lunes, 24 de noviembre de 2008

Momias, faraones y matrimonialismo. Por: Jorge Raventos

Aunque la señora de Kirchner haya dedicado los últimos días a codearse con líderes de Africa del Norte, visitar mausoleos y admirar faraones momificados, su gobierno no quedó acéfalo durante ese lapso. Todo lo contrario. De un lado, el reemplazante institucional de la presidente, Julio Cleto Cobos, vicepresidente de la Nación, quebró el tabú que parecía vedarle el acceso a la Casa Rosada y se hizo presente allí para atender audiencias y cumplir las tareas protocolares en las que se ha atrincherado. El oficialismo quisiera omitir totalmente el rol de sustituto que constitucionalmente le cabe a Cobos, pero debe masticar con resignación su resentimiento, aunque no ocultó su fastidio por la presencia del político mendocino en la sede de los presidentes.

Néstor Kirchner le puso letra a ese disgusto y aseguró en público que su mujer se le queja habitualmente con motivo de Cobos: "¡Que vice me pusiste, Néstor!", dijo él que ella le recrimina "cada mañana". La frase, más allá de su obvia intención de cachetear al vicepresidente, fue una evocación voluntaria del rol de poderoso gran elector que Kirchner jugó y espera seguir jugando. Si bien no mencionó que nadie le comente "¡Que presidente nos pusiste", lo cierto es que fue él quien "puso" a Cobos y también a su mismísima señora esposa.
Las encuestas de opinión juzgan muy bien a Cobos: sigue siendo, desde su célebre "voto no positivo", el político mejor calificado por el público, con marcas que superan los 60 puntos. Esas mediciones no le dan tan bien al matrimonio gobernante: ella ronda los 20 puntos de imagen positiva y 3 de cada 4 personas la consideran "peor" o "igualmente mala" en la función presidencial que su marido.
Cobos no se limitó a actuar de presidente vicario esta semana. Encabezó en el Congreso un acto, flanqueado por el radical Gerardo Morales y el peronista salteño Juan Carlos Romero, en el que se recordaron los 35 años del célebre encuentro entre Juan Perón y Ricardo Balbín. Un acto con mensaje, si se quiere: una alusión a la posibilidad de que fuerzas políticas diferentes convivan y colaboren y también una evocación de la continuidad constitucional: en el acto se leyeron mensajes de cuatro ex presidentes constitucionales, empezando por la señora María Estela Martínez de Perón.
La vocación de Cobos por participar en este tipo de ceremonias y por ejercer, con moderación pero también con decisión, su cargo vicepresidencial parecen señales destinadas a refirmar que no piensa renunciar a ese cargo en el que, como candidato, "lo puso" Néstor Kirchner pero al que llegó con la legalidad que otorga el voto.

En cualquier caso, al margen de las ceremonias de Cobos, Néstor Kirchner se ocupó de tomar políticamente el timón mientras su esposa viajaba. En realidad, también lo maneja cuando ella está aquí, aunque trata de disimularlo para no chocar frontalmente con una opinión pública que castiga sus apariciones y no admite el "matrimonialismo". Ahora había que tomar riesgos, pues el mundo sindical se encontraba alterado: no sólo por el fallo de la Corte Suprema inspirado en un dictamen del procurador Esteban Righi que impulsa cambios de fondo en la organización gremial argentina, sino porque la crisis económica ya empezó a producir suspensiones y despidos en el mundo del trabajo. La combinación de ambos factores obligaba a Kirchner a tranquilizar a su principal aliado en el campo de los gremios, el camionero Hugo Moyano, golpeado por las censuras de sus colegas y por la presión de las bases obreras.
Moyano se había visto forzado a sobreactuar su respuesta. Reclamó un decreto o una ley para limitar los alcances prácticos del fallo de la Corte y exigió medidas del gobierno para prohibir los despidos y el restablecimiento de un régimen de indemnización doble y triple.
La movida cegetista no podía pasar sin respuesta de los empresarios, que rechazaron la idea y mentaron la necesidad de "seguridad jurídica", un par de palabras que el oficialismo quisiera que nadie pronuncie en estos momentos en que se están confiscando los aportes de 9 milllones de personas afiliadas al sistema jubilatorio de capitalización y el gobierno se encuentra a punto de ser denunciada ante el CIADI por España y los propietarios españoles de Aerolíneas Argentinas. Tuvo que hacerlo hasta la conducción de la Unión Industrial Argentina, que se esfuerza denodadamente por no herir la delicada sensibilidad del gobierno y a veces compite con Moyano en esa tarea (el 20 de noviembre, por ejemplo, su presidente, Juan Carlos Lascurain, dijo a la agencia Telam que "desconocía situaciones de suspensiones laborales o rebajas salariales", pese a que nadie ignoraba la tensa situación que se vivía ya en frigoríficos, curtiembres, fábrica automotrices, industria metalúrgica, por sólo citar algunos casos). Inclusive la UIA, pues, salió a oponerse a la sobreactuación de Hugo Moyano ("estas iniciativas no hace sino generar incertidumbre") y el jefe de gabinete, Sergio Massa, debió tendeer un puente hacia los empresarios y prometió que no se aplicarían medidas como las que reclamaba el jefe de la CGT.
Néstor Kirchner se enojó (una vez más) con Massa. El esposo de la presidente comprendió que el gobierno no podía dejar indefenso a Moyano o exhibirlo como alguien que hubiera perdido el afecto de la Casa Rosada. " Sergio no entiende de política - dicen que vociferó Kirchner ante unos pocos contertulios- Hay que bancarlo a Hugo, porque él es el que tendrá que bailar con la más fea". Y sobreactuó en consecuencia: viajó a Necochea para festejar el triunfo de la lista (única) que permitió la reelección de Moyano como jefe de la Federación de Camioneros y dio un discurso en el que cargó personalmente contra los empresarios, que deben estar –dijo-"dispuestos a ganar unos pesitos menos" ya que han ganado mucho en estos años y no pueden esperar que "el empleo sea una variable de ajuste".
Kirchner necesita a la CGT para contener la previsible movilización que acompañará el paráte de la economía , así como se ha vuelto dependiente del aparato justicialista del conurbano bonaerense para hacer frente al desafío electoral del año próximo. Ante el naufragio oficialista en los sectores de la opinión pública urbana y de los pueblos y ciudades rurales, la estrategia de Kirchner reside en trabajar la división de las fuerzas opositoras y cerrar filas alrededor del experimentado aparato político peronista. El apuesta al pragmatismo y no le interesa demasiado que le recuerden sus antiguos discursos sobre la "nueva política" o la "transversalidad" y sus ácidos cuestionamientos a los llamados "barones" del suburbio, a quienes su esposa comparó con secuaces de Don Corleone. Ha llegado a la conclusión de que ellos pueden asegurarle una organización y un caudal de votos que – ante la atomización de sus adversarios- le garantice conservar su condición de primera minoría. Está dispuesto a hacer todas las demostraciones que sean necesarias para que esa estrategia no fracase, porque ha comprendido que su situación se ha vuelto vulnerable: ya dejó de menear la posibilidad de ser candidato y encabezar la lista bonaerense del Frente para la Victoria. No quiere arriesgarse a una derrota, que sería más letal si su nombre estuviera en el tope de la boleta vencida. Sabe, por lo demás, que en las urnas del año próximo (que por momentos se ven tan lejanas) se decidirá su suerte y la de su esposa: perder la mayoría en el Congreso implicaría el fin de los superpoderes, supondría cambios en el Consejo de la Magistratura (y, por lo tanto, el fin de las presiones que vienen denunciando muchos jueces). Los gobernadores sacarían rápidas conclusiones de un poder central debilitado y reclamarían la devolución de esos fondos que hoy sólo pueden obtener limosneando en Buenos Aires. El peronismo –que ya empieza a alejarse de la Casa Rosada- apresuraría la partida. Se ahondaría el aislamiento.
Néstor Kirchner puede imaginarse la película de su derrota. Hará lo indecible para que nunca se filme, para que jamás se proyecte.

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