Oscar Wilde decía que un marido no debería besar a su esposa en público porque eso hace pensar a la gente que, en privado, la golpea.
Al parecer, esa presunción de dualidad entre el comportamiento “hacia fuera” y “en casa” no era privativo de la Inglaterra victoriana. Un par de días atrás, la Presidente ha dado una muestra de que la observación del dramaturgo irlandés no era desacertada.
Cristina de Kirchner reunió a todos los embajadores que pudo y les ordenó que hicieran lobby a favor de las empresas argentinas en los países en que desempeñan habitualmente sus tareas. Suponemos que se trata de una ratificación de instrucciones preexistentes ya que uno espera que sea esa y no otra la actitud permanente de nuestras embajadas en el exterior, además de compartir brindis, celebraciones patrias y copetines a diario con sus pares de ese particular mundo chic de la diplomacia, al que suele adjudicársele una cierta banalidad, ocio e insustancialidad.
Pero no objetaremos el esfuerzo o la falta de él que habitualmente se atribuye a las representaciones diplomáticas a las que siempre se les atribuye –seguramente de manera injusta- cierta afectación que prescinde de los problemas, necesidades y aspiraciones del país, que deposita en ellos la esperanza de una representación aguerrida.
Lo que en esta ocasión nos ha llamado la atención ha sido el discurso presidencial que estamos muy lejos de objetar en su sentido y objetivos manifiestos. Respaldamos con energía a la Presidenta en este estímulo a los embajadores para que defiendan la producción argentina, para que se transformen en hombres que tomen como propio el interés de producir y exportar.
Ahora bien, si tenemos en cuenta que dos terceras partes de nuestras exportaciones están constituidas por productos provenientes del agro, nos viene a la cabeza la frase inicial de Wilde acerca de maltratar en casa y acariciar en público.
La pregunta es sencilla: antes de proponer a nuestros embajadores que defiendan a nuestras empresas en el exterior ¿no convendría comenzar por casa?
¿Y si promovemos también desde aquí la producción, las exportaciones y las facilidades para las empresas que exportan? ¿Si comenzamos por tratarlas bien, si las castigamos menos y favorecemos sus producciones y ventas al exterior?
Existe una flagrante contradicción entre la orden dada a los embajadores y la actitud permanente del gobierno nacional hacia los que producen las dos terceras partes de las exportaciones argentinas. La otra tercera parte de las exportaciones son manufacturas de origen industrial, cuyos empresarios es otro de los sectores que también tiene reclamos para realizar al gobierno porque consideran que el tipo de cambio vigente no es el más adecuado para favorecer sus ventas.
De modo tal que antes que arengar a los embajadores para que se pongan la camiseta de las empresas del país, habría que revisar qué medidas locales, de acá cerca, son necesarias tomar para que nuestros productos consigan más mercados en el exterior.
La producción argentina no necesita tanto de las embajadas.
Quizá si mejora el trato que le damos en casa, la producción deje de ir en bajada.
jueves, 12 de marzo de 2009
El lobby comienza por casa. Por Gonzalo Neidal
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