domingo, 6 de enero de 2013

Dólar mata relato. Por Gonzalo Neidal


El dólar quebró la barrera de los 7 pesos. Ayer llegó a 7,06 e incluso 7,10.
Hablamos del dólar libre, el  no-oficial, el dólar blue, el paralelo.
El otro dólar, el del relato, está muy cerca de alcanzar los 5 pesos. Entre uno y otro hay más de un 40% de diferencia.

Esa distancia mide y refleja las fuertes distorsiones que ha ido acumulando la economía argentina durante todos estos años. Tensiones crecientes que, en algún momento buscarán un equilibrio que necesariamente provendrá de correcciones.
Mientras más tiempo pase, las distorsiones aumentarán más y más y los correctivos deberán ser, en su momento, más enérgicos. Si el gobierno sigue en su actitud de ignorar los datos que la realidad le va arrojando en la cara, no por ello ese momento inexorable se borrará como una necesidad ineluctable.
Más allá del hecho circunstancial de la mayor demanda originada en el turismo hacia el exterior, más allá de que esta suba pueda durar pocos días, la tendencia general de la brecha cambiaria es hacia el abismo, si es que no se toman las medidas correctivas que hoy parecen indispensables.
En realidad, todo proviene de la inflación. Por necesidades políticas internas, el gasto público ha aumentado a niveles insostenibles y el gobierno ha apelado a la emisión monetaria descontrolada. Ello ha generado un aumento en los precios que no ha sido acompañado por el tipo de cambio, lo que ya ha comenzado a complicar las exportaciones sobre todo de las pequeñas empresas y del sector industrial en su conjunto.
El agro aún tiene márgenes importantes pues los precios internacionales de las commodities que exporta se mantienen en un nivel aceptable. Por ejemplo, a lo largo de 2012 la cotización local de la soja aumentó el 55%, duplicando la tasa de inflación.
El aumento de los precios internos supera y algunos años duplica, la tasa de devaluación. Ese hecho destruyó uno de los llamados “pilares” del modelo: el tipo de cambio elevado. Ahora tenemos un dólar oficial barato, que estimula las importaciones y desalienta a los exportadores. Nuevamente hemos llegado a una situación como la que ya hemos vivido en otras ocasiones: un atraso cambiario que se va tornando cada vez más insostenible.
¿Por qué el gobierno se niega a devaluar? Porque ello reforzaría la inflación y la consolidaría en un alto nivel. Pero al no devaluar no soluciona el problema que tiene en sus manos. Al revés: va acumulando presión con vistas a un ajuste que un día llegará.
Los que cuentan con algunos años ya han vivido esto en varias ocasiones. Una de ellas, la tablita cambiaria de Martínez de Hoz. En ese tiempo se buscaba inducir una baja en la inflación a partir de una devaluación programada y deliberadamente baja. Hasta que hubo un cambio de gobierno, se fue Videla y llegó Viola con su nuevo ministro Lorenzo Sigaut que, apenas asumido, pronunció su famosa frase “el que apuesta al dólar, pierde”. Y ya sabemos cómo terminó todo.
En tiempos de Alfonsín también existió la pretensión de anclar el tipo de cambio en un valor determinado. Con el lanzamiento del Plan Austral, se estableció una equivalencia de 1 US$ = 0,80 de austral, la moneda que se implantó con el programa económico estabilizador. También terminó en estallido.
Finalmente, la convertibilidad. El uno a uno duró 10 años. Superó la crisis del Tequila, los problemas de Rusia y de otras naciones de oriente. También absorbió la devaluación de Brasil de comienzos de 1999. Pero a lo largo de todos esos años acumuló tensiones que determinaron su eclosión en tiempos de De la Rúa.
Y ahora estamos aquí, viviendo una situación similar aunque en un contexto internacional distinto y favorable a la Argentina y a otros países exportadores de productos primarios. De todos modos, la relación entre el tipo de cambio y la inflación configura un núcleo independiente de conflicto, inmune a los efectos benéficos de los precios agrarios sostenidos y tonificados.
Faltan aún tres largos años de gobierno. El 2012 cerró con un nivel de inflación real de alrededor del 27% según mediciones no oficiales. La perspectiva para este año es de ajustes salariales a tono y una inflación de alto nivel, apenas amortiguada por una la baja en la actividad económica.
El dólar a 7 pesos es una clara señal del mercado al gobierno. Le está diciendo que el tipo de cambio oficial está retrasado y que continúa atrasándose. Y que eso, con el tiempo, no puede terminar sino en una eclosión.
Pero el gobierno permanece inmutable. Las señales del mercado no es algo que lo conmueva especialmente. Al revés: el concepto que predomina en las cúspides de la conducción económica es que la economía puede manipularse indefinidamente sin consecuencias.
Reina el voluntarismo y el desprecio por las leyes de la economía más elementales.
El dólar a 7 pesos nos recuerda que vamos hacia un final anunciado.
Queda por saber si Cristina Kirchner podrá postergar este ajuste hasta el final de su mandato y dejarle ese presente griego al gobierno que la suceda. ¿Podrá el gobierno ignorar durante tres años más este problema, sin consecuencias?
Tres años es mucho, mucho tiempo. Sobre todo cuando ya han comenzado a aparecer fatigas y fisuras.  

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