La mujer del gobernador chaqueño Jorge Capitanich estrelló voluntariamente una camioneta cuatro por cuatro contra un muro de la Casa de Gobierno, en Resistencia. La señora Sandra Mendoza ocupa un ministerio en el gabinete de su esposo y al parecer reaccionó contra la sugerencia de su cónyuge de que abandone ese cargo para encabezar en octubre las listas legislativas del Frente para la Victoria. Hasta el momento muchos dirigentes han optado por no figurar en las boletas del kirchnerismo, pero nadie lo hizo con un estilo tan dramático y espectacular.
Al borde de un ataque de nervios
Evidentemente, un intenso ataque de nervios trastorna el espíritu y las conductas del oficialismo. La alocada decisión presidencial de retirar la tradicional guardia de granaderos del templete que recuerda en Yapeyú el nacimiento del General San Martín es una muestra más de esa perturbación. La señora de Kirchner ordenó que no quedara ni un efectivo del tradicional regimiento en la ciudad correntina con el objetivo de dañar la presencia del vicepresidente Julio Cobos en los actos de homenaje al prócer en su natalicio. Los Kirchner le hacen la vida difícil al vicepresidente: sus lenguaraces le reclaman que renuncie, sus amanuenses le niegan medios para traslados tan plausibles como el viaje que Cobos quiso hacer a Tartagal en medio de la crítica situación que pasó la localidad salteña. Pero sobre todo, no quieren que el vicepresidente ocupe situaciones que evoquen ciertas aristas de su rol institucional: en el caso de Yapeyú, no querían que el cuerpo de escolta presidencial desfilara ante el hombre que fue elegido para reemplazar a la presidente en caso de ausencia. Más allá de que, ya que el fin era dañar a Cobos, el tiro salió por la culata y el vicepresidente atrajo cámaras y simpatías solidarias, lo significativo del episodio es la falta de límites de los Kirchner, que no vacilan en atropellar instituciones y tradiciones impulsados por motivos de pequeña política o directamente facciosos. Antes del episodio de San Martín y los granaderos, el gobierno K ya había suspendido más de una vez el tradicional Te Deum del 25 de mayo para no oír las homilías del Cardenal Jorge Bergoglio.
Como la señora de Kirchner no quiso escuchar directamente lo que ya sabía que la Mesa de Enlace agropecuaria le quería decir al gobierno, envió a esa reunión una delegación de intermediarios, miembros del gabinete que jamás se reúne. No estuvo presente siquiera el jefe de gabinete, Sergio Massa; tampoco el ministro de Economía, Carlos Fernández. Pero fue de la partida el ministro de Interior, Florencio Randazzo, como para subrayar que el gobierno considera a los dirigentes del campo protagonistas políticos (enemigos políticos, más bien) antes que representantes de un sector productivo. Sólo porque los líderes de la Mesa de Enlace parecen persuadidos de que deben exhibir mansedumbre y paciencia pudieron calificar la reunión con un 4 (“De cero a diez, un cuatro”, resumió Eduardo Buzzi) o considerarla “el inicio de algo”, ya que Randazzo y sus dos acompañantes (la ministra de Producción y el secretario de Agricultura) dejaron en claro que está vedado el tema central, clave para resolver el conflicto, que es el de las retenciones a la soja.
Ocurrencias anacrónicas
Como para que no quedara duda alguna de que la voluntad del gobierno apunta a chucear al campo antes que a negociar un acuerdo plausible, hacia fines de la semana el gobierno hizo trascender que estudia un proyecto de estatización del comercio de granos y derivados. Tres semanas atrás, a través de un columnista porteño que suele difundir ocurrencias y bluffs del jefe del kirchnerismo, se difundió la idea de que estaba a estudio la expropiación de Siderar, la gran empresa de San Nicolás, propiedad del grupo Techint. Ahora se lanza a rodar esta idea referida al comercio de granos, una caricatura anacrónica del IAPI del primer peronismo. Estas amenazas intervencionistas y expropiatorias constituyen nuevas expresiones de la excitación, a veces delirante, que altera el pensamiento oficialista. Muchos consideran este último arranque como una presión desesperada tendiente a forzar al campo a los productores a vender la soja que aún conservan en sus campos, guardada en silos-bolsa. El gobierno tiene ansiedad por cobrar los derechos de exportación sobre esa soja, y hasta sobreestima su existencia: considera que la soja retenida llega a 9 millones de toneladas, aunque los cálculos técnicos aseguran que no llega a los 6 millones. Kirchner y dos de sus mosqueteros, Guillermo Moreno y Ricardo Etchegaray, creen que la mera amenaza de estatizar el comercio de granos volcará al mercado una parte sustancial de las existencias. Y si la amenaza no alcanza…
A diferencia del IAPI de Juan Perón, y más allá del juicio que se tenga sobre aquel instrumento económico, la diferencia sustancial con lo que maquina actualmente el gobierno reside en que, en los años 40, los productores no contaban con ese formidable instrumento de poder propio (de “empowerment”, dice la literatura anglosajona) que son los silos-bolsa; estos les permiten almacenar en los campos, no depender de acopiadores y exportadores para elegir la oportunidad de venta y, así, tener decisión autónoma para adaptarse a las condiciones y precios del mercado. Si en los 40 el peronismo podía argumentar que el IAPI apuntaba contra el exceso de poder de acopiadores y grandes firmas exportadoras, ahora no hay duda alguna de que la medida que estudian en Olivos, de aplicarse, estaría dirigida contra los agricultores y sus silos-bolsa. Este monopolio estatal proyectado no tendería a acotar o contener monopolios privados, sino que se ejercería sobre la libertad de los productores, independientemente del tamaño y rasgos de sus emprendimientos.
Lo primero que consiguió la ocurrencia de Olivos no fue, sin embargo, un retroceso temeroso del campo, sino una reacción unánime de entidades productoras y comercializadoras: veintisiete de ellas (que, además de las cuatro Mesa de Enlace, incluyen desde la Cámara de Puertos hasta centros de consignatarios, productores avícolas y de legumbres, industriales fabricantes de maquinaria agrícola, etc.) suscribieron una solicitada el sábado 28 de febrero titulada “Argentina en retroceso”. Si el gobierno no retrocede silenciosamente después de esa respuesta, deberá tomar nota de que la próxima vez que la Mesa de Enlace adopte una medida su representatividad será más amplia que hasta esta semana. Gracias a los Kirchner.
Lo que vio la CIA
Si faltaba algo para enajenar el humor de los Kirchner, lo introdujo León Panetta, el hombre que fuera jefe de gabinete de Bill Clinton y al que Barack Obama designó como número uno de la CIA, la Agencia Central de Inteligencia estadounidense.
Panetta incorporó en el menú diario de información que la CIA le entrega al presidente Obama un análisis sobre las repercusiones políticas que la crisis económica global puede ocasionar en diferentes regiones. En el primero de estos nuevos informes, la agencia señaló que Argentina, Ecuador y Venezuela afrontan serios problemas económicos y que su estabilidad política corre peligro. Obviamente, los periodistas no tienen acceso al informe que recibe el presidente de los Estados Unidos; Panetta habló con la prensa y él personalmente resumió esos conceptos. “On the record”.
La noticia alteró tanto a Olivos como a la Casa Rosada, pero esta vez el disgusto no se tradujo en una reacción directa de la pareja presidencial, como sino en un llamado a la Cancillería para que fuera Jorge Taiana quien respondiera. El ocupante del Palacio San Martín se cuidó, a su vez, de no tomarlas con el gobierno americano en su conjunto, sino sólo con la agencia de inteligencia. Cristina Kirchner deberá cruzarse con Obama (si es que éste concurre) a principios de abril, en la cumbre del G20 en Londres y aspira, al menos, a sacarse una foto con él, como la que consiguió con Fidel Castro. El presidente americano por ahora está protegido hasta de los arranques de ira del gobierno argentino. La CIA es otra cosa. Para los Kirchner es como el FMI. Creen que se puede maldecir a bajo costo. Kirchner, por ejemplo, acaba de afirmar que no quiere plata del FMI “ni regalada”, aunque Argentina afronta este año y en 2010 vencimientos de deuda por valor de 40.000 millones de dólares y nadie está demasiado entusiasmado por prestarle ni creer en su palabra, que se sepa.
El Wall Street Journal disparó esta semana que “en esta crisis económica global, el comportamiento financiero argentino es especialmente preocupante. Su estatus de mayor país con deudas con default, su repudio sin precedentes en 2005 de los bonos mantenidos por aquellos que obstaculización los términos para la reestructuración, y la falta de transparencia y empalagosa revelación respecto de su capital corriente, creó un ejemplo peligroso”. El diario lanzó esa fuerte opinión ante la noticia de que Argentina intenta presentar a la Comisión de Garantías e Intercambio la aprobación para entrar nuevamente al mercado de capitales de Estados Unidos. “Si la SEC falla en mantener a la Argentina fuera del mercado de capitales –publkicó el influyente matutino- podría favorecer a otras naciones en seguir el camino irresponsable de ese país”.
La Argentina de los Kirchner no tiene buena reputación. Y pasa, sin duda por graves dificultades económicas, muchas de las cuales no han alcanzado todavía la superficie, pero emergerán en el curso de este año.
La información que el señor Panetta le facilitó a su jefe en la Casa Blanca apuntó, seguramente a subrayar que, además de los problemas económicos (al fin de cuentas no hay país que no los atraviese en mayor o menor grado en tiempos de crisis global) Argentina puede atravesar altibajos políticos, como ya han sufrido (o están sufriendo) algunas de las naciones sacudidas por el tsunami económico-financiero (Islandia, Irlanda, Inglaterra, Grecia, Ucrania, Letonia han visto caer abruptamente la popularidad de sus gobiernos…y en algunos casos lo que cayó fue el gobierno mismo).
No hace falta un gran aparato de inteligencia ni un ejército de espías para detectar esa realidad: la información es pública; las empresas demoscópicas registran en sus encuestas el derrumbe de la imagen de la familia presidencial, los diarios dan cuenta de las aceleradas sangrías que sufre el oficialismo, de los diputados, senadores y legisladores locales que se alejan de la fuerza kirchnerista; cualquiera puede observar que el gobierno no cierra el conflicto con el campo, que tanto lo debilitó en 2008, sino que, en cambio, pretende profundizarlo en busca de una dudosa revancha. En fin, los observadores hablan ya desde la perspectiva del sentido común del “comienzo del fin de Kirchner” (La Vanguardia de Barcelona) y del postkirchnerismo. Y muchos (sin excluir a políticos prudentes como el santafesino Carlos Reutemann) temen que si la crisis no es adecuadamente manejada – es decir, con racionalidad y audacia, serenamente, sin espíritu faccioso, sin ánimos vengativos- se encuentre en peligro inclusive la elección de octubre.
Al borde de un ataque de nervios
Evidentemente, un intenso ataque de nervios trastorna el espíritu y las conductas del oficialismo. La alocada decisión presidencial de retirar la tradicional guardia de granaderos del templete que recuerda en Yapeyú el nacimiento del General San Martín es una muestra más de esa perturbación. La señora de Kirchner ordenó que no quedara ni un efectivo del tradicional regimiento en la ciudad correntina con el objetivo de dañar la presencia del vicepresidente Julio Cobos en los actos de homenaje al prócer en su natalicio. Los Kirchner le hacen la vida difícil al vicepresidente: sus lenguaraces le reclaman que renuncie, sus amanuenses le niegan medios para traslados tan plausibles como el viaje que Cobos quiso hacer a Tartagal en medio de la crítica situación que pasó la localidad salteña. Pero sobre todo, no quieren que el vicepresidente ocupe situaciones que evoquen ciertas aristas de su rol institucional: en el caso de Yapeyú, no querían que el cuerpo de escolta presidencial desfilara ante el hombre que fue elegido para reemplazar a la presidente en caso de ausencia. Más allá de que, ya que el fin era dañar a Cobos, el tiro salió por la culata y el vicepresidente atrajo cámaras y simpatías solidarias, lo significativo del episodio es la falta de límites de los Kirchner, que no vacilan en atropellar instituciones y tradiciones impulsados por motivos de pequeña política o directamente facciosos. Antes del episodio de San Martín y los granaderos, el gobierno K ya había suspendido más de una vez el tradicional Te Deum del 25 de mayo para no oír las homilías del Cardenal Jorge Bergoglio.
Como la señora de Kirchner no quiso escuchar directamente lo que ya sabía que la Mesa de Enlace agropecuaria le quería decir al gobierno, envió a esa reunión una delegación de intermediarios, miembros del gabinete que jamás se reúne. No estuvo presente siquiera el jefe de gabinete, Sergio Massa; tampoco el ministro de Economía, Carlos Fernández. Pero fue de la partida el ministro de Interior, Florencio Randazzo, como para subrayar que el gobierno considera a los dirigentes del campo protagonistas políticos (enemigos políticos, más bien) antes que representantes de un sector productivo. Sólo porque los líderes de la Mesa de Enlace parecen persuadidos de que deben exhibir mansedumbre y paciencia pudieron calificar la reunión con un 4 (“De cero a diez, un cuatro”, resumió Eduardo Buzzi) o considerarla “el inicio de algo”, ya que Randazzo y sus dos acompañantes (la ministra de Producción y el secretario de Agricultura) dejaron en claro que está vedado el tema central, clave para resolver el conflicto, que es el de las retenciones a la soja.
Ocurrencias anacrónicas
Como para que no quedara duda alguna de que la voluntad del gobierno apunta a chucear al campo antes que a negociar un acuerdo plausible, hacia fines de la semana el gobierno hizo trascender que estudia un proyecto de estatización del comercio de granos y derivados. Tres semanas atrás, a través de un columnista porteño que suele difundir ocurrencias y bluffs del jefe del kirchnerismo, se difundió la idea de que estaba a estudio la expropiación de Siderar, la gran empresa de San Nicolás, propiedad del grupo Techint. Ahora se lanza a rodar esta idea referida al comercio de granos, una caricatura anacrónica del IAPI del primer peronismo. Estas amenazas intervencionistas y expropiatorias constituyen nuevas expresiones de la excitación, a veces delirante, que altera el pensamiento oficialista. Muchos consideran este último arranque como una presión desesperada tendiente a forzar al campo a los productores a vender la soja que aún conservan en sus campos, guardada en silos-bolsa. El gobierno tiene ansiedad por cobrar los derechos de exportación sobre esa soja, y hasta sobreestima su existencia: considera que la soja retenida llega a 9 millones de toneladas, aunque los cálculos técnicos aseguran que no llega a los 6 millones. Kirchner y dos de sus mosqueteros, Guillermo Moreno y Ricardo Etchegaray, creen que la mera amenaza de estatizar el comercio de granos volcará al mercado una parte sustancial de las existencias. Y si la amenaza no alcanza…
A diferencia del IAPI de Juan Perón, y más allá del juicio que se tenga sobre aquel instrumento económico, la diferencia sustancial con lo que maquina actualmente el gobierno reside en que, en los años 40, los productores no contaban con ese formidable instrumento de poder propio (de “empowerment”, dice la literatura anglosajona) que son los silos-bolsa; estos les permiten almacenar en los campos, no depender de acopiadores y exportadores para elegir la oportunidad de venta y, así, tener decisión autónoma para adaptarse a las condiciones y precios del mercado. Si en los 40 el peronismo podía argumentar que el IAPI apuntaba contra el exceso de poder de acopiadores y grandes firmas exportadoras, ahora no hay duda alguna de que la medida que estudian en Olivos, de aplicarse, estaría dirigida contra los agricultores y sus silos-bolsa. Este monopolio estatal proyectado no tendería a acotar o contener monopolios privados, sino que se ejercería sobre la libertad de los productores, independientemente del tamaño y rasgos de sus emprendimientos.
Lo primero que consiguió la ocurrencia de Olivos no fue, sin embargo, un retroceso temeroso del campo, sino una reacción unánime de entidades productoras y comercializadoras: veintisiete de ellas (que, además de las cuatro Mesa de Enlace, incluyen desde la Cámara de Puertos hasta centros de consignatarios, productores avícolas y de legumbres, industriales fabricantes de maquinaria agrícola, etc.) suscribieron una solicitada el sábado 28 de febrero titulada “Argentina en retroceso”. Si el gobierno no retrocede silenciosamente después de esa respuesta, deberá tomar nota de que la próxima vez que la Mesa de Enlace adopte una medida su representatividad será más amplia que hasta esta semana. Gracias a los Kirchner.
Lo que vio la CIA
Si faltaba algo para enajenar el humor de los Kirchner, lo introdujo León Panetta, el hombre que fuera jefe de gabinete de Bill Clinton y al que Barack Obama designó como número uno de la CIA, la Agencia Central de Inteligencia estadounidense.
Panetta incorporó en el menú diario de información que la CIA le entrega al presidente Obama un análisis sobre las repercusiones políticas que la crisis económica global puede ocasionar en diferentes regiones. En el primero de estos nuevos informes, la agencia señaló que Argentina, Ecuador y Venezuela afrontan serios problemas económicos y que su estabilidad política corre peligro. Obviamente, los periodistas no tienen acceso al informe que recibe el presidente de los Estados Unidos; Panetta habló con la prensa y él personalmente resumió esos conceptos. “On the record”.
La noticia alteró tanto a Olivos como a la Casa Rosada, pero esta vez el disgusto no se tradujo en una reacción directa de la pareja presidencial, como sino en un llamado a la Cancillería para que fuera Jorge Taiana quien respondiera. El ocupante del Palacio San Martín se cuidó, a su vez, de no tomarlas con el gobierno americano en su conjunto, sino sólo con la agencia de inteligencia. Cristina Kirchner deberá cruzarse con Obama (si es que éste concurre) a principios de abril, en la cumbre del G20 en Londres y aspira, al menos, a sacarse una foto con él, como la que consiguió con Fidel Castro. El presidente americano por ahora está protegido hasta de los arranques de ira del gobierno argentino. La CIA es otra cosa. Para los Kirchner es como el FMI. Creen que se puede maldecir a bajo costo. Kirchner, por ejemplo, acaba de afirmar que no quiere plata del FMI “ni regalada”, aunque Argentina afronta este año y en 2010 vencimientos de deuda por valor de 40.000 millones de dólares y nadie está demasiado entusiasmado por prestarle ni creer en su palabra, que se sepa.
El Wall Street Journal disparó esta semana que “en esta crisis económica global, el comportamiento financiero argentino es especialmente preocupante. Su estatus de mayor país con deudas con default, su repudio sin precedentes en 2005 de los bonos mantenidos por aquellos que obstaculización los términos para la reestructuración, y la falta de transparencia y empalagosa revelación respecto de su capital corriente, creó un ejemplo peligroso”. El diario lanzó esa fuerte opinión ante la noticia de que Argentina intenta presentar a la Comisión de Garantías e Intercambio la aprobación para entrar nuevamente al mercado de capitales de Estados Unidos. “Si la SEC falla en mantener a la Argentina fuera del mercado de capitales –publkicó el influyente matutino- podría favorecer a otras naciones en seguir el camino irresponsable de ese país”.
La Argentina de los Kirchner no tiene buena reputación. Y pasa, sin duda por graves dificultades económicas, muchas de las cuales no han alcanzado todavía la superficie, pero emergerán en el curso de este año.
La información que el señor Panetta le facilitó a su jefe en la Casa Blanca apuntó, seguramente a subrayar que, además de los problemas económicos (al fin de cuentas no hay país que no los atraviese en mayor o menor grado en tiempos de crisis global) Argentina puede atravesar altibajos políticos, como ya han sufrido (o están sufriendo) algunas de las naciones sacudidas por el tsunami económico-financiero (Islandia, Irlanda, Inglaterra, Grecia, Ucrania, Letonia han visto caer abruptamente la popularidad de sus gobiernos…y en algunos casos lo que cayó fue el gobierno mismo).
No hace falta un gran aparato de inteligencia ni un ejército de espías para detectar esa realidad: la información es pública; las empresas demoscópicas registran en sus encuestas el derrumbe de la imagen de la familia presidencial, los diarios dan cuenta de las aceleradas sangrías que sufre el oficialismo, de los diputados, senadores y legisladores locales que se alejan de la fuerza kirchnerista; cualquiera puede observar que el gobierno no cierra el conflicto con el campo, que tanto lo debilitó en 2008, sino que, en cambio, pretende profundizarlo en busca de una dudosa revancha. En fin, los observadores hablan ya desde la perspectiva del sentido común del “comienzo del fin de Kirchner” (La Vanguardia de Barcelona) y del postkirchnerismo. Y muchos (sin excluir a políticos prudentes como el santafesino Carlos Reutemann) temen que si la crisis no es adecuadamente manejada – es decir, con racionalidad y audacia, serenamente, sin espíritu faccioso, sin ánimos vengativos- se encuentre en peligro inclusive la elección de octubre.
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