martes, 12 de marzo de 2013

Vivir sin Chávez a todo o nada. Por Jorge Raventos


La muerte del venezolano Hugo Chávez, anunciada  el 5 de marzo por su vicepresidente y sucesor "encargado", Nicolás Maduro, había ocurrido antes de esa fecha  en términos políticos. Chávez sabía ya mientras encabezaba la campaña electoral donde sería reelecto como presidente de su país (gestión que en los hechos nunca llegó a ejercer), que su destino estaba marcado y puso los días que le quedaban en manos de la cúpula política cubana. Raúl y Fidel Castro eran seguramente, en todo el planeta, las dos personas más interesadas en que sus expectativas de sobrevida se extendieran al máximo. Cuba ha dependido vitalmente de la ayuda económica y energética de Venezuela (una ayuda que Chávez se cobró en  términos político-organizativos: los Castro pusieron a su disposición la experimentada inteligencia de la isla y miles de cuadro militares, políticos y técnicos que han actuado en Venezuela como una estructura  dependiente exclusivamente del eje Chávez- castrismo). 
Tanto el  venezolano como los veteranos jefazos cubanos sabían que cuando Chávez abandonara el escenario las cosas empezarían a cambiar vertiginosamente, ya que, por una parte,  la  figura  del caudillo resultaría irreemplazable y sin él  las tensiones internas del régimen, que Chávez conseguía contener y sintetizar, no tardarían en abrir una etapa de centrifugación; y, por otra parte,  la disgregada confederación de herederos serían desafiados por una  ineficaz economía venezolana, más petróleo-dependiente que nunca (allí se concentra más del 90 por ciento de las exportaciones), que reclama un ajuste severo con pesados costos políticos. 
La sobrevida de Chávez no pudo extenderse más: tres días antes del anuncio formal, un ex embajador panameño ante la OEA había asegurado, alegando fuentes serias,  que la vida del presidente ya se había extinguido; en rigor, la última evidencia de vida de Chávez habían sido las fotos distribuidas  en Cuba  antes de su precipitado traslado de madrugada a Caracas el 18 de febrero. El secretismo y la simulación (la cúpula chavista, empezando por Nicolás Maduro, dio a conocer tweets alegadamente escritos por el presidente agonizante e insistió en que Chávez  se ocupaba"personalmente" de asuntos de gobierno y ejercía el mando o daba órdenes) tienen su explicación: se pretendía retrasar el  intuido vértigo de una nueva etapa donde faltaría lo irreemplazable.
El chavismo no deja ni un partido ni un sistema político que lo herede: quedan detrás un sistema de negocios (el "capitalismo de amigos", articulación del funcionariado que maneja contratos, sectores, actividades o empresas del  sector público y la llamada "boliburguesía", es decir un empresariado formado por socios y testaferros de aquella burocracia estatal), camarillas estatales (particularmente fuerte la que está ligada a La Habana y a los cuadros cubanos que actúan en Venezuela) y, por cierto, las Fuerzas Armadas, la matriz de la que surgió Hugo Chávez, uno de los pilares sobre los que se apoyó y única institución de alcance nacional, en la que muchos de sus cuadros cumplen función política y representativa (la mayoría de los gobernadores oficialistas electos en los recientes comicios son militares en actividad o en retiro). 
Si la muerte de Chávez deja un  vacío que no tardará en registrarse en Venezuela y en Cuba, también afecta al gobierno de la señora de Kirchner, que lo había convertido en su aliado político preferencial en la región. Para el kirchnerismo, que se aisló de las vías normales de acceso al financiamiento, Caracas era una billetera disponible y era también un  lugar en el que se podían  urdir negocios y relaciones  transparentes u opacas, a gusto de las partes. En su momento el entonces embajador argentino en Venezuela,  Eduardo Sadous (un sólido diplomático de carrera) informó sobre la existencia de embajadas paralelas y negocios raros que se tramitaban con el amparo de la Casa Rosada, lo que determinó que se lo apartase de su cargo.
Chávez era también un compinche político que durante largo tiempo cubrió el flanco izquierdo  del kirchnerismo, permitiendo -primero a Néstor, después a Cristina Kirchner- aparentar una postura amistosa, pero más moderada. La ausencia de Chávez  probablemente complicará las gestiones de negocios (o las hará más costosas), dificultará el acceso a la billetera de Caracas y privará de las  coartadas ideológicas  que antes facilitaba la desbordante y desbordada personalidad del venezolano; sin esa figura  singular, la política regional  pierde rasgos de peripecia épica o romántica y tiende a prevalecer la ecuación física: el peso y la capacidad de atracción  se ubican donde lo indican las dimensiones y la masa. Es decir, en Brasil. Y parece evidente que Brasil comprende las tendencias centrales del mundo, entiende el valor de las normas y las instituciones. Sin Chávez en la escena, quien  prefiera otro camino deberá  hacer el  esfuerzo y el gasto.
Las  masivas demostraciones que han acompañado la última despedida al presidente venezolano permiten verificar que su acción consiguió incorporar al cuadro social venezolano a amplísimos sectores antes marginados. Como apuntó Beatriz Sarlo en La Nación, sería "demasiado sencillo enterrar a Chávez en el catafalco de los líderes autoritarios", una tentación en la que muchos han caído. Aunque ese autoritarismo estaba siempre presente, no fue lo único que Chávez puso en juego.
También es tentador para muchos analistas extremar las comparaciones entre el chavismo y el gobierno que preside la señora de Kirchner. En primer lugar, habría que subrayar que lo más parecida a una demostración multitudinaria como estas que se viven ahora en Venezuela lo consiguió la señora de Kirchner a fines del año último...pero en contra: fueron las movilizaciones del 8 de noviembre de distintas plazas y calles del país.

Por qué el gobierno juega a todo o nada

En esta columna ya se ha señalado que ciertamente hay similitudes entre el chavismo y el cristinismo (la idea de que las normas constitucionales son meras "formalidades", la presión sobre la Justicia y sobre los medios de comunicación independientes, el "capitalismo de amigos". Inclusive la necesidad de ambos modelos de aplicar medidas de ajuste como producto de sus respectivos desequilibrios.   "Pero - se señalaba el 13 de enero, bajo el título Poschavismo y poskirchnerismo - hay una diferencia importante: el chavismo llevó a cabo una tarea de promoción social que el modelo K omitió, limitándolo (particularmente en la etapa cristinista) a una combinación de clientelismo y retórica. Los formidables recursos con los que contó el Estado central durante esta última década vuelven incomprensibles e indignantes los niveles de pobreza y marginalidad que sufre la Argentina. Por mencionar sólo un costado de la cuestión: un enorme porcentaje de jóvenes no estudian ni trabajan, y una cantidad aún mayor sólo está en condiciones de conseguir empleos de bajísima productividad. El impulso al crecimiento y la competitividad que el país necesita para reposicionarse en la dura economía mundial encontrará descolocados a millones de compatriotas por los que no se ha hecho más que decretar subsidios. Y la ausencia de ese número de personas en el mercado de trabajo pondrá una frontera al desarrollo de la producción nacional".
En ese marco donde hay que comprender la  decisión del oficialismo de "ir por todo", que a esta altura puede resumirse como una elección estratégico de "todo o nada". Donde "todo" es sinónimo de  sofocar totalmente los rasgos de autonomía que todavía no pudo neutralizar o abatir  en el terreno político, social, económico o institucional, llámense gremios, medios, Justicia o productores agropecuarios. Y "nada" representa la imposibilidad de darle continuidad al llamado modelo, un reagrupamiento plausible en el peronismo para superar un período en el que fue marginado y una reorganización del sistema político.

El síndrome del ferry de Colonia

Contra las opiniones  de cierto sentido común que a veces campean  en comentarios políticos, esa opción "todo o nada" no es en absoluto incomprensible; está guiada por el  sentido de supervivencia de los dos pilares principales del modelo dominante: el funcionariado que  usa al Estado como facción política ("el partido del Estado") y el conglomerado económico que se articula con él (el "capitalismo de amigos"). Ambos costados del modelo están amenazados de desintegración si no hay continuidad. Y la continuidad -ellos mismos se han dedicado a subrayarlo- necesita como condición insoslayable que la señora de Kirchner sea candidata a la re-reelección. De esas premisas sólo puede desprenderse que hay que jugar a todo o nada para conseguir la continuidad de la señora de Kirchner como Presidente. "Cristina eterna". No hay a la vista un camino iuntermedio.
Pero, ¿no hay ningún  candidato aceptable en las propias filas, que pueda encarnar una etapa intermedia sin poner en juego la continuidad? El problema del kirchnerismo es que aquellos candidatos que cuentan con buena aceptación de la sociedad, no le resultan confiables (es más: los tratan, a veces en privado, a veces sin preocuparse por la trascendencia pública de las palabras) como "traidores", "cínicos" o,lisa y llanamente, "enemigos". Y los que reciben menos reparos o resultan más admisibles, no  figuran en las encuestas o tienen marcas poco significativas.
Hay quienes aseguran, pese a todo,  que algunos candidatos de los que están bien colocados en las encuestas  terminarían encuadrándose disciplinadamente y que, si llegaran a la presidencia, asegurarían algún tipo de continuidad y, sobre todo, no escarbarían en los hechos del pasado inmediato. También en este punto, con bastante realismo, los sectores más duros del entorno presidencial  son fuertemente escépticos. Empiezan por no creer en las buenas intenciones de esos personajes y, aún aceptando por un instante la hipótesis de la fidelidad, concluyen que seguramente no tendrían ni la fuerza ni la convicción para resistir presiones hostiles de la opinión pública.
En rigor, Raúl Alfonsín, que en 1983 tenía una postura muy plausible sobre cómo encarar las responsabilidades militares ante el tema derechos humanos (procesar a quienes dieron las órdenes y a quienes se excedieron en su cumplimiento; dejar tranquilos a quienes obedecieron órdenes), fue desbordado por la presión de la opinión pública y de un sector de su propio partido, que empujó para ir más allá (lo que después debió retrotraerse desprolijamente con las leyes de obediencia debida y punto final). Hay situaciones en que hasta un gobierno sólido y bien enraizado, como aquel de Raúl Alfonsín, se vuelve incapaz de afrontar las tendencias profundas de la opinión pública.
Hechos como los abucheos sufridos por el vicepresidente y el viceministro de Economía, Axel Kicilof (el síndrome del ferry de Colonia), permiten entrever la posibilidad de que un presidente surgido de fuera del núcleo K pueda verse presionado a investigar hechos del gobierno kirchnerista. Y, en esas condiciones,  una Justicia hostigada y apretada por los recursos oficialistas del palo y la zanahoria puede adquirir más velocidad y menos reticencias que la que terminó fallando contra Carlos Menem esta semana.
Como se observa, hay una cuota de fuerte sentido común en la estrategia de todo o nada que inspira al gobierno.

Disparen contra Scioli y Massa

Esa estrategia se aplica ejemplarmente estos días en la provincia de Buenos Aires. La lógica parecería indicar que el gobierno central debería ayudar adecuadamente a un gobernador como Daniel Scioli, en una provincia que está afectada por una coparticipación injusta y que tiene urgentes necesidades de financiamiento. Pero la ayuda no llega, el oficialismo obstaculiza  la búsqueda de financiamiento que -a falta de ayuda- busca la provincia y los grmios docentes y de e mpleados públicos próximos al gobierno central  radicalizan sus reclamos y sus métodos de presión sobre el estado provincial. Simultáneamente, el vicegobernador Gabriel Mariotto, ariete del gobierno central en la provincia, respalda con sus ddeclaraciones a los gremios en conflicto y un vocero destacado de la Casa Rosada, el diputado Carlos Kunkel, encara al y le reclama que "se deje de tanto misterio" y defina si "decide apartarse" del proyecto de la presidenta Cristina Kirchner. 
Es obvio que, en la estrategia del "todo o nada", el poder central ha decidido chucear a Scioli (Boudou había usado la palabra "hipócrita") para forzarlo a disciplinarse (y, en última instancia, a renunciar a su voluntad de competir por la presidencia en 2015) o a romper, y someterlo a desgaste  por acción militante de gremios oficialistas y por sequía financiera. El gobernador, que se ha caracterizado por una actitud de equilibrio y responsabilidad ante las necesidades de su distrito, se ve cada vez más golpeado. El no quiere aceptar la lógica del todo o nada. Pero, como en el tango, se necesitan dos.
A otro de los hombres de mejor imagen de la coalición oficialista -el tigrense Sergio Massa- se le aplica la misma medicina. La Presidente lo puso en la picota en su discurso ante las Cámaras y ahora Kunkel  también lo espolea:  "Si tiene diferencias que vaya a internas". Es una chicana, claro. ¿Acaso el oficialismo aceptaría listas orientadas por Massa o por Scioli compitiendo en el espacio del PJ en las PASO, las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias de agosto? 

"¿Cómo hacen estos tipos?"

Precisamente el problema del gobierno y  la "profundización del todo o nada"  -que incluye en el menú las medidas prometidas para manejar la Justicia- se deben  al hecho de que el gobierno siente que  el tiempo también es su enemigo: todavía no consiguió aplicarle la Ley de Medios al Grupo Clarín.  en agosto tendrá que enfrentar las PASO, en octubre la elección general. Y en cada etapa se juega la condición de su continuidad: la posibilidad o no de imponer la candidatura de la señora de Kirchner a la re-reelección, previa reforma de la Constitución. Hasta entonces, no tiene sucesión.
Dentro de las filas propias, "sordos ruidos oir se dejan".Y por fuera, ya se observan movimientos convergentes de peronistas y aliados que se preparan para la batalla.  A la luz pública, en Baradero, en el salón de comidas del predio donde se realiza ExpoAgro (la muestra agroindustrial que cuenta con el patrocinio de los diarios Clarín y La Nación) Roberto Lavagna y Mauricio Macri se exhibieron juntos y compartieron un almuerzo del que también participaron el intendente de Malvinas Argentinas, Jesús Cariglino, Gerónimo Venegas (líder de los trabajadores rurales y de las 62 Organizaciones), los diputados Carlos Brown y Eduardo Amadeo; el economista Carlos Melconian y el ruralista Eduardo De Angeli. Macri y Lavagna ya se han visto varias veces, lo que suscitó rumores sobre la posibilidad de que el ex ministro de Economía sea candidato del Pro. Ambos lo desmintieron. “No hablamos de las elecciones”, aseguraron, aunque admitieron la posibilidad de integrar un frente electoral para las próximas legislativas, conformado por el PRO y sectores del peronismo no kirchnerista.
Lavagna golpea donde al gobierno le duele: promete una alternativa asentada en el peronismo.“Yo no voy a ser candidato de otro partido que no sea el mío, y yo soy justicialista”.La frase tiene un implícito: el ministro admite que será candidato. Insinuó caminos y aliados internos: “”El justicialismo está buscando distintos canales de expresión, el Momo (Gerónimo) Venegas ha creado el partido FE, (Hugo) Moyano ha creado el partido del Trabajo y la Producción. Se están armando canales para expresarse en clara diferenciación del Gobierno nacional”, dijo. Pero fue más allá: consideró que Sergio Massa es “un dirigente importante en la provincia de Buenos Aires, como lo es Daniel Scioli. Habrá que esperar la decisión que tomen, cómo participar y dónde”. 
Si Kunkel y otros cristinistas empujan al gobernador y al intendente de Tigre fuera del cristinismo, hay quienes les adelantan que hay mucha vida fuera de ese espacio. Otro que apuntó en la misma dirección fue Jorge Macri, intendente de Vicente López y un puntal del Pro bonaerense: "Sergio y Daniel Scioli son figuras medio disruptivas en el marco del kirchnerismo -le dijo a La Nación-. Son tipos con los que podés dialogar. Muy distinto de un Kunkel. Entonces, mirado desde afuera uno a veces piensa que son opositores. Sin embargo, están dentro del kirchnerismo. Si rompiesen, me parece que son personas con las que habría que dialogar".
Todo o nada: el gobierno  pelea  contra el tiempo en diferentes escenarios. Ya piensa en llevar el congelamiento (?) de precios más allá de abril. Y habla de reemplazar en las ofertas de supermercados a las tarjetas de bancos que hoy compiten entre sí por una tarjeta estatal (una especie de SUBE) eitida por el Estado. No hay una estrategia detrás de esa idea. Sólo una ocurrencia. Cuya motivación principal es sesgada: las tarjetas de los bancos son grandes avisadores. Y los avisos benefician principalmente a los medios que el gobierno combate. Si no hay ofertas, no hay avisos. Esa es el concepto estratégico.
 El gobierno está en guerra. Todo o nada.

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