La muerte del venezolano Hugo Chávez, anunciada el 5 de marzo
por su vicepresidente y sucesor "encargado", Nicolás Maduro, había ocurrido
antes de esa fecha en términos políticos. Chávez sabía ya mientras encabezaba
la campaña electoral donde sería reelecto como presidente de su país (gestión
que en los hechos nunca llegó a ejercer), que su destino estaba marcado y puso
los días que le quedaban en manos de la cúpula política cubana. Raúl y Fidel
Castro eran seguramente, en todo el planeta, las dos personas más interesadas en
que sus expectativas de sobrevida se extendieran al máximo. Cuba ha dependido
vitalmente de la ayuda económica y energética de Venezuela (una ayuda que Chávez
se cobró en términos político-organizativos: los Castro pusieron a su
disposición la experimentada inteligencia de la isla y miles de cuadro
militares, políticos y técnicos que han actuado en Venezuela como una estructura
dependiente exclusivamente del eje Chávez- castrismo).
Tanto el venezolano como los veteranos jefazos cubanos sabían
que cuando Chávez abandonara el escenario las cosas empezarían a cambiar
vertiginosamente, ya que, por una parte, la figura del caudillo resultaría
irreemplazable y sin él las tensiones internas del régimen, que Chávez
conseguía contener y sintetizar, no tardarían en abrir una etapa de
centrifugación; y, por otra parte, la disgregada confederación de herederos
serían desafiados por una ineficaz economía venezolana, más
petróleo-dependiente que nunca (allí se concentra más del 90 por ciento de las
exportaciones), que reclama un ajuste severo con pesados costos
políticos.
La sobrevida de Chávez no pudo extenderse más: tres días antes
del anuncio formal, un ex embajador panameño ante la OEA había asegurado,
alegando fuentes serias, que la vida del presidente ya se había extinguido; en
rigor, la última evidencia de vida de Chávez habían sido las fotos distribuidas
en Cuba antes de su precipitado traslado de madrugada a Caracas el 18 de
febrero. El secretismo y la simulación (la cúpula chavista, empezando por
Nicolás Maduro, dio a conocer tweets alegadamente escritos por el presidente
agonizante e insistió en que Chávez se ocupaba"personalmente" de asuntos de
gobierno y ejercía el mando o daba órdenes) tienen su explicación: se pretendía
retrasar el intuido vértigo de una nueva etapa donde faltaría lo
irreemplazable.
El chavismo no deja ni un partido ni un sistema político que
lo herede: quedan detrás un sistema de negocios (el "capitalismo de amigos",
articulación del funcionariado que maneja contratos, sectores, actividades o
empresas del sector público y la llamada "boliburguesía", es decir un
empresariado formado por socios y testaferros de aquella burocracia estatal),
camarillas estatales (particularmente fuerte la que está ligada a La Habana y a
los cuadros cubanos que actúan en Venezuela) y, por cierto, las Fuerzas Armadas,
la matriz de la que surgió Hugo Chávez, uno de los pilares sobre los que se
apoyó y única institución de alcance nacional, en la que muchos de sus cuadros
cumplen función política y representativa (la mayoría de los gobernadores
oficialistas electos en los recientes comicios son militares en actividad o en
retiro).
Si la muerte de Chávez deja un vacío que no tardará en
registrarse en Venezuela y en Cuba, también afecta al gobierno de la señora de
Kirchner, que lo había convertido en su aliado político preferencial en la
región. Para el kirchnerismo, que se aisló de las vías normales de acceso al
financiamiento, Caracas era una billetera disponible y era también un lugar en
el que se podían urdir negocios y relaciones transparentes u opacas, a gusto
de las partes. En su momento el entonces embajador argentino en Venezuela,
Eduardo Sadous (un sólido diplomático de carrera) informó sobre la existencia
de embajadas paralelas y negocios raros que se tramitaban con el amparo de la
Casa Rosada, lo que determinó que se lo apartase de su cargo.
Chávez era también un compinche político que durante largo
tiempo cubrió el flanco izquierdo del kirchnerismo, permitiendo -primero a
Néstor, después a Cristina Kirchner- aparentar una postura amistosa, pero más
moderada. La ausencia de Chávez probablemente complicará las gestiones de
negocios (o las hará más costosas), dificultará el acceso a la billetera de
Caracas y privará de las coartadas ideológicas que antes facilitaba la
desbordante y desbordada personalidad del venezolano; sin esa figura singular,
la política regional pierde rasgos de peripecia épica o romántica y tiende a
prevalecer la ecuación física: el peso y la capacidad de atracción se ubican
donde lo indican las dimensiones y la masa. Es decir, en Brasil. Y parece
evidente que Brasil comprende las tendencias centrales del mundo, entiende el
valor de las normas y las instituciones. Sin Chávez en la escena, quien
prefiera otro camino deberá hacer el esfuerzo y el gasto.
Las masivas demostraciones que han acompañado la última
despedida al presidente venezolano permiten verificar que su acción consiguió
incorporar al cuadro social venezolano a amplísimos sectores antes marginados.
Como apuntó Beatriz Sarlo en La Nación, sería "demasiado sencillo enterrar a
Chávez en el catafalco de los líderes autoritarios", una tentación en la que
muchos han caído. Aunque ese autoritarismo estaba siempre presente, no fue lo
único que Chávez puso en juego.
También es tentador para muchos analistas extremar las
comparaciones entre el chavismo y el gobierno que preside la señora de Kirchner.
En primer lugar, habría que subrayar que lo más parecida a una demostración
multitudinaria como estas que se viven ahora en Venezuela lo consiguió la señora
de Kirchner a fines del año último...pero en contra: fueron las movilizaciones
del 8 de noviembre de distintas plazas y calles del país.
Por qué el gobierno juega a todo o
nada
En esta columna ya se ha señalado que ciertamente hay
similitudes entre el chavismo y el cristinismo (la idea de que las normas
constitucionales son meras "formalidades", la presión sobre la Justicia y sobre
los medios de comunicación independientes, el "capitalismo de amigos". Inclusive
la necesidad de ambos modelos de aplicar medidas de ajuste como producto de sus
respectivos desequilibrios. "Pero - se señalaba el 13 de enero, bajo el título
Poschavismo y poskirchnerismo - hay una diferencia importante: el chavismo llevó
a cabo una tarea de promoción social que el modelo K omitió, limitándolo
(particularmente en la etapa cristinista) a una combinación de clientelismo y
retórica. Los formidables recursos con los que contó el Estado central durante
esta última década vuelven incomprensibles e indignantes los niveles de pobreza
y marginalidad que sufre la Argentina. Por mencionar sólo un costado de la
cuestión: un enorme porcentaje de jóvenes no estudian ni trabajan, y una
cantidad aún mayor sólo está en condiciones de conseguir empleos de bajísima
productividad. El impulso al crecimiento y la competitividad que el país
necesita para reposicionarse en la dura economía mundial encontrará descolocados
a millones de compatriotas por los que no se ha hecho más que decretar
subsidios. Y la ausencia de ese número de personas en el mercado de trabajo
pondrá una frontera al desarrollo de la producción nacional".
En ese marco donde hay que comprender la decisión del
oficialismo de "ir por todo", que a esta altura puede resumirse como una
elección estratégico de "todo o nada". Donde "todo" es sinónimo de sofocar
totalmente los rasgos de autonomía que todavía no pudo neutralizar o abatir en
el terreno político, social, económico o institucional, llámense gremios,
medios, Justicia o productores agropecuarios. Y "nada" representa la
imposibilidad de darle continuidad al llamado modelo, un reagrupamiento
plausible en el peronismo para superar un período en el que fue marginado y una
reorganización del sistema político.
El síndrome del ferry de Colonia
Contra las opiniones de cierto sentido común que a veces
campean en comentarios políticos, esa opción "todo o nada" no es en absoluto
incomprensible; está guiada por el sentido de supervivencia de los dos pilares
principales del modelo dominante: el funcionariado que usa al Estado como
facción política ("el partido del Estado") y el conglomerado económico que se
articula con él (el "capitalismo de amigos"). Ambos costados del modelo están
amenazados de desintegración si no hay continuidad. Y la continuidad -ellos
mismos se han dedicado a subrayarlo- necesita como condición insoslayable que la
señora de Kirchner sea candidata a la re-reelección. De esas premisas sólo puede
desprenderse que hay que jugar a todo o nada para conseguir la continuidad de la
señora de Kirchner como Presidente. "Cristina eterna". No hay a la vista un
camino iuntermedio.
Pero, ¿no hay ningún candidato aceptable en las propias
filas, que pueda encarnar una etapa intermedia sin poner en juego la
continuidad? El problema del kirchnerismo es que aquellos candidatos que cuentan
con buena aceptación de la sociedad, no le resultan confiables (es más: los
tratan, a veces en privado, a veces sin preocuparse por la trascendencia pública
de las palabras) como "traidores", "cínicos" o,lisa y llanamente, "enemigos". Y
los que reciben menos reparos o resultan más admisibles, no figuran en las
encuestas o tienen marcas poco significativas.
Hay quienes aseguran, pese a todo, que algunos candidatos de
los que están bien colocados en las encuestas terminarían encuadrándose
disciplinadamente y que, si llegaran a la presidencia, asegurarían algún tipo de
continuidad y, sobre todo, no escarbarían en los hechos del pasado inmediato.
También en este punto, con bastante realismo, los sectores más duros del entorno
presidencial son fuertemente escépticos. Empiezan por no creer en las buenas
intenciones de esos personajes y, aún aceptando por un instante la hipótesis de
la fidelidad, concluyen que seguramente no tendrían ni la fuerza ni la
convicción para resistir presiones hostiles de la opinión pública.
En rigor, Raúl Alfonsín, que en 1983 tenía una postura muy
plausible sobre cómo encarar las responsabilidades militares ante el tema
derechos humanos (procesar a quienes dieron las órdenes y a quienes se
excedieron en su cumplimiento; dejar tranquilos a quienes obedecieron órdenes),
fue desbordado por la presión de la opinión pública y de un sector de su propio
partido, que empujó para ir más allá (lo que después debió retrotraerse
desprolijamente con las leyes de obediencia debida y punto final). Hay
situaciones en que hasta un gobierno sólido y bien enraizado, como aquel de Raúl
Alfonsín, se vuelve incapaz de afrontar las tendencias profundas de la opinión
pública.
Hechos como los abucheos sufridos por el vicepresidente y el
viceministro de Economía, Axel Kicilof (el síndrome del ferry de Colonia),
permiten entrever la posibilidad de que un presidente surgido de fuera del
núcleo K pueda verse presionado a investigar hechos del gobierno kirchnerista.
Y, en esas condiciones, una Justicia hostigada y apretada por los recursos
oficialistas del palo y la zanahoria puede adquirir más velocidad y menos
reticencias que la que terminó fallando contra Carlos Menem esta
semana.
Como se observa, hay una cuota de fuerte sentido común en la
estrategia de todo o nada que inspira al gobierno.
Disparen contra Scioli y Massa
Esa estrategia se aplica ejemplarmente estos días en la
provincia de Buenos Aires. La lógica parecería indicar que el gobierno central
debería ayudar adecuadamente a un gobernador como Daniel Scioli, en una
provincia que está afectada por una coparticipación injusta y que tiene urgentes
necesidades de financiamiento. Pero la ayuda no llega, el oficialismo
obstaculiza la búsqueda de financiamiento que -a falta de ayuda- busca la
provincia y los grmios docentes y de e mpleados públicos próximos al gobierno
central radicalizan sus reclamos y sus métodos de presión sobre el estado
provincial. Simultáneamente, el vicegobernador Gabriel Mariotto, ariete del
gobierno central en la provincia, respalda con sus ddeclaraciones a los gremios
en conflicto y un vocero destacado de la Casa Rosada, el diputado Carlos Kunkel,
encara al y le reclama que "se deje de tanto misterio" y defina si "decide
apartarse" del proyecto de la presidenta Cristina Kirchner.
Es obvio que, en la estrategia del "todo o nada", el poder
central ha decidido chucear a Scioli (Boudou había usado la palabra "hipócrita")
para forzarlo a disciplinarse (y, en última instancia, a renunciar a su voluntad
de competir por la presidencia en 2015) o a romper, y someterlo a desgaste por
acción militante de gremios oficialistas y por sequía financiera. El gobernador,
que se ha caracterizado por una actitud de equilibrio y responsabilidad ante las
necesidades de su distrito, se ve cada vez más golpeado. El no quiere aceptar la
lógica del todo o nada. Pero, como en el tango, se necesitan dos.
A otro de los hombres de mejor imagen de la coalición
oficialista -el tigrense Sergio Massa- se le aplica la misma medicina. La
Presidente lo puso en la picota en su discurso ante las Cámaras y ahora Kunkel
también lo espolea: "Si tiene diferencias que vaya a internas". Es una
chicana, claro. ¿Acaso el oficialismo aceptaría listas orientadas por Massa o
por Scioli compitiendo en el espacio del PJ en las PASO, las primarias abiertas,
simultáneas y obligatorias de agosto?
"¿Cómo hacen estos tipos?"
Precisamente el problema del gobierno y la "profundización
del todo o nada" -que incluye en el menú las medidas prometidas para manejar la
Justicia- se deben al hecho de que el gobierno siente que el tiempo también es
su enemigo: todavía no consiguió aplicarle la Ley de Medios al Grupo Clarín. en
agosto tendrá que enfrentar las PASO, en octubre la elección general. Y en cada
etapa se juega la condición de su continuidad: la posibilidad o no de imponer la
candidatura de la señora de Kirchner a la re-reelección, previa reforma de la
Constitución. Hasta entonces, no tiene sucesión.
Dentro de las filas propias, "sordos ruidos oir se dejan".Y
por fuera, ya se observan movimientos convergentes de peronistas y aliados que
se preparan para la batalla. A la luz pública, en Baradero, en el salón de
comidas del predio donde se realiza ExpoAgro (la muestra agroindustrial que
cuenta con el patrocinio de los diarios Clarín y La Nación) Roberto Lavagna y
Mauricio Macri se exhibieron juntos y compartieron un almuerzo del que también
participaron el intendente de Malvinas Argentinas, Jesús Cariglino, Gerónimo
Venegas (líder de los trabajadores rurales y de las 62 Organizaciones), los
diputados Carlos Brown y Eduardo Amadeo; el economista Carlos Melconian y el
ruralista Eduardo De Angeli. Macri y Lavagna ya se han visto varias veces, lo
que suscitó rumores sobre la posibilidad de que el ex ministro de Economía sea
candidato del Pro. Ambos lo desmintieron. “No hablamos de las elecciones”,
aseguraron, aunque admitieron la posibilidad de integrar un frente electoral
para las próximas legislativas, conformado por el PRO y sectores del peronismo
no kirchnerista.
Lavagna golpea donde al gobierno le duele: promete una
alternativa asentada en el peronismo.“Yo no voy a ser candidato de otro partido
que no sea el mío, y yo soy justicialista”.La frase tiene un implícito: el
ministro admite que será candidato. Insinuó caminos y aliados internos: “”El
justicialismo está buscando distintos canales de expresión, el Momo (Gerónimo)
Venegas ha creado el partido FE, (Hugo) Moyano ha creado el partido del Trabajo
y la Producción. Se están armando canales para expresarse en clara
diferenciación del Gobierno nacional”, dijo. Pero fue más allá: consideró que
Sergio Massa es “un dirigente importante en la provincia de Buenos Aires, como
lo es Daniel Scioli. Habrá que esperar la decisión que tomen, cómo participar y
dónde”.
Si Kunkel y otros cristinistas empujan al gobernador y al
intendente de Tigre fuera del cristinismo, hay quienes les adelantan que hay
mucha vida fuera de ese espacio. Otro que apuntó en la misma dirección fue Jorge
Macri, intendente de Vicente López y un puntal del Pro bonaerense: "Sergio y
Daniel Scioli son figuras medio disruptivas en el marco del kirchnerismo -le
dijo a La Nación-. Son tipos con los que podés dialogar. Muy distinto de un
Kunkel. Entonces, mirado desde afuera uno a veces piensa que son opositores. Sin
embargo, están dentro del kirchnerismo. Si rompiesen, me parece que son personas
con las que habría que dialogar".
Todo o nada: el gobierno pelea contra el tiempo en
diferentes escenarios. Ya piensa en llevar el congelamiento (?) de precios más
allá de abril. Y habla de reemplazar en las ofertas de supermercados a las
tarjetas de bancos que hoy compiten entre sí por una tarjeta estatal (una
especie de SUBE) eitida por el Estado. No hay una estrategia detrás de esa idea.
Sólo una ocurrencia. Cuya motivación principal es sesgada: las tarjetas de los
bancos son grandes avisadores. Y los avisos benefician principalmente a los
medios que el gobierno combate. Si no hay ofertas, no hay avisos. Esa es el
concepto estratégico.
El gobierno está en guerra. Todo o nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario