domingo, 9 de enero de 2011

Brasil, en Rolls Royce. Por Abel Posse

Brasil cree en la puerta grande de la vida y en la majestad del Estado. Dilma Rousseff no tuve la timidez mal entendida de los mediocres. Llegó al Planalto en Rolls Royce y todo indica que este Brasil sin culpa ni olvido avanzará por la autopista del mundo en esa preciosa limousine. Perón no vaciló en revistar tropas montado en aquel famoso "pintado" de exposición y Evita fue la última en usar un despampanante Packard que, a veces, al volver de madrugada de la Fundación llenaba con alguna familia de desamparados durmiendo en un umbral y los llevaba al hogar de tránsito.

Rousseff asumió con sobriedad imperial, con su guardia de coraceros. No se oyeron bombos, ni grupos de gritones pagos. Tampoco la presidenta cedió a frases "históricas" de los escribientes de estado. Rousseff no tuvo que declamar esperanzas, el Brasil en marcha lleva a su nueva jefa como administradora de un camino admirable donde el mayor logro fue quebrar la miseria de la mitad de la nación como un destino inexorable. Como en la China posmaoista, Brasil logró absorber marginalidad y difundir el sentimiento enaltecedor de que la miseria no es una fatalidad insuperable. Ni Getulio ni Cardozo pudieron integrar a la pequeña clase media esos 35 millones de sumergidos como lo realizó Lula en ocho años.
Quedan otro tanto, pero ya tocados por una esperanza consolidada en evidencias de poder salir. La fórmula es trabajar, familia, escuela y orden público. Y la educación no como una culpa en la trastienda de los discursos oficiales, sino como el instrumento total de dignificación y superación de la sociedad toda.
Al ascender a la calidad de potencia regional en el grupo BRIC, Brasil logró no solo vencer la marginalidad, sino distribuir esperanza de realización vital, más allá de toda hipocresía igualitarista declamatoria.
Sabe sintetizar sin complejos su realidad de país rico, con los códigos y mecanismos de las potencias principales. Quiebra de algún modo la barrera de provincianismo sudamericano.
La Argentina tiene en su vecindad el ejemplo de izquierdistas que comprendieron el signo del tiempo (en Chile, Uruguay, Brasil) en vez de quedarse en torno a la boina heroica pero apolillada de Guevara.
En un par de décadas Brasil supo interpretar el signo del tiempo y los nuevos espacios de poder. Renunció con los hechos a quedarse en los esquemas de la cosmovisión política que legó la guerra fría. Se decidió por la convicción de que sólo quien produce con voluntad nacional podrá crear riqueza que solventará crecimiento y desarrollo. Y que la riqueza y el desarrollo social son factor esencial de la consolidación de la Nación como cultura y definición de un sentido profundo y autónomo para una calidad de vida material y espiritual propias.
Brasil demuestra con su éxito y su paso de vencedor que América latina, ese tercero autoexcluido del trípode de la cultura y los pueblos de Occidente, empieza a encontrar su propio camino de poder.
Rousseff en su sobrio discurso programático, sin efusión tropical alguna, priorizó el motor económico central de la exportaciones agrarias (los "yuyos".). Con mucho coraje puso el límite del respeto ecológico y medioambiental y resaltó las relaciones internacionales donde Brasil y Mercosur tendrán una tarea fundamental ante un Occidente debilitado.
Ojalá que nuestra Presidenta, que cometió el error de no asistir a esta asunción importante para toda nuestra América, realice una buena lectura del camino verdaderamente revolucionario que cree en la revolución como poder, modernidad y paz, desde los exmarxistas fundacionales, Rusia y China, hasta India y Brasil y los países más pujantes de nuestro continente.

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