domingo, 27 de febrero de 2011

Sólo se puede predecir lo que ya ha ocurrido. Por Jorge Raventos


Los sectores del sedicente progresismo que anidan en el entorno de la Presidencia de la Nación no esperaron a que concluyera febrero para lanzar una renovada blitzkrieg sobre el gobierno bonaerense. Si una de las columnas de esa acometida se dedica a imponer las listas colectoras destinadas a competir con el peronismo de la provincia colgadas de la (aún potencial) candidatura de la señora de Kirchner, otra columna embiste contra la política de seguridad impulsada por Daniel Scioli y sus sucesivos ministros del ramo: primero Carlos Stornelli y ahora Ricardo Casal.


Esta semana se hicieron ver en el campo de batalla dos oficiales superiores de esa ofensiva, el periodista (y asesor estrella del Poder Ejecutivo) Horacio Verbitsky y el ex ministro León Arslanian. Ambos arremetieron contra el ministro Casal y contra el gobernador; a Scioli lo culpan de haber desbaratado la reforma policial bonaerense que Arslanián condujo durante el mandato de Felipe Solá. En plena Legislatura bonaerense, Verbitsky acusó el miércoles al gobernador de promover “el autogobierno policial”: estuvo rodeado, como era previsible, por Martin Sabatella (el beneficiario de la colectora que auspicia el oficialismo progre), el jefe gremial de los docentes provinciales (a quienes no les escasean los fondos para lanzar costosas campañas publicitarias por TV) y hasta por el diputado Fernando Navarro, que hasta esa fecha lucía como aliado de Scioli.

La feroz embestida de la izquierda oficialista contra el gobernador bonaerense tiene una explicación: los atacantes se sienten apremiados por el tiempo. Aunque faltan apenas ocho meses para la elección presidencial y seis para las primarias abiertas en la que se consagrarán los máximos candidatos de cada fuerza, el entorno no ha conseguido aún que la señora de Kirchner proclame abiertamente su deseo y su decisión de ir por la reelección. Ese sector está empeñado en convencer a la Presidente de que su candidatura tiene la victoria asegurada, sin necesidad de arriesgar una segunda vuelta: tienen dinero para contratar encuestas que lo prueben y lo propaguen. La difícil operación que se han impuesto no sólo reclama la voluntad, el vigor físico y espiritual y el asentimiento de la señora de Kirchner (que se hace esperar); también les requiere la participación (para ellos indeseada pero inevitable) del gobernador bonaerense, cuyo capital electoral es, en el distrito, superior al de la misma Presidente .
Scioli es observado con la máxima aprensión por ese entorno, que lo juzga sapo de otro pozo, un personaje “de las antípodas ideológicas”, como supo sintetizar Sabatella. Lo quieren adentro, porque lo necesitan, pero lo quieren condicionado, debilitado y devaluado: aspiran a manejarle hilos principales de su administración, quieren bloquear toda posibilidad de que el distrito divorcie el comicio provincial del nacional y, por supuesto, aspiran a evitar cualquier posibilidad, por mínima que parezca, de que la disconformidad hacia el gobierno nacional de una gran legión de jefes territoriales del bonaerense puede manifestarse en el respaldo a Scioli para encarar una candidatura presidencial.

Aquel entorno se desinteresa de la conducta paciente y disciplinada de la que Scioli ha dado largas evidencias (y que otros actores le echan en cara). Saben que la naturaleza de algunos conflictos desata fuerzas mucho más poderosas que la voluntad o las intenciones de los actores. Por eso la embestida contra el gobernador se propone conseguir sus objetivos antes de que sea tarde. No quieren tentar al diablo.

Como no hay acción que sea neutra, puede ocurrir que termine por manifestarse la física de la política y que el acoso al que están sometiendo a Scioli y a los jefes territoriales bonaerenses provoque reacciones en sentido contrario. En principio, desde el gabinete del gobernador ya han empezado a ensayarse respuestas enérgicas dirigidas a Arslanián, a Verbitski, a Sabatella y al voluble diputado Navarro.

No parece fácil que un político como el mandatario bonaerense, que ya ha exhibido su activo electoral y su sustento en la opinión pública, acepte ser conducido a los panzazos a su reelección como gobernador: se le estarían prometiendo cuatro años en condición de prisionero, dependiente de fondos mezquinados por el Tesoro central y blanco de los disparos de quienes íntimamente lo consideran un enemigo ideológico.

En el fondo, se está reencarnado oscuramente una pugna añeja, que ya cuenta más de tres décadas: la que ha enfrentado, a veces letalmente, al tronco justicialista con los injertos que en la década del 70 pretendieron parasitar el forzado exilio y la proscripción de Juan Perón, amparados a la sombra bonachona de Héctor Cámpora.

Algunos núcleos activos de aquel camporismo se beneficiaron con la prohibición que el gobierno militar de entonces le impuso a la candidatura de Perón y le perdonó a la de Cámpora. Así, ocuparon fragmentos del Estado (desde gobernaciones y vicegobernaciones hasta ministerios y manejo de fuerzas policiales) y esperaban usufructuarlos largamente, pero Perón y la conflictiva realidad empujaron la renuncia de Cámpora y la convocatoria a un comicio limpio, sin ninguna proscripción. Los montoneros y con ellos aquel camporismo beneficiario de la última elección proscriptiva dejaron el gobierno.

Aunque la empuja con sus actos, el actual entorno camporista trata de prevenirse de la una repetición exacta de la historia. En El encuentro, un cuento de Borges, dos hombres se baten usando cuchillos que ya habían usado otros duelistas en anteriores ocasiones: “las armas, no los hombres, pelearon”, resume el narrador.
Aunque el paisaje electoral a ocho meses vista no está claro aún, pues no se conocen con precisión los candidatos, hay un duelo de fondo que está en el aire y que quizás deba producirse para que lo que hoy parece turbio, se vuelva transparente.
En ese contexto hay que buscarle interpretación a hechos de la crónica semanal como la prisión de José Pedraza, las peripecias de la agencia oficial de noticias, los minués de la Justicia, la disolución de la Oficina Nacional de Control Comercial Agropecuario (varias denunciada por actos corruptos ) y también, muy especialmente, a los disparos contra la Casa de Dardo Rocha.
Como escribió Samuel Becket: “Sólo se puede predecir lo que ya ha ocurrido”.

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