lunes, 16 de febrero de 2009

Recordando la Hora del Pueblo. Por Jorge Raventos


Mientras su esposa se trasladaba al Reino de España a cumplir (desganadamente) con una visita oficial, Néstor Kirchner permanecía en la trinchera interna, trabajando para afrontar el decisivo desafío de las urnas de octubre.
El paseo madrileño de la señora transcurrió con más pena que gloria: los medios censuraron su ya irremediable impuntualidad (llegó tarde a todos sus compromisos y en particular plantó a sus reales anfitriones por más de cuarenta minutos), quedaron perplejos ante su inoportuna reivindicación del "diálogo" con los grupos terroristas (un día antes, ETA había hecho estallar un coche-bomba en Madrid) y se ensañaron con su debilidad por trapos, maquillajes y artificios (la llamaron "reina del bótox" y "heroína anti-age"). El expediente económico más acuciante, el que más inquieta a las autoridades españolas (la expropiación de Aerolíneas Argentinas) quedó en suspenso, sujeto a discusiones ulteriores.
La otra mejilla o la mejilla de otro
Néstor Kirchner, en tanto, permaneció en la residencia presidencial de Olivos recibiendo visitas de jefes distritales adictos y también se presentó en un acto en el conurbano, invitado por intendente de Almirante Brown, Darío Giustozzi. Allí reclamó apoyo para las elecciones de octubre: " Es fundamental evitar que frustren este proceso", arengó. Y arremetió contra Mauricio Macri: "Es muy fácil conducir la Capital Federal,porque hay recursos". Aunque sus asesores de imagen le han recomendado a Kirchner que prometa con humildad "poner la otra mejilla", a él le surge con más naturalidad buscar la mejilla de otro.
En cualquier caso, el oficialismo atraviesa un período de grave incertidumbre sobre su futuro. En octubre se renueva la mitad de la Cámara baja que llegó a las bancas en 2005, en comicios que observaron la mejor performance electoral del kirchnerismo: 62 diputados que ahora se van. Y ya es evidente que la suerte no será la misma: las encuestas de opinión revelan que la imagen del matrimonio presidencial está por el suelo sin que el país haya ingresado aún plenamente en el ojo de tormenta de la crisis.
Néstor Kirchner sabe que perderá por goleada en la Capital y en Córdoba; comprende que inclusive si en Santa Fe Carlos Reutemann lograra imponerse con el Justicialismo a la coalición formada por socialistas, radicales y seguidores de Elisa Carrió, nada de ese triunfo le pertenecería. Tampoco ignora que en Mendoza -otro distrito que pesa y otro trago amargo- es más que probable que triunfe la oposición, alentada por el vicepresidente Julio César Cleto Cobos. De modo que ha decidido jugarlo todo en la provincia de Buenos Aires, "la madre de todas las batallas", como solía decir en otros tiempos Carlos Kunkel, uno de los mosqueteros favoritos del jefe de la familia presidencial. En ese sentido, esta semana el oficialismo tuvo que asimilar una mala nueva: el anuncio de unidad formulado por Mauricio Macri, Francisco De Narváez y Felipe Solá. Aunque el PRO de Macri no está excesivamente desarrollado en el distrito bonaerense, el jefe de gobierno porteño cuenta con un alto grado de conocimiento y una imagen fuerte en la provincia. Y además, su influencia se irradia al primer cordón del Gran Buenos Aires, que suele votar siguiendo las tendencias de la Capital. Por su parte, De Narváez cosechó un millón de votos en los últimos comicios. El ex gobernador Felipe Solá tiene buen crédito en el gran océano rural que representa una tercera parte del distrito y, además, desde atrás de los cortinados, Eduardo Duhalde opera como consejero y aporta contactos y relaciones.
Horacio Verbitsky, uno de los analistas que más atiende Néstor Kichner (atención que es recíproca), resumió el domingo 8 la visión oscura del oficialismo: "El gobierno entiende tan bien como la oposición cuánto se juega en los comicios legislativos de este año. El kirchnerismo debe renovar las bancas obtenidas en su mejor elección, la de 2005, cuando CFK triplicó los votos justicialistas de Duhalde en la provincia de Buenos Aires. Esto implica tanto cantidad como calidad: en aquel año pudo colocar en las listas de distintas provincias a candidatos muy identificados con su política, como el propio Rossi o la diputada cordobesa Patricia Vaca Narvaja. Por mejor que le fuera este año, es improbable que los bloques legislativos conserven su número y que los reemplazantes tengan el mismo grado de proximidad y adhesión. Esta debilidad relativa permite, además, que los liderazgos provinciales impongan al poder central condiciones antes inimaginables". Verbitsky llega a una conclusión dramática: para él, la contradicción entre la audacia de los Kirchner "y las alianzas políticas en las que se sustenta dentro del PJ es cada día más evidente y permite sospechar que, en algún momento, uno de los dos términos excluirá al otro". El agudo observador fue uno de los que, cuando se desarrollaba la batalla del campo a mediados de 2008, forjó la frase "actitud destituyente" para caracterizar las movilizaciones que se oponían a la política oficial. Ahora la expresión quedaría reemplazada por esta otra: "actitudes recíprocamente excluyentes". Y si en un polo siguen figurando los Kirchner, el otro polo se ha ampliado considerablemente y ahora incluye también a los aliados justicialistas que prestan sustentación a la familia presidencial. En síntesis, Verbitsky retrata el progresivo enclaustramiento político en que se va encerrando el gobierno.

La Hora del Pueblo
Aunque aislado y en retroceso, el gobierno sigue contando con superpoderes, se ha agenciado de una caja considerable tras confiscar los depósitos personales del sistema jubilatorio de capitalización y controla un creciente número de medios de comunicación (sea directamente, sea a través de una red de empresarios amigos). Hasta hace unas semanas, a esas fortalezas relativas el oficialismo le sumaba otra: la atomización opositora.
Los movimientos que en los últimos tiempos han desplegado, de un lado, el peronismo disidente y Mauricio Macri, y de otro, la Coalición Cívica, el radicalismo y el socialismo, a lo que hay agregar una atmósfera mejorada de diálogo entre ambos agrupamientos, empiezan a generar un paisaje político nuevo.
En agosto de 2007, en esta misma columna aludíamos a la necesidad de esa nueva perspectiva: "Es probable –decíamos entonces- que las catástrofes políticas que destruyen periódicamente la continuidad institucional y la transmisión intergeneracional de las experiencias incidan en la falta de agudeza para adquirir la sensibilidad e imaginación que permite identificar las oportunidades. Por ejemplo, es posible que se haya extraviado el sentido de una experiencia que, más de tres décadas atrás, impulsaron dos grandes jefes políticos, Juan Perón y Ricardo Balbín; dos hombres que tenían muchísimos motivos para desconfiarse mutuamente pero que decidieron esas suspicacias porque eran inoportunas para lo que dictaba el momento: la enemistad absoluta con un régimen tiránico. En 1970, cuando ya el general Roberto Marcelo Levingston había sucedido al general Juan Carlos Onganía a la cabeza del gobierno militar de la época, Balbín y Perón (éste, a través de su delegado personal, Jorge Daniel Paladino) junto a líderes políticos de otras fuerzas (la Democracia Progresista, el conservadurismo, el Partido Socialista, el bloquismo sanjuanino) emitieron una declaración que fue el punto de partida de un amplio movimiento de reivindicación institucional: La Hora del Pueblo. Allí exigían el respeto de la soberanía popular y formulaban las bases de un sistema político equilibrado, respetuoso de la Constitución y del principio republicano de convivencia de mayorías y minorías. No se trataba de un frente electoral (de hecho, el peronismo se agruparía electoralmente en el Frente Justicialista de Liberación y Balbín sería candidato competidor con la boleta de la UCR). Era un acuerdo de toda la oposición contra la tiranía; un gesto levantado de todas las fuerzas que estaban dispuestas a trabajar en común para recuperar la república democrática. La Hora del Pueblo jugó un papel de enorme importancia en la búsqueda de reconciliación de los argentinos y de la canalización pacífica de los enfrentamientos entre peronismo y antiperonismo. El abrazo entre Perón y Balbín sería un símbolo de ese momento político virtuoso".
Los últimos movimientos opositores tienden a corregir una conducta anterior, cuando las fuerzas no kirchneristas parecían incapaces de elevarse por encima de una lógica estrecha y atendían exclusivamente al pequeño juego propio antes que a la situación político-institucional de conjunto. Veremos si son capaces de perfeccionar estos primeros signos.
Perón y Balbín, cuatro décadas atrás, pusieron los caballos delante del carro: antes de disputarse recíprocamente una victoria, sabían que debían crear las condiciones para que alguno ganara en elecciones libres y que eso implicaba una enemistad absoluta y compartida y un trabajo en común. La enemistad con la tiranía, el trabajo por restablecer la República.
Aquí se trata de recuperar la concordia nacional, el orden republicano, un sistema político con partidos sólidos y democráticos, la inserción internacional, el fortalecimiento de la economía, el respeto al trabajo, la resolución de la emergencia social. Y antes que nada, la confianza de los argentinos en la Argentina.

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