domingo, 6 de enero de 2013

En la etapa estanflacionaria la inflación se transforma en la causa del estancamiento productivo. Por Domingo Cavallo

A esta altura del proceso inflacionario argentino, reiniciado en 2002, los efectos facilitadores del crecimiento de las políticas monetarias expansivas han desaparecido y cobran  mucha fuerza los efectos que frenan al crecimiento.

Las políticas monetarias expansivas son un arma de doble filo. Cuando una economía está en recesión, con tendencia a la deflación, las políticas monetarias expansivas pueden ayudar a la re-activación económica. Las evidencias en este sentido son muy discutidas, pero se ha teorizado sobre ello y forma parte del fundamento de las denominadas “políticas Keynesianas”.
Pero cuando luego de años de inflación persistente se desemboca en estanflación, las políticas monetarias expansivas se transforman en la causa principal del estancamiento productivo y prolongan el fenómeno estanflacionario por muchos años, acentuando cada vez más el riesgo de hiperinflación.
Para colmo de males, cuando el gobierno decide comenzar a aplicar una política monetaria anti-inflacionaria, tal como una reducción en el ritmo de crecimiento de la oferta de dinero y el aumento de las tasas reales de interés, el efecto inmediato de estas políticas es también estanflacionario. Es por eso que dichas políticas normalmente se abandonan antes de que produzcan los efectos des-inflacionarios que las motivaron. Por eso la estanflación es una trampa de la que no resulta fácil salir.
En mi opinión, la inflación Argentina entró en su etapa estanflacionaria en 2008, pero la recesión del 2009 que fue provocada por un shock de demanda externa y no por políticas monetarias anti-inflacionarias, creó la ilusión de que la economía argentina podía retomar el crecimiento con sólo aplicar nuevamente políticas monetarias expansivas. Se produjo una recuperación del nivel de actividad económica en 2010 y una expansión en 2011 que alentó la ilusión de que la economía argentina podía seguir creciendo a “tasas chinas”. Pero en el año que está a punto de finalizar, la estanflación se puso de manifiesto con todas sus lacras.
La inflación viene desalentando la inversión eficiente en todos los sectores en los que el control de precios provocó la virtual confiscación del capital invertido por inversores y productores. Esto viene pasando desde 2002 en adelante en áreas como la de la energía, los transportes y la producción de alimentos de primera necesidad, fundamentalmente la producción de carnes, leche y trigo. El efecto de la des-inversión en estos sectores es acumulativo y se refleja en un creciente déficit de abastecimiento que eventualmente provoca aumentos estrepitosos de precios, justo en momentos en que los cuellos de botella ya no pueden paliarse con importaciones y subsidios.
Cuando el ritmo esperado de devaluación monetaria inducido por la inflación supera a la tasa de interés que los bancos pagan en el país por los depósitos en moneda local, se pone en marcha un proceso de fuga de ahorros locales al exterior. Este fenómeno, que se vienen observando desde 2007, determina un saldo negativo de la balanza de pagos, aún cuando haya superávit en la balanza comercial. Esto significa que existe menos ahorro disponible para financiar la inversión, la que se reciente en todos los sectores productivos de la economía, salvo en inmuebles. Si bien la inversión en bienes raíces puede aumentar por las mismas causas que alientan la fuga de ahorros, no se trata de inversiones decididas para ampliar la capacidad productiva, sino sólo como forma de protegerse contra la desvalorización monetaria. Por consiguiente la inversión neta que aumenta la capacidad productiva tiende a disminuir y puede incluso tornarse negativa, es decir, no alcanzar a reponer ni siquiera la depreciación del capital.
Cuando la inflación aumenta, el consumo de las familias, en términos reales, también se resiente, aún cuando el personal sindicalizado logre aumentos de salarios nominales del mismo orden de magnitud  o incluso mayores que la inflación. Esto ocurre porque una buena parte de la población ocupada está en la economía informal, donde los ingresos no se ajustan al ritmo de la inflación. Tampoco aumentan al ritmo de la inflación los subsidios sociales que llegan a los sectores de menores recursos.
El superávit de la cuenta corriente, que es el componente externo de la demanda global, también tiende a desaparecer por efecto de la misma inflación. Pierden competitividad las exportaciones, amén de que una parte de ellas se terminan liquidando en el mercado negro, en la medida que los exportadores logran sub-facturar sus ventas al exterior y se inducen importaciones innecesarias o sobre-facturadas en aquellos rubros en los que el gobierno otorga licencias previas de importación. El turismo receptivo también se resiente y aumenta el turismo argentino en el exterior.
La única componente de la demanda global que puede continuar aumentando en términos reales es el gasto público, como ocurrió durante 2011 y 2012, pero este aumento provoca a su vez aumento del déficit fiscal y, por consiguiente, de la emisión monetaria. Esto significa que en algún momento esta expansión  real del gasto público encuentra su límite, porque la aceleración inflacionaria provocada por el déficit le termina ganando la carrera al aumento del gasto público nominal. Ese límite parece estar ya operando en la segunda parte de 2012 y se percibirá claramente durante 2013.
En síntesis, la inflación termina restringiendo el crecimiento de la capacidad productiva (restricción de oferta) y al mismo tiempo disminuye la demanda global en términos reales con lo que los efectos contractivos se potencian sin que la caída de la demanda ayude a ponerle freno a la inflación porque luego de diez años de persistencia, esta lleva incorporada una importante componente inercial. Además se adicionan crecientes expectativas de que en algún momento el Gobierno deberá dejar que la inflación reprimida se transforme en inflación abierta.
Para sorpresa de quienes creyeron encontrar en la inflación una solución a los problemas de endeudamiento, recesión y desocupación que la economía sufría hasta 2001 y de los que , desde siempre, creen que la inflación contribuye al crecimiento económico, cuando se entra en la etapa de la estanflación, en la que lamentablemente estamos ahora, la inflación se transforma en el principal factor limitante del crecimiento de la capacidad productiva y del empleo en el sector privado. Por eso, la gran tarea inicial de un gobierno que pretenda re-vigorizar de manera sostenida a la economía argentina debe ser encontrar una forma creíble de detener la escalada inflacionaria. Tarea que no puede encararse desde la demagogia y la mentira, sino que requiere una alta dosis de austeridad y sinceridad, ingredientes de los que el Gobierno de Cristina carece por completo.

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