miércoles, 28 de marzo de 2012

Concentración y dispersión. Por Jorge Raventos

“La autoridad real es absoluta. Los súbditos deben 
al príncipe entera obediencia. Si el príncipe 
se conduce mal, no hay fuerza ninguna 
capaz de obligarle, los súbditos no deben 
oponer más que respetuosas advertencias”

Obispo Jacques Bénigne Bossuet, 
Política sacada de las propias 
palabras de la Sagrada Escritura (1677)

Desde antes de las elecciones que abrieron el camino al tercer mandato K  la dinámica del oficialismo ha ido adquiriendo un ritmo vertiginoso y contradictorio. Los más notable de esa dinámica es que, al tiempo que el poder se concentra absolutamente en la figura de la señora de Kirchner (derramándose apenas sobre un mínimo entorno), ella luce cada vez más aislada, el gobierno exhibe cada vez más insuficiencias y la coalición  de fuerzas que su difunto esposo supo articular se dispersa.

Poder absoluto y aislamiento

El aislamiento presidencial es transparente y ella mismo lo supo alimentar: el modo cómo manejó la construcción de las listas electorales para el mocicio de octubre es sólo un ejemplo de su marca de fábrica. Puso y sacó sin consultar a los responsables políticos de los distritos, sin pedir consejos ni dar explicaciones. Sin conversar con ellos.
No hay un gabinete que funcione formalmente. El llamado Jefe de Gabinete –Juan Manuel Abal Medina-, probablemente manipula presupuestos y acumula cargos subordinados en el organigrama, pero políticamente carece de autoridad para el cargo. Su chapucería hace incluso añorar al hoy senador Aníbal Fernández, que al menos le otorgaba una voz pintoresca al gobierno. Como comunicador, Abal Medina cuando no comete un penal convierte un gol en contra. Esta semana se desmintió a sí mismo en pocas horas al hablar de la estatización (que no, que sí) de YPF y confió en que las acusaciones contra Amado Boudou por el escándalo de la imprenta Ciccone “terminará igual que el caso Skanska”, un asunto de corrupción que un juez descartó al declarar nula la confesión del hecho por un directivo de aquella empresa sueca.
En el gabinete, el ministro de Interior, Florencio Randazzo, está resignado ya a su alejamiento y en cierto sentido lo espera para volver a hacer política. Hombre de la provincia de Buenos Aires, sueña con reemplazar a Daniel Scioli cuando éste deje la gobernación. Por ahora sufre en la Casa Rosada la sospecha de haber sido uno de los que deslizó a los medios alguna  información que perjudica al vicepresidente.
El ministro de Economía, Hernán Gaspar Lorenzino, por su lado, tiene menos peso que su teórico subordinado, Guillermo Moreno, que en estas semanas ha obtenido licencia para actuar por encima de varios ministros. Moreno también le hace sacar canas verdes a Julio De Vido, a quien se nota inusualmente nervioso, por esa y otras causas. Que De Vido, un hombre que se manejó con mucha discreción y recato durante toda la gestión kirchnerista, haya sido empujado a los escenarios y los micrófonos, es un signo de su debilitamiento tanto como de que el gobierno necesita a cualquier costo erigir diques para que las aguas que crecen (crisis energética, desastre ferroviario, entre otras cosas) no mojen a la Presidente.
El gobierno ha perdido a lo largo de los años una hilera de figuras sólidas que estaban en condiciones de defender el arco oficial, o al menos de cubrir el puesto.
Muchos de los que se fueron, hoy están del otro lado del mostrador. El caso más notable es el de Roberto Lavagna, artífice económico de los mejores años de la gestión K (los primeros de la presidencia de Néstor Kirchner). A él pueden sumarse ex ministros de Justicia como Alberto Iribarne o Gustavo Béliz, un ex gobernador como Felipe Solá, otro ex ministro de Economía como Martín Lousteau, un ex jefe de gabinete como Sergio Massa (que hoy acaricia sueños mayores desde su bien atornillada intendencia de Tigre. Y, sobre todo, Alberto Fernández, que fue copiloto de Néstor Kirchner desde la jefatura de gabinete y durante meses acompañó también a la Señora.
Hoy, cuando las cosas están complicadas para el gobierno, la Presidente no sólo no cuenta con ninguna de esas espadas entre sus mosqueteros, sino que buena parte de ellos  se han convertido en adversarios, pues el mecanismo del poder resistía a los funcionarios con autonomía, reclamaba obediencia de súbditos. (Se atribuye a Carlos Zanini la frase: “A la Presidenta no se le contesta, se la escucha y se le acata”).  Fernández no sólo le contesta: la acusa además de haber dejado de lado el rumbo que fijó Néstor Kirchner.
Son ejemplos del paulatino aislamiento presidencial, sólo compensado por la obediencia de los jóvenes funcionarios de La Cámpora y la fidelidad obligada de un vicepresidente que ya empieza a ser visto como una carga pesada.    

Moyano versus los mastines vengativos

El enfrentamiento con Hugo Moyano (y con la mayor parte del gremialismo que respaldó la construcción política kirchnerista) ya es tan indisimulable que uno de los mastines del gobierno, la señora Hebe de Bonafini, anuncia un “juicio  público a la burocracia sindical”. Es decir, un tratamiento similar a la parodia de Justicia que su organización ya practicó contra los medios y periodistas que considera enemigos. El oficialismo bastardea banderas dignas (sea la de los derechos humanos o la del combate al racismo) toda vez que las emplea con criterio faccioso y arbitrario, para intimidar o acallar a sus críticos.
En cualquier caso, Moyano no parece alguien que se vaya a amilanar ni por esas campañas ni por eventuales represalias que parece descontar (“Son vengativos”, diagnosticó). El está agrupando fuerzas sindicales para dar batalla por la CGT dentro de algunos meses y, antes (ya mismo), por un pliego de reivindicaciones (salariales, impositivas, de recuperación de fondos de las obras sociales) que comparten inclusive  dirigentes que hoy se dejan arrullar por el gobierno y besan la mano que no pueden morder.
Moyano, que fuera uno de los pilares del sistema de poder K, hoy no sólo enfrenta sindicalmente a la Casa Rosada, sino que la cuestiona políticamente (“parecen soviéticos”) y descalifica en conjunto el relato oficial, que él llama “discurso armado”; dice: “Estamos un poquito cansados del discurso armado. Si se parte de que la inflación del Indec no es real, el resto tampoco es real. La pobreza no es real, y se vive en una irrealidad”.

La narrativa y los sentimientos

El líder camionero pega en un flanco débil del gobierno: la narrativa oficial viene sufriendo heridas graves en su credibilidad que se iniciaron con las cifras amañadas del costo de vida y se agravaron significativamente con el escándalo Schocklender-Madres de Plaza de Mayo (una mescolanza de subsidios estatales inmoralmente desviados cubierta con discursos sobre derechos humanos).  Después del desastre ferroviario de Plaza Miserere, del que acaba de cumplirse un mes, algunos estudios detectan un nuevo matiz en la caída de la confianza. Ya no se descreería meramente de la información oficial –de los datos presuntamente objetivos y los relatos ideológicos- sino de algo más intenso y sutil: de la transmisión de sentimientos. La comunicación presidencial, particularmente después de la muerte de Néstor Kirchner, abundó en la demostración afectiva, subrayados por el luto o las lágrimas. La larga ausencia presidencial tras la catástrofe de Once, la falta de compromiso personal que ella evidenció (tanto en el sentido de “poner el cuerpo” junto a las víctimas y sus familias como en el  sentido de la gestión: ayuda para sobrellevar lo ocurrido, medidas en relación con las responsabilidades oficiales y empresarias) estaría ahora  proyectando dudas sobre la autenticidad de la comunicación oficial en el plano de los sentimientos.
Se sabe que en la opinión pública puede registrarse un gran volatilidad, pero los datos inquietan a algunos dirigentes del oficialismo, aunque pueden demorarse un tiempo antes de elevar esas preocupaciones a la interesada: uno de los rasgos del aislamiento de un poder concentrado es que la información que puede considerarse negativa -por temor o porque los que deberían transmitirlas procuran evitar el papel de aguafiestas-  tarda en llegar al vértice.
El poder advierte (admite) tardíamente los hechos. La verdad irrumpe en esa “irrealidad” aludida por Moyano y así al gobierno se le acumulan, de pronto, simultáneamente, problemas postergados o largamente negados.
El poder concentrado y la autoridad absoluta pueden revelarse entonces como la corporización de la impotencia. 

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