domingo, 11 de marzo de 2012

El verdadero desafío de México es poder reconstruir el Estado. Por Jorge Castro

El 1° de julio, México elige al sucesor del presidente Felipe Calderón. Las encuestas indican en los últimos 6 meses que el candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Enrique Peña Nieto, se impondría por una diferencia de 20 puntos frente a sus rivales , Josefina Vázquez Mota, del Partido Acción Nacional (PAN), y Andrés López Obrador, del Partido Revolucionario Democrático (PRD).
El PRI, que gobernó 72 años, fue el Partido-Estado de la Revolución Mexicana. 
Creado por Plutarco Elías Calles (1928), logró resolver la crisis de gobernabilidad del proceso revolucionario iniciado en 1910. Los rasgos fundamentales del sistema político del PRI eran los siguientes: todo el poder residía en el presidente, que controlaba las estructuras estatales, el Congreso, la Justicia, y los 32 Estados, sin otro límite que su vigencia por sólo 6 años, sin reelección.
El ejercicio supremo de su soberanía era la elección de su sucesor, prerrogativa exclusiva de su magistratura (“dedazo”).
Esta fórmula de gobernabilidad le permitió a México desarrollar el proceso de industrialización sustitutiva (ISI) más completo de América Latina, junto con el de Brasil; y durante 40 años (1940-1980) creció 5,5% anual promedio, en condiciones de estabilidad.
En el 2000, el PRI perdió las elecciones y se hizo cargo el PAN (Vicente Fox). Su derrota no fue sólo un acontecimiento electoral. Cayó el Partido-Estado, el núcleo político y el resorte fundamental de decisión y unidad del Estado mexicano. Por eso, en 2000, se desató una crisis profunda del sistema estatal y el resultado fue un vacío de poder, que se profundizó dramáticamente a lo largo del sexenio. El vacío fue rápidamente ocupado por poderes de facto, ante todo el narcotráfico / crimen organizado, convertido incluso en poder territorial.
Calderón fue elegido el 2 de julio de 2006 por una diferencia de 0,09% de los votos (35,88% vs. 34,75%) y con el menor número de sufragios de la historia mexicana.
El vacío de poder adquirió visos de inmediata desintegración.
En este cuadro, Calderón lanzó al ejército contra el narcotráfico, sobre todo en los Estados de Michoacán y Guerrero, en especial en el “Triángulo Dorado”: Sinaloa, Durango y Chihuahua.
No fue porque enfrentara un desafío bélico, sino porque el ejército era el único instrumento del Estado en condiciones de actuar. El número de muertos desde entonces supera los 50.000.
México no enfrenta una “insurgencia criminal”. La cuestión es otra. Es el vacío de poder provocado por la crisis del Partido-Estado (PRI), agudizada por la cooptación de los organismos de seguridad por el narcotráfico.
Por eso no hay victoria “militar” posible, porque no existe un desafío de ese tipo. La cuestión es la reconstrucción del Estado, y ante todo, de sus organismos de seguridad. Aquí se decide el conflicto y el destino de México.
Esa reconstrucción, en sus fundamentos fiscales y monetarios, ya ha sido realizada y con éxito (“La estructura fiscal es la anatomía del Estado moderno”, Schumpeter). La deuda pública es 27% del PBI; la externa 5%; y la inflación está controlada (3,6% en 2009; 4,4% en 2010; 3,8% en 2011).
Lo mismo ocurre en el plano monetario.
México pagó en enero por títulos a 10 años en pesos (U$S 2.000 millones) 3,7% anual. Al mismo tiempo, es el único país de América Latina que ha emitido exitosamente un bono a 100 años.
Esta consolidación es parte de la transformación de fondo de la economía mexicana y de su nueva inserción internacional . El ingreso per cápita es U$S 14.300 / año, el más alto de la región, y las exportaciones ascendieron en 2011 a U$S 303.000 millones, una cifra mayor a las de Brasil, Argentina, Venezuela, Uruguay y Paraguay, sumadas (82% son bienes manufacturados).
El capitalismo es un mecanismo de acumulación y un sistema de hegemonía, indisolublemente vinculados. Por eso, en lo esencial, el conflicto en México está ganado.

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