay que tener decisión y coraje. No resta mucho tiempo. Leer más...
La presidente, por su parte, tiene la teoría de que el crimen y la violencia social responden a la enorme desigualdad. Una especie de revancha de los de abajo frente al abismo entre ricos y pobres. Llegando a expresar que al no ser la desigualdad tan marcada en África el delito en ese continente es un problema menor.
Hay, también, otras opiniones que responsabilizan a la circulación y profusión de noticias como la causante de nuevos delitos. Tesis que abona Alberto Fernández, ex Jefe de Gabinete de este gobierno, según un artículo de su autoría aparecido en La Nación (4/10/2010). Este último parecer es fácil de desestimar a poco de indagar en nuestras familias y círculo de amigos.
¿Entonces que podemos decir acerca de la ola delictual que nos azota y que según indican las encuestas se halla en el primer orden de preocupación del pueblo? ¿Cuál su razón de ser?
¿La pobreza? ¿La desigualdad? ¿La injusticia social? ¿Los trabajos mal pagos? ¿La desaparición de la cultura del trabajo? ¿La pobreza estructural?
Puede ser, sin embargo a mi entender responde más a causas de un Estado ausente, inexistente, ineficiente y bobo que ha optado por “dejar hacer y dejar pasar” al mejor estilo smithiano, que a causas de otra índole.
Un Estado que en vez de intervenir, como y donde corresponde, se aparta de sus responsabilidades fundamentales que son la seguridad, la salud y la educación. En el caso argentino se hace más evidente y dramática la borrada. ¿Por qué?
Porque la élite política que nos gobierna es portadora de la utopía (para decirlo de alguna manera piadosa), de que “el rol de la política es la de ser garante de derechos y reguladora de la vida económica”, en lenguaje vulgar intervencionismo. Sin embargo en temas como la seguridad reina el laissez faire.
El avance del delito se debe, seguramente, a múltiples causas, ahora bien, mientras no sean corregidas o esperamos que eso ocurra tenemos delincuentes en la calle que matan, violan y asesinan. ¿Que hacemos entonces? ¿Esperamos la solución a largo plazo? ¿Cuál es ella? La élite gobernante debería recordar las celebres palabras de Keynes, economista de sus amores, quién decía a largo plazo estamos todos muertos.
ALGUNOS EJEMPLOS DE LA HISTORIA
Corría el año 1812 y la provincia de Buenos Aires cargaba sobre sus espaldas con la responsabilidad fundamental de la guerra de la independencia.
El esfuerzo y el desgaste político, con sus luchas intestinas, habían originado un vacío de poder que motivó un serio desorden administrativo y civil que alimentaron el crecimiento voraz del delito. Era preciso solucionar el asunto y “atender a la defensa de la seguridad individual y de la propiedad, seriamente comprometidas por un estado de cosas de lo más lamentable que nadie pueda imaginar. Numerosísimas bandas de salteadores y asesinos, abrigados en las arboledas y huecos del ejido y de las quintas infestaban los suburbios. No solo de noche, sino a la luz del día, saqueaban y asesinaban familias enteras quebrantando puertas a viva fuerza, o abriéndolas con ganzúas. Su audacia había llegado a tanto, que con mucha frecuencia, aún a la hora de la siesta, se introducían en el centro mismo de la ciudad y saqueaban tiendas o casas de familia con éxito completo.
Los suburbios en que se abrigaban esas bandas de malhechores y prófugos formaban al oeste, de norte a sur, una cintura que ceñía a la ciudad, donde había eriales y huecos desolados, perfectamente apropiados para escondrijo de vagos, prófugos y criminales.
El mal había llegado en 1812 a ser una calamidad pública, una plaga social que tenía aterrado al vecindario. Era indispensable, urgente, extirpar a toda costa ese desorden con un rigor inexorable, sumario y ejecutivo en los procedimientos. El mal crecía por semanas; y la situación general estaba ya afectada como por una de esas desgracias que conturban el orden social arruinando el imperio de las leyes y de las buenas costumbres.
En vista de estos principios y de esa necesidad suprema se creo una Comisión de Justicia, encargada de proceder sumarísimamente y nada más que a buena verdad sabida, o probada, en cada caso de crimen contra las personas o contra los bienes, eliminando todos los procedimientos que pudieran hacer moroso o ineficaz el castigo aún en los casos de condenación a muerte, que fueron los más frecuentes. Esta Comisión comenzó sus trabajos con un manifiesto:
Las leyes que se han hecho precisamente para consultar la seguridad y el orden de las sociedades y de sus individuos, jamás deben permitirse que degeneren en disolución. Las consideraciones de equidad que se dispensan a los delincuentes, lejos de producir efectos saludables, llegan a ser una barrera que defiende escandalosamente la impunidad de los delitos. Los delincuentes calculan sobre la demora de su castigo. En tales circunstancias es ya necesario abrir un paréntesis a todas esas fórmulas y ritualidades ordinarias, que no pueden sostenerse sin peligro inminente del resto de la comunidad” (López, Vicente Fidel: Historia de la República Argentina. Ed. La Facultad. Bs. As. 1926. T. IV. Pág. 143 y 144)
De esta forma aquellos hombres, valorados hoy como próceres fueron, también, capaces de hallar un remedio a los “pequeños problemas” de la vida cotidiana.
Además de las grandes utopías de la libertad y la independencia resolvieron la “insignificancia” de combatir a pillos y facinerosos.
Ocurrida la Batalla de Caseros y derrotado Rosas el general Urquiza ocupó circunstancialmente el caserón de don Juan Manuel, en San Benito de Palermo en la afueras de la ciudad. Esperó allí algunos días antes de entrar a Buenos Aires. Sin autoridad, puesto que Rosas se había ido y Urquiza no entraba la ciudad se transformó en un pandemónium. Bandas de ladrones, desertores y vencidos ocasionaron todo tipo de desmanes y tropelías. La ausencia de autoridad competente envalentonaba a los elementos antisociales que existen en los intersticios de toda sociedad.
“Al caer la noche y en la ausencia de disciplina y orden, bandas desorganizadas empezaron a saquear las tiendas y las casas. Ante el desamparo fuerzas de marinería extranjera desembarcaron para mantener un poco de orden. En la mañana siguiente, una banda compuesta de diversos elementos cayó de improviso sobre un piquete de marinería abriendo fuego”. (Scobie, James, R.: La lucha por la consolidación de la nacionalidad argentina. 1852-1862. Ed. Hachette. Bs. As. 1964. Pág. 21)
Los desmanes se desarrollaron durante tres días seguidos llegando incluso a ingresar un delincuente en la casa del representante inglés en Buenos Aires lo que nos hace imaginar la zozobra y angustia de la población común.
A los dos días el cuerpo diplomático se entrevistó con Urquiza en Palermo rogándole a “Urquiza tomara medidas inmediatas con el fin de asegurar la vida y los bienes contra el pillaje. Urquiza inmediatamente dio orden de que cualquiera persona a quienes se encontrase robando fuese fusilada en el acto y mandó a la ciudad patrullas de su ejército para ayudar a la policía. El cinco de febrero ya habían sido fusiladas más de un centenar de personas. El restablecimiento del orden por la fuerza aumentaron el número de los ejecutados. El camino que unía a Buenos Aires con el cuartel general en Palermo era a menudo el teatro de tales ejecuciones colgándose los cadáveres de las ramas de los árboles del camino”. (Scobie: Ob. Cit. Pág. 26)
Estos crueles acontecimientos ponen evidencia las condiciones que se gestan cuando no hay Estado o autoridad competente, en condiciones de generar y mantener el orden, y cuando los hechos alcanzan niveles insoportables, en que la vida en sociedad se hace imposible, las respuestas halladas siempre son brutales e inhumanas.
Cierto es que en el caso narrado los sucesos se produjeron de repente. Sin embargo hay otros momentos en que se dejan avanzar las cosas irresponsablemente sin causas que lo justifiquen. En esta situación nos hallamos hoy los argentinos.
El largo problema del indio en la pampa argentina fue resuelto en 1879 por el General Roca. El asunto venía de lejos. Ya en 1750 el abuelo de Rosas había caído asesinado a orillas del Salado a manos de un malón en los alrededores de su estancia, el Rincón de López. Recuerdo que la historia recoge por la importancia del nieto. Pero fueron cientos los que murieron a manos de los salvajes y cuyos nombres no han trascendido.
Más de ciento treinta años los argentinos convivimos con el problema del indio. Robaba, violaba, incendiaba y raptaba en sus feroces entradas sobre las poblaciones. Era dueño de un territorio en donde el Estado Nacional no ejercía control ni dominio. “Fronteras interiores” denominaba Roca a esas tierras. Como ejemplo de esto último está el recuerdo de las infelices cautivas. Esclavizadas en los aduares y en el mejor de los casos rescatadas por medio del pago de abultadas sumas de dinero. Se llegó al escándalo que el Banco Provincia abrió una línea de crédito para rescatar cautivas.
En 1876 se produjo lo que se conoce como la "invasión grande". Masivo y mortal ataque indígena sobre Azul, Tapalqué y Tandil provocando más de 400 muertos, quinientos secuestrados cautivos, y 300.000 cabezas de ganado en manos de la marginalidad.
Era imposible continuar viviendo asediados por el robo, la muerte y la violencia, o se triunfaba de manera clara y contundente o los pueblos de frontera continuarían desangrándose. El general Roca decidió asumir los costos políticos y la responsabilidad de la tarea.
“Vamos pues a disputarles sus propias guaridas, lo que no conseguiremos sino por medio de la fuerza. A mi juicio el mejor sistema de concluir con los indios es el de la guerra ofensiva. Hay que ir a buscarlos a sus guaridas y causarles un terror y un espanto indescriptibles” (Roca)
En síntesis si se deja avanzar la situación delictual hasta un punto que sobrepase los naturales límites de lo tolerable, llegará, entonces, una época de violencia represiva como quizás no se halla visto aún, es hora de resolver las cosas ya, antes que la situación empeore. El estado nacional debe pasar a la ofensiva y destruir sus cuevas y guaridas que se conocen y se sabe donde están.
Como se hizo en 1812, 1852 y 1879. Hay que tener decisión y coraje. No resta mucho tiempo. Leer más...
¿Qué poder tendría Moyano sin Kirchner? Por Jorge Raventos
Durante la segunda quincena de octubre Hugo Moyano se transformó en figura central de la política argentina. Ese protagonismo se sostiene tanto en algunas realidades como en varios equívocos.
Es real que, ante la anemia que afecta al oficialismo (derrotas en la batalla contra los medios, divorcio de la opinión pública, deserciones y reticencias de la propia tropa, límites objetivos para ejercer el gobierno del modo al que están habituados) Kirchner ha buscado cobijo en el aparato gremial que maneja el camionero y en sus recursos de poder. El acto del viernes 15 en el estadio de River fue una muestra de lo primero: Néstor y Cristina Kirchner fueron huéspedes de una amplia movilización que el kirchnerismo no podría convocar por sus propios medios. La CGT les permitió un módico “baño de masas”.
Pero las circunstancias le aportaron un nuevo rol a Moyano. El miércoles, en Barracas, un grupo de activistas y colaboradores de la Unión Ferroviaria, con la aparente participación de funcionarios de la administración del ex Ferrocarril Roca y ante la inacción de las fuerzas de la Policía Federal que se encontraban en ese escenario, emboscaron una manifestación de protesta de trabajadores precarios de aquella línea de trenes, apedrearon y balearon a sus participantes, con el resultado de dos personas heridas (una, de gravedad) y una (un joven militante de izquierda) asesinada con al menos un proyectil en el hígado.
El gobierno demoró cuatro horas en decir esta boca es mía ante el hecho. Cuando se decidió, disparó algunas generalidades de repudio, omitió tomar contacto las familias o allegados de los heridos y del muerto, y lanzó una operación preventiva destinada a sembrar sospechas de culpabilidad muy lejos de las fronteras del oficialismo. Con la agencia oficial Telam y los medios “públicos” como instrumento de difusión, declaraciones cortadas por la misma tijera fueron leídas por (o adjudicadas a) legisladores y funcionarios: coincidían en deslizar maliciosas presunciones sobre Eduardo Duhalde y se basaban (todas) en una información del diario El Cronista que (luego quedaría claro) tenía un año de antigüedad. Esa información refería que (en septiembre de 2009) Duhalde había tenido una reunión con el secretario general de la Unión Ferroviaria, José Pedraza.
La señora Hebe de Bonafini y Luis D’Elía, voceros extremos del gobierno, agregaron sus jaculatorias habituales ese argumento.
La reacción demorada y la posterior, coordinada operación de siembra de sospechas en canasta ajena evidenciaron la inquietud del oficialismo por los costos políticos que le podría provocar el episodio. La dirigencia de la Unión Ferroviaria colaboró con Moyano y escoltó a los Kirchner en el acto de River, y Pedraza, bastante más allá de sus funciones gremiales, aunque con la cobertura de éstas, funciona como un “partner” del sistema de intereses que administra tanto los ferrocarrilles, como los subsidios que se distribuyen desde la Secretaría de Transportes y el ministerio de Planificación Federal.
La probada presencia de gente de Pedraza en el episodio de Barracas representaba un flanco de alta vulnerabilidad para sus aliados, amigos y protectores. Recelando cambios en el affectio societatis, Pedraza declaró : “Tengo la impresión de que el gobierno necesita un preso rápido”.
Moyano conversó el asunto con Kirchner el jueves 21 en Olivos. El se encargaría de confirmarle a Pedraza sus conjeturas: había que quitar presión a las calderas entregando rápidamente a la Justicia lo que la Presidente había llamado “autores materiales”; en cuanto a lo que también ella llamó “autores intelectuales”, ya habría tiempo de ver qué pasaba. Nadie habló aún de lo que podría denominarse “autores espirituales” de la crispación y la violencia, pero ese es un tema que la sociedad analiza y en su momento seguramente atenderá. Pero Moyano decidió además hacer de la necesidad virtud y tomar en sus manos la reivindicación de los trabajadores precarios del ferrocarril: se reunió con ellos y les prometió que con seguiría la reincorporación de los despedidos y la formalización de los mercerizados. A diferencia de situaciones anteriores, en las que apuntaló a las direcciones gremiales cuestionadas por sus bases (caso de la UTA discutida por los trabajadores de subterráneos), en este caso Moyano tomó la bandera de los rebeldes y ejerció (acuciado por la emergencia y por Olivos) una suerte de intervención de hecho a la esfera de la Unión Ferroviaria.
Estos roles políticos que Moyano cumple en el sistema de poder de los Kirchner exhiben el incremento de su peso relativo al interior de ese dispositivo y la paulatina dependencia que los “padres del modelo” tienen de su socio. Pero generan dos espejismos. El primero lo sufre el propio matrimonio y algunos de sus fans, que imaginan que con el empuje del camionero y sus huestes pueden recuperar la gloria perdida. Es difícil que para la opinión pública, para las clases medias urbanas y para el campo (que alguna vez acompañaron a los Kirchner) Moyano sea una buena carta de recomendación. Ni siquiera en estos tiempos en que sus asesores de imagen lo convencieron de que hable bajito y pausado. Cuando alguien se está hundiendo en una ciénaga no emerge de ella tirándose de los pelos.
Pero si los Kirchner se engañan con Moyano, es posible que también el camionero esté viviendo en una confusión (en la que caen asimismo los que le toman la palabra al pie de la letra). Moyano vaticino que si llegaran a ganar las elecciones Julio Cobos o algún candidato del peronismo federal “va a haber confrontación y voy a ser el primero en salir a la calle . Saldrá Pablo (su hijo, a cargo del gremio de camioneros), saldrán los pibes. Porque no vamos a retroceder”.
Las palabras suenan amenazantes, porque los camioneros han evidenciado, en el marco del actual gobierno, que tienen capacidad de acción y presión. Pero la verdad es que el poder de Moyano es tributario del sistema de poder generado alrededor de los Kirchner: ese tren en el que Moyano viaja está retrocediendo y por más que él camine velozmente hacia el primer vagón o hasta la locomotora inclusive, anda marcha atrás, como toda esa formación. Una derrota electoral del kirchnerismo como la que el propio camionero teoriza al hablar de presidencias ajenas no desplaza sólo a los Kirchner, sino también al moyanismo, que podrá replegarse hacia el nada desdeñable bunker del gremio de camioneros, pero que ya no contará con todas las palancas (y las inmunidades e impunidades) que han sido el verdadero secreto de su ascenso.
Su ofensiva actual por convertir en ley a los panzazos el proyecto de ley de Héctor Recalde de distribución de ganancias y control sindical de los libros de contabilidad de las empresas surge de su convicción de que debe intentarlo antes de que sea tarde, antes del eclipse total del kirchnerismo.
Moyano ha sido como un ciclista que hace “drafting” (palabra elegante que significa ir “chupado”, aprovechando la succión generada por un vehículo que se desplaza adelante): creció a mayor velocidad beneficiándose de la velocidad ajena. A menudo los que hacen drafting detrás de un camión quedan estampados en éste si por algún motivo se detiene. En el mejor de los casos, si el vehículo de adelante se queda, deben bicicletear con el esfuerzo propio, vuelven a depender exclusivamente de sus piernas. Leer más...
Es real que, ante la anemia que afecta al oficialismo (derrotas en la batalla contra los medios, divorcio de la opinión pública, deserciones y reticencias de la propia tropa, límites objetivos para ejercer el gobierno del modo al que están habituados) Kirchner ha buscado cobijo en el aparato gremial que maneja el camionero y en sus recursos de poder. El acto del viernes 15 en el estadio de River fue una muestra de lo primero: Néstor y Cristina Kirchner fueron huéspedes de una amplia movilización que el kirchnerismo no podría convocar por sus propios medios. La CGT les permitió un módico “baño de masas”.
Pero las circunstancias le aportaron un nuevo rol a Moyano. El miércoles, en Barracas, un grupo de activistas y colaboradores de la Unión Ferroviaria, con la aparente participación de funcionarios de la administración del ex Ferrocarril Roca y ante la inacción de las fuerzas de la Policía Federal que se encontraban en ese escenario, emboscaron una manifestación de protesta de trabajadores precarios de aquella línea de trenes, apedrearon y balearon a sus participantes, con el resultado de dos personas heridas (una, de gravedad) y una (un joven militante de izquierda) asesinada con al menos un proyectil en el hígado.
El gobierno demoró cuatro horas en decir esta boca es mía ante el hecho. Cuando se decidió, disparó algunas generalidades de repudio, omitió tomar contacto las familias o allegados de los heridos y del muerto, y lanzó una operación preventiva destinada a sembrar sospechas de culpabilidad muy lejos de las fronteras del oficialismo. Con la agencia oficial Telam y los medios “públicos” como instrumento de difusión, declaraciones cortadas por la misma tijera fueron leídas por (o adjudicadas a) legisladores y funcionarios: coincidían en deslizar maliciosas presunciones sobre Eduardo Duhalde y se basaban (todas) en una información del diario El Cronista que (luego quedaría claro) tenía un año de antigüedad. Esa información refería que (en septiembre de 2009) Duhalde había tenido una reunión con el secretario general de la Unión Ferroviaria, José Pedraza.
La señora Hebe de Bonafini y Luis D’Elía, voceros extremos del gobierno, agregaron sus jaculatorias habituales ese argumento.
La reacción demorada y la posterior, coordinada operación de siembra de sospechas en canasta ajena evidenciaron la inquietud del oficialismo por los costos políticos que le podría provocar el episodio. La dirigencia de la Unión Ferroviaria colaboró con Moyano y escoltó a los Kirchner en el acto de River, y Pedraza, bastante más allá de sus funciones gremiales, aunque con la cobertura de éstas, funciona como un “partner” del sistema de intereses que administra tanto los ferrocarrilles, como los subsidios que se distribuyen desde la Secretaría de Transportes y el ministerio de Planificación Federal.
La probada presencia de gente de Pedraza en el episodio de Barracas representaba un flanco de alta vulnerabilidad para sus aliados, amigos y protectores. Recelando cambios en el affectio societatis, Pedraza declaró : “Tengo la impresión de que el gobierno necesita un preso rápido”.
Moyano conversó el asunto con Kirchner el jueves 21 en Olivos. El se encargaría de confirmarle a Pedraza sus conjeturas: había que quitar presión a las calderas entregando rápidamente a la Justicia lo que la Presidente había llamado “autores materiales”; en cuanto a lo que también ella llamó “autores intelectuales”, ya habría tiempo de ver qué pasaba. Nadie habló aún de lo que podría denominarse “autores espirituales” de la crispación y la violencia, pero ese es un tema que la sociedad analiza y en su momento seguramente atenderá. Pero Moyano decidió además hacer de la necesidad virtud y tomar en sus manos la reivindicación de los trabajadores precarios del ferrocarril: se reunió con ellos y les prometió que con seguiría la reincorporación de los despedidos y la formalización de los mercerizados. A diferencia de situaciones anteriores, en las que apuntaló a las direcciones gremiales cuestionadas por sus bases (caso de la UTA discutida por los trabajadores de subterráneos), en este caso Moyano tomó la bandera de los rebeldes y ejerció (acuciado por la emergencia y por Olivos) una suerte de intervención de hecho a la esfera de la Unión Ferroviaria.
Estos roles políticos que Moyano cumple en el sistema de poder de los Kirchner exhiben el incremento de su peso relativo al interior de ese dispositivo y la paulatina dependencia que los “padres del modelo” tienen de su socio. Pero generan dos espejismos. El primero lo sufre el propio matrimonio y algunos de sus fans, que imaginan que con el empuje del camionero y sus huestes pueden recuperar la gloria perdida. Es difícil que para la opinión pública, para las clases medias urbanas y para el campo (que alguna vez acompañaron a los Kirchner) Moyano sea una buena carta de recomendación. Ni siquiera en estos tiempos en que sus asesores de imagen lo convencieron de que hable bajito y pausado. Cuando alguien se está hundiendo en una ciénaga no emerge de ella tirándose de los pelos.
Pero si los Kirchner se engañan con Moyano, es posible que también el camionero esté viviendo en una confusión (en la que caen asimismo los que le toman la palabra al pie de la letra). Moyano vaticino que si llegaran a ganar las elecciones Julio Cobos o algún candidato del peronismo federal “va a haber confrontación y voy a ser el primero en salir a la calle . Saldrá Pablo (su hijo, a cargo del gremio de camioneros), saldrán los pibes. Porque no vamos a retroceder”.
Las palabras suenan amenazantes, porque los camioneros han evidenciado, en el marco del actual gobierno, que tienen capacidad de acción y presión. Pero la verdad es que el poder de Moyano es tributario del sistema de poder generado alrededor de los Kirchner: ese tren en el que Moyano viaja está retrocediendo y por más que él camine velozmente hacia el primer vagón o hasta la locomotora inclusive, anda marcha atrás, como toda esa formación. Una derrota electoral del kirchnerismo como la que el propio camionero teoriza al hablar de presidencias ajenas no desplaza sólo a los Kirchner, sino también al moyanismo, que podrá replegarse hacia el nada desdeñable bunker del gremio de camioneros, pero que ya no contará con todas las palancas (y las inmunidades e impunidades) que han sido el verdadero secreto de su ascenso.
Su ofensiva actual por convertir en ley a los panzazos el proyecto de ley de Héctor Recalde de distribución de ganancias y control sindical de los libros de contabilidad de las empresas surge de su convicción de que debe intentarlo antes de que sea tarde, antes del eclipse total del kirchnerismo.
Moyano ha sido como un ciclista que hace “drafting” (palabra elegante que significa ir “chupado”, aprovechando la succión generada por un vehículo que se desplaza adelante): creció a mayor velocidad beneficiándose de la velocidad ajena. A menudo los que hacen drafting detrás de un camión quedan estampados en éste si por algún motivo se detiene. En el mejor de los casos, si el vehículo de adelante se queda, deben bicicletear con el esfuerzo propio, vuelven a depender exclusivamente de sus piernas. Leer más...
lunes, 18 de octubre de 2010
La unificación del peronismo. Por Diana Ferraro
En medio de las últimas batallas para lograr terminar el ciclo del kirchnerismo, no se aprecia bien la mayor tarea política de unificación del peronismo que, de acuerdo a la tradición movimientística de éste, se está efectuando entre las sombras, de modo intuitivo y usando el método de prueba y error antes que el de una planificación racional. El pasado viernes ocho, el aniversario del General Perón pasó sin pena ni gloria, ocupados como están sus seguidores en rescatar lo que resta del que fuera el partido político más importante de América Latina. Mientras el kirchnerismo trata de aferrarse a la estructura legal del Partido Justicialista, controlando padrones y representación electoral y el Gobierno reserva su derecho de alterar las fechas electorales según su conveniencia, el grueso del peronismo hoy representado en Peronismo Federal, Pro y algunos otros partidos menores ensaya métodos de unificación, incluyendo a los saldos remanentes y rescatables del kirchnerismo y hasta al kirchnerismo mismo.
Se visualiza la estrategia de unificación como el más pragmático modo de ahorrar tiempo y energía, frente a un tiempo que exigirá una revolución total, el enderezamiento de un país que ha sido torcido en su esencia y en su destino por los últimos diez años de desgobierno. Traición y redención son dos de las palabras más escuchadas entre la dirigencia, y mucha de la discusión actual pasa por saber si se llegará a las elecciones de 2011 con el aparato el PJ unificado y democratizado bajo consenso, o si el PJ será el reducto final de un kirchnerismo derrotado por el radicalismo en una elección nacional, después de haber dejado librado al resto del peronismo a la obligación de replicar el PJ bajo otro nombre y sin tiempo para prevalecer. Obviamente, en el últimamente renovado odio por el peronismo que muchos argentinos han vuelto a cultivar tras los desmanes del supuesto peronismo de los Kirchner, éste último escenario se ha convertido también en el preferido de los radicales y de los muchos medios de comunicación que jamás han sido peronistas.El gran desafío para la ciudadanía que no se siente identificada con ninguna de las variables socialdemócratas que ofrece el radicalismo, es ayudar al proceso de democratización, reclamando por el gran partido que pueda enfrentar al radicalismo desde la posición bien diferenciada de un peronismo liberal. Si bien el gobierno kirchnerista conserva su garra sobre la Justicia Electoral, ésta quizá quiera reconsiderar, como lo han hecho ya muchos jueces y la misma Corte Suprema nombrada por el kirchnerismo, la posición de sumisión automática y cumplir con lo que, desde hace ya un buen rato, es su deber: restituir las formas legales y democráticas en un partido avasallado.Un partido unificado permitiría la alianza fecunda con el PRO y otras fuerzas menores y ofrecería un marco potable para instalar un nuevo liderazgo y nuevos equipos que vendrían a deshacer con eficiencia muchos de los desatinos del kirchnerismo en materia económica, a rectificar las malas decisiones financieras iniciales de Duhalde y a retomar la senda del proyecto peronista-liberal que, en vez de ser corregida y perfeccionada, fue brutalmente abandonada a partir de fines de 2001.El trabajo mayor e los nuevos dirigentes frente a una ciudadanía desacostumbrada a las explicaciones racionales y coherentes y al riguroso ejercicio de la verdad, será conciliar el peronismo más ortodoxo y tradicional con aquello que hace algunas décadas nos gustaba definir como el liberalismo de izquierda y el liberalismo de derecha, dos ideologías que por vía de la renovación generacional y del progreso del conocimiento en el mundo se han injertado en el peronismo produciendo una saludable actualización de la inalterable doctrina basal.Más allá de los aludes que el Gobierno y la actual conducción ilegal del peronismo continúan provocando sobre el camino de los argentinos para impedirles una clara y justa contienda electoral, en la cual tengan dos importantes opciones y no un muestrario de pequeños partidos inútiles para gobernar, existe una fuerza del bien que emana del conjunto de los argentinos. De modo oscuro pero eficaz, en silencio y, las más de las veces entre las sombras, aparta las piedras, señalando una y otra vez a los culpables, y empuja hacia delante, lista para sostener a aquel que mejor la encarne.
sábado, 16 de octubre de 2010
El crepúsculo que no sale en la foto. Por Jorge Raventos
Octubre, el mes emblemático de la simbología peronista, adquirió este año matices crepusculares para el presidente del PJ (y jefe de facto del gobierno), Néstor Kirchner.
Quienes creen cándidamente que la realidad se deja atrapar en las fotografías, podrían quizás afirmar lo contrario, porque ciertamente en los últimos diez días se ha podido ver al esposo de la presidente retratado en el centro de grandes concentraciones de sus partidarios, como si siguiera siendo el centro de un sistema solar. El viernes 8 de octubre Kirchner se exhibió en su provincia, Santa Cruz, con la compañía de una legión de gobernadores en un estadio cerrado en el que no cabía un alfiler; y el último viernes se lo vió, de traje y corbata, escoltado por los sindicalistas que siguen a Hugo Moyano en el palco que el camionero montó en la cancha de River con la excusa de celebrar el Día de la Lealtad. Las tribunas y el campo de juego albergaron no menos de 70.000 personas.
Quienes creen cándidamente que la realidad se deja atrapar en las fotografías, podrían quizás afirmar lo contrario, porque ciertamente en los últimos diez días se ha podido ver al esposo de la presidente retratado en el centro de grandes concentraciones de sus partidarios, como si siguiera siendo el centro de un sistema solar. El viernes 8 de octubre Kirchner se exhibió en su provincia, Santa Cruz, con la compañía de una legión de gobernadores en un estadio cerrado en el que no cabía un alfiler; y el último viernes se lo vió, de traje y corbata, escoltado por los sindicalistas que siguen a Hugo Moyano en el palco que el camionero montó en la cancha de River con la excusa de celebrar el Día de la Lealtad. Las tribunas y el campo de juego albergaron no menos de 70.000 personas.
Tanto activismo, tanta euforia no refleja, sin embargo, un momento de alza o afirmación del kirchnerismo; apenas si distrae por un momento , como para disimular el espectáculo de su disgregación.
El acto de Santa Cruz pudo consumarse con la presencia de mandatarios provinciales porque Kirchner aceptó antes los condicionamientos que varios de ellos pusieron, en primer lugar que se omitieran ataques a la Corte Suprema. Debilitado por la derrota que ha sufrido en la guerra que el desató contra los medios de comunicación (particularmente con Clarín), Kirchner se ve forzado a pedir ayuda y a admitir requisitos.
En cuanto al que se escenificó en River, quedó claro que tanto Kirchner como su esposa estaban allí como huéspedes, y que el apoyo que Moyano proclamó en algún momento de su discurso no era más que la módica contraprestación por la factura (en este caso política) que ha empezado a presentar le al matrimonio. No se podría acusar al camionero de enmascarar sus deseos: quiere decidir candidaturas, quiere tener gente propia “en los tres poderes”. Así, la foto del último viernes, la de las tribunas llenas, revela la fuerza que Kirchner no tiene, la que debe pedir prestada (la que debe alquilar a cambio de una porción creciente del poder que todavía administra).
Si bien se mira, el propio anfitrión de los Kirchner (ligado al poder de ellos, sobre el que aspira a incrementar su participación accionaria), tampoco atraviesa el ápice de su potencia: Moyano no consiguió que fueran a River los gremios más numerosos de la CGT que conduce, ni los jefes territoriales que forman la viga mayor del PJ bonaerense que él ahora preside. Además, entre los que sí fueron a River, una porción nada desdeñable lo rechifló cuando hablaba y cuando se lo nombraba. Las columnas del sindicato de la Construcción se retiraron mucho antes de que terminaran los discursos. La dispersión afecta las fuerzas del oficialismo tanto en el centro como en la periferia.
En cualquier caso, la cita que habilitó Moyano le vino bien al gobierno para atravesar velozmente su fracaso parlamentario del miércoles 13, cuando el Senado completó la sanción de la ley que establece el valor mínimo de las jubilaciones en el 82 por ciento del salario mínimo. Esa derrota, que forzó a la señora de Kirchner a usar el veto presidencial, fue en sí misma otra muestra del desconcierto y la desarticulación del oficialismo: primero, facilitó el quorum que la oposición no estaba en condiciones de alcanzar por sus propios medios; luego, tironeado el bloque de senadores por un creciente bicefalismo (el santacruceño Nicolás Fernández disputa el control con el jefe de la bancada, Miguel Angel Pichetto), le entregó al vicepresidente Julio Cobos la oportunidad de desempatar y recuperar un protagonismo parecido al que lo proyectó al estrellato cuando decidió en torno a la resolución 125 en 2008. Desde Olivos le bajaron el pulgar a la posición de Pichetto, que se inclinaba por evitar aquella circunstancia eludiendo el empate por el sencillo expediente de hacer retirar del recinto uno de los senadores propios en el momento de la votación.
Como el desconcierto es contagioso, hay que consignar que algunas figuras del sector que en la Unión Cívica Radical compite con el vicepresidente creyeron ver un designio conspirativo en el hecho de se facilitara a Cobos el rol de desempatar en el sensible tema de los haberes jubilatorios: un afán kirchnerista de beneficiarlo y de perjudicar así a su contrincante en la interna radical, Ricardo Alfonsín. Hay gente que confunde gordura con hinchazón y le asigna maquiavelismo o cálculo a cualquier desbarre de Kirchner o del gobierno.
La verdad es que Kirchner está todavía perplejo, tratando de reponerse de la derrota ante Clarín, de las dificultades en los juzgados (presentes y potenciales) y del desflecamiento de las riendas con las que mantenía la disciplina.
En cierto sentido, sus desventuras también se reflejan en el campo de la oposición. La paulatina, cautelosa diferenciación de Daniel Scioli del magma kirchnerista y ciertos signos de proyección en busca de horizontes más amplios, han alcanzado para que la atención de distintos actores y de sectores de poder encontraran un foco de atracción que si ensombrece a la familia Kirchner, también eclipsa, al menos parcialmente, a las candidaturas opositoras que venían ocupando espacio.
Tanto en los corrillos de la reunión de IDEA en Mar del Plata como un reciente encuentro de Francisco de Narváez con los líderes de la Asociación Empresaria Argentina (AEA) el tema Scioli y su eventual candidatura presidencial constituyeron puntos importantes de las conversaciones. El propio Francisco De Narváez declaró que para él “el límite son Néstor y Cristina Kirchner”, y que, “separado de ellos Daniel Scioli, no tengo diferencias sustanciales con él”.
En verdad, la disgregación del kirchnerismo (proceso en el cual la progresiva diferenciación de Scioli, por conjetural que pueda ser su consecuencia, juega un rol acelerador de gran importancia) inevitablemente afecta también al anti-kirchnerismo. Queda por ver si de esa doble licuación emerge alguna combinación que se consolide, que pueda construir poder y futuro, reconciliación, acuerdos, gestión y convocatoria, fuerza y unión nacional. ¿No añoramos aquí lo que, hasta con sana envidia, admiramos la última semana del otro lado de la Cordillera?
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El acto de Santa Cruz pudo consumarse con la presencia de mandatarios provinciales porque Kirchner aceptó antes los condicionamientos que varios de ellos pusieron, en primer lugar que se omitieran ataques a la Corte Suprema. Debilitado por la derrota que ha sufrido en la guerra que el desató contra los medios de comunicación (particularmente con Clarín), Kirchner se ve forzado a pedir ayuda y a admitir requisitos.
En cuanto al que se escenificó en River, quedó claro que tanto Kirchner como su esposa estaban allí como huéspedes, y que el apoyo que Moyano proclamó en algún momento de su discurso no era más que la módica contraprestación por la factura (en este caso política) que ha empezado a presentar le al matrimonio. No se podría acusar al camionero de enmascarar sus deseos: quiere decidir candidaturas, quiere tener gente propia “en los tres poderes”. Así, la foto del último viernes, la de las tribunas llenas, revela la fuerza que Kirchner no tiene, la que debe pedir prestada (la que debe alquilar a cambio de una porción creciente del poder que todavía administra).
Si bien se mira, el propio anfitrión de los Kirchner (ligado al poder de ellos, sobre el que aspira a incrementar su participación accionaria), tampoco atraviesa el ápice de su potencia: Moyano no consiguió que fueran a River los gremios más numerosos de la CGT que conduce, ni los jefes territoriales que forman la viga mayor del PJ bonaerense que él ahora preside. Además, entre los que sí fueron a River, una porción nada desdeñable lo rechifló cuando hablaba y cuando se lo nombraba. Las columnas del sindicato de la Construcción se retiraron mucho antes de que terminaran los discursos. La dispersión afecta las fuerzas del oficialismo tanto en el centro como en la periferia.
En cualquier caso, la cita que habilitó Moyano le vino bien al gobierno para atravesar velozmente su fracaso parlamentario del miércoles 13, cuando el Senado completó la sanción de la ley que establece el valor mínimo de las jubilaciones en el 82 por ciento del salario mínimo. Esa derrota, que forzó a la señora de Kirchner a usar el veto presidencial, fue en sí misma otra muestra del desconcierto y la desarticulación del oficialismo: primero, facilitó el quorum que la oposición no estaba en condiciones de alcanzar por sus propios medios; luego, tironeado el bloque de senadores por un creciente bicefalismo (el santacruceño Nicolás Fernández disputa el control con el jefe de la bancada, Miguel Angel Pichetto), le entregó al vicepresidente Julio Cobos la oportunidad de desempatar y recuperar un protagonismo parecido al que lo proyectó al estrellato cuando decidió en torno a la resolución 125 en 2008. Desde Olivos le bajaron el pulgar a la posición de Pichetto, que se inclinaba por evitar aquella circunstancia eludiendo el empate por el sencillo expediente de hacer retirar del recinto uno de los senadores propios en el momento de la votación.
Como el desconcierto es contagioso, hay que consignar que algunas figuras del sector que en la Unión Cívica Radical compite con el vicepresidente creyeron ver un designio conspirativo en el hecho de se facilitara a Cobos el rol de desempatar en el sensible tema de los haberes jubilatorios: un afán kirchnerista de beneficiarlo y de perjudicar así a su contrincante en la interna radical, Ricardo Alfonsín. Hay gente que confunde gordura con hinchazón y le asigna maquiavelismo o cálculo a cualquier desbarre de Kirchner o del gobierno.
La verdad es que Kirchner está todavía perplejo, tratando de reponerse de la derrota ante Clarín, de las dificultades en los juzgados (presentes y potenciales) y del desflecamiento de las riendas con las que mantenía la disciplina.
En cierto sentido, sus desventuras también se reflejan en el campo de la oposición. La paulatina, cautelosa diferenciación de Daniel Scioli del magma kirchnerista y ciertos signos de proyección en busca de horizontes más amplios, han alcanzado para que la atención de distintos actores y de sectores de poder encontraran un foco de atracción que si ensombrece a la familia Kirchner, también eclipsa, al menos parcialmente, a las candidaturas opositoras que venían ocupando espacio.
Tanto en los corrillos de la reunión de IDEA en Mar del Plata como un reciente encuentro de Francisco de Narváez con los líderes de la Asociación Empresaria Argentina (AEA) el tema Scioli y su eventual candidatura presidencial constituyeron puntos importantes de las conversaciones. El propio Francisco De Narváez declaró que para él “el límite son Néstor y Cristina Kirchner”, y que, “separado de ellos Daniel Scioli, no tengo diferencias sustanciales con él”.
En verdad, la disgregación del kirchnerismo (proceso en el cual la progresiva diferenciación de Scioli, por conjetural que pueda ser su consecuencia, juega un rol acelerador de gran importancia) inevitablemente afecta también al anti-kirchnerismo. Queda por ver si de esa doble licuación emerge alguna combinación que se consolide, que pueda construir poder y futuro, reconciliación, acuerdos, gestión y convocatoria, fuerza y unión nacional. ¿No añoramos aquí lo que, hasta con sana envidia, admiramos la última semana del otro lado de la Cordillera?
domingo, 10 de octubre de 2010
Poder fallado. Por Jorge Raventos
Sin embargo, todavía, si se me cuadra y me apuran
puedo mostrarle a cualquiera que sé hacerme respetar.
Te quiero como a mi madre, pero me sobra bravura
pa'hacerte saltar pa'arriba cuando me entrés a fallar".
Celedonio Flores, Cuando me entrés a fallar (tango, 1940)
El fallo unánime que la Corte Suprema dio a conocer el martes 5 de octubre no constituye, en rigor, ninguna estrepitosa innovación jurídica. Por el contrario se trata de la previsible confirmación de la doctrina más clásica del Cuerpo: el máximo tribunal no se pronuncia sobre medidas cautelares. Por este motivo , justamente, rechazó (7 a 0) el recurso presentado por el gobierno, que pretendía precisamente eso: que la Corte impusiera una suerte de mando vertical a instancias judiciales inferiores y levantara las trabas que estas han puesto a la aplicación de la Ley de Medios, particularmente al artículo 161, con el cual el oficialismo ha procurado “desintegrar” (para decirlo con los términos de The Economist) al Grupo Clarín antes de las elecciones de 2011.
Cualquier abogado que conociera la jurisprudencia de
la Corte Suprema podía intuir el contenido del fallo del martes 5. El gobierno, sin embargo, despreció el razonamiento jurídico y prefirió apostar a otros métodos: confió en que la presión política sería más conducente a sus fines: las normas escritas pueden ser eludidas: también sobre esto hay jurisprudencia, parece haber pensado: ¿no ha ocurrido en la Argentina que se condene a ciudadanos con leyes posteriores a los hechos que se juzgan; no se ha imputado a magistrados por el contenido de sus sentencias (algo que las leyes superiores proscriben)?
Así, durante semanas hubo fuego graneado sobre la Corte y el remate fue el acto en Plaza Lavalle en el que el gobierno lanzó contra el Tribunal la figura emblemática de Hebe de Bonafini, y esta disparó sus ataques contra los cortesanos y su propuesta de “tomar el Palacio de Justicia”. El método fracasó. Es más, empujó al Tribunal a la unanimidad, cuando hasta algunos días antes se pensaba en que el juez Eugenio Zaffaroni iba a tomar distancia de sus otros seis colegas.
La feroz presión oficialista le otorgó al jurídicamente obvio pronunciamiento del Alto Tribunal un tono casi épico. En rigor, la importancia política del fallo está menos en su previsible contenido que en sus consecuencias para el gobierno: en primer lugar, dictamina su derrota en la guerra contra Clarín (no podrá desmantelar el grupo por esta vía durante el período previo al comicio del año próximo); en segundo término, da una señal a los tribunales inferiores que estos no han tardado en interpretar: el mismo día del fallo de
la Corte un juzgado de Santiago del Estero aprobó una medida cautelar que cuestiona varios artículos de la Ley de Medios. En fin: con su decisión la Corte expuso al kirchnerismo como un poder fallado a los ojos del conjunto de los actores políticos, en primer lugar del peronismo.
Fue este último aspecto el que Kirchner intentó candorosamente neutralizar cuando (el jueves 7) se declaró satisfecho con el fallo y lo pintó casi como un triunfo propio. ¿Quién podía creerle, cuando Hebe de Bonafini salía una vez más a increpar a los jueces, Cristina de Kirchner hacía lo propio a través de las redes sociales que frecuenta, Miguel Angel Pichetto acusaba “la lesión que provoca la Corte” y los cronistas que acompañaban a la presidente en su gira alemana describían las caras de amargura que se observaron en la delegación oficial al conocerse la decisión del Tribunal? La Bolsa sacó conclusiones rápidas: las acciones de Clarín subieron vertiginosamente.
Si bien se mira, aquella declaración de Néstor Kirchner fue la señal más transparente del golpe recibido: esos virajes sólo los produce cuando sufre impactos muy fuertes, cuando procura ganar tiempo, como un boxeador que hace clinch para recuperar aire y fuerzas.
Por distintos motivos, este paso de Kirchner evoca el que dio el lunes 29 de junio de 2009, después de que la lista que él encabezaba perdiera la elección en la provincia de Buenos Aires y su fuerza fuera derrotada en el país. Pocas horas después de sufrir ese golpe, Kirchner declaró: "Cuando hay un resultado que no es el que uno pensó, hay que tener las actitudes que corresponden" y renunció “de manera indeclinable” a la presidencia del Partido Justicialista. Después de sentir que recuperaba la respiración y que había reordenado sus fuerzas, volvió a ocupar el cargo abandonado, siempre “de manera indeclinable”.
El acto del viernes 8 en Santa Cruz fue una combinación de momentos. Cuando fue convocado no se habían producido aún ni el fallo referido a la Ley de Medios ni el acto de Plaza Lavalle (que espantó por su agresividad a franjas del sedicente progresismo que acompaña al gobierno). El acto patagónico estaba ideado para producir un doble ataque a la Corte: por el fallo que obliga a reponer al Procurador de la provincia, Eduardo Sosa, y también por lo que la señora de Kirchner y su canciller, Héctor Timerman han bautizado como “justicia cautelar”. El gobierno se quejaba en ese instante tanto de que la Corte no fallaba (a favor) como de que entrara a fallar (de modo decepcionante para el oficialismo).
Después del 7 a 0 de la Corte, Kirchner tuvo que resintonizar el acto y recomponer sus fuerzas. Necesitaba mostrar que su posición sigue siendo sólida. Era inbdispensable, para eso, aparecer acompañado por los gobernadores. Fundamentalmente por el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli. Después de caer a la lona en su pelea con Clarín y de que le contaran hasta siete, un divorcio explícito del gobernador bonaerense abría el camino para la toalla. La misma debilidad que le dictó a Kirchner un paso atrás en sus ataques a la Corte le aconsejó la conveniencia de una reunión a solas con Scioli, no sólo para convencerlo de que estuviera presente en el acto de Santa Cruz, sino para hacer clinch con alguien a quien – el ex presidente lo sabe- muchos de los jefes territoriales observan como el mejor candidato presidencial del PJ, habida cuenta del deterioro del apellido Kirchner. El hombre de Olivos, a quien más de un intendente del conurbano le manifestó su preocupación por los ataques al gobernador y por la siembra de candidatos oficialistas hostiles a Scioli, simula creer que las ambiciones del motonauta no superan la búsqueda de su reelección en la provincia.
De todos modos, por cierto, en Olivos no hablaron de candidaturas. Scioli puso condiciones para concurrir a Santa Cruz: voy al acto -dijo - con el sentido de impulsar una solución política para la reposición del Procurador como reclamó
la Corte y para oponerme a la vía de la intervención de la provincia. Me voy del acto si eso se convierte en un ataque a la Corte Suprema.
Kirchner en circunstancias como esta sabe que debe habituarse a tragar amargo y escupir dulce. Dio garantías de que el acto no sería contra la Corte. De hecho, cumplió. Sabe que hoy no tiene energías para amenazar a los jueces. De todos modos, en un estadio lleno y rodeado por 15 gobernadores, les reclamó a los magistrados que practiquen la independencia que proclaman. Les exige tácitamente que saquen algún fallo contra Clarín, que sean “independientes de las corporaciones”. Tiene la ilusión de reparar las fallas de su poder y recuperar fuerzas para que el reclamo se haga sentir sin tantas sutilezas.
En su discurso agregó un gesto intencionado y ambiguo: prometió volver a fijar domicilio en Río Gallegos.
¿Qué quiso comunicar? Kirchner juega con los interpretadores. ¿Renuncia a la candidatura presidencial? ¿Amenaza a Daniel Peralta con presentarse a la gobernación de Santa Cruz? ¿Está sugiriendo implícitamente que, pase lo que pase, no piensa exiliarse? ¿Le está insinuando a alguien que él no piensa competir por la provincia de Buenos Aires, como ciertas versiones proponen? Es posible que ese anuncio polisémico busque distintos objetivos. No es imposible que uno de ellos sea indicar que le deja a Scioli la vía libre para buscar su reelección. En tal caso, hay que pensar que con esas palabras busca someter a Scioli al clásico “abrazo del oso”, exhibir ante los jefes territoriales bonaerenses su voluntad de arreglo y forzar al gobernador a cumplir la función determinada desde Olivos o a aparecer como el causante de un divorcio.
Pero conviene, en primera instancia, subrayar que esas palabras no significan nada, ni comprometen a Kirchner a nada. Volvemos al 29 de junio del año último y a su “renuncia indeclinable” a la presidencia del PJ. Estamos ante un paso al costado táctico después de la cuenta de 7 y cuando ya está decretada la derrota por puntos en lo que él mismo consideró la madre de todas las batallas de este instante. Como todo peleador golpeado y acosado, Kirchner busca hacer tiempo y recobrar oxígeno. Sigue confiando en una piña salvadora. Sabe que si no se produce ese milagro, si se cumplen los rounds estipulados, el veredicto final ya está escrito y no es positivo.
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puedo mostrarle a cualquiera que sé hacerme respetar.
Te quiero como a mi madre, pero me sobra bravura
pa'hacerte saltar pa'arriba cuando me entrés a fallar".
Celedonio Flores, Cuando me entrés a fallar (tango, 1940)
El fallo unánime que la Corte Suprema dio a conocer el martes 5 de octubre no constituye, en rigor, ninguna estrepitosa innovación jurídica. Por el contrario se trata de la previsible confirmación de la doctrina más clásica del Cuerpo: el máximo tribunal no se pronuncia sobre medidas cautelares. Por este motivo , justamente, rechazó (7 a 0) el recurso presentado por el gobierno, que pretendía precisamente eso: que la Corte impusiera una suerte de mando vertical a instancias judiciales inferiores y levantara las trabas que estas han puesto a la aplicación de la Ley de Medios, particularmente al artículo 161, con el cual el oficialismo ha procurado “desintegrar” (para decirlo con los términos de The Economist) al Grupo Clarín antes de las elecciones de 2011.
Cualquier abogado que conociera la jurisprudencia de
la Corte Suprema podía intuir el contenido del fallo del martes 5. El gobierno, sin embargo, despreció el razonamiento jurídico y prefirió apostar a otros métodos: confió en que la presión política sería más conducente a sus fines: las normas escritas pueden ser eludidas: también sobre esto hay jurisprudencia, parece haber pensado: ¿no ha ocurrido en la Argentina que se condene a ciudadanos con leyes posteriores a los hechos que se juzgan; no se ha imputado a magistrados por el contenido de sus sentencias (algo que las leyes superiores proscriben)?
Así, durante semanas hubo fuego graneado sobre la Corte y el remate fue el acto en Plaza Lavalle en el que el gobierno lanzó contra el Tribunal la figura emblemática de Hebe de Bonafini, y esta disparó sus ataques contra los cortesanos y su propuesta de “tomar el Palacio de Justicia”. El método fracasó. Es más, empujó al Tribunal a la unanimidad, cuando hasta algunos días antes se pensaba en que el juez Eugenio Zaffaroni iba a tomar distancia de sus otros seis colegas.
La feroz presión oficialista le otorgó al jurídicamente obvio pronunciamiento del Alto Tribunal un tono casi épico. En rigor, la importancia política del fallo está menos en su previsible contenido que en sus consecuencias para el gobierno: en primer lugar, dictamina su derrota en la guerra contra Clarín (no podrá desmantelar el grupo por esta vía durante el período previo al comicio del año próximo); en segundo término, da una señal a los tribunales inferiores que estos no han tardado en interpretar: el mismo día del fallo de
la Corte un juzgado de Santiago del Estero aprobó una medida cautelar que cuestiona varios artículos de la Ley de Medios. En fin: con su decisión la Corte expuso al kirchnerismo como un poder fallado a los ojos del conjunto de los actores políticos, en primer lugar del peronismo.
Fue este último aspecto el que Kirchner intentó candorosamente neutralizar cuando (el jueves 7) se declaró satisfecho con el fallo y lo pintó casi como un triunfo propio. ¿Quién podía creerle, cuando Hebe de Bonafini salía una vez más a increpar a los jueces, Cristina de Kirchner hacía lo propio a través de las redes sociales que frecuenta, Miguel Angel Pichetto acusaba “la lesión que provoca la Corte” y los cronistas que acompañaban a la presidente en su gira alemana describían las caras de amargura que se observaron en la delegación oficial al conocerse la decisión del Tribunal? La Bolsa sacó conclusiones rápidas: las acciones de Clarín subieron vertiginosamente.
Si bien se mira, aquella declaración de Néstor Kirchner fue la señal más transparente del golpe recibido: esos virajes sólo los produce cuando sufre impactos muy fuertes, cuando procura ganar tiempo, como un boxeador que hace clinch para recuperar aire y fuerzas.
Por distintos motivos, este paso de Kirchner evoca el que dio el lunes 29 de junio de 2009, después de que la lista que él encabezaba perdiera la elección en la provincia de Buenos Aires y su fuerza fuera derrotada en el país. Pocas horas después de sufrir ese golpe, Kirchner declaró: "Cuando hay un resultado que no es el que uno pensó, hay que tener las actitudes que corresponden" y renunció “de manera indeclinable” a la presidencia del Partido Justicialista. Después de sentir que recuperaba la respiración y que había reordenado sus fuerzas, volvió a ocupar el cargo abandonado, siempre “de manera indeclinable”.
El acto del viernes 8 en Santa Cruz fue una combinación de momentos. Cuando fue convocado no se habían producido aún ni el fallo referido a la Ley de Medios ni el acto de Plaza Lavalle (que espantó por su agresividad a franjas del sedicente progresismo que acompaña al gobierno). El acto patagónico estaba ideado para producir un doble ataque a la Corte: por el fallo que obliga a reponer al Procurador de la provincia, Eduardo Sosa, y también por lo que la señora de Kirchner y su canciller, Héctor Timerman han bautizado como “justicia cautelar”. El gobierno se quejaba en ese instante tanto de que la Corte no fallaba (a favor) como de que entrara a fallar (de modo decepcionante para el oficialismo).
Después del 7 a 0 de la Corte, Kirchner tuvo que resintonizar el acto y recomponer sus fuerzas. Necesitaba mostrar que su posición sigue siendo sólida. Era inbdispensable, para eso, aparecer acompañado por los gobernadores. Fundamentalmente por el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli. Después de caer a la lona en su pelea con Clarín y de que le contaran hasta siete, un divorcio explícito del gobernador bonaerense abría el camino para la toalla. La misma debilidad que le dictó a Kirchner un paso atrás en sus ataques a la Corte le aconsejó la conveniencia de una reunión a solas con Scioli, no sólo para convencerlo de que estuviera presente en el acto de Santa Cruz, sino para hacer clinch con alguien a quien – el ex presidente lo sabe- muchos de los jefes territoriales observan como el mejor candidato presidencial del PJ, habida cuenta del deterioro del apellido Kirchner. El hombre de Olivos, a quien más de un intendente del conurbano le manifestó su preocupación por los ataques al gobernador y por la siembra de candidatos oficialistas hostiles a Scioli, simula creer que las ambiciones del motonauta no superan la búsqueda de su reelección en la provincia.
De todos modos, por cierto, en Olivos no hablaron de candidaturas. Scioli puso condiciones para concurrir a Santa Cruz: voy al acto -dijo - con el sentido de impulsar una solución política para la reposición del Procurador como reclamó
la Corte y para oponerme a la vía de la intervención de la provincia. Me voy del acto si eso se convierte en un ataque a la Corte Suprema.
Kirchner en circunstancias como esta sabe que debe habituarse a tragar amargo y escupir dulce. Dio garantías de que el acto no sería contra la Corte. De hecho, cumplió. Sabe que hoy no tiene energías para amenazar a los jueces. De todos modos, en un estadio lleno y rodeado por 15 gobernadores, les reclamó a los magistrados que practiquen la independencia que proclaman. Les exige tácitamente que saquen algún fallo contra Clarín, que sean “independientes de las corporaciones”. Tiene la ilusión de reparar las fallas de su poder y recuperar fuerzas para que el reclamo se haga sentir sin tantas sutilezas.
En su discurso agregó un gesto intencionado y ambiguo: prometió volver a fijar domicilio en Río Gallegos.
¿Qué quiso comunicar? Kirchner juega con los interpretadores. ¿Renuncia a la candidatura presidencial? ¿Amenaza a Daniel Peralta con presentarse a la gobernación de Santa Cruz? ¿Está sugiriendo implícitamente que, pase lo que pase, no piensa exiliarse? ¿Le está insinuando a alguien que él no piensa competir por la provincia de Buenos Aires, como ciertas versiones proponen? Es posible que ese anuncio polisémico busque distintos objetivos. No es imposible que uno de ellos sea indicar que le deja a Scioli la vía libre para buscar su reelección. En tal caso, hay que pensar que con esas palabras busca someter a Scioli al clásico “abrazo del oso”, exhibir ante los jefes territoriales bonaerenses su voluntad de arreglo y forzar al gobernador a cumplir la función determinada desde Olivos o a aparecer como el causante de un divorcio.
Pero conviene, en primera instancia, subrayar que esas palabras no significan nada, ni comprometen a Kirchner a nada. Volvemos al 29 de junio del año último y a su “renuncia indeclinable” a la presidencia del PJ. Estamos ante un paso al costado táctico después de la cuenta de 7 y cuando ya está decretada la derrota por puntos en lo que él mismo consideró la madre de todas las batallas de este instante. Como todo peleador golpeado y acosado, Kirchner busca hacer tiempo y recobrar oxígeno. Sigue confiando en una piña salvadora. Sabe que si no se produce ese milagro, si se cumplen los rounds estipulados, el veredicto final ya está escrito y no es positivo.
martes, 5 de octubre de 2010
Apablaza: un conflicto innecesario; un agravio inmerecido. Por Andrés Cisneros
En política exterior, cualquier decisión puede gustarnos o no, según gratifique a nuestro color ideológico. Pero es objetivamente buena o mala según beneficie o perjudique al interés nacional argentino.
En esa perspectiva, aún los más convencidos de que la negativa de extraditar a Apablaza estuvo bien, deben igualmente tomar en cuenta los costos que por tal decisión vamos a terminar pagando.
En esa perspectiva, aún los más convencidos de que la negativa de extraditar a Apablaza estuvo bien, deben igualmente tomar en cuenta los costos que por tal decisión vamos a terminar pagando.
En los Ochenta, cuando recuperamos nuestra democracia, afrontábamos un balance sumamente negativo. Cien años de controversias limítrofes, en 1978 invadimos Chile, al borde de un conflicto armado que habría resultado siniestro, veníamos de desconocer el laudo por el Beagle, el régimen de Pinochet había apoyado a Gran Bretaña en la guerra de Malvinas y se acentuaba un sentimiento de antagonismo claramente pernicioso para los tiempos por venir.
En los siguientes veinte años invertimos completamente la actitud.
Cambiamos hostilidad por cooperación, solucionamos la totalidad de los conflictos limítrofes, Chile pasó a apoyarnos militantemente en el reclamo por Malvinas, se convirtió en el tercer inversor extranjero directo en Argentina y miles de millones de dólares trasandinos se inyectaron en nuestro sistema económico, al tiempo que concertábamos innumerables acuerdos públicos y privados de progreso asociado.
Nada de eso va a revertirse a causa de nuestra negativa respecto de Apablaza, pero ciertamente va a perjudicar a ese proceso, ese sí verdaderamente progresista, y se inscribe en el ya muy poblado museo de las acciones políticas que, a contramano del avance regional, introducen palos en la rueda del entendimiento.
En términos jurídicos, la Corte argentina ya se había pronunciado. Y en términos políticos, no tiene importancia si Apablaza es culpable o más inocente que la Madre Teresa: esa es una decisión que corresponde a la Justicia chilena.
Esa habría sido nuestra correcta respuesta política. Siempre y cuando, por supuesto, pensemos que Chile es una verdadera democracia y allí funciona un sistema judicial respetable y que garantiza los derechos humanos.
A partir de ahora, el mensaje que estamos enviando al mundo entero es que nosotros, los argentinos, los socios, amigos y vecinos estratégicos de Chile, quienes más los conocemos, creemos que eso no es cierto, que la democracia y la Justicia chilenas no son de fiar, que no ofrece las garantías suficientes del debido proceso.
Pavada de ofensa y pavada de costo que deberemos afrontar, en una nueva disminución de nuestra ya módica credibilidad en el mundo. Un agravio inmerecido a quienes siempre hemos considerado como hermanos, una verdadera cruzada contra nosotros mismos, un conflicto completamente innecesario, sorprendiendo a los desprevenidos chilenos con la inevitable sospecha de que, para determinadas formas de entender la política, cuando talla la ideología tambalea el estado de derecho.
Para cerrar, es de lamentar que los fundamentos de la CONARE (Comisión Nacional para los Refugiados) no se den a la luz pública. Una pena, pero cualquier interesado puede conseguir unas argumentaciones de resultado semejante: son las que esgrime Irán para no acceder al pedido de extradiciones que le reclama la Argentina.
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En los siguientes veinte años invertimos completamente la actitud.
Cambiamos hostilidad por cooperación, solucionamos la totalidad de los conflictos limítrofes, Chile pasó a apoyarnos militantemente en el reclamo por Malvinas, se convirtió en el tercer inversor extranjero directo en Argentina y miles de millones de dólares trasandinos se inyectaron en nuestro sistema económico, al tiempo que concertábamos innumerables acuerdos públicos y privados de progreso asociado.
Nada de eso va a revertirse a causa de nuestra negativa respecto de Apablaza, pero ciertamente va a perjudicar a ese proceso, ese sí verdaderamente progresista, y se inscribe en el ya muy poblado museo de las acciones políticas que, a contramano del avance regional, introducen palos en la rueda del entendimiento.
En términos jurídicos, la Corte argentina ya se había pronunciado. Y en términos políticos, no tiene importancia si Apablaza es culpable o más inocente que la Madre Teresa: esa es una decisión que corresponde a la Justicia chilena.
Esa habría sido nuestra correcta respuesta política. Siempre y cuando, por supuesto, pensemos que Chile es una verdadera democracia y allí funciona un sistema judicial respetable y que garantiza los derechos humanos.
A partir de ahora, el mensaje que estamos enviando al mundo entero es que nosotros, los argentinos, los socios, amigos y vecinos estratégicos de Chile, quienes más los conocemos, creemos que eso no es cierto, que la democracia y la Justicia chilenas no son de fiar, que no ofrece las garantías suficientes del debido proceso.
Pavada de ofensa y pavada de costo que deberemos afrontar, en una nueva disminución de nuestra ya módica credibilidad en el mundo. Un agravio inmerecido a quienes siempre hemos considerado como hermanos, una verdadera cruzada contra nosotros mismos, un conflicto completamente innecesario, sorprendiendo a los desprevenidos chilenos con la inevitable sospecha de que, para determinadas formas de entender la política, cuando talla la ideología tambalea el estado de derecho.
Para cerrar, es de lamentar que los fundamentos de la CONARE (Comisión Nacional para los Refugiados) no se den a la luz pública. Una pena, pero cualquier interesado puede conseguir unas argumentaciones de resultado semejante: son las que esgrime Irán para no acceder al pedido de extradiciones que le reclama la Argentina.
sábado, 2 de octubre de 2010
¿Dónde está hoy el peronismo? Por Julio Bárbaro
La historia no tiene propietarios. El pasado soporta tantas miradas como intérpretes sostenga el escenario.
El peronismo ya es parte de ese pasado, tanto para quienes lo recuperamos como ejecutor de la justicia social como para los que perciben en él la causa de la frustración colectiva. Fue de avanzada: la mayoría de sus propuestas, ayer revulsivas, son hoy propiedad indiscutible de todas las concepciones ideológicas.
El peronismo ya es parte de ese pasado, tanto para quienes lo recuperamos como ejecutor de la justicia social como para los que perciben en él la causa de la frustración colectiva. Fue de avanzada: la mayoría de sus propuestas, ayer revulsivas, son hoy propiedad indiscutible de todas las concepciones ideológicas.
El siglo XX caracterizado por las internacionales se convirtió en el siglo de las naciones; los dos imperios que dirigían el mundo dejaron paso a un concierto de nuevos pueblos, y los conceptos de nacionalismo y tercera posición, tan vilipendiados por pretendidas elites intelectuales, se hicieron realidad.
Aquel sueño integrador del ABC, con la Argentina, Brasil y Chile, es hoy el testimonio del Mercosur, cuando las minorías que nos denostaban apostaban a guerras entre hermanos o sublevaciones obreras.
Izquierdas y derechas ocuparon por turno el lugar de partenaire de ese pueblo al que no le asignaban derecho a pensar, y finalmente las minorías ilustradas debieron asumir su fracaso frente a la conciencia colectiva que generó un liderazgo y edificó detrás de él su propio destino.
El peronismo nació en tiempos donde las organizaciones sindicales eran tan combatidas como el desarrollo industrial, donde imponer el voto femenino y la jubilación era tan vanguardista como lo fue más tarde debatir la ley de divorcio, y enfrentó con acierto todos esos desafíos. Colosal logro forjado en una plaza que albergaba a esa conciencia colectiva y a un líder elegido por ese pueblo, en un diálogo con la multitud que, lejos de intentar la sustitución de la democracia, la enriquecía plenamente.
Luego vendrían los golpes militares perpetrados por aquellos que se consideraban dueños de una concepción democrática sinónimo del patrimonio de las minorías, que soñaron con el oscurantismo del "voto calificado", como si las capacidades y opiniones de los hombres se pudieran valorar por la educación y la riqueza de la cuna.
Por fin, tras dieciocho años de golpes y proscripciones, se produce un retorno cuyo sentido indudable era la pacificación definitiva. Así, se estructura La Hora del Pueblo, un encuentro de las distintas fuerzas políticas dispuestas a convivir y consolidar la democracia. Así, nace el Frejuli, herramienta electoral superadora del mismo peronismo; se constituye un gobierno integrado por un frente entre propios y aliados, y tiene lugar el abrazo de Juan Domingo Perón con Ricardo Balbín, para llegar por último a la despedida del "adversario" al "amigo".
Ese es el legado definitivo de aquellos hombres que supieron confrontar debatiendo un destino y también encontrarse como símbolo de unidad al final de sus vidas. Ese rumbo resulta incuestionable; es el elegido por un pueblo y encarnado por su conductor, sin que exista derecho alguno a desvirtuarlo o a la pretensión de cosechar votos utilizando su memoria.
La alianza de sectores productivos, obreros y patrones, que fue el peronismo, constituyó una estricta defensa del patrimonio nacional que jamás hubiera concebido siquiera la nefasta venta de YPF, una visión pragmática susceptible de utilizar al Estado o convocar a los privados según la coyuntura lo aconsejara.
El peronismo es tan vencedor en el pasado como omnipresente en la actualidad, y de igual modo que a los herederos de Yrigoyen, la realidad nos ubica a sus seguidores por las posiciones actuales, cuya vigencia supera ampliamente a nuestros orígenes. Ser peronista o radical implica hoy tan sólo definir el lugar de nuestro nacimiento a la vida política, y por ello se requiere aclarar muchas cuestiones para concretar propuestas.
Los viejos partidos agonizan con demasiados reservistas y escasos soldados, la actualidad nos desafía a responder a sus urgencias y terminar con esta absurda práctica de buscar en el pasado la mística que no somos capaces de aportarle al presente.
Si con Menem el oportunismo implicaba un exceso de adaptación al liberalismo imperante, la actualidad propone arroparse en pasados guerrilleros tan ricos en heroísmo como pobres en ideas, hasta el punto de que, carentes de pudor, hay quienes fueron tan liberales ayer como combativos hoy al descubrir una novedosa veta de virtudes: la ortodoxia de la obsecuencia.
No ignoramos los conflictos ni las contradicciones; sólo entendemos que es imposible justificar la falta de políticas y las desmesuras con los enfrentamientos, porque corremos el riesgo de que las heridas en el cuerpo social sean mayores que la supuesta justicia que intenta justificarlas.
Así como resulta imprescindible enfrentar intereses para distribuir justicia, nos parece insensato imaginar que los conflictos ocupan por sí mismos un espacio virtuoso.
Ese es el debate esencial: el peronismo confronta en los cincuenta para imponer derechos y pacifica en su retorno para consolidar la democracia.
Los que se fueron de la plaza expulsados por imberbes no son herederos de los sueños del pueblo ni de las urgencias del presente. Castiguemos, sí, con toda la fuerza de la justicia a los genocidas, pero no intentemos por ello reivindicar las propuestas de la guerrilla. La pretenciosa teoría que confronta con los dos demonios no da derecho a definir un demonio en la dictadura, en el que todos coincidimos, y un espacio de integridad en la guerrilla, donde tanto se impone discutir.
Es cierto que hubo una etapa de encuentro entre el general en el exilio y los grupos armados que enfrentaban a la dictadura, como lo fue el desencuentro definitivo entre un pueblo y un jefe que apostaban a la democracia y una minoría equivocada que concebía al poder en la boca del fusil. Y si pensamos en las consecuencias del presente, el peronismo fue un partido de orden que poco y nada se condice con el apoyo actual a tantas variantes de la anarquía.
Sólo la frivolidad puede pretender que el orden es de derecha y el caos alberga motivos revolucionarios, pues al hacerlo estamos aceptando un cuestionable proceso de degradación institucional.
Si el peronismo tiene hoy un destino, es el de aportar toda la experiencia de su verdadera historia al mañana de democracia estable con orden y convivencia entre adversarios. Los conflictos reales que vivimos fueron demasiados como para hacernos cargo de los sueños belicosos de algunos acompañantes circunstanciales. Para nosotros, el enfrentamiento era el resultado no deseado de imponer una visión de justicia, y solamente nuestros enemigos vivían del odio a nuestras propuestas.
El peronismo tenía una columna vertebral: la clase trabajadora. Nunca imperó sobre los marginales; jamás confundió a los desubicados con los rebeldes ni a los resentidos con los revolucionarios. Su desafío era la integración social, entendió la marginalidad en el lugar de dolor coyuntural y no se le ocurrió reivindicarla como tal.
Veamos, si no, lo que sucede en los países hermanos, donde los responsables directos de las rebeldías y cicatrices de los años setenta encabezan la pacificación y conducen el exitoso rumbo actual.
El peronismo fue un adelantado en los logros sociales y políticos de los cincuenta, y el general intentó ocupar el mismo lugar en la pacificación con su retorno, repitiendo hasta el hartazgo que el sucesor del líder debía ser la organización, pues sólo ella vencía al tiempo y al hombre. En cambio, sus supuestos herederos insistieron en imitar sus glorias personales abandonando sus logros sociales.
No es que nos hayamos vuelto reformistas, es que una enorme cantidad de los objetivos propuestos se convirtieron en logros y es hora de convocar a la convivencia. Necesitamos un orden democrático fuerte y una unidad nacional con sus lógicas tensiones, y sus proyectos trascendentes.
De la ausencia de propuestas que habiliten los tiempos de esperanza, todos somos un poco responsables.
Es hora de acercarnos y construir juntos. La oportunidad lo permite y un pueblo lo requiere. Es más: lo exige.
Aquel sueño integrador del ABC, con la Argentina, Brasil y Chile, es hoy el testimonio del Mercosur, cuando las minorías que nos denostaban apostaban a guerras entre hermanos o sublevaciones obreras.
Izquierdas y derechas ocuparon por turno el lugar de partenaire de ese pueblo al que no le asignaban derecho a pensar, y finalmente las minorías ilustradas debieron asumir su fracaso frente a la conciencia colectiva que generó un liderazgo y edificó detrás de él su propio destino.
El peronismo nació en tiempos donde las organizaciones sindicales eran tan combatidas como el desarrollo industrial, donde imponer el voto femenino y la jubilación era tan vanguardista como lo fue más tarde debatir la ley de divorcio, y enfrentó con acierto todos esos desafíos. Colosal logro forjado en una plaza que albergaba a esa conciencia colectiva y a un líder elegido por ese pueblo, en un diálogo con la multitud que, lejos de intentar la sustitución de la democracia, la enriquecía plenamente.
Luego vendrían los golpes militares perpetrados por aquellos que se consideraban dueños de una concepción democrática sinónimo del patrimonio de las minorías, que soñaron con el oscurantismo del "voto calificado", como si las capacidades y opiniones de los hombres se pudieran valorar por la educación y la riqueza de la cuna.
Por fin, tras dieciocho años de golpes y proscripciones, se produce un retorno cuyo sentido indudable era la pacificación definitiva. Así, se estructura La Hora del Pueblo, un encuentro de las distintas fuerzas políticas dispuestas a convivir y consolidar la democracia. Así, nace el Frejuli, herramienta electoral superadora del mismo peronismo; se constituye un gobierno integrado por un frente entre propios y aliados, y tiene lugar el abrazo de Juan Domingo Perón con Ricardo Balbín, para llegar por último a la despedida del "adversario" al "amigo".
Ese es el legado definitivo de aquellos hombres que supieron confrontar debatiendo un destino y también encontrarse como símbolo de unidad al final de sus vidas. Ese rumbo resulta incuestionable; es el elegido por un pueblo y encarnado por su conductor, sin que exista derecho alguno a desvirtuarlo o a la pretensión de cosechar votos utilizando su memoria.
La alianza de sectores productivos, obreros y patrones, que fue el peronismo, constituyó una estricta defensa del patrimonio nacional que jamás hubiera concebido siquiera la nefasta venta de YPF, una visión pragmática susceptible de utilizar al Estado o convocar a los privados según la coyuntura lo aconsejara.
El peronismo es tan vencedor en el pasado como omnipresente en la actualidad, y de igual modo que a los herederos de Yrigoyen, la realidad nos ubica a sus seguidores por las posiciones actuales, cuya vigencia supera ampliamente a nuestros orígenes. Ser peronista o radical implica hoy tan sólo definir el lugar de nuestro nacimiento a la vida política, y por ello se requiere aclarar muchas cuestiones para concretar propuestas.
Los viejos partidos agonizan con demasiados reservistas y escasos soldados, la actualidad nos desafía a responder a sus urgencias y terminar con esta absurda práctica de buscar en el pasado la mística que no somos capaces de aportarle al presente.
Si con Menem el oportunismo implicaba un exceso de adaptación al liberalismo imperante, la actualidad propone arroparse en pasados guerrilleros tan ricos en heroísmo como pobres en ideas, hasta el punto de que, carentes de pudor, hay quienes fueron tan liberales ayer como combativos hoy al descubrir una novedosa veta de virtudes: la ortodoxia de la obsecuencia.
No ignoramos los conflictos ni las contradicciones; sólo entendemos que es imposible justificar la falta de políticas y las desmesuras con los enfrentamientos, porque corremos el riesgo de que las heridas en el cuerpo social sean mayores que la supuesta justicia que intenta justificarlas.
Así como resulta imprescindible enfrentar intereses para distribuir justicia, nos parece insensato imaginar que los conflictos ocupan por sí mismos un espacio virtuoso.
Ese es el debate esencial: el peronismo confronta en los cincuenta para imponer derechos y pacifica en su retorno para consolidar la democracia.
Los que se fueron de la plaza expulsados por imberbes no son herederos de los sueños del pueblo ni de las urgencias del presente. Castiguemos, sí, con toda la fuerza de la justicia a los genocidas, pero no intentemos por ello reivindicar las propuestas de la guerrilla. La pretenciosa teoría que confronta con los dos demonios no da derecho a definir un demonio en la dictadura, en el que todos coincidimos, y un espacio de integridad en la guerrilla, donde tanto se impone discutir.
Es cierto que hubo una etapa de encuentro entre el general en el exilio y los grupos armados que enfrentaban a la dictadura, como lo fue el desencuentro definitivo entre un pueblo y un jefe que apostaban a la democracia y una minoría equivocada que concebía al poder en la boca del fusil. Y si pensamos en las consecuencias del presente, el peronismo fue un partido de orden que poco y nada se condice con el apoyo actual a tantas variantes de la anarquía.
Sólo la frivolidad puede pretender que el orden es de derecha y el caos alberga motivos revolucionarios, pues al hacerlo estamos aceptando un cuestionable proceso de degradación institucional.
Si el peronismo tiene hoy un destino, es el de aportar toda la experiencia de su verdadera historia al mañana de democracia estable con orden y convivencia entre adversarios. Los conflictos reales que vivimos fueron demasiados como para hacernos cargo de los sueños belicosos de algunos acompañantes circunstanciales. Para nosotros, el enfrentamiento era el resultado no deseado de imponer una visión de justicia, y solamente nuestros enemigos vivían del odio a nuestras propuestas.
El peronismo tenía una columna vertebral: la clase trabajadora. Nunca imperó sobre los marginales; jamás confundió a los desubicados con los rebeldes ni a los resentidos con los revolucionarios. Su desafío era la integración social, entendió la marginalidad en el lugar de dolor coyuntural y no se le ocurrió reivindicarla como tal.
Veamos, si no, lo que sucede en los países hermanos, donde los responsables directos de las rebeldías y cicatrices de los años setenta encabezan la pacificación y conducen el exitoso rumbo actual.
El peronismo fue un adelantado en los logros sociales y políticos de los cincuenta, y el general intentó ocupar el mismo lugar en la pacificación con su retorno, repitiendo hasta el hartazgo que el sucesor del líder debía ser la organización, pues sólo ella vencía al tiempo y al hombre. En cambio, sus supuestos herederos insistieron en imitar sus glorias personales abandonando sus logros sociales.
No es que nos hayamos vuelto reformistas, es que una enorme cantidad de los objetivos propuestos se convirtieron en logros y es hora de convocar a la convivencia. Necesitamos un orden democrático fuerte y una unidad nacional con sus lógicas tensiones, y sus proyectos trascendentes.
De la ausencia de propuestas que habiliten los tiempos de esperanza, todos somos un poco responsables.
Es hora de acercarnos y construir juntos. La oportunidad lo permite y un pueblo lo requiere. Es más: lo exige.
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¿Hebe es Hebe o es, más bien, otro eufemismo? Por Jorge Raventos
Néstor Kirchner no se sacó el casco de guerra ni siquiera mientras en Nueva York turnaba los sombreros de secretario general de Unasur y los de “primer caballero” en galas y conferencias. Desde su suite del Four Seasons, sólo se entretuvo con la magnífica vista aérea del Central Park en los breves intervalos entre llamada y llamada a Buenos Aires: seguía minuciosamente las novedades judiciales referidas a las distintas escaramuzas que el gobierno mantiene con el Grupo Clarín (Papel Prensa, grilla de canales, Fibertel, aplicación plena de la ley de medios, etc.), reclamaba el máximo respaldo a la organización del acto del martes 28 frente al Palacio de Justicia, requería detalles sobre la suerte de Hugo Yasky en la elección interna de la Central de Trabajadores Argentinos, maldecía al enterarse de la rotunda victoria de la lista de Pablo Micelli en Jujuy, donde él confiaba en que Milagro Sala y su agrupación Tupac Amaru iban a desequilibrar a favor del candidato del gobierno.
Kirchner está permanentemente en operaciones y aunque no quiere perder en ningún escenario, para él la madre de todas las batallas es su guerra con el Grupo Clarín. En ella se resume su convicción de que fue la prensa la que determinó la decisiva derrota política de 2008 frente al campo y la posterior caída electoral en 2009, y que, por lo tanto, sin control de la prensa independiente, su suerte en los comicios de 2011 está echada.
El tiempo determina su hiperkinesia: sabe que al día de hoy un foso lo separa de la opinión pública, aquella tras la cual se atrincheraba, al inicio de su mandato, en 2003 y 2004, para imponerle condiciones al peronismo. Hoy, sin la opinión pública de su lado, ha empezado a perder pie en el peronismo y hasta en el “pejota” que él mismo encabeza. En su mesa de arena el triunfo sobre Clarín es la operación indispensable para debilitar a sus adversarios e imponerle condiciones a su propia tropa.
Es en función de esa guerra, que Olivos ha decidido actuar sobre la Corte. Kirchner está disconforme con el comportamiento del máximo Tribunal: esperaba que en esta guerra actuara como un aliado pleno, no con reticencia jurídica; que disciplinara rápidamente a las instancias inferiores de la Justicia que obstaculizan la aplicación de la Ley de Medios.
La Corte se pronunció sobre aclarando que sólo está suspendida la aplicación de un artículo, sobre el que se tramitan medidas cautelares. Justamente ese artículo es que inquieta a Olivos: es el que obligaría al grupo Clarín a deshacerse de varios de sus medios electrónicos en el plazo de un año. Kirchner querría que ese plazo empezara a correr ya mismo. La elección de octubre de 2011 se gana o se pierde para él antes de esa fecha: depende de esta guerra.
Por eso ha decidido aplicar la máxima presión sobre el Poder Judicial: desde rechazarle el presupuesto que solicita (le niega 778 millones de pesos, una cifra que ni siquiera alcanza a la que el gobierna dedica, por caso, a las transmisiones televisivas de fútbol), hasta alentar al gobernador de Santa Cruz a desobedecer un fallo del Tribunal o impulsar a la señora Hebe de Bonafini al micrófono para que dispare contra los jueces supremos.
La concentración frente al Palacio de Justicia del martes 28 fue tejida desde el gobierno, con amplísima publicidad oficial y fue convocada bajo el paraguas de agrupaciones profesionales, de periodistas y actores, y organizaciones de derechos humanos tuteladas por el oficialismo. Desde Olivos se decidió que la oradora de fondo fuera la señora de Bonafini.
La jefa de Madres de Plaza de Mayo propuso en tono airado "hacer una marcha por mes si es necesario" para "arrancarle la ley a esta justicia cómplice de la dictadura" militar y anticipó que "los diarios de mañana dirán que nosotros generamos la violencia, pero la violencia la generan ellos". Su presunción era razonable; minutos antes después de llamar “turros” y de calificar de coimeros a los miembros de la Corte , había planteado: "Si tenemos que tomar el Palacio de Tribunales, tomémoslo".
En los últimos días se han oído muchas críticas contra la señora de Bonafini basadas en ese discurso de la Plaza Lavalle. Esos ataques se basan en un argumento equívoco, que alguien, desde otra postura, quiso utilizar para disculparla: “Hebe es Hebe”. Error. La señora –como el gobernador Peralta en su desobediencia a la Corte o el secretario de Comercio Moreno en sus incursiones, sea en Papel Prensa o en el INDEC- es un eufemismo; todos ellos son encarnaciones de Néstor Kirchner.
A diferencia de Peralta o Moreno, sin embargo, la señora es un eufemismo muy significativo, porque ella tiene marca propia y ha sido el emblema tras el cual los Kirchner han querido alinear y proteger sus acciones de poder. Ellos no quieren que su apellido sea asociado a la pingüiburguesía del capitalismo de amigos, a Cristóbal López, a los terrenos de Calafate, a Skanska, a Electroingeniería, a Claudio Uberti, al valijero venezolano, a los aportes de los proveedores de remedios truchos. Prefieren cubrirse con la bandera de los derechos humanos y han invertido previsoramente en eso. Con ella dieron batallas importantes y de ella recogieron ganancias políticas.
Ahora han decidido usar sin reservas esa bandera para que encabece su guerra con Clarín, y también sin reparos impulsan a los nombres emblemáticos para que vayan al frente en batallas como la de la Corte Suprema, esa misma Corte que el gobierno designó, en un acto que le produjo réditos en la opinión pública.
Si hay algo que denota el carácter determinante que Kirchner asigna a la guerra con los medios es seguramente la inversión en recursos materiales y humanos que se muestra decidido a dedicar a ese objetivo. Kirchner tiene fama de acaparar más que de desembolsar.
Ahora, así como se gasta los ahorros contantes y sonantes del Banco Central y de ANSES, Kirchner rompe la alcancía y gasta de los ahorros políticos. Es cierto que también aquí se propone echar mano de ahorros ajenos: por ejemplo, los de los jefes territoriales del peronismo (a quienes les pide que sacrifiquen sin egoísmos el capital de ellos en beneficio de una victoria de él), los de los progresistas candorosos que no entienden por qué hay que maltratar a los jueces supremos y (algo morosos en la comprensión, se preguntan: “¿qué le pasó?”).
Como un jugador compulsivo Kirchner está poniendo todas las fichas sobre el tapete. Si gana –especula- , él se encargará de recuperar todo lo invertido imponiendo a los vencidos (y a quienes él haya detectado como aliados de los vencidos) su propio Pacto de Versailles.
La derrota se niega a imaginarla. Esa es tarea de otros.
El tiempo determina su hiperkinesia: sabe que al día de hoy un foso lo separa de la opinión pública, aquella tras la cual se atrincheraba, al inicio de su mandato, en 2003 y 2004, para imponerle condiciones al peronismo. Hoy, sin la opinión pública de su lado, ha empezado a perder pie en el peronismo y hasta en el “pejota” que él mismo encabeza. En su mesa de arena el triunfo sobre Clarín es la operación indispensable para debilitar a sus adversarios e imponerle condiciones a su propia tropa.
Es en función de esa guerra, que Olivos ha decidido actuar sobre la Corte. Kirchner está disconforme con el comportamiento del máximo Tribunal: esperaba que en esta guerra actuara como un aliado pleno, no con reticencia jurídica; que disciplinara rápidamente a las instancias inferiores de la Justicia que obstaculizan la aplicación de la Ley de Medios.
La Corte se pronunció sobre aclarando que sólo está suspendida la aplicación de un artículo, sobre el que se tramitan medidas cautelares. Justamente ese artículo es que inquieta a Olivos: es el que obligaría al grupo Clarín a deshacerse de varios de sus medios electrónicos en el plazo de un año. Kirchner querría que ese plazo empezara a correr ya mismo. La elección de octubre de 2011 se gana o se pierde para él antes de esa fecha: depende de esta guerra.
Por eso ha decidido aplicar la máxima presión sobre el Poder Judicial: desde rechazarle el presupuesto que solicita (le niega 778 millones de pesos, una cifra que ni siquiera alcanza a la que el gobierna dedica, por caso, a las transmisiones televisivas de fútbol), hasta alentar al gobernador de Santa Cruz a desobedecer un fallo del Tribunal o impulsar a la señora Hebe de Bonafini al micrófono para que dispare contra los jueces supremos.
La concentración frente al Palacio de Justicia del martes 28 fue tejida desde el gobierno, con amplísima publicidad oficial y fue convocada bajo el paraguas de agrupaciones profesionales, de periodistas y actores, y organizaciones de derechos humanos tuteladas por el oficialismo. Desde Olivos se decidió que la oradora de fondo fuera la señora de Bonafini.
La jefa de Madres de Plaza de Mayo propuso en tono airado "hacer una marcha por mes si es necesario" para "arrancarle la ley a esta justicia cómplice de la dictadura" militar y anticipó que "los diarios de mañana dirán que nosotros generamos la violencia, pero la violencia la generan ellos". Su presunción era razonable; minutos antes después de llamar “turros” y de calificar de coimeros a los miembros de la Corte , había planteado: "Si tenemos que tomar el Palacio de Tribunales, tomémoslo".
En los últimos días se han oído muchas críticas contra la señora de Bonafini basadas en ese discurso de la Plaza Lavalle. Esos ataques se basan en un argumento equívoco, que alguien, desde otra postura, quiso utilizar para disculparla: “Hebe es Hebe”. Error. La señora –como el gobernador Peralta en su desobediencia a la Corte o el secretario de Comercio Moreno en sus incursiones, sea en Papel Prensa o en el INDEC- es un eufemismo; todos ellos son encarnaciones de Néstor Kirchner.
A diferencia de Peralta o Moreno, sin embargo, la señora es un eufemismo muy significativo, porque ella tiene marca propia y ha sido el emblema tras el cual los Kirchner han querido alinear y proteger sus acciones de poder. Ellos no quieren que su apellido sea asociado a la pingüiburguesía del capitalismo de amigos, a Cristóbal López, a los terrenos de Calafate, a Skanska, a Electroingeniería, a Claudio Uberti, al valijero venezolano, a los aportes de los proveedores de remedios truchos. Prefieren cubrirse con la bandera de los derechos humanos y han invertido previsoramente en eso. Con ella dieron batallas importantes y de ella recogieron ganancias políticas.
Ahora han decidido usar sin reservas esa bandera para que encabece su guerra con Clarín, y también sin reparos impulsan a los nombres emblemáticos para que vayan al frente en batallas como la de la Corte Suprema, esa misma Corte que el gobierno designó, en un acto que le produjo réditos en la opinión pública.
Si hay algo que denota el carácter determinante que Kirchner asigna a la guerra con los medios es seguramente la inversión en recursos materiales y humanos que se muestra decidido a dedicar a ese objetivo. Kirchner tiene fama de acaparar más que de desembolsar.
Ahora, así como se gasta los ahorros contantes y sonantes del Banco Central y de ANSES, Kirchner rompe la alcancía y gasta de los ahorros políticos. Es cierto que también aquí se propone echar mano de ahorros ajenos: por ejemplo, los de los jefes territoriales del peronismo (a quienes les pide que sacrifiquen sin egoísmos el capital de ellos en beneficio de una victoria de él), los de los progresistas candorosos que no entienden por qué hay que maltratar a los jueces supremos y (algo morosos en la comprensión, se preguntan: “¿qué le pasó?”).
Como un jugador compulsivo Kirchner está poniendo todas las fichas sobre el tapete. Si gana –especula- , él se encargará de recuperar todo lo invertido imponiendo a los vencidos (y a quienes él haya detectado como aliados de los vencidos) su propio Pacto de Versailles.
La derrota se niega a imaginarla. Esa es tarea de otros.
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