domingo, 9 de octubre de 2011

La quimera de la perpetuidad. Por Jorge Raventos

El académico argentino Ernesto Laclau vive hace décadas en el Reino Unido y enseña en la Universidad de Essex. Es también una suerte de gurú del populismo que jerarquiza teóricamente las intuiciones ideológicas del kirchnerismo. Su residencia en Inglaterra provee a Laclau de una cómoda situación para hacer la apología de un poder que sólo experimenta como turista (y, podría decirse, como proveedor). Sus argumentos son muy atendidos por la Presidente y por algunos círculos de los que se dedican a elaborar “el relato” oficialista.
Aunque a veces el lenguaje del profesor Laclau luce abstruso, conviene esforzarse en descifrarlo, porque siempre suministra significativas perlas. Un domingo atrás, por ejemplo, en una entrevista que concedió a Página 12, Laclau se pronunció por la continuidad sine die de la Presidente. Hasta allí el profesor no va más allá de una expresión de deseos y simpatía política. Lo interesante viene de inmediato, en un argumento que es también un diagnóstico: “Una democracia real en Latinoamérica se basa en la reelección indefinida (…) si ese nombre desaparece, el sistema se vuelve vulnerable”.

La observación ilumina el desvelo que ya mismo –antes aún de que se formalice la primera reelección de la Presidente- agita al kirchnerismo puro y duro: cómo evitar esa vulnerabilidad del sistema; en otras palabras: cómo garantizar la permanencia de la Señora en el poder.
La re-reelección (indefinida) no es una elucubración arbitraria de algunos opositores ni una mera ocurrencia de oficialistas obsecuentes, sino –Laclau dixit-, una condición indispensable para la salud del modelo. Más aún: una manifestación (un fundamento) de la “democracia real”.
Aunque las instituciones son débiles en el país y no siempre representan una valla eficaz ante actos de poder puro, parece claro que esa ansiada permanencia de la Señora en el poder más allá de 2015 requeriría una reforma constitucional. Para convocarla se requieren mayorías especiales en el Congreso que el oficialismo ni siquiera alcanzaría con una elección excepcional como la que espera el 23 de octubre. Necesitaría conseguir el apoyo de otros sectores, un menester semejante al que experimentó Carlos Menem cuando quiso reformar en la primera mitad de los años 90. El pudo avanzar merced al Pacto de Olivos, que, junto con el tema de la reelección, habilitó temas reformistas que interesaban al radicalismo y a Raúl Alfonsín.
El Frente Amplio Progresista, que orienta Hermes Binner tiene en su plataforma una propuesta clave: la transformación del sistema presidencialista argentino en uno de naturaleza parlamentaria, a la europea. He allí un objetivo que requiere una reforma constitucional. He allí la base de una posible convergencia de objetivos entre el oficialismo y el progresismo socialista.
Precisamente el juez de la Corte Eugenio Zaffaroni –el que está políticamente más próximo al gobierno- tiene un borrador de reforma que apunta en ese sentido. Un transformismo de esa naturaleza, por otra parte, convertiría en abstracta la cuestión de la reelección presidencial: el gobierno iría a manos de un primer ministro.
Cuando esta semana Elisa Carrió señaló que estaban dadas las condiciones para un acuerdo de reforma constitucional entre Binner y la Casa Rosada, el gobernador santafesino –procupado por la posibilidad de que la acusación abollara el perfil opositor que pretende encarnar- respondió que él nunca apoyaría la re-reelección presidencial. No era eso lo que resaltaba Carrió, sino que, con el argumento del cambio de sistema, el socialismo, habilitaría la reforma constitucional. Es de esta posibilidad de la que, hasta el momento, el Frente Amplio Progresista no se ha distanciado.
La preocupación de Olivos y su entorno por la permanencia en el 2015 es lo que convierte en zona contaminada cualquier insinuación sobre posibles sucesores. Todo el mundo sabe que hay fuertes personalidades políticas en el seno de la coalición oficialista que tienen vocación y, en principio, posibilidades de aspirar a la presidencia cuando se agote el período de la señora. Por mencionar solamente a gobernadores, allí están los nombres de Juan Manuel Urtubey, Jorge Capitanich, José Manuel De la Sota, José Luis Gioja o Daniel Scioli. Por el momento, ninguno de ellos quiere hablar demasiado sobre sus esperanzas para dentro de cuatro años. El tema parece tabú.
Aunque razonablemente se puede alegar que es prematuro agitar el asunto con tanta anticipación, puede intuirse que el motivo es otro: no quieren aportar a la vulnerabilidad a la que aludía Laclau. No quieren insinuar ya que en cuatro años, con las leyes actuales, corresponderá un cambio de nombre: uno desaparece y otro toma su lugar.
Por más que los interesados se esfuercen en disimularlo, los círculos más enragés del oficialismo lanzan ofensivas preventivas contra aquellos a quienes caracterizan como competidores potenciales del nombre que no tiene que cambiar. Daniel Scioli vuelve a sentir los embates contra algunos de sus hombres (el ministro de Seguridad, Ricardo Casal, en primer lugar) y contra su proyecto emblemático: la regionalización y descentralización de la provincia.
En la lógica de la perpetuación (concebida como indispensable condición de salud del modelo, en los términos de Laclau), todo el que tenga posibilidades de autonomía (o pretenda ejercerla), particularmente si forma parte de la coalición oficialista (dada la fragilidad que exhibe por ahora la oposición), constituye una amenaza que debe ser rápidamente puesta en caja o, eventualmente, sofocada. El gremialismo, con un olfato salvaje para detectar esos peligros, se prepara ya para neutralizar agresiones y, eventualmente, para contraatacar.
No sólo Hugo Moyano y su CGT. También la CTA. El director del Observatorio Legal de esta central, Horacio Meguira, advirtió esta semana en La Política On Line que “el método del gobierno no es el del diálogo” y señaló que “en su último libro Horacio González afirma que el próximo obstáculo para que el kirchnerismo avance es el sindicalismo”. Meguira le presta atención a los productores de relatos: “Lo presagia uno de sus ideólogos dice- y como lo toman como un obstáculo, tratan de saltarlo.”
En sus manifestaciones públicas el gobierno exhibe con suficiencia el caudal electoral acumulado en agosto y promete escarmientos que hasta ahora no pudo concretar como soñaba. Por caso, sobre el Grupo Clarín, sobre la empresa Papel Prensa, es decir, a través de ellos, sobre una opinión pública que no se deja enredar con el relato oficial.
Un riesgo que corre reside en que la obsesión de perpetuidad y la confianza excesiva en los números electorales lo alejen de otros números y le hagan olvidar antecedentes.
Antecedentes: en diciembre de 2007 los números electorales fueron considerablemente buenos; aunque perdió en las ciudades, la señora ganó rozando el 50 por ciento y tuvo, como en agosto, una amplia diferencia sobre los perseguidores inmediatos. También entonces hubo una oposición fragmentada. Pese a esas condiciones, el gobierno ocho meses después estaba aislado y débil (“Estábamos solos”, evocó no hace mucho, incidentalmente, la señora de Kirchner en un acto con público agropecuario), con rutas ocupadas por productores y masivos actos de protesta en pueblos y ciudades.
Otros números: además de los que emergerán de las urnas del 23, conviene recordar que la fuga de capitales no sólo no cede sino que se incrementa, que el riesgo país ya ha superado los 1.000 puntos, que el precio de la soja cayó casi un 20 por ciento, que Brasil (nuestro principal socio y cliente) ha rebajado a la mitad su pronóstico de crecimiento y no se descartan nuevas minidevaluaciones que nos volverán menos competitivos. El último miércoles, en Olivos, la señora de Kirchner escuchó un diagnóstico inclemente de Felipe González. Nadie es invulnerable frente a las tormentas que agitan la economía mundial. El embajador Carlos Betini, viejo amigo de la Presidente y cofrade del político español, fue el único testigo de ese encuentro que no ayudó al mejor funcionamiento de su corazón.
González estuvo ese mismo miércoles con directivos de la Unión Industrial y, tras los diplomáticos elogios sobre la estructura empresaria local, sus calificaciones humanas y tecnológicas, a la hora de las recomendaciones propuso transformar la matriz productiva y elevar la competitividad. A buen entendedor…El camino a la perpetuidad –ese remedio que garantizaría la buena salud del modelo- se abrirá el 23 con los números del escrutinio. Es una empresa que se desplegará con el mismo estilo confrontativo que rigió los primeros ocho años de kirchnerismo, aunque con una coalición oficialista con bajas importantes y fatiga de materiales. Y, como se vislumbra, sin las condiciones económicas mundiales que endulzaron la marcha todo este tiempo.

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