domingo, 28 de octubre de 2012

Entre Magnetto, los jueces y los buitres expiatorios. Por Jorge Raventos


El juez de Ghana Adjei Frimpong, el magistrado estadounidense Thomas Griesa y la Corte de Apelaciones de New York forman parte, para algunas mentes calenturientas, de una conspiración antiargentina motorizada por lo que convencionalmente se designa como “fondos buitres”.
Esa interpretación no parece la más adecuada para afrontar responsablemente las consecuencias de lo que todos esos magistrados, en diferentes jurisdicciones, han dictaminado. La coincidencia que subyace en todas ellas es que el país debe pagar todos los bonos de su deuda, no sólo los de quienes se resignaron a la quita durante el gobierno de Néstor Kirchner.


La conjura de los necios

El ghanés Adjei Frimpong es un juez muy respetado en su país. Su fallo dictando el embargo de la Fragata Libertad fue comentado elogiosamente más allá de Ghana y la Argentina (lo hizo, por caso, el profesor J. Peter Pham, director de un Centro de Investigaciones del Atlantic Council de Washington, en un artículo que La Nación reprodujo parcialmente esta semana) y varios otros dictámenes suyos se consideran material didáctico en los altos estudios de Leyes . Su decisión sobre la nave insignia de la Armada argentina puede ser muy discutible (de hecho, todos los cancilleres argentinos de la  democracia recuperada en 1983 lo han calificado como una “violación flagrante de las normas internacionales más básicas y arraigadas”), pero es aventurado e inconducente ubicar al juez ghanés en el papel de un títere de los fondos que quieren cobrar los bonos que el Estado argentino oportunamente se comprometió a honrar.
El juez  Griesa es otro hombre ponderado; en no pocas ocasiones, en las disputas que los acreedores mantienen con el Estado argentino en el fuero neoyorquino, el magistrado ofreció a los abogados de la Casa Rosada una puerta de escape, aunque siempre estimó (y ha venido confirmando con el paso del tiempo) que la negativa del gobierno argentino a cumplir con los tenedores de bonos se ha vuelto incomprensible e inadmisible. Como dijo el economista Nicolás Dujovne, “si tan bien anda nuestra economía como para que en cuanto foro disponemos a nuestro alcance le expliquemos al mundo cómo debe resolver sus problemas, la dicotomía entre nuestro éxito y la comprensión especial que le pedimos al mundo ya no tendría sentido”.
La Corte de Apelaciones de Nueva York confirmó un fallo previo de Griesa y determinó así que los tenedores de bonos que no se avinieron al canje y la quita decididos en 2005  deben recibir una suma  equivalente a la de de quienes sí los admitieron. El propio Griesa debe definir cómo se cumplirá la sentencia y –aunque existe la posibilidad de un reclamo ante la Corte Suprema de Estados Unidos- en el horizonte aparece la perspectiva de nuevos embargos y hasta de  un nuevo default (ya que los fondos a los que el juez neoyorquino puede echar mano son los que Argentina debe disponer en diciembre, vía el Bank of New York, para satisfacer vencimientos de los bonos del canje de 2005). Para que cobren todos, el gobierno de Cristina Kirchner debería disponer de fondos no previstos (de hecho, el gobierno ha venido actuando como si la deuda no incluida en  el canje hubiera dejado de existir) y apartarse de la rígida actitud que interpreta hasta el cumplimiento de disposiciones judiciales como una “negociación con los fondos buitres”.



Terquedad y torpeza

En virtud de esa terca intransigencia (reacción simétrica a la torpeza de no haber previsto medidas de las víctimas del paguediós en el itinerario de la nave), la mayor parte de la tripulación de la Fragata Libertad debió regresar dolorosamente a Buenos Aires en avión mientras el barco quedaba en el puerto de la capital de Ghana, con una dotación mínima.
El ministro de Defensa, Arturo Puricelli, asumió la responsabilidad por una de esas torpezas: la definición de la ruta. Lo hizo tardíamente, cuando el episodio ya se había devorado al vértice de la Armada. Lo hizo ambiguamente, quizás porque su mea culpa, forzado desde arriba, revelaba una parte de las responsabilidades (las de su cartera) para ocultar otras.  La Presidente decidió que por la pérdida temporaria de la Fragata entregar más de un ministro a los leones era un exceso. Lo eligió al titular de Defensa. Aunque Puriccelli les prometió a los marinos que regresaron anticipadamente que el gobierno recuperaría la nave antes de diciembre, la Presidente insinuó una versión diferente, haciendo de la necesidad virtud: "Se quedarán con la Fragata –admitió-  pero no con la libertad, dignidad ni soberanía del país". Hugo Moyano, ante periodistas, sacó otra conclusión: “Perdimos una nave de guerra sin estar en guerra”.

La guerra por los medios

El embargo de la fragata Libertad y el fallo adverso de la Corte de Apelaciones de Nueva York suman problemas a un  gobierno que en las últimas semanas se ha esforzado, no siempre con éxito, por encapsular problemas que juzga secundarios para concentrarse en lo que ha definido como la madre de todas las batallas: la guerra por el control de los medios, es decir, la confrontación con el Grupo Clarín, que por sus dimensiones aparece como el principal obstáculo para aquel objetivo. A los ojos del entorno presidencial, Héctor Magnetto es el comandante de las fuerzas enemigas.
Esa guerra se juega en distintos escenarios: la definición del juez que debe fallar sobre el recurso de inconstitucionalidad de artículos de la Ley de Medios presentado por el Grupo Clarín; la presión sobre la Corte que tendrá que pronunciarse en última o quizás en primera instancia (de allí el apuro del oficialismo por aprobar el per saltum en el Congreso, señal  de que el Ejecutivo no confía en la Cámara que debería actuar en segunda instancia); las modificaciones del régimen de mercado de capitales con un creciente intervencionismo destinado a controlar desde ese flanco los movimientos del enemigo; el planeamiento de distintos escenarios del “Día D”, dando por sentado que en ese momento “algo debe ocurrir” con el Grupo Clarín, pues de lo contrario la expectativa creada por el oficialismo estallaría en su propio terreno: ¿qué hacer: intervenir Cablevisión, cortar señales del grupo, ocupar instalaciones? Por otra parte, ¿con qué fuerzas actuar, habida cuenta del malestar que sigue latente en las fuerzas de seguridad? Además: ¿habrá resistencia de los empleados de las empresas afectadas, habrá resistencia de la sociedad, de las fuerzas políticas? Antes aún: ¿cómo operará sobre todos esos escenarios la demostración cívica que tendrá lugar el 8 de noviembre, continuidad de la del 13 de septiembre?

“Cambio radical”

Los círculos más enfervorizados del oficialismo están convencidos de que la batalla por los medios constituye el pasa-no pasa de la continuidad del “modelo K”, que necesitan ganar esa batalla para imponer, desde esa victoria, la indispensable reforma constitucional y la re-reelección, sin las cuales se quedarían sin candidato, ya que según ellos sólo CFK está en condiciones de encarnar el modelo.

Aunque para no asustar evitan la palabra, conciben la etapa como un período “revolucionario”. Al decir del teórico favorito del oficialismo, el angloargentino Ernesto Laclau, se trata de un “proceso de cambio radical” que “va a chocar en varios puntos con el orden institucional”. En este último aspecto no se equivoca: eso ya está sucediendo.

Como las fuerzas no dan para todo, mientras trata de disimular los cada vez más perentorios desafíos de la realidad (el tema de los juicios y los embargos es sólo un ejemplo), para dedicarse a su tema prioritario el gobierno afloja un poco la presión sobre sectores de la coalición oficialista. El gobernador de Santa Cruz , Daniel Peralta, siente que el acoso camporista amainó en las últimas dos semanas. Lo mismo ocurre con Daniel Scioli; las fuerzas que respaldan al gobernador se sienten ahora en mayor libertad para hablar (sin perder la prudencia, por supuesto) de las expectativas que el pueblo tiene en el futuro de Daniel Scioli, una alusión casi explícita a su voluntad de ser candidato presidencial en 2015.

La proximidad de las batallas decisivas también recalienta las peleas internas del gobierno. Aunque los cruces son múltiples, una mirada racionalista podría simplificar al máximo la lógica de esa guerra interna en estos términos: todos invocan la autoridad de la Presidente, pero un sector agrupa a lo que queda de peronismo en la coalición oficialista y la otra tiene hegemonía del “progresismo” (ex comunistas, ex montoneros, ex frepasistas) todos empeñados en “superar al peronismo”.

Mientras los primeros tienen, en el peor de los casos, una pista de aterrizaje en el conjunto del peronismo, que volverá a reestructurarse después del ciclo K, los otros no tienen Plan B. Por eso mientras puedan van a seguir forzando situaciones. Peligrosamente.


                                          Jorge Raventos 

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