Hay dos posiciones sobre Malvinas. La primera, llamémosla tradicional o solamente juridicista, reclama discutir soberanía, ya, ahora, desde el principio mismo de cualquier negociación. La segunda, realista o pragmática, advierte que Gran Bretaña se niega a siquiera hablar de soberanía y propone que, dejando debidamente salvaguardados nuestros derechos, al menos no perdamos, también, algún acceso a los recursos que contienen los territorios bajo disputa.Para unos, los recursos no se discutirán hasta que primero se reconozca la soberanía argentina. Resultado, los ingleses se quedan con todo: el territorio y los recursos. Para los otros, la mejor esperanza de que algún día recuperemos las islas pasa por iniciar un largo camino de cooperación en lugar de hostilidad y, ante el hecho consumado de que los británicos se disponen a explotar los recursos, comencemos por negociar alguna participación en esos beneficios.
Fue en ese marco que, bajo un paraguas de soberanía, para 1995 se firmaron acuerdos en torno a la eventual explotación de, básicamente, petróleo y pesca, con provechoso reparto en este último rubro y poco o ninguno en el otro, porque recién ahora la tecnología y el precio parecen animar a la Corona a iniciarla en la práctica. Pero nada obtendremos, porque en 2007, unilateralmente, sin intentar previamente aunque sea renegociar los acuerdos, Argentina los denunció, retornando, con ese solo acto, a la vieja política del todo o nada. Gol de Inglaterra.Es que ya se sabe, cuando dos países disputan algo y la relación de fuerzas es muy despareja, la filosofía del todo o nada siempre termina en nada para el más débil de los dos.Por esa vía, Argentina ha enhebrado una larga colección de frustraciones. Nos opusimos a Itaipú y, para cuando Naciones Unidas finalmente se pronunció, Itaipú estaba terminada. Resultado: no impedimos la represa supuestamente (falsamente) peligrosa y en cambio sí perjudicamos la relación con Brasil, retrasando al Mercosur por lo menos una década. No aprendimos nada, porque cuando Uruguay comenzó a levantar la planta de Botnia, corrimos a un tribunal jurídico que todavía no se pronunció y la pastera ya está terminada y funcionando. Y, claro está, el caso líder de Malvinas, en que llevamos ciento setenta y cuatro años sin negociar nada porque solo nos contentaríamos con todo.Es el frustrante tic de una concepción de la política exterior que, eternos campeones morales, siempre apunta a quedarnos con la razón aunque otros se queden con las islas, las represas o las pasteras. Y en el futuro, quizá con todo nuestro Sector Antártico.En Gibraltar, España e Inglaterra que, igual que nosotros, comenzaron una etapa de entendimiento cuando aquella recuperó su democracia, se encuentran abocados al diseño de una administración acordada, con miras a que la evolución del mundo y de las cosas permita llegar al día en que se pueda discutir la soberanía.Es muy probable que Argentina tenga todo el derecho a tomar las medidas policiales ya anunciadas sobre barcos y aviones de y hacia las islas, pero todos sabemos que ello no afectará demasiado al evidente proyecto británico: autonomía política y autosuficiencia económica de las islas. En la discusión política no entramos, y del control coordinado de los recursos nos fuimos voluntariamente al denunciar los acuerdos. En las islas deben estar celebrando.Más que estas medidas poco trascendentes, a los argentinos nos gustaría mucho más que nuestro propio país concierte con Petrobrás, PDVSA, empresas y capitales sudamericanos, incluyendo, por qué no, chilenos, la explotación petrolera en nuestras aguas indisputadas, comprendidas o no en la cuenca de Malvinas, para contestar a los ingleses como se merecen y, por sobre todo, para ir formando conciencia y equipos del Cono Sur acerca de un conflicto mucho mayor que el de Malvinas, en que todos nos veremos afectados, que es la suerte que correrán territorios y recursos en el entero Atlántico Sur de aquí a poco tiempo histórico, cuando el Tratado Antártico fenezca o se flexibilice. Si los argentinos nunca pudimos solos contra Inglaterra por las Malvinas ¿Qué chances podríamos tener, solos otra vez, al discutir con ellos por un trozo de la Antártida? Urge concertar una política de Estado sobre Malvinas que comience por la comprensión de este campo de juego más abarcarte y por la insoslayable necesidad de conformar un bloque de interesas y de emprendimientos prácticos con nuestros vecinos, en el que al caballo lo pongamos, esta vez, delante del carro.
Fue en ese marco que, bajo un paraguas de soberanía, para 1995 se firmaron acuerdos en torno a la eventual explotación de, básicamente, petróleo y pesca, con provechoso reparto en este último rubro y poco o ninguno en el otro, porque recién ahora la tecnología y el precio parecen animar a la Corona a iniciarla en la práctica. Pero nada obtendremos, porque en 2007, unilateralmente, sin intentar previamente aunque sea renegociar los acuerdos, Argentina los denunció, retornando, con ese solo acto, a la vieja política del todo o nada. Gol de Inglaterra.Es que ya se sabe, cuando dos países disputan algo y la relación de fuerzas es muy despareja, la filosofía del todo o nada siempre termina en nada para el más débil de los dos.Por esa vía, Argentina ha enhebrado una larga colección de frustraciones. Nos opusimos a Itaipú y, para cuando Naciones Unidas finalmente se pronunció, Itaipú estaba terminada. Resultado: no impedimos la represa supuestamente (falsamente) peligrosa y en cambio sí perjudicamos la relación con Brasil, retrasando al Mercosur por lo menos una década. No aprendimos nada, porque cuando Uruguay comenzó a levantar la planta de Botnia, corrimos a un tribunal jurídico que todavía no se pronunció y la pastera ya está terminada y funcionando. Y, claro está, el caso líder de Malvinas, en que llevamos ciento setenta y cuatro años sin negociar nada porque solo nos contentaríamos con todo.Es el frustrante tic de una concepción de la política exterior que, eternos campeones morales, siempre apunta a quedarnos con la razón aunque otros se queden con las islas, las represas o las pasteras. Y en el futuro, quizá con todo nuestro Sector Antártico.En Gibraltar, España e Inglaterra que, igual que nosotros, comenzaron una etapa de entendimiento cuando aquella recuperó su democracia, se encuentran abocados al diseño de una administración acordada, con miras a que la evolución del mundo y de las cosas permita llegar al día en que se pueda discutir la soberanía.Es muy probable que Argentina tenga todo el derecho a tomar las medidas policiales ya anunciadas sobre barcos y aviones de y hacia las islas, pero todos sabemos que ello no afectará demasiado al evidente proyecto británico: autonomía política y autosuficiencia económica de las islas. En la discusión política no entramos, y del control coordinado de los recursos nos fuimos voluntariamente al denunciar los acuerdos. En las islas deben estar celebrando.Más que estas medidas poco trascendentes, a los argentinos nos gustaría mucho más que nuestro propio país concierte con Petrobrás, PDVSA, empresas y capitales sudamericanos, incluyendo, por qué no, chilenos, la explotación petrolera en nuestras aguas indisputadas, comprendidas o no en la cuenca de Malvinas, para contestar a los ingleses como se merecen y, por sobre todo, para ir formando conciencia y equipos del Cono Sur acerca de un conflicto mucho mayor que el de Malvinas, en que todos nos veremos afectados, que es la suerte que correrán territorios y recursos en el entero Atlántico Sur de aquí a poco tiempo histórico, cuando el Tratado Antártico fenezca o se flexibilice. Si los argentinos nunca pudimos solos contra Inglaterra por las Malvinas ¿Qué chances podríamos tener, solos otra vez, al discutir con ellos por un trozo de la Antártida? Urge concertar una política de Estado sobre Malvinas que comience por la comprensión de este campo de juego más abarcarte y por la insoslayable necesidad de conformar un bloque de interesas y de emprendimientos prácticos con nuestros vecinos, en el que al caballo lo pongamos, esta vez, delante del carro.
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