sábado, 2 de octubre de 2010

¿Hebe es Hebe o es, más bien, otro eufemismo? Por Jorge Raventos


Néstor Kirchner no se sacó el casco de guerra ni siquiera mientras en Nueva York turnaba los sombreros de secretario general de Unasur y los de “primer caballero” en galas y conferencias. Desde su suite del Four Seasons, sólo se entretuvo con la magnífica vista aérea del Central Park en los breves intervalos entre llamada y llamada a Buenos Aires: seguía minuciosamente las novedades judiciales referidas a las distintas escaramuzas que el gobierno mantiene con el Grupo Clarín (Papel Prensa, grilla de canales, Fibertel, aplicación plena de la ley de medios, etc.), reclamaba el máximo respaldo a la organización del acto del martes 28 frente al Palacio de Justicia, requería detalles sobre la suerte de Hugo Yasky en la elección interna de la Central de Trabajadores Argentinos, maldecía al enterarse de la rotunda victoria de la lista de Pablo Micelli en Jujuy, donde él confiaba en que Milagro Sala y su agrupación Tupac Amaru iban a desequilibrar a favor del candidato del gobierno.


Kirchner está permanentemente en operaciones y aunque no quiere perder en ningún escenario, para él la madre de todas las batallas es su guerra con el Grupo Clarín. En ella se resume su convicción de que fue la prensa la que determinó la decisiva derrota política de 2008 frente al campo y la posterior caída electoral en 2009, y que, por lo tanto, sin control de la prensa independiente, su suerte en los comicios de 2011 está echada.
El tiempo determina su hiperkinesia: sabe que al día de hoy un foso lo separa de la opinión pública, aquella tras la cual se atrincheraba, al inicio de su mandato, en 2003 y 2004, para imponerle condiciones al peronismo. Hoy, sin la opinión pública de su lado, ha empezado a perder pie en el peronismo y hasta en el “pejota” que él mismo encabeza. En su mesa de arena el triunfo sobre Clarín es la operación indispensable para debilitar a sus adversarios e imponerle condiciones a su propia tropa.
Es en función de esa guerra, que Olivos ha decidido actuar sobre la Corte. Kirchner está disconforme con el comportamiento del máximo Tribunal: esperaba que en esta guerra actuara como un aliado pleno, no con reticencia jurídica; que disciplinara rápidamente a las instancias inferiores de la Justicia que obstaculizan la aplicación de la Ley de Medios.
La Corte se pronunció sobre aclarando que sólo está suspendida la aplicación de un artículo, sobre el que se tramitan medidas cautelares. Justamente ese artículo es que inquieta a Olivos: es el que obligaría al grupo Clarín a deshacerse de varios de sus medios electrónicos en el plazo de un año. Kirchner querría que ese plazo empezara a correr ya mismo. La elección de octubre de 2011 se gana o se pierde para él antes de esa fecha: depende de esta guerra.
Por eso ha decidido aplicar la máxima presión sobre el Poder Judicial: desde rechazarle el presupuesto que solicita (le niega 778 millones de pesos, una cifra que ni siquiera alcanza a la que el gobierna dedica, por caso, a las transmisiones televisivas de fútbol), hasta alentar al gobernador de Santa Cruz a desobedecer un fallo del Tribunal o impulsar a la señora Hebe de Bonafini al micrófono para que dispare contra los jueces supremos.
La concentración frente al Palacio de Justicia del martes 28 fue tejida desde el gobierno, con amplísima publicidad oficial y fue convocada bajo el paraguas de agrupaciones profesionales, de periodistas y actores, y organizaciones de derechos humanos tuteladas por el oficialismo. Desde Olivos se decidió que la oradora de fondo fuera la señora de Bonafini.
La jefa de Madres de Plaza de Mayo propuso en tono airado "hacer una marcha por mes si es necesario" para "arrancarle la ley a esta justicia cómplice de la dictadura" militar y anticipó que "los diarios de mañana dirán que nosotros generamos la violencia, pero la violencia la generan ellos". Su presunción era razonable; minutos antes después de llamar “turros” y de calificar de coimeros a los miembros de la Corte , había planteado: "Si tenemos que tomar el Palacio de Tribunales, tomémoslo".
En los últimos días se han oído muchas críticas contra la señora de Bonafini basadas en ese discurso de la Plaza Lavalle. Esos ataques se basan en un argumento equívoco, que alguien, desde otra postura, quiso utilizar para disculparla: “Hebe es Hebe”. Error. La señora –como el gobernador Peralta en su desobediencia a la Corte o el secretario de Comercio Moreno en sus incursiones, sea en Papel Prensa o en el INDEC- es un eufemismo; todos ellos son encarnaciones de Néstor Kirchner.
A diferencia de Peralta o Moreno, sin embargo, la señora es un eufemismo muy significativo, porque ella tiene marca propia y ha sido el emblema tras el cual los Kirchner han querido alinear y proteger sus acciones de poder. Ellos no quieren que su apellido sea asociado a la pingüiburguesía del capitalismo de amigos, a Cristóbal López, a los terrenos de Calafate, a Skanska, a Electroingeniería, a Claudio Uberti, al valijero venezolano, a los aportes de los proveedores de remedios truchos. Prefieren cubrirse con la bandera de los derechos humanos y han invertido previsoramente en eso. Con ella dieron batallas importantes y de ella recogieron ganancias políticas.
Ahora han decidido usar sin reservas esa bandera para que encabece su guerra con Clarín, y también sin reparos impulsan a los nombres emblemáticos para que vayan al frente en batallas como la de la Corte Suprema, esa misma Corte que el gobierno designó, en un acto que le produjo réditos en la opinión pública.
Si hay algo que denota el carácter determinante que Kirchner asigna a la guerra con los medios es seguramente la inversión en recursos materiales y humanos que se muestra decidido a dedicar a ese objetivo. Kirchner tiene fama de acaparar más que de desembolsar.
Ahora, así como se gasta los ahorros contantes y sonantes del Banco Central y de ANSES, Kirchner rompe la alcancía y gasta de los ahorros políticos. Es cierto que también aquí se propone echar mano de ahorros ajenos: por ejemplo, los de los jefes territoriales del peronismo (a quienes les pide que sacrifiquen sin egoísmos el capital de ellos en beneficio de una victoria de él), los de los progresistas candorosos que no entienden por qué hay que maltratar a los jueces supremos y (algo morosos en la comprensión, se preguntan: “¿qué le pasó?”).
Como un jugador compulsivo Kirchner está poniendo todas las fichas sobre el tapete. Si gana –especula- , él se encargará de recuperar todo lo invertido imponiendo a los vencidos (y a quienes él haya detectado como aliados de los vencidos) su propio Pacto de Versailles.
La derrota se niega a imaginarla. Esa es tarea de otros.

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