lunes, 30 de mayo de 2011

El kirchnerista que faltaba: Carlos Menem. Por Daniel V. González

Finalmente, Carlos Menem confesó algo que ya sospechábamos: en octubre votará por Cristina Kirchner.
Al momento de concurrir a votar en las elecciones de La Rioja, y al ser consultado por los periodistas, el ex presidente puso especial empeño en que los medios de todo el país registraran lo que él estaba deseoso de comunicarles: que en octubre su voto será para Cristina a quien, además, colmó de halagos respecto de su aptitud para gobernar.

De este modo, el jefe político de las profundas transformaciones de la última década del siglo pasado, abdica de su lugar en la política y en la historia y se entrega a la evidencia que propone las encuestadoras: que Cristina Kirchner será la triunfadora en octubre. “No hay con qué darle”, había dicho el riojano hace algunos días, en referencia a las posibilidades electorales de la actual presidenta.
¿Menem percibe acaso que este gobierno significa la profundización de los cambios introducidos por él en los noventa? Ciertamente sería un ejercicio de complicada alquimia política encontrar puntos de continuidad entre uno y otro período de gobierno.
¿Piensa Menem que, después de todo, sus políticas fueron equivocadas y éstas, las de Néstor y Cristina Kirchner, son “más peronistas” y, por lo tanto deben ser apoyadas?
Menem no ha dado ninguna explicación de su cambio de humor político. Pero su adhesión casi silenciosa y mendicante al kirchnerismo en cierto modo significa una abdicación de su ciclo de gobierno, la renuncia a las ideas y argumentos políticos que presidieron esas transformaciones, tan denostadas por quienes ahora ejercen el poder y ante quienes ahora, silenciosamente, Menem se rinde.
Por más que uno se esfuerce, es muy difícil encontrar puntos de contacto entre uno y otro gobierno, al menos en los asuntos más sustanciales.
En Derechos Humanos, tema central para este gobierno, Menem prefirió intentar cicatrizar las heridas que habían dejado los años de plomo, indultando a unos y otros.
Iglesia y Fuerzas Armadas fueron tratados con respeto y con el reconocimiento que merecen esas dos instituciones.
En esos años existió una irrestricta libertad de prensa, a punto tal que los canales de aire, hasta entonces estatales, fueron privatizados.
Los cambios más importantes y perdurables correspondieron al área de la política económica, donde se libró una batalla a muerte contra la inflación, eliminando así uno de los principales flagelos que atenta contra el bolsillo de los más pobres. Se recuperó el presupuesto como instrumento de planificación económica y el estado recuperó el poder que había perdido en medio del caos económico creado por la hiperinflación. Las privatizaciones pusieron racionalidad en el uso de los recursos públicos y permitieron sostener la estabilidad, pieza clave para la recuperación económica en tiempos en que la bendición china aún no había llegado.
En cierto modo, podría decirse que este gobierno, en aspectos sustanciales, está en las antípodas del de Carlos Menem. Claro que cuenta con una ventaja: parece invencible y poderoso, imposible de derrotar. Como dice Menem, existe la sensación de que “no hay con qué darle”. Tiene los recursos, la razón y la pasión. Llega al corazón y al bolsillo de los argentinos.
Claro que ésta es una percepción que no compartimos con Menem.
Néstor y Cristina Kirchner, han gobernado en un período en que el país ha contado, por razones que no tienen que ver con sus actos, con recursos extraordinarios, que se están despilfarrando. Pero además, ha mercantilizado los Derechos Humanos y los ha reducido a la reivindicación de los grupos armados de izquierda que asolaron el país en los setenta. Ha salpicado la economía de trabas y subsidios que anuncian severos inconvenientes económicos en un futuro no lejano y agrede en forma sistemática a los empresarios nacionales y extranjeros, del campo y de la industria.
Nos negamos a pensar que la casi postrera adhesión de Menem al kirchnerismo provenga de algún mezquino cálculo personal o de un pacto que suponga para el ex presidente un trato preferencial por parte de la justicia en las causas judiciales que protagoniza.
De todos modos, si así fuera, se trataría de un final de carrera ignominioso y deplorable. Y además, muy triste: lejos de recibirlo con los brazos abiertos, sus nuevos compañeros de ruta lo desprecian y maldicen.
Pero es ése y no otro el lugar que Menem ha elegido para finalizar su carrera política.

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