Durante la segunda quincena de octubre Hugo Moyano se transformó en figura central de la política argentina. Ese protagonismo se sostiene tanto en algunas realidades como en varios equívocos.
Es real que, ante la anemia que afecta al oficialismo (derrotas en la batalla contra los medios, divorcio de la opinión pública, deserciones y reticencias de la propia tropa, límites objetivos para ejercer el gobierno del modo al que están habituados) Kirchner ha buscado cobijo en el aparato gremial que maneja el camionero y en sus recursos de poder. El acto del viernes 15 en el estadio de River fue una muestra de lo primero: Néstor y Cristina Kirchner fueron huéspedes de una amplia movilización que el kirchnerismo no podría convocar por sus propios medios. La CGT les permitió un módico “baño de masas”.
Pero las circunstancias le aportaron un nuevo rol a Moyano. El miércoles, en Barracas, un grupo de activistas y colaboradores de la Unión Ferroviaria, con la aparente participación de funcionarios de la administración del ex Ferrocarril Roca y ante la inacción de las fuerzas de la Policía Federal que se encontraban en ese escenario, emboscaron una manifestación de protesta de trabajadores precarios de aquella línea de trenes, apedrearon y balearon a sus participantes, con el resultado de dos personas heridas (una, de gravedad) y una (un joven militante de izquierda) asesinada con al menos un proyectil en el hígado.
El gobierno demoró cuatro horas en decir esta boca es mía ante el hecho. Cuando se decidió, disparó algunas generalidades de repudio, omitió tomar contacto las familias o allegados de los heridos y del muerto, y lanzó una operación preventiva destinada a sembrar sospechas de culpabilidad muy lejos de las fronteras del oficialismo. Con la agencia oficial Telam y los medios “públicos” como instrumento de difusión, declaraciones cortadas por la misma tijera fueron leídas por (o adjudicadas a) legisladores y funcionarios: coincidían en deslizar maliciosas presunciones sobre Eduardo Duhalde y se basaban (todas) en una información del diario El Cronista que (luego quedaría claro) tenía un año de antigüedad. Esa información refería que (en septiembre de 2009) Duhalde había tenido una reunión con el secretario general de la Unión Ferroviaria, José Pedraza.
La señora Hebe de Bonafini y Luis D’Elía, voceros extremos del gobierno, agregaron sus jaculatorias habituales ese argumento.
La reacción demorada y la posterior, coordinada operación de siembra de sospechas en canasta ajena evidenciaron la inquietud del oficialismo por los costos políticos que le podría provocar el episodio. La dirigencia de la Unión Ferroviaria colaboró con Moyano y escoltó a los Kirchner en el acto de River, y Pedraza, bastante más allá de sus funciones gremiales, aunque con la cobertura de éstas, funciona como un “partner” del sistema de intereses que administra tanto los ferrocarrilles, como los subsidios que se distribuyen desde la Secretaría de Transportes y el ministerio de Planificación Federal.
La probada presencia de gente de Pedraza en el episodio de Barracas representaba un flanco de alta vulnerabilidad para sus aliados, amigos y protectores. Recelando cambios en el affectio societatis, Pedraza declaró : “Tengo la impresión de que el gobierno necesita un preso rápido”.
Moyano conversó el asunto con Kirchner el jueves 21 en Olivos. El se encargaría de confirmarle a Pedraza sus conjeturas: había que quitar presión a las calderas entregando rápidamente a la Justicia lo que la Presidente había llamado “autores materiales”; en cuanto a lo que también ella llamó “autores intelectuales”, ya habría tiempo de ver qué pasaba. Nadie habló aún de lo que podría denominarse “autores espirituales” de la crispación y la violencia, pero ese es un tema que la sociedad analiza y en su momento seguramente atenderá. Pero Moyano decidió además hacer de la necesidad virtud y tomar en sus manos la reivindicación de los trabajadores precarios del ferrocarril: se reunió con ellos y les prometió que con seguiría la reincorporación de los despedidos y la formalización de los mercerizados. A diferencia de situaciones anteriores, en las que apuntaló a las direcciones gremiales cuestionadas por sus bases (caso de la UTA discutida por los trabajadores de subterráneos), en este caso Moyano tomó la bandera de los rebeldes y ejerció (acuciado por la emergencia y por Olivos) una suerte de intervención de hecho a la esfera de la Unión Ferroviaria.
Estos roles políticos que Moyano cumple en el sistema de poder de los Kirchner exhiben el incremento de su peso relativo al interior de ese dispositivo y la paulatina dependencia que los “padres del modelo” tienen de su socio. Pero generan dos espejismos. El primero lo sufre el propio matrimonio y algunos de sus fans, que imaginan que con el empuje del camionero y sus huestes pueden recuperar la gloria perdida. Es difícil que para la opinión pública, para las clases medias urbanas y para el campo (que alguna vez acompañaron a los Kirchner) Moyano sea una buena carta de recomendación. Ni siquiera en estos tiempos en que sus asesores de imagen lo convencieron de que hable bajito y pausado. Cuando alguien se está hundiendo en una ciénaga no emerge de ella tirándose de los pelos.
Pero si los Kirchner se engañan con Moyano, es posible que también el camionero esté viviendo en una confusión (en la que caen asimismo los que le toman la palabra al pie de la letra). Moyano vaticino que si llegaran a ganar las elecciones Julio Cobos o algún candidato del peronismo federal “va a haber confrontación y voy a ser el primero en salir a la calle . Saldrá Pablo (su hijo, a cargo del gremio de camioneros), saldrán los pibes. Porque no vamos a retroceder”.
Las palabras suenan amenazantes, porque los camioneros han evidenciado, en el marco del actual gobierno, que tienen capacidad de acción y presión. Pero la verdad es que el poder de Moyano es tributario del sistema de poder generado alrededor de los Kirchner: ese tren en el que Moyano viaja está retrocediendo y por más que él camine velozmente hacia el primer vagón o hasta la locomotora inclusive, anda marcha atrás, como toda esa formación. Una derrota electoral del kirchnerismo como la que el propio camionero teoriza al hablar de presidencias ajenas no desplaza sólo a los Kirchner, sino también al moyanismo, que podrá replegarse hacia el nada desdeñable bunker del gremio de camioneros, pero que ya no contará con todas las palancas (y las inmunidades e impunidades) que han sido el verdadero secreto de su ascenso.
Su ofensiva actual por convertir en ley a los panzazos el proyecto de ley de Héctor Recalde de distribución de ganancias y control sindical de los libros de contabilidad de las empresas surge de su convicción de que debe intentarlo antes de que sea tarde, antes del eclipse total del kirchnerismo.
Moyano ha sido como un ciclista que hace “drafting” (palabra elegante que significa ir “chupado”, aprovechando la succión generada por un vehículo que se desplaza adelante): creció a mayor velocidad beneficiándose de la velocidad ajena. A menudo los que hacen drafting detrás de un camión quedan estampados en éste si por algún motivo se detiene. En el mejor de los casos, si el vehículo de adelante se queda, deben bicicletear con el esfuerzo propio, vuelven a depender exclusivamente de sus piernas.
lunes, 25 de octubre de 2010
¿Qué poder tendría Moyano sin Kirchner? Por Jorge Raventos
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