Probablemente haya que buscar más en la política que en la Ciencia Médica las razones de la muerte súbita del ex presidente Néstor Kirchner.
Hombre de temperamento atrabiliario, Kirchner entendía el poder como un ejercicio personal, indelegable y cotidiano. Lejos de descansar en la delegación de funciones, distante de reposar y confiar en los juegos naturales de las instituciones democráticas, Kirchner vivía el poder como algo personal y, en consecuencia, de dimensiones absolutas. Intensidad y obsesión eran dos presencias cotidianas en su modo de ejercer el poder.
Ese modo de entender la política –y la vida- lo llevó a la muerte prematura.
Pero fue la propia dinámica de sus actos la que, además, fue construyendo un contexto que con el paso del tiempo se le había tornado hostil. Cada batalla –grande o pequeña- era una apuesta a todo o nada. Cada debate, una lucha a muerte. Cada diferencia de opinión, un intento de golpe de estado.
Asumió el poder en condiciones excepcionalmente favorables para el país y, en general, para el mundo emergente. Los formidables precios de los commodities, gracias al aumento de la demanda promovido por China e India, hizo que la Argentina gozara de una ventaja estimable, basada en su producción agropecuaria, potenciada tras el silencioso proceso de transformación del agro nacional durante las últimas décadas.
Los precios excepcionales permitían mantener un alto nivel del gasto público, a la vez que un superávit comercial desacostumbrado. Vivíamos en un mundo perfecto. Todo comenzó a complicarse hacia marzo de 2008, con la crisis del campo. Las razones de la crisis hay que buscarlas más en la política que en la economía. Una discusión por el volumen de las retenciones derivó en un duro enfrentamiento con un sector integrado por muchos de sus propios votantes.
Y a partir de ahí, todo su gobierno entró en una pendiente de la que nunca pudo recuperarse pese a los datos que reflejaban las encuestas que cada día le acercaban sus consultores amigos. Las elecciones de 2009, imprevistamente, lo tuvieron como perdedor aunque su apuesta había sido la máxima posible: él mismo había encabezado la lista de diputados nacionales para la Provincia de Buenos Aires. Pero fue derrotado.
Desde ese día abrigaba una sola obsesión: destruir al Grupo Clarín, al que responsabilizó por su derrota electoral. Era su máxima ambición al momento de morir. Pensaba que su destino político estaba atado a esa batalla previa. Por esa ley, pero no sólo por ella, comenzó a enfrentarse con la Justicia, incluso en sus máximas instancias. Su concepto del poder no se detenía ni ante una resolución de la Corte Suprema. Todo aquél que no estaba de su lado era descalificado, maldecido y demonizado.
Pero ya todo había comenzado a complicársele inexorablemente. Su visión acerca de la naturaleza de las dificultades que enfrentaba su gobierno era de una elemental y engañosa simpleza. Los tiempos del crecimiento amable y sencillo habían pasado. Se avecinaban tormentas y esta situación era percibida con claridad por todas las encuestas de opinión que le anunciaban con claridad el final de su ciclo. Y esos problemas también eran registrados por el propio cuerpo de Néstor Kirchner.
Lentamente pero con una velocidad que iría creciendo, comenzó a desarticularse su frente interno. Varios intendentes del conurbano bonaerense, sumamente prácticos y acomodaticios, comenzaron a buscar nuevos horizontes ante la perspectiva cierta de que Kirchner fuera derrotado en las elecciones de octubre de 2011. Pensaba que Daniel Scioli estaba detrás de esa fuga y lo increpó duramente en público un mes atrás.
Su enfermedad coronaria no es ajena a este horizonte de dificultades crecientes. Todas las observaciones realizadas por la prensa y los políticos opositores acerca de la fragilidad de su salud, fueron tomadas como una ofensa que buscaba pintar con trazos de debilidad la personalidad del hombre fuerte de la Argentina. La realidad inmediata demostró que, otra vez, Kirchner estaba equivocado.
Lo que puede venir
¿Sobrevivirá el kirchnerismo a la muerte de Néstor Kirchner? No está escrito. El kirchnerismo ha sido, en cierto modo, un revival de los años setenta, una extensión en el tiempo de los días en que Cámpora, con los votos de Perón, habitó brevemente la Casa Rosada. El núcleo duro del kirchnerismo eran los hombres de aquel tiempo, con el discurso de aquel tiempo, con las obsesiones y odios de esos años pero en un mundo que ya había cambiado en lo sustancial.
Kirchner chocó con las dificultades propias de su estilo confrontativo y visceral, colisionó con los enemigos que él mismo, prolijamente, había decidido construir. Pero –y quizá esto sea lo más importante- Kirchner se desmoronó en su empeño de leer y vivir como en los setenta un mundo en el que ya no quedan casi rastros de ese tiempo también incierto. O, dicho de otro modo, lo que queda de él es una supervivencia ideológica cada vez más divorciada de una realidad que se desplaza en un sentido distinto y que demanda, también, ideas distintas.
Es cierto que el partido del poder recibirá un impacto inmediato con la desaparición de su máximo líder, el hombre que concentraba todo el poder real y que lo ejercía cada día. Se abre para su esposa, nuestra Presidenta, un tiempo cuya incertidumbre dependerá de sus propios actos, de lo que Cristina Fernández haga de ahora en adelante.
El kirchnerismo se había transformado, con la vestimenta del peronismo y el uso de la sigla partidaria, en un gran partido de izquierda. Ahí confluyeron distintos sectores de la izquierda tradicional (socialistas, comunistas), sectores del peronismo de izquierda que reivindican a las organizaciones armadas y el terrorismo y sectores del nacionalismo popular de izquierda. Coexisten con ellos, franjas moderadas de las clases medias urbanas y de los trabajadores sindicalizados.
De este polo político se habían desprendido personajes tales como Pino Solanas (que sin embargo apoyó parlamentariamente a Kirchner en temas fundamentales), Sabatella y otros menores, distanciados, sobre todo, por cuestiones de estilo y de espacios de poder, más que por diferencias ideológicas o políticas.
¿Podrá mantener Cristina Fernández el liderazgo de este polo del progresismo y la izquierda? No lo sabemos. Lo cierto es que desde la crisis entre los Kirchner y el campo se está abriendo paso en la política argentina, más allá de los partidos, la demanda de un nuevo estilo político en el que la crispación y los enfrentamientos cotidianos cedan el paso a la elaboración de un programa de objetivos concretos de coincidencias que subordinen las acciones de los próximos gobernantes a una grilla de prioridades nacionales consensuada entre las fuerzas de una nueva dirigencia y una nueva mayoría.
El nuevo tiempo político supone también tomar nota de un contexto mundial en el que no tienen cabida políticas locales que han probado reiteradamente su fracaso. Es país debe actualizar sus puntos de vista y sus políticas respecto de los principales problemas de la economía mundial. De este modo podrá aprovechar mejor estos años dorados en los que nuestros productos son demandados y pagados a precios sin precedentes.
La muerte de Kirchner acelera, probablemente, la llegada de un nuevo tiempo, que demandará nuevas ideas.
sábado, 30 de octubre de 2010
La muerte de Néstor Kirchner: el corazón y la política. Por Daniel V. González
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