Apenas doce días atrás, el primer domingo de marzo, la señora de Kirchner inauguró las sesiones del Congreso con un discurso ante la Asamblea Legislativa. Nada en sus palabras sugería que menos de dos semanas más tarde iba a registrar un riesgo político tan grande como para modificar radicalmente las reglas de juego electorales del país.
Por el contrario, la señora cerró su mensaje de ese mañana advirtiendo que “no podemos seguir maltratando el sistema democrático en su conjunto, porque la Argentina tiene demasiadas experiencias nefastas en materia de no respetar la institucionalidad”. Cambiar súbitamente la fecha de los comicios en un año electoral sin siquiera haber intentando consultas previas con la oposición, ¿no será precisamente una forma de maltrato a las instituciones de la democracia”.
Si la crisis era tan dramática,¿por qué sincerar el tema al hablar ante el Congreso?
La señora de Kirchner, 13 días atrás, miraba el universo desde arriba y ante “ese tembladeral que es el mundo”, se declaraba orgullosa “de formar parte de este proyecto político”. Ahora invoca hecatombes globales para empujar el proceso de las elecciones a un tembladeral.
La crisis global no debería ser excusa para un barrido o un fregado. En Estados Unidos, epicentro del fenómeno, a nadie se le ocurriría con ese argumento cambiar la sagrada cita electoral del primer martes de noviembre; los principales partidos sostuvieron un extenso proceso de selección interna, y una extenuante campaña. Después de la bancarrota de Lehman Brothers y AIG, ya electo Barack Obama, a nadie se le ocurrió tampoco adelantar el traspaso del poder. Precisamente porque la inseguridad y la desconfianza volatilizan las finanzas y la economía, la política debe esforzarse en ofrecer señales de continuidad, certeza, seguridad.
No se trata sólo de Estados Unidos. Puesto que se invoca un cataclismo que golpea a todo el mundo, debería observarse un ventarrón de adelantos electorales en los cinco continentes. Ni ahí. Los hermanos uruguayos, que votan a presidente en octubre, ¿se han precipitado acaso a buscar una fecha anterior? No. El 28 de junio tendrán elecciones, sí, pero serán los comicios internos de cada partido para decidir sus candidatos. El argumento de la crisis como disparador de la decisión de anticipar los comicios no resiste el análisis.
¿Qué ocurrió en estas dos semanas para inducir al matrimonio Kirchner a semejante salto ornamental? Pasaron varias cosas. En principio, sucedió la catástrofe de Catamarca, verdadera Cancha Rayada del oficialismo centralista, que no sólo fue derrotado por las fuerzas locales de Brizuela del Moral (una caída que la presencia de Néstor Kirchner en los actos de cierre hizo más dura y dolorosa), sino que se desplomó víctima de la picardía del propio justicialismo catamarqueño, que trató a al esposo de la presidente con el mismo desapasionado, desaprensivo realismo con el que Kirchner se acostumbró a tratar a la mayoría de sus aliados.
El revés de Catamarca confirmó a la mayoría de los liderazgos provinciales del peronismo que la presencia del Gran Cónyuge en sus distritos constituiría, con vistas a los comicios, un salvavidas de plomo. Así, todos los jefes lugareños con posibilidades de autonomía empezaron a imaginar estrategias localistas, desconectadas de la nacionalización pretendida por Olivos.
La decisión de anticipar los comicios es una medida de Kirchner destinada a cortar la retirada de sus propias tropas, una maniobra para obstaculizar una fuga que ya tantos han emprendido, por el flanco izquierdo, por el derecho y por el centro..
Contribuyó a la resolución el hecho de que Mauricio Macri fijara el 28 de junio como fecha para los comicios porteños. El jefe de gobierno capitalino no cambió ninguna regla, aplicó la norma que lo habilita a decidir el día del comicio. Decidió apartarlo de la elección nacional con un argumento legítimo: separar adecuadamente la discusión de los asuntos locales de la gran aspiradora que son aquellos puntos que constituyen la agenda del país.
Para el oficialismo era fácil imaginar que si la derrota sufrida en la pequeña provincia de Catamarca había provocado un desastre en sus filas de cara a octubre, una segura caída en el mes de junio en la capital del país (donde ni siquiera figurará en segundo lugar) sería letal y teñiría de oscuro la atmósfera de sus últimos meses de campaña.
Así, la resolución adoptada (que requiere sanción legislativa) de cambiar la fecha electoral estuvo principalmente determinada por esos hechos.
Agréguese a ello que la oposición se apresta a plantear en el Congreso una modificación del régimen de retenciones para dar solución al conflicto con el campo, que ya cumplió un año. El oficialismo -más allá de sus referencias al diálogo- no quiere prestar quórum para ese debate. Es inclusive posible que ahora pretenda postergar esa discusión parlamentaria hasta después de los comicios, si consigue imponer la fecha de junio. ¿Deberá la producción de la Argentina interior permanecer estancada mientras el gobierno juega a revolucionar el almanaque?
El artefacto institucional que el gobierno pretende imponer en funcionamiento para resolver sus propios problemas políticos está plagado de cortocircuitos. Vaya uno como ejemplo: ¿qué ocurriría en el Congreso si, en unas elecciones anticipadas, el gobierno (como muchísimos análisis prevén) pierde significativamente. El país se encontraría ante una nueva realidad política convalidada en las urnas, pero con cámaras pobladas aún durante varios meses (hasta que terminen sus mandatos en diciembre) por los viejos legisladores, producto de los comicios de 2007. Ya lo adelantó Horacio Verbitsky un mes atrás: “El kirchnerismo debe renovar las bancas obtenidas en su mejor elección, la de 2005, cuando CFK triplicó los votos justicialistas de Duhalde en la provincia de Buenos Aires. Esto implica tanto cantidad como calidad: en aquel año pudo colocar en las listas de distintas provincias a candidatos muy identificados con su política, como el propio Rossi o la diputada cordobesa Patricia Vaca Narvaja. Por mejor que le fuera este año, es improbable que los bloques legislativos conserven su número y que los reemplazantes tengan el mismo grado de proximidad y adhesión”.
¿En qué situación política se encontrará el país si, a partir de junio, después de una derrota electoral notoria del gobierno, siguiera en las bancas la “cantidad y calidad” de parlamentarios kirchneristas que habría dejado de tener representatividad política? ¿O es que el gobierno, puesto a maltratar las instituciones está dispuesto establecer, junto con una anticipación de los comicios, el cese también anticipado de los diputados que legalmente deben dejar sus asientos al fin del actual período de sesiones?
Acostumbrado a atender un solo problema por vez, carente de una visión sistémica, el gobiernocuando viste un santo desviste a varios. En rigor, impulsado por la licuación de su poder, no parece interesarle demasiado la suerte ni la lógica de las instituciones, sino apenas poner parches a sus urgencias. Que son cada vez mayores.
Por el contrario, la señora cerró su mensaje de ese mañana advirtiendo que “no podemos seguir maltratando el sistema democrático en su conjunto, porque la Argentina tiene demasiadas experiencias nefastas en materia de no respetar la institucionalidad”. Cambiar súbitamente la fecha de los comicios en un año electoral sin siquiera haber intentando consultas previas con la oposición, ¿no será precisamente una forma de maltrato a las instituciones de la democracia”.
Si la crisis era tan dramática,¿por qué sincerar el tema al hablar ante el Congreso?
La señora de Kirchner, 13 días atrás, miraba el universo desde arriba y ante “ese tembladeral que es el mundo”, se declaraba orgullosa “de formar parte de este proyecto político”. Ahora invoca hecatombes globales para empujar el proceso de las elecciones a un tembladeral.
La crisis global no debería ser excusa para un barrido o un fregado. En Estados Unidos, epicentro del fenómeno, a nadie se le ocurriría con ese argumento cambiar la sagrada cita electoral del primer martes de noviembre; los principales partidos sostuvieron un extenso proceso de selección interna, y una extenuante campaña. Después de la bancarrota de Lehman Brothers y AIG, ya electo Barack Obama, a nadie se le ocurrió tampoco adelantar el traspaso del poder. Precisamente porque la inseguridad y la desconfianza volatilizan las finanzas y la economía, la política debe esforzarse en ofrecer señales de continuidad, certeza, seguridad.
No se trata sólo de Estados Unidos. Puesto que se invoca un cataclismo que golpea a todo el mundo, debería observarse un ventarrón de adelantos electorales en los cinco continentes. Ni ahí. Los hermanos uruguayos, que votan a presidente en octubre, ¿se han precipitado acaso a buscar una fecha anterior? No. El 28 de junio tendrán elecciones, sí, pero serán los comicios internos de cada partido para decidir sus candidatos. El argumento de la crisis como disparador de la decisión de anticipar los comicios no resiste el análisis.
¿Qué ocurrió en estas dos semanas para inducir al matrimonio Kirchner a semejante salto ornamental? Pasaron varias cosas. En principio, sucedió la catástrofe de Catamarca, verdadera Cancha Rayada del oficialismo centralista, que no sólo fue derrotado por las fuerzas locales de Brizuela del Moral (una caída que la presencia de Néstor Kirchner en los actos de cierre hizo más dura y dolorosa), sino que se desplomó víctima de la picardía del propio justicialismo catamarqueño, que trató a al esposo de la presidente con el mismo desapasionado, desaprensivo realismo con el que Kirchner se acostumbró a tratar a la mayoría de sus aliados.
El revés de Catamarca confirmó a la mayoría de los liderazgos provinciales del peronismo que la presencia del Gran Cónyuge en sus distritos constituiría, con vistas a los comicios, un salvavidas de plomo. Así, todos los jefes lugareños con posibilidades de autonomía empezaron a imaginar estrategias localistas, desconectadas de la nacionalización pretendida por Olivos.
La decisión de anticipar los comicios es una medida de Kirchner destinada a cortar la retirada de sus propias tropas, una maniobra para obstaculizar una fuga que ya tantos han emprendido, por el flanco izquierdo, por el derecho y por el centro..
Contribuyó a la resolución el hecho de que Mauricio Macri fijara el 28 de junio como fecha para los comicios porteños. El jefe de gobierno capitalino no cambió ninguna regla, aplicó la norma que lo habilita a decidir el día del comicio. Decidió apartarlo de la elección nacional con un argumento legítimo: separar adecuadamente la discusión de los asuntos locales de la gran aspiradora que son aquellos puntos que constituyen la agenda del país.
Para el oficialismo era fácil imaginar que si la derrota sufrida en la pequeña provincia de Catamarca había provocado un desastre en sus filas de cara a octubre, una segura caída en el mes de junio en la capital del país (donde ni siquiera figurará en segundo lugar) sería letal y teñiría de oscuro la atmósfera de sus últimos meses de campaña.
Así, la resolución adoptada (que requiere sanción legislativa) de cambiar la fecha electoral estuvo principalmente determinada por esos hechos.
Agréguese a ello que la oposición se apresta a plantear en el Congreso una modificación del régimen de retenciones para dar solución al conflicto con el campo, que ya cumplió un año. El oficialismo -más allá de sus referencias al diálogo- no quiere prestar quórum para ese debate. Es inclusive posible que ahora pretenda postergar esa discusión parlamentaria hasta después de los comicios, si consigue imponer la fecha de junio. ¿Deberá la producción de la Argentina interior permanecer estancada mientras el gobierno juega a revolucionar el almanaque?
El artefacto institucional que el gobierno pretende imponer en funcionamiento para resolver sus propios problemas políticos está plagado de cortocircuitos. Vaya uno como ejemplo: ¿qué ocurriría en el Congreso si, en unas elecciones anticipadas, el gobierno (como muchísimos análisis prevén) pierde significativamente. El país se encontraría ante una nueva realidad política convalidada en las urnas, pero con cámaras pobladas aún durante varios meses (hasta que terminen sus mandatos en diciembre) por los viejos legisladores, producto de los comicios de 2007. Ya lo adelantó Horacio Verbitsky un mes atrás: “El kirchnerismo debe renovar las bancas obtenidas en su mejor elección, la de 2005, cuando CFK triplicó los votos justicialistas de Duhalde en la provincia de Buenos Aires. Esto implica tanto cantidad como calidad: en aquel año pudo colocar en las listas de distintas provincias a candidatos muy identificados con su política, como el propio Rossi o la diputada cordobesa Patricia Vaca Narvaja. Por mejor que le fuera este año, es improbable que los bloques legislativos conserven su número y que los reemplazantes tengan el mismo grado de proximidad y adhesión”.
¿En qué situación política se encontrará el país si, a partir de junio, después de una derrota electoral notoria del gobierno, siguiera en las bancas la “cantidad y calidad” de parlamentarios kirchneristas que habría dejado de tener representatividad política? ¿O es que el gobierno, puesto a maltratar las instituciones está dispuesto establecer, junto con una anticipación de los comicios, el cese también anticipado de los diputados que legalmente deben dejar sus asientos al fin del actual período de sesiones?
Acostumbrado a atender un solo problema por vez, carente de una visión sistémica, el gobiernocuando viste un santo desviste a varios. En rigor, impulsado por la licuación de su poder, no parece interesarle demasiado la suerte ni la lógica de las instituciones, sino apenas poner parches a sus urgencias. Que son cada vez mayores.
1 comentario:
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