miércoles, 18 de marzo de 2009

Los nietos del Rastrojero. Por Gonzalo Neidal


Córdoba le debe mucho a la Fábrica Militar de Aviones.
Fue el núcleo generador de una porción importante de la industria de Córdoba. Fue ahí donde comenzó a gestarse la Córdoba industrial durante los años cuarenta y cincuenta.
La conjunción de técnicos alemanes, la decisión industrializadora del estado y el aporte del Brigadier Juan Ignacio San Martín, dieron como resultado que Argentina tuviera en esos años el germen de una industria aérea que luego no llegó a desarrollarse en plenitud.
Los prototipos del Pulqui, avión a reacción que estaba en la cúspide de la tecnología mundial en ese momento, no devinieron en producción en serie. La industria se fue debilitando hacia proyecto menos ambiciosos hasta languidecer y extinguirse.
Fue complementada –y en cierto modo sustituida- por producciones civiles como la moto Puma y el Rastrojero Diesel que luego también sucumbieron y desaparecieron.
Pero el aporte de la Fábrica de Aviones a la creación del “clima industrial” de la ciudad de Córdoba ha sido indiscutible. Hubiera sido impensable convocar a FIAT e IKA (ahora Renault) sin la inversión que realizó el estado en los años previos, sin la mano de obra especializada, los talleres y pequeñas industrias metalúrgicas que crecieron en aquellos años bajo la luz que irradiaba la Fábrica de Aviones.
Ha pasado medio siglo de ese tiempo promisorio. Y han transcurrido treinta años desde que fue discontinuada la producción del Rastrojero, en 1978.
Hoy el predio industrial tiene la décima parte de los trabajadores que tenía 50 años atrás. Ya no se fabrican motos allí, ni utilitarios. Brasil, en cambio, que comenzó mucho después que Argentina, ahora tiene una vigorosa fábrica de aviones, posicionada mundialmente.
De la simple comparación surge que algo hemos hecho mal.
Pero eso ya es parte del pasado. Ahora hay que mirar hacia delante.
Podríamos preguntarnos, por ejemplo, qué queremos hacer con la ex Fábrica de Aviones. ¿Transformarla en una industria aérea? ¿en un taller de reparaciones? ¿en una fábrica de piezas de aviones? ¿en una fábrica de Rastrojeros y motos Puma?
Porque, más allá del discurso nostalgioso, de reconocernos como llorones nietos del Rastrojero y la Puma, ahora tenemos que seguir adelante. Porque si además de excitarnos con discursos vibrantes, queremos fabricar aviones, tenemos que saber que demandará un esfuerzo público y privado de varias décadas, inversiones millonarias y continuidad en las políticas. Tal como hizo Brasil.
No inventemos nada: copiemos a Brasil.
Allí, igual que acá, el estado comenzó todo. Pero hacia mediados de los noventa, cuando vio que no podía continuar solo, convocó al capital privado –brasileño y europeo- y relanzó la fábrica. Y los resultados están a la vista.
No hagamos como esos matrimonios que, al cumplir sus bodas de oro, se empeñan en festejar regresando al mismo hotel pasaron su luna de miel, con la vana ilusión de reeditar esos días de gloria. Esta vez, medio siglo después, comprueban que las pasiones y los vigores han cedido y su lugar está ocupado por dolores de espalda, artrosis y otros aportes ineludibles del almanaque.
Porque sepámoslo: fabricar aviones o piezas de aviones, es un poco más complejo que pronunciar un discurso.

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