Alguien le ha hecho creer a la Presidenta que le conviene hablar todos los días.
Sobre cualquier tema.
Sea sobre la crisis mundial o los termotanques.
Eso, quizá se piense, muestra la preocupación presidencial por los problemas nacionales, por los temas que angustian a la gente, por las inquietudes que carcomen la cabeza de los argentinos.
No han tenido en cuenta, quizá, que los discursos pueden estar sometidos a las leyes de oferta y demanda: mientras más abundantes, menos valor tienen.
De modo tal que la presidenta, día por día, fatiga los micrófonos sus párrafos que, además, son improvisados. Improvisados en un doble sentido: no están escritos, son productos de su creatividad instantánea. Y, además, carecen de elaboración, de preparación, de maduración.
Lo uno, le otorga frescura.
Lo otro, liviandad.
Por ejemplo, la Presidenta se ocupó de las monedas. Como se trata de un tema ciertamente menor, sencillo, necesitó darle un enfoque sociológico. Descubrió, por ejemplo, que la falta de monedas perjudica a los sectores más vulnerables de la sociedad y que la implementación de una tarjeta para pagar viajes (algo que en esta ciudad existe desde hace lustros), es un duro revés para la especulación del imperialismo monedero. La distribución progresiva del ingreso ha ganado una fiera batalla.
Ayer, en otro de sus discursos obligados, la Presidenta nos informó su parecer acerca de que el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, presuntamente habría leído a Perón pues se muestra muy propenso a convocar los esfuerzos de sindicatos y empresarios, para que coordinen sus voluntades a favor de encontrar una solución a la crisis económica.
Ahora bien, si esto fuera así, nos permitimos –modestamente- hacerle a la Presidenta algunas recomendaciones.
Primero, debería pedirle prestado a Obama el libro de Perón que está leyendo pues seguramente entre la gente del gobierno, será difícil de conseguir.
Segundo, poner inmediatamente un equipo de traductores para pasarlo al castellano.
Tercero, obligarlo a su señor esposo a que lo lea, ya que Néstor no está pensando lo mismo que Obama y, por carácter transitivo, tampoco piensa como Perón en este punto.
Nos explicamos mejor: si Obama quiere conciliar los intereses entre los trabajadores y los empresarios, piensa como Perón.
Si Néstor amenaza a los empresarios con represalias para el caso de que echan algún empleado, no piensa como Obama.
Pero, más allá de todo esto, la aptitud presidencial de realizar vinculaciones entre las ideas de los políticos, no parece estar pasando por su mejor momento.
Por ahora, los argentinos parecen perdonar estas elucubraciones teóricas que, de todos modos, consideran distantes de sus preocupaciones cotidianas.
Claro que, la semana que viene, cuando la Presidenta nos quiera hacer creer que Obama ha colgado una foto del Che en el Salón Oval, comenzaremos con todo derecho a pensar que el desvarío ya ha ganado definitivamente su batalla en Olivos.
Para aliviarse, la Presidenta debería sentirse relevada de disparar, cada día, una ráfaga de pensamiento innovador. Los argentinos, preocupados por problemas más pedestres, están propensos a no valorar en su justa dimensión semejante esfuerzo teórico.
viernes, 6 de febrero de 2009
Los muchachos obamistas. Por Gonzalo Neidal
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