sábado, 16 de octubre de 2010

El crepúsculo que no sale en la foto. Por Jorge Raventos


Octubre, el mes emblemático de la simbología peronista, adquirió este año matices crepusculares para el presidente del PJ (y jefe de facto del gobierno), Néstor Kirchner.

Quienes creen cándidamente que la realidad se deja atrapar en las fotografías, podrían quizás afirmar lo contrario, porque ciertamente en los últimos diez días se ha podido ver al esposo de la presidente retratado en el centro de grandes concentraciones de sus partidarios, como si siguiera siendo el centro de un sistema solar. El viernes 8 de octubre Kirchner se exhibió en su provincia, Santa Cruz, con la compañía de una legión de gobernadores en un estadio cerrado en el que no cabía un alfiler; y el último viernes se lo vió, de traje y corbata, escoltado por los sindicalistas que siguen a Hugo Moyano en el palco que el camionero montó en la cancha de River con la excusa de celebrar el Día de la Lealtad. Las tribunas y el campo de juego albergaron no menos de 70.000 personas.


Tanto activismo, tanta euforia no refleja, sin embargo, un momento de alza o afirmación del kirchnerismo; apenas si distrae por un momento , como para disimular el espectáculo de su disgregación.

El acto de Santa Cruz pudo consumarse con la presencia de mandatarios provinciales porque Kirchner aceptó antes los condicionamientos que varios de ellos pusieron, en primer lugar que se omitieran ataques a la Corte Suprema. Debilitado por la derrota que ha sufrido en la guerra que el desató contra los medios de comunicación (particularmente con Clarín), Kirchner se ve forzado a pedir ayuda y a admitir requisitos.

En cuanto al que se escenificó en River, quedó claro que tanto Kirchner como su esposa estaban allí como huéspedes, y que el apoyo que Moyano proclamó en algún momento de su discurso no era más que la módica contraprestación por la factura (en este caso política) que ha empezado a presentar le al matrimonio. No se podría acusar al camionero de enmascarar sus deseos: quiere decidir candidaturas, quiere tener gente propia “en los tres poderes”. Así, la foto del último viernes, la de las tribunas llenas, revela la fuerza que Kirchner no tiene, la que debe pedir prestada (la que debe alquilar a cambio de una porción creciente del poder que todavía administra).

Si bien se mira, el propio anfitrión de los Kirchner (ligado al poder de ellos, sobre el que aspira a incrementar su participación accionaria), tampoco atraviesa el ápice de su potencia: Moyano no consiguió que fueran a River los gremios más numerosos de la CGT que conduce, ni los jefes territoriales que forman la viga mayor del PJ bonaerense que él ahora preside. Además, entre los que sí fueron a River, una porción nada desdeñable lo rechifló cuando hablaba y cuando se lo nombraba. Las columnas del sindicato de la Construcción se retiraron mucho antes de que terminaran los discursos. La dispersión afecta las fuerzas del oficialismo tanto en el centro como en la periferia.

En cualquier caso, la cita que habilitó Moyano le vino bien al gobierno para atravesar velozmente su fracaso parlamentario del miércoles 13, cuando el Senado completó la sanción de la ley que establece el valor mínimo de las jubilaciones en el 82 por ciento del salario mínimo. Esa derrota, que forzó a la señora de Kirchner a usar el veto presidencial, fue en sí misma otra muestra del desconcierto y la desarticulación del oficialismo: primero, facilitó el quorum que la oposición no estaba en condiciones de alcanzar por sus propios medios; luego, tironeado el bloque de senadores por un creciente bicefalismo (el santacruceño Nicolás Fernández disputa el control con el jefe de la bancada, Miguel Angel Pichetto), le entregó al vicepresidente Julio Cobos la oportunidad de desempatar y recuperar un protagonismo parecido al que lo proyectó al estrellato cuando decidió en torno a la resolución 125 en 2008. Desde Olivos le bajaron el pulgar a la posición de Pichetto, que se inclinaba por evitar aquella circunstancia eludiendo el empate por el sencillo expediente de hacer retirar del recinto uno de los senadores propios en el momento de la votación.

Como el desconcierto es contagioso, hay que consignar que algunas figuras del sector que en la Unión Cívica Radical compite con el vicepresidente creyeron ver un designio conspirativo en el hecho de se facilitara a Cobos el rol de desempatar en el sensible tema de los haberes jubilatorios: un afán kirchnerista de beneficiarlo y de perjudicar así a su contrincante en la interna radical, Ricardo Alfonsín. Hay gente que confunde gordura con hinchazón y le asigna maquiavelismo o cálculo a cualquier desbarre de Kirchner o del gobierno.

La verdad es que Kirchner está todavía perplejo, tratando de reponerse de la derrota ante Clarín, de las dificultades en los juzgados (presentes y potenciales) y del desflecamiento de las riendas con las que mantenía la disciplina.

En cierto sentido, sus desventuras también se reflejan en el campo de la oposición. La paulatina, cautelosa diferenciación de Daniel Scioli del magma kirchnerista y ciertos signos de proyección en busca de horizontes más amplios, han alcanzado para que la atención de distintos actores y de sectores de poder encontraran un foco de atracción que si ensombrece a la familia Kirchner, también eclipsa, al menos parcialmente, a las candidaturas opositoras que venían ocupando espacio.
Tanto en los corrillos de la reunión de IDEA en Mar del Plata como un reciente encuentro de Francisco de Narváez con los líderes de la Asociación Empresaria Argentina (AEA) el tema Scioli y su eventual candidatura presidencial constituyeron puntos importantes de las conversaciones. El propio Francisco De Narváez declaró que para él “el límite son Néstor y Cristina Kirchner”, y que, “separado de ellos Daniel Scioli, no tengo diferencias sustanciales con él”.

En verdad, la disgregación del kirchnerismo (proceso en el cual la progresiva diferenciación de Scioli, por conjetural que pueda ser su consecuencia, juega un rol acelerador de gran importancia) inevitablemente afecta también al anti-kirchnerismo. Queda por ver si de esa doble licuación emerge alguna combinación que se consolide, que pueda construir poder y futuro, reconciliación, acuerdos, gestión y convocatoria, fuerza y unión nacional. ¿No añoramos aquí lo que, hasta con sana envidia, admiramos la última semana del otro lado de la Cordillera?

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