Hace
un par de días un grupo de ex cancilleres de diversas orientaciones políticas
firmaron una breve declaración en relación con el incidente internacional entre
Ghana y Argentina a raíz del embargo de la Fragata Libertad.
Se
trata de un hecho infrecuente ya que varios de entre los firmantes (Caputo,
Cavallo, Rodríguez Giavarini, Vernet, Ruckauf, Bielsa y Taiana) han tomado
posiciones públicas críticas al gobierno en muchos aspectos de su gestión. De
modo tal que han postergado sus diferencias entre ellos y las que sostiene cada
uno con el gobierno nacional, para coincidir en un respaldo medido pero valioso
como síntoma: ante una disputa con otro país, las distintas fuerzas políticas
presentan un frente unido y sin fisuras. Todos ellos consideran que defender el
simbólico navío incautado en un lejano puerto africano es algo en lo que no
pueden existir dobleces ni excusas de ninguna clase pues es el interés nacional
el que está en juego y cuando sucede esto, no hay lugar para diferencias de
ninguna clase ni para reproches por políticas equivocadas.
Sin
los detalles, la memoria nos trae a la cabeza un episodio similar ocurrido en
España con un buque mercante retenido en Canadá y también en esa ocasión,
gobierno y oposición aparecieron unidos, sin diferencias de ninguna clase ante
los ojos del mundo.
No
ocurrió igual con la Guerra de Malvinas a la cual se sumaron muchos partidos
políticos pero algunos dirigentes prominentes (Raúl Alfonsín, por ejemplo)
tuvieron una posición crítica. Cesado el conflicto toda la dirigencia que antes
había dado su apoyo, consideró el hecho como una locura digna de la más
enérgica condena.
El
comunicado de los ex cancilleres se funda en un argumento jurídico: “las normas internacionales más básicas
y arraigadas que protegen las inmunidades de los buques de guerra en
todo el mundo”. Ignorábamos que la Fragata embargada revistiera en esa
categoría, la de arma bélica. Pensábamos que era un buque escuela, como siempre
se la ha denominado y, sin ser expertos en este tema, a simple vista no le
veíamos la robustez y característica que imaginábamos –quizá erróneamente-
debía tener un barco de guerra.
Como
sea, el episodio del embargo tiene rasgos brancaleónicos (tratándose de un
buque de la Armada, el adjetivo es inevitable) que denotan una sucesión de
impericias. Desde que se declaró el default y se renegoció la deuda con una
sustancial quita, el embargo de bienes argentinos siempre estuvo latente. La
determinación de incluir el puerto de Tema en el itinerario del viaje fue
asumido por el Ministerio de Defensa pero antes de eso rodaron varias cabezas
en la Marina, cuyos jefes de ningún modo podían conocer la situación política y
la probabilidad de embargo que podía recaer sobre el navío.
Se
trata, ciertamente, de una cuestión comercial y de derecho internacional.
Probablemente el gobierno pueda considerar que el trato de Ghana hacia la
Argentina, al hacer lugar al embargo solicitado, constituya una actitud
inamistosa. Pero nuestro país, específicamente este gobierno, ha sumado también
actitudes poco gentiles en diversas ocasiones. Recordamos por ejemplo que, en
2005, en presencia de todos los presidentes del continente en la ciudad de Mar
del Plata, el gobierno de Néstor Kirchner propició un acto político de repudio
a Estados Unidos, cuyo presidente era en ese momento nuestro huésped. Respecto
de Estados Unidos, más recientemente tuvimos otro altercado: el de las valijas
retenidas a una delegación estadounidense invitada a dar un curso instructivo a
la Policía Federal. Tampoco ha sido demasiado amable el comportamiento del
gobierno hacia Paraguay, al promover su suspensión del Mercosur y la inmediata
y tramposa incorporación de Venezuela, cuyo ingreso estaba postergado porque el
senado del Paraguay se negaba a aprobarlo.
Claro
que podemos disfrazar el incidente como una persecución contra el país por
parte de los “fondos buitres” y, de ese modo, distorsionar la verdad de los
hechos: que se trata de una deuda impaga. Afortunadamente los cancilleres
fueron más discretos y no utilizaron palabras altisonantes sino que
circunscribieron su defensa a las normas internacionales que impiden la
retención de buques de guerra.
En
la misma línea de construcción épica debe anotarse la desafortunada y resignada
frase presidencial que abandona a su suerte a la fragata pero reivindica haber
conservado la dignidad y la libertad.
Marchar
en un viaje de graduación en un navío legendario, con invitados de otros
países, y regresar en un avión de Air France, de madrugada, es un
acontecimiento que no parece que merezca ser elevado a las cumbres de la
dignidad nacional.
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