Desde la mañana del miércoles 27 de octubre, cuando se supo que el corazón de Néstor Kirchner había fallado fatalmente, Argentina abrió un paréntesis que todavía no se ha clausurado, un espacio de espera y reflexión, de vigilia, mientras se procesan los duelos que la desaparición del ex presidente ha suscitado. El inapelable rigor de la muerte parece suspender por unas horas o unos días la lógica cotidiana y da vida a un escenario diferente, en el que emergen aspectos que lasa rutinas ocultan y fenómenos que la fugacidad ilumina por un instante. Hay gestos que se magnifican en el marco de la solemnidad, palabras y silencios que adquieren mayor significado.
El país observó durante estas horas interminables una imagen distinta de Cristina de Kirchner. Junto al féretro, enfundada en su traje negro y parapetada detrás sus anteojos oscuros, devastada por la muerte de su esposo y compañero, seguramente abrumada por las jornadas que deberá afrontar desde ahora sin su ayuda y su guía, esa mujer que invitaba a la compasión no era, en tales momentos, la misma que la cadena nacional de radiodifusión difunde sin cesar, ni la que dos semanas atrás vetó la ley del 82 por ciento móvil para los jubilados: la trasmutaba el misterio de la muerte, que nos vuelve más prójimos que nunca, que iguala a ricos y pobres, empareja a los gobernantes con los ciudadanos, a una viuda presidencial con cualquiera de las personas que padecieron en carne propia la pérdida de un ser querido, víctima de la inseguridad, la miseria, la enfermedad o el infortunio.
¿Pueden sacarse conclusiones políticas de lo que muestra una situación de excepcionalidad? Hay quienes se apresuran a intentarlo. Aseguran, por ejemplo, que en la atmósfera creada por su desgracia, la Presidente ha remontado en las encuestas las bajas calificaciones que lucía hasta una semana atrás y deducen que, ahora sí, está en condiciones de competir con muchas chances por acceder una vez más a la presidencia en 2011. El canciller Héctor Timmerman se apresuró a lanzar esa candidatura, pero es probable que él haya tenido otros fundamentos: ha querido inaugurar un nuevo verticalismo en el que a él le sea dado estar entre los primeros socios; seguramente consideró, además, que el lanzamiento de la candidatura cristinista paralizaría otras ambiciones y congelaría cualquier lucha interna. Esta es una cuestión que empezará (más bien: volverá) a estar sobre el tapete cuando se cierre el paréntesis del duelo.
El mecanismo que había imaginado Néstor Kirchner para prolongar su dominio político en el país fue la elección sucesiva y por turnos de ambos cónyuges del matrimonio. Esa reelección sui generis incluía, para Kirchner, el suplemento virtuoso de evitarle al miembro de la pareja que estuviera como presidente en funciones el período que los norteamericanos llaman “del pato rengo”, esos últimos meses (a veces últimos dos años) en que el mandatario saliente va perdiendo paulatinamente autoridad y poder. El 2011 le tocaba a él ser candidato y, trabajando para su propia postulación, sentía que colaboraba en el apuntalamiento de la gestión de su esposa.
El rápido lanzamiento de la candidatura de Cristina Kirchner, antes aún de que hubieran concluido las ceremonias del adiós a Néstor, es quizás un conjuro de emergencia contra el síndrome del pato rengo, porque la muerte de Kirchner sin duda provoca una gran fragilidad en la estructura del gobierno. Era él el que tenía las claves y los contactos, él quien conseguía articular (o desarticular) fuerzas partidarias, él quien disciplinaba, y también él quien decidía en materia económica. Sin él, que se hacía cargo de esos asuntos, la presidente tiene ahora que rendir varias materias para las que no parece suficientemente preparada.
Debe hacerlo durante el último año de su gestión y en condiciones que ya le estaban resultando arduas al propio Kirchner, que observaba la creciente disgregación de sus fuerzas y de su influencia: le costaba poner en caja a la fracción sindical de Hugo Moyano, pese a que el crecimiento del camionero sería inexplicable sin el amparo de los gobiernos K; chocaba con la reticencia de muchos jefes territoriales; se comprometía en peleas decisivas que ya no ganaba; se decía decepcionado de la Corte Suprema que él entronizó. Precisamente por esa tendencia a confrontar (que últimamente, a diferencia de los primeros años, se traducía además en derrotas) Néstor Kirchner venía perdiendo el diálogo (y la simpatía) del mundo empresarial y también la confianza en su liderazgo de parte de muchos dirigentes de su propia fuerza.
Recuperar o reconstruir los mecanismos del poder -en definitiva, las condiciones de la gobernabilidad- es la tarea que tienen por delante la Presidente y el país. Y no es fácil.
Hoy, aún bajo los efectos de la última atmósfera de paz, tregua o amnistía, desde dentro y desde fuera del oficialismo se ofrecen puentes de colaboración a la cooperación y se escuchan discursos de concordia. Tan pronto se termine de cerrar el paréntesis del duelo reaparecerán las cuestiones pendientes.
Hay en los alrededores de la Presidente quienes la alientan a –como dicen- “profundizar el modelo”. Parecen referirse a perseverar en las peleas de los últimos tiempos: con los medios, con la “Justicia cautelar”, con el campo, con “las corporaciones”. En suma, a insistir con una línea que fue aislando paulatinamente al gobierno y desconectando al país de las corrientes centrales del mundo.
No se puede precipitar conclusiones a partir de situaciones anómalas, pero lo cierto es que en el seno del duelo y de las ceremonias fúnebres, hubo signos que apuntan hacia esa dirección: el desdén hacia los dirigentes opositores que fueron a dar el pésame, el rechazo anticipado a la presencia de Eduardo Duhalde y del vicepresidente Julio Cobos en el velatorio, los gritos de sectores juveniles contra el vicepresidente, ¿son anticipos de ese programa de “profundización”?
En todo caso, ¿sobre qué estructuras apoyar ese programa para darle sustentabilidad? La significativa movilización de jóvenes que acompañaron las honras a Kirchner ha promovido en algunos (inclusive fuera de los límites del oficialismo) la impresión de que allí podría encontrarse una fuerza para apuntalar esa política. Napoleón Bonaparte aconsejaba apoyarse sobre lo que resiste.
Hugo Moyano quizás esté dispuesto a acercar sus fuerzas para el programa de “profundizar el modelo”; sin embargo, el trato frío que recibió durante el velatorio (y la versión que ronda sobre una fuerte disputa telefónica con Kirchner pocas horas antes del síncope cardíaco que acabó con la vida de éste) insinúan que no se lo considera tropa propia.
Los jefes territoriales, con sus más y sus menos, estarán dispuestos a dar respaldo a la gobernabilidad y a la Presidente. Los que pertenecen al peronismo pretenderán, seguro, que no se los conduzca a luchas estériles y a aislarse de la opinión pública. En 2011 la enorme mayoría de ellos pone en disputa su propio poder y saben (muchos lo aprendieron a costo propio en el comicio de 2009) que , más allá de la fuerza propia, la opinión pública independiente de sus distritos es la que termina definiendo entre triunfo o derrota. La mayoría de ellos admitirían contentos integrar un FPV que se traduzca como Frente para la Victoria. Pero no los entusiasma en lo más mínimo que FPV se quiera traducir como Frente para la Venganza: saben que ese es el prólogo de una derrota.
En su gabinete, la Presidente encontrará expresiones cercanas a cada una de las opciones que se le abren: algunos más abiertos al voluntarismo profundizador, otros más receptivos a las necesidades que expresan los jefes territoriales, algunos dialoguistas, otros más facciosos. Varios de esos ministros hablaban de estas cosas con Néstor Kirchner, ahora deberán conversarlos con la señora, y ésta tendrá que ocuparse de temas que antes eran casi monopolio de su esposo.
Argentina tiene ante sí una enorme oportunidad en el mundo, que quiere comprar lo que producimos eficazmente y está dispuesto a pagar por esos productos precios muy altos. Se trata de potenciar esa oportunidad trabajando codo a codo con los productores rurales, en lugar de quedar atados a peleas anteriores contra ellos. Los gobernadores e intendentes de provincias agrarias lo tienen claro.
También podría la Argentina usufructuar las posibilidades de recibir inversión externa, como lo hacen nuestros vecinos, Chile, Uruguay, Brasil, que cuentan con gobiernos de distintas tendencias, de centro derecha y de centro izquierda. Estos tres países comparten un rasgo: por debajo de sus sistemas políticos hay acuerdos nacionales, esto es sistemas deliberadamente creados por el consenso de los actores políticos y sociales destinados a encontrar fundamentos comunes y límites en los conflictos. Argentina no ha producido esos acuerdos.
La desaparición de Néstor Kirchner, viga maestra del gobierno mientras existió, vuelve urgente reconstruir el poder político. Cerrado el paréntesis del duelo, la vida vuelve a su curso.
sábado, 30 de octubre de 2010
Paisaje después del duelo. Por Jorge Raventos
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