lunes, 25 de octubre de 2010

Inseguridad e indolencia. Por Claudio Chaves

El problema de la inseguridad no es nuevo, ni siquiera de los últimos tiempos. Lo hemos padecido en distintos momentos a lo largo historia. Y siempre hubo alguien que encontró una solución.Voces interesadas afirman que es un fenómeno moderno que asuela al mundo entero a consecuencia del triunfo salvaje del capitalismo inhumano. “Frente a la inseguridad creada en el mundo por el retroceso del Estado de Bienestar. ¿Cómo se compensa esta sensación? Mostrando que la principal amenaza que hay es el delito común” (Zaffaroni al diario La Nación 18/2/09).

La presidente, por su parte, tiene la teoría de que el crimen y la violencia social responden a la enorme desigualdad. Una especie de revancha de los de abajo frente al abismo entre ricos y pobres. Llegando a expresar que al no ser la desigualdad tan marcada en África el delito en ese continente es un problema menor.
Hay, también, otras opiniones que responsabilizan a la circulación y profusión de noticias como la causante de nuevos delitos. Tesis que abona Alberto Fernández, ex Jefe de Gabinete de este gobierno, según un artículo de su autoría aparecido en La Nación (4/10/2010). Este último parecer es fácil de desestimar a poco de indagar en nuestras familias y círculo de amigos.
¿Entonces que podemos decir acerca de la ola delictual que nos azota y que según indican las encuestas se halla en el primer orden de preocupación del pueblo? ¿Cuál su razón de ser?
¿La pobreza? ¿La desigualdad? ¿La injusticia social? ¿Los trabajos mal pagos? ¿La desaparición de la cultura del trabajo? ¿La pobreza estructural?
Puede ser, sin embargo a mi entender responde más a causas de un Estado ausente, inexistente, ineficiente y bobo que ha optado por “dejar hacer y dejar pasar” al mejor estilo smithiano, que a causas de otra índole.
Un Estado que en vez de intervenir, como y donde corresponde, se aparta de sus responsabilidades fundamentales que son la seguridad, la salud y la educación. En el caso argentino se hace más evidente y dramática la borrada. ¿Por qué?
Porque la élite política que nos gobierna es portadora de la utopía (para decirlo de alguna manera piadosa), de que “el rol de la política es la de ser garante de derechos y reguladora de la vida económica”, en lenguaje vulgar intervencionismo. Sin embargo en temas como la seguridad reina el laissez faire.
El avance del delito se debe, seguramente, a múltiples causas, ahora bien, mientras no sean corregidas o esperamos que eso ocurra tenemos delincuentes en la calle que matan, violan y asesinan. ¿Que hacemos entonces? ¿Esperamos la solución a largo plazo? ¿Cuál es ella? La élite gobernante debería recordar las celebres palabras de Keynes, economista de sus amores, quién decía a largo plazo estamos todos muertos.

ALGUNOS EJEMPLOS DE LA HISTORIA

Corría el año 1812 y la provincia de Buenos Aires cargaba sobre sus espaldas con la responsabilidad fundamental de la guerra de la independencia.
El esfuerzo y el desgaste político, con sus luchas intestinas, habían originado un vacío de poder que motivó un serio desorden administrativo y civil que alimentaron el crecimiento voraz del delito. Era preciso solucionar el asunto y “atender a la defensa de la seguridad individual y de la propiedad, seriamente comprometidas por un estado de cosas de lo más lamentable que nadie pueda imaginar. Numerosísimas bandas de salteadores y asesinos, abrigados en las arboledas y huecos del ejido y de las quintas infestaban los suburbios. No solo de noche, sino a la luz del día, saqueaban y asesinaban familias enteras quebrantando puertas a viva fuerza, o abriéndolas con ganzúas. Su audacia había llegado a tanto, que con mucha frecuencia, aún a la hora de la siesta, se introducían en el centro mismo de la ciudad y saqueaban tiendas o casas de familia con éxito completo.
Los suburbios en que se abrigaban esas bandas de malhechores y prófugos formaban al oeste, de norte a sur, una cintura que ceñía a la ciudad, donde había eriales y huecos desolados, perfectamente apropiados para escondrijo de vagos, prófugos y criminales.
El mal había llegado en 1812 a ser una calamidad pública, una plaga social que tenía aterrado al vecindario. Era indispensable, urgente, extirpar a toda costa ese desorden con un rigor inexorable, sumario y ejecutivo en los procedimientos. El mal crecía por semanas; y la situación general estaba ya afectada como por una de esas desgracias que conturban el orden social arruinando el imperio de las leyes y de las buenas costumbres.
En vista de estos principios y de esa necesidad suprema se creo una Comisión de Justicia, encargada de proceder sumarísimamente y nada más que a buena verdad sabida, o probada, en cada caso de crimen contra las personas o contra los bienes, eliminando todos los procedimientos que pudieran hacer moroso o ineficaz el castigo aún en los casos de condenación a muerte, que fueron los más frecuentes. Esta Comisión comenzó sus trabajos con un manifiesto:
Las leyes que se han hecho precisamente para consultar la seguridad y el orden de las sociedades y de sus individuos, jamás deben permitirse que degeneren en disolución. Las consideraciones de equidad que se dispensan a los delincuentes, lejos de producir efectos saludables, llegan a ser una barrera que defiende escandalosamente la impunidad de los delitos. Los delincuentes calculan sobre la demora de su castigo. En tales circunstancias es ya necesario abrir un paréntesis a todas esas fórmulas y ritualidades ordinarias, que no pueden sostenerse sin peligro inminente del resto de la comunidad” (López, Vicente Fidel: Historia de la República Argentina. Ed. La Facultad. Bs. As. 1926. T. IV. Pág. 143 y 144)
De esta forma aquellos hombres, valorados hoy como próceres fueron, también, capaces de hallar un remedio a los “pequeños problemas” de la vida cotidiana.
Además de las grandes utopías de la libertad y la independencia resolvieron la “insignificancia” de combatir a pillos y facinerosos.


Ocurrida la Batalla de Caseros y derrotado Rosas el general Urquiza ocupó circunstancialmente el caserón de don Juan Manuel, en San Benito de Palermo en la afueras de la ciudad. Esperó allí algunos días antes de entrar a Buenos Aires. Sin autoridad, puesto que Rosas se había ido y Urquiza no entraba la ciudad se transformó en un pandemónium. Bandas de ladrones, desertores y vencidos ocasionaron todo tipo de desmanes y tropelías. La ausencia de autoridad competente envalentonaba a los elementos antisociales que existen en los intersticios de toda sociedad.
“Al caer la noche y en la ausencia de disciplina y orden, bandas desorganizadas empezaron a saquear las tiendas y las casas. Ante el desamparo fuerzas de marinería extranjera desembarcaron para mantener un poco de orden. En la mañana siguiente, una banda compuesta de diversos elementos cayó de improviso sobre un piquete de marinería abriendo fuego”. (Scobie, James, R.: La lucha por la consolidación de la nacionalidad argentina. 1852-1862. Ed. Hachette. Bs. As. 1964. Pág. 21)
Los desmanes se desarrollaron durante tres días seguidos llegando incluso a ingresar un delincuente en la casa del representante inglés en Buenos Aires lo que nos hace imaginar la zozobra y angustia de la población común.
A los dos días el cuerpo diplomático se entrevistó con Urquiza en Palermo rogándole a “Urquiza tomara medidas inmediatas con el fin de asegurar la vida y los bienes contra el pillaje. Urquiza inmediatamente dio orden de que cualquiera persona a quienes se encontrase robando fuese fusilada en el acto y mandó a la ciudad patrullas de su ejército para ayudar a la policía. El cinco de febrero ya habían sido fusiladas más de un centenar de personas. El restablecimiento del orden por la fuerza aumentaron el número de los ejecutados. El camino que unía a Buenos Aires con el cuartel general en Palermo era a menudo el teatro de tales ejecuciones colgándose los cadáveres de las ramas de los árboles del camino”. (Scobie: Ob. Cit. Pág. 26)
Estos crueles acontecimientos ponen evidencia las condiciones que se gestan cuando no hay Estado o autoridad competente, en condiciones de generar y mantener el orden, y cuando los hechos alcanzan niveles insoportables, en que la vida en sociedad se hace imposible, las respuestas halladas siempre son brutales e inhumanas.
Cierto es que en el caso narrado los sucesos se produjeron de repente. Sin embargo hay otros momentos en que se dejan avanzar las cosas irresponsablemente sin causas que lo justifiquen. En esta situación nos hallamos hoy los argentinos.

El largo problema del indio en la pampa argentina fue resuelto en 1879 por el General Roca. El asunto venía de lejos. Ya en 1750 el abuelo de Rosas había caído asesinado a orillas del Salado a manos de un malón en los alrededores de su estancia, el Rincón de López. Recuerdo que la historia recoge por la importancia del nieto. Pero fueron cientos los que murieron a manos de los salvajes y cuyos nombres no han trascendido.
Más de ciento treinta años los argentinos convivimos con el problema del indio. Robaba, violaba, incendiaba y raptaba en sus feroces entradas sobre las poblaciones. Era dueño de un territorio en donde el Estado Nacional no ejercía control ni dominio. “Fronteras interiores” denominaba Roca a esas tierras. Como ejemplo de esto último está el recuerdo de las infelices cautivas. Esclavizadas en los aduares y en el mejor de los casos rescatadas por medio del pago de abultadas sumas de dinero. Se llegó al escándalo que el Banco Provincia abrió una línea de crédito para rescatar cautivas.
En 1876 se produjo lo que se conoce como la "invasión grande". Masivo y mortal ataque indígena sobre Azul, Tapalqué y Tandil provocando más de 400 muertos, quinientos secuestrados cautivos, y 300.000 cabezas de ganado en manos de la marginalidad.
Era imposible continuar viviendo asediados por el robo, la muerte y la violencia, o se triunfaba de manera clara y contundente o los pueblos de frontera continuarían desangrándose. El general Roca decidió asumir los costos políticos y la responsabilidad de la tarea.
“Vamos pues a disputarles sus propias guaridas, lo que no conseguiremos sino por medio de la fuerza. A mi juicio el mejor sistema de concluir con los indios es el de la guerra ofensiva. Hay que ir a buscarlos a sus guaridas y causarles un terror y un espanto indescriptibles” (Roca)

En síntesis si se deja avanzar la situación delictual hasta un punto que sobrepase los naturales límites de lo tolerable, llegará, entonces, una época de violencia represiva como quizás no se halla visto aún, es hora de resolver las cosas ya, antes que la situación empeore. El estado nacional debe pasar a la ofensiva y destruir sus cuevas y guaridas que se conocen y se sabe donde están.
Como se hizo en 1812, 1852 y 1879. Hay que tener decisión y coraje. No resta mucho tiempo.

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