viernes, 9 de julio de 2010

De Anchorena a Grobocopatel (Tercera Parte). Por Daniel V. González

Del chacarero tradicional a los nuevos productores

A lo largo de las últimas tres o cuatro décadas, se han producido en el sector agrario argentino una gran cantidad de cambios que han dado un nuevo perfil a la organización de la producción agraria en la Argentina.
La incorporación de tecnología no ha sido un proceso automático ni instantáneo, sino el producto de largos años de adaptación a las nuevas condiciones productivas. Este proceso ha significado la readaptación de la inmensa mayoría de productores agrarios, la reorientación de la actividad de otros y, como ocurre en todo proceso de cambio, la expulsión de aquellos que no lograron adecuarse a las nuevas circunstancias que demandaba la producción.

Los “noventa” han sido señalados como la década fatídica en la que se produjeron estos cambios traumáticos. Pero eso es sólo parte de la verdad: como han señalado diversos autores, el proceso ha durado varias décadas y se inicia hacia los años sesenta y setenta. Un análisis ideologizado de los cambios en el agro, lindante con el prejuicio, asocia los avances de la libertad de mercados de esos años con el desplazamiento del chacarero tradicional, al que se idealiza, y su reemplazo por los nuevos empresarios agrarios, presuntamente carentes de “sentimiento” hacia la tierra, mero producto circunstancial del neoliberalismo.

La incorporación de nueva tecnología en el agro ha sido producto del esfuerzo prolongado de una nueva generación de productores, que tomaron distancia de los métodos rústicos y recelosos del progreso técnico con el que sus antepasados encaraban la actividad. La nueva tecnología en semillas (híbridas hacia los setenta), la incorporación del cultivo de soja, las nuevas maquinarias agrícolas, fueron seguidas de cerca por puñados de productores innovadores en todo el país a través de los grupos CREA y también el INTA. La novedad de la siembra directa no contó, al principio, con el respaldo técnico formal, sin embargo se abrió paso entre los productores a fuerza de resultados. Los grupos AAPRESID fueron pioneros en este sistema que terminó imponiéndose masivamente, con una revolución impresionante en los rendimientos. En el mismo sentido debe computarse la variedad transgénica de semillas.

La incorporación de todos estos aportes tecnológicos y técnicos supuso un replanteo de la actividad agropecuaria en su conjunto. El conocimiento técnico pasó a ser un factor productivo de singular importancia. Y, en un medio conservador como es el campo, no todos lograron adaptarse a los nuevos desafíos.

El viejo chacarero que vivía en el campo con su familia y que había aprendido el oficio por la transmisión del conocimiento de sus padres y abuelos, ahora se veía desbordado por las el cúmulo de novedades que aportaban los conocimientos. Hacia mediados del siglo pasado, con la sola excepción de los veterinarios, los profesionales estaban al margen de la producción agropecuaria. Ahora, el sector comenzó a demandar ingenieros agrónomos, químicos y expertos en negocios. El sulky fue reemplazado por la camioneta 4x4 y los nuevos productores se manejaban con celulares, Internet, correos electrónicos y GPS. Hacía falta una nueva generación de productores, con una nueva mentalidad empresaria.

Un productor agrario que vivió estos cambios, describía así la situación:

“Creo que la diferencia estaba en que antes se vivía en el campo y vos, a lo mejor, te quedabas sin plata, y hoy aún viviendo en el campo te pasaría exactamente lo mismo pero hoy tenés una demanda de lo que es la tecnología, que se te produjo un costo fijo. Te hablo del año 30, como puede ser mi papá, no necesitaban plata ellos, agarraban un pollo, lo comían, agarraban el sulky, no necesitaban un litro de combustible, era todo. Pero hoy si no tenés teléfono no marchás, si no tenés una camioneta no podés estar a la altura de… si no tenés un tractor, eh… (…). Se quedaban sin plata, bueno, tenían su pollo o su huertita y se daban vuelta. En cambio hoy hay un montón de costos fijos y tecnologías que si uno no las tiene se queda afuera”. (En La Argentina rural. De la agricultura familiar a los agronegocios. Carla Gras y Valeria Hernández, coordinadoras).

Además, los nuevos paquetes tecnológicos replanteaban el negocio agrario en su conjunto. Los pequeños propietarios debían reordenar su actividad o bien corrían el riesgo de ser expulsados del nuevo negocio agrario. Hacía falta más capital para producir pero, sobre todo, hacía falta una nueva mentalidad.

Muchos de los pequeños productores se adaptaron a las nuevas circunstancias. Otros, cambiaron de actividad. Entre otros factores, la nueva escala productiva requerida, llegó a ser decisiva para reorganizar la actividad. Los pequeños propietarios que comprendieron la situación, ensancharon su actividad y complementaron su pequeño predio productivo con el arrendamiento de una cantidad mayor de hectáreas, que diera racionalidad a la actividad que desarrollaban.

Los cambios, dieron un nuevo sentido al arrendamiento rural. Tradicionalmente, el propietario era un fuerte terrateniente y el arrendatario, el desposeído del sistema, alguien que no había logrado la adquisición de un campo que le permitiera participar del negocio con mejores perspectivas. Los nuevos modos productivos hicieron que una parte de los pequeños propietarios pasaran a arrendar sus campos a los nuevos empresarios agrarios, cuya figura paradigmática es la empresa Los Grobo, propiedad de la familia Grococopatel.

Con los “pool de siembra” ha cambiado la tradicional relación entre propietarios y arrendatarios. Las históricas reivindicaciones de la Federación Agraria respecto de la protección de quienes trabajaban tierras ajenas, demanda una urgente revisión ya que no reflejan la nueva realidad del campo.

Los Grobo producen, sobre todo, en tierras ajenas aunque poseen campos propios que también explotan pero estos últimos no llegan al diez por ciento de los que arriendan en diversos lugares del país y del exterior. Se adjudica a ellos la explotación de unas 150.000 / 200.000 hectáreas en total, de las cuales serían propietarios apenas del 10%. Este nueva visión del negocio y la explotación agropecuaria, se reproduce a escala menor a lo ancho del país. Se trata de los cuestionados “pools de siembra”, que consisten en asociaciones de hecho entre productores a la que se asocian también prestadores del servicio de siembra y cosecha, vendedores de semillas, comerciantes de la maquinaria agrícola y simples inversores que ponen sus ahorros y participan del negocio agrario.

La nueva tecnología pero también los cambios en la demanda mundial de alimentos, que llevaron los precios a las nubes, permitieron que numerosos propietarios de pequeños campos, que en muchos casos no estaban en condiciones de continuar con la actividad agraria por sus propios medios, por razones de escala, pudieran conservar sus tierras y extraer de ellas una importante renta. La nueva dimensión del negocio agrario, a la vez que les impuso nuevas condiciones para producir, los benefició con la valorización de la tierra y de la producción, permitiéndoles mantener su condición de propietarios y vivir del arrendamiento.

Una nueva posibilidad para las provincias

Las provincias del norte argentino viven en una crisis permanente prácticamente desde la fundación misma de la Nación. Nunca se sobrepusieron a la acentuada orientación de la actividad económica hacia el puerto de Buenos Aires.

Históricamente, especialmente Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, Formosa, Chaco, Jujuy y otras, en menor medida, han tenido un bajo nivel de actividad económica, carencia de ofertas de empleo y graves problemas fiscales ocasionados por el un estado que incorpora por miles al empleo público a sus habitantes.

Durante los años en que prevaleció el proyecto de país puramente agrario, el territorio interior, al carecer de productos exportables, se resignó a un secundario e incluso mendicante respecto del poder central.

Algunas de estas provincias (principalmente San Luis, San Juan y La Rioja) lograron un mayor nivel de actividad económica gracias a las leyes de promoción industrial que les permitía afincar fábricas en condiciones sumamente ventajosas que luego se desvirtuaron y contribuyeron a que esos privilegios fueran parcialmente anulados.

Pero las nuevas condiciones del comercio internacional están cambiando esta situación: las nuevas tecnologías han permitido la incorporación a la producción de cereales y oleaginosas, tierras que anteriormente eran consideradas ineptas para ese tipo de producción por razones climáticas o de constitución del suelo.

Las provincias del interior cuentan ahora con una nueva posibilidad para recobrar niveles de actividad de los que carecen desde hace décadas.

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