miércoles, 5 de enero de 2011

Dilma disipa todas las dudas. Por Rosendo Fraga


El Brasil que Lula deja a Dilma es un país que se ha consolidado como actor global: primer país del mundo por el valor de sus recursos naturales, quinta población y octavo PBI. Ocho años atrás, el país era considerado una potencia mediana e integraba el G3 con India y Sudáfrica. Ahora, forma parte del grupo BRIC, con China y Rusia, además de la India. En lo social, por primera vez en la historia el país tiene más personas en la clase media que en la baja; en ocho años se han creado 16 millones de puestos de trabajo formales y el desempleo está por debajo del 8%. En materia de seguridad pública –una asignatura pendiente–, la ofensiva para quitar el control de las favelas de Río a los narcos muestra el inicio de una política para revertir el problema.


En otros indicadores, Brasil está más cerca de un promedio mundial. En PBI per cápita es el 71º sobre 183; en desarrollo humano, 73º entre 169; en percepción de corrupción, 69º sobre 178, y en calidad institucional, 95º entre 192. Entre las grandes asignaturas pendientes, a las cuales Dilma debería dar prioridad, están la mejora de la calidad en educación pública básica, dado que el nivel de analfabetismo funcional es alto; la desigualdad en la distribución del ingreso, que es una de las más altas del mundo aunque haya disminuido la pobreza, y la salud de la población, que muestra un amplio campo para mejorar.
Brasil se ha consolidado como el país líder ya no sólo en América del Sur, sino también en América latina. El presidente mexicano reconoció públicamente en julio que a su país no le molesta la primacía regional brasileña. Este liderazgo, la diplomacia de Itamaraty prefiere suavizarlo con el término de benevolente o a veces como factor de moderación. Pero el aporte más importante que ha hecho Brasil y que Dilma seguramente mantendrá, es haber generado un modelo de desarrollo posible para la región, combinando el crecimiento económico con progreso social gradual.
Para Wall Street, nunca los números macroeconómicos de Brasil y la región estuvieron tan bien, mientras que para la izquierda, nunca tuvo tanto poder e influencia en America latina. Entre ambas posiciones, los tecnócratas de la Cepal informan que por primera vez en décadas América latina comenzó a revertir la desigualdad, aunque sigue siendo la más alta del mundo.
Las crisis económicas de Venezuela y Cuba y la que empieza a sufrir Bolivia muestran que el modelo de izquierda populista no es un camino viable para el progreso social en la región. A su vez, los presidentes de centroderecha electos en 2010, como Piñera en Chile y Santos en Colombia, giran al centro, siendo menos conservadores de lo esperado y comenzando a mirar hacia Brasilia, tanto como miran hacia Washington.
En cuanto a la gestión de Dilma, sus señales son claras. Un par de años atrás, era vista con temor en los mercados, los que por sus antecedentes en la guerrilla la consideraban más radicalizada que Lula. Pero sus designaciones muestran que en lo ideológico, tiende a parecerse más al primer mandato de su predecesor que al segundo. En economía no sólo ratifica el rumbo, sino que muestra más preocupación por lo fiscal que el Lula de los últimos tiempos. En política exterior insinúa la intención de mejorar la relación con los EE.UU., afectada por el acercamiento entre Brasilia y Teherán. Además, la llegada de Dilma al poder –cuyo gabinete tiene la mayor presencia femenina en la historia brasileña– implica que por primera vez mujeres ocuparán la presidencia en forma simultánea en tres países de la región: Costa Rica, Argentina y Brasil. Para la Argentina, su llegada al poder genera más ventajas que desventajas respecto a lo que posiblemente hubiera sucedido con el triunfo del candidato opositor. Cuando mejor relación tenga y proyecte Argentina con Brasil, más incertidumbre va a disipar, respecto a su pasado de crisis económicas y sus tiempos recientes de oscilación entre Chávez y Lula. Por esta razón, no parece comprensible para el interés nacional que la Presidenta argentina no concurra a la asunción de su colega de Brasil. Posiblemente, se trate del primer error en política exterior, desde la desaparición de Kirchner dos meses atrás. Lula estuvo tanto en la asunción de éste, como en la de su esposa, así como también se hizo presente en el velorio del ex presidente.
Un siglo atrás, Roque Sáenz Peña, el presidente que estableció el voto universal secreto y obligatorio, antes de asumir, visitó Río de Janeiro, marcando la prioridad que desde siempre Brasil debe tener en la agenda exterior de la Argentina. Ello marca una continuidad histórica, que hoy más que nunca se justifica mantener.

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