sábado, 4 de abril de 2009

Lo que asciende y lo que cae. Por Jorge Raventos


Se ha convertido vertiginosamente en un punto de amplísima coincidencia afirmar que las prolongadas, emotivas y multitudinarias honras públicas al doctor Raúl Alfonsín no fueron sólo la ceremonia fúnebre de homenaje a un ex presidente, sino también un acto espontáneo con el que parte de la ciudadanía quiso contrastar las virtudes que asigna y reconoce al líder muerto con el estilo y los rasgos que imputa al poder. Puede ser un lugar común, pero es acertado: Alfonsín congregó un acto póstumo en el que no pudo ser orador, pero en el que se sentía su palabra.

Tres semanas atrás le dictó su último mensaje político a un colaborador: “Los argentinos -diagnosticaba- vivimos momentos complejos y de gran incertidumbre. Es necesario el diálogo para resolver los preocupantes temas institucionales, sociales y económicos que nos agobian”. Y criticaba: “La modificación sin consenso del calendario electoral no contribuye a crear las condiciones para ese diálogo”. Para exhortar y pronosticar finalmente: “ No se puede demorar más un acuerdo entre las distintas fuerzas políticas y sociales en defensa de la república y de la gobernabilidad, condiciones básicas para defender la producción y el empleo. Como es de público conocimiento, en esta preocupación no me anima ningún interés personal”.
En esos tres párrafos escuetos y dramáticos Alfonsín había descripto la realidad (nos agobian problemas tanto institucionales como sociales y económicos), el estilo del gobierno (sin diálogo, sin consenso) y el paisaje cercano (desafíos para la república y para la gobernabilidad). La ciudadanía que lo acompañó compartía esos conceptos y esas preocupaciones.
De todos modos, esa interpretación no agota los signos que dejaron los funerales del ex presidente y que merecen ser leídos. Uno: la ciudad de Buenos Aires – sede emblemática de las clases medias urbanas argentinas-, la misma que ocho años atrás no sólo arrasó a cacerolazos un gobierno que Alfonsín había contribuido a erigir, sino que embistió en el mismo instante contra la política en conjunto, marchó el jueves junto a muchísimos políticos y se movilizo por uno de pura raza. Es probable que las clases medias, hastiadas tras seis años de decisionismo autista y arbitrario, estén ahora pendulando en busca de una reconciliación con la política. Al menos, con determinada política: equilibrada, sensata, honesta; una que tenga rasgos de familia con las calificaciones que se le otorgaron en estos días a Alfonsín.
Otro aspecto a descifrar: los aplausos a los granaderos, la solemnidad con que se siguieron las oraciones religiosas quizás tienen también un significado. Una ciudadanía que, en sintonía con los llamados a la concordia del ex presidente, tantea caminos de reconciliación no sólo con la política, sino con instituciones que han sido vapuleadas con brusquedad, más allá de toda ponderación.
Al expirar precisamente en el momento en que la señora de Kirchner se encontraba lejos de Buenos Aires y con compromisos que la retenían en el exterior, Raúl Alfonsín empujó al centro del escenario al vicepresidente Julio Cleto Cobos, un correligionario radical al que las circunstancias una vez más –como la decisiva noche en que el Senado rechazó la resolución 125- colocaban en un lugar muy iluminado. Cobos firmó esta semana su primer decreto, en ejercicio de la presidencia y despidió oficialmente a Alfonsín; ahora el radicalismo, que lo separó de sus filas cuando se alió a Néstor Kirchner, se dispone a reincorporarlo para capitalizar orgánicamente la elevada imagen positiva que las encuestas le otorgan al mendocino desde que se independizó ostensiblemente de la Casa Rosada.
Las señales sobre lo que asciende y lo que cae son cada vez más elocuentes. Tanto, que hasta en Olivos se dan por enterados. Néstor Kirchner no dejó de registrar el hecho de que los elogios a Alfonsín eran cuestionamientos generalizados a él y a su esposa. Por otra parte, las encuestas le indican que esta perdiendo espacio inclusive en el sector de los suburbios bonaerenses donde él planifica hacerse fuerte para compensar la segura derrota electoral en la mayoría de los distritos fuertes. En el segundo y en el tercer cordón del Gran Buenos Aires, donde se encuentran las poblaciones más vulnerables, los números de Kirchner en el mejor de los casos se mantienen estables, pero simultáneamente crece la intención de voto por el peronismo disidente que encabezarán en estos comicios Francisco De Narváez y Felipe Solá. Kirchner recibe inquietantes informes que le hablan de un doble juego de los caudillos locales de quienes él esperaba lealtad incondicional. Está aprendiendo que la ese tipo de lealtad no se compra; a lo sumo, se alquila.
Una semana atrás, Kirchner mañereaba en cuanto a su presentación como candidato. Llegó a afirmarse que se abstendría de serlo, a la luz de aquellos dobles juegos y de las cifras que le llevan los encuestadores (las reales, no las que difunde la propaganda oficial). Rápidamente comprendió, no obstante, que las circunstancias lo condenan a quemar las naves: si a esta altura se conociera su renuncia a competir, todo el mundo lo asumiría como una confesión anticipada de derrota. La fuga por goteo que él intenta detener se transformaría instantáneamente en un aluvión.
El peronismo se prepara para ese momento. Hay una red, a veces invisible, que vincula a las distintas manifestaciones de la disidencia peronista con sectores que todavía se encuentran, en general, forzados por las necesidades financieras, dentro del redil del gobierno. No se podría decir hoy que ninguna de las dos grandes fuerzas políticas argentinas –radicalismo y peronismo- estén en una situación de unidad. Los radicales, que sufrieron el embate kirchnerista y padecieron el recorte del llamado “radicalismo K”, se aprestan a dar un primer paso de reunificación el 14 de abril. Aunque lo consumen, todavía quedarán afuera figuras y fragmentos importantes, que hoy se contabilizan como “panradicales”.
El justicialismo tampoco está unido, pero al menos empieza a estar vinculado por afuera de las líneas del gobierno. Hay contactos entre el dúo De Narváez- Solá y, por ejemplo, Carlos Reutemann (que ya ha confirmado que jugará en Santa Fé “el todo por el todo” al margen del kirchnerismo), el “peronismo federal que congregan Ramón Puerta, los hermanos Rodríguez Saa y el salteño Juan Carlos Romero y con otros líderes distritales, sin excluir a algún gobernador que todavía emplea “la máscara de Néstor”. Por cierto, hay diálogo con distintas expresiones del movimiento sindical, desde Gerónimo “Momo” Venegas, de las 62 Organizaciones, o Luis Barrionuevo de la CGT Azul y Blanca…hasta el propio Hugo Moyano, de la CGT oficial.
Con el viento en contra, el oficialismo sufre, el gobierno revela sus deficiencias y la realidad devela las fantasías estadísticas. La horrenda gestión de la epidemia de dengue quiso ser disfrazada con la tecnología de Guillermo Moreno, mintiendo sobre el número de casos. Hoy mismo, mientras el sector del gobierno admite que “se equivocó” en el manejo de la situación y admite que los casos superan los 6 mil, organizaciones de médicos y sanitaristas siguen desmintiendo las cifras oficiales y aseguran que los casos son más de 20 mil y que es preciso declarar la emergencia sanitaria.
La difusión del tema por los medios pone de relieve, por otra parte, la verdadera situación de la pobreza y la miseria en el país, que, según los dichos y los números del gobierno, se ha reducido. El dengue, una epidemia de la pobreza, corrige con sus tristes consecuencias, los macaneos propagandísticos oficiales. La miseria se extiende, y con ella la vulnerabilidad de miles y miles de argentinos. La Iglesia acaba de describir el brutal efecto de la droga que – según los sacerdotes que ejercen su acción pastoral en las villas de emergencia de Buenos Aires- “está despenalizada” en los barrios más pobres.
Hay muchas ollas que juntan presión mientras el país espera las elecciones del 28 de junio: la demanda de dólares indica la convicción de amplios sectores de que, si de él depende, el gobierno recurrirá a una devaluación después de los comicios. ¿Y qué ocurrirá con los despidos? El gobierno le está pidiendo a las empresas que se esfuercen en evitar despidos…hasta las elecciones.
Cuando se acumula tanta presión en las calderas se corre el peligro de que quienes suponen que pueden administrarla se encuentren con estallidos inesperados. Es la incertidumbre que describía Alfonsín en su última esquela.

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