Me preocupa ese viejito que después de trabajar
toda su vida ahora vende cigarros al menudeo en la esquina. También la joven que
se mira al espejo y valora su cuerpo para el “mercado del sexo”, donde podrá
encontrar a un extranjero que la saque de aquí. Me preocupa el negro de piel
curtida que por mucho levantarse temprano jamás podrá ascender a un puesto de
responsabilidad por culpa de ese racismo –visible e invisible- que lo condena a
un empleo menor. La cuarentona de arrugas profundas que paga automáticamente la
cotización del sindicato aunque intuye que en la próxima reunión le anunciarán
que ha quedado sin trabajo. El adolescente de provincia que sueña con escapar
hacia La Habana porque en su pueblito sólo le aguardan la estrechez material,
una plaza mal remunerada y el alcohol.Leer más...

