domingo, 7 de junio de 2009

La crisis y las urnas. Por Jorge Raventos


A tres semanas del 28 de junio, siguen presentes –y corriendo por dos carriles paralelos, que en algún momento no tan lejano convergerán y se potenciarán- dos agendas o, si se quiere, dos lógicas: una, estrictamente electoral; otra, la que da cuenta de la crisis política.
Para decir adiós
Desde la lógica de la crisis política se observa un gobierno cada día más aislado.
La primera gran manifestación de aislamiento es la que lo separa de lo que originalmente (vía la llamada transversalidad) el kirchnerismo pretendió que fuera su soporte social: las clases medias urbanas. Aunque ese divorcio se venía consumando desde antes, quedó claramente consumado en las elecciones presidenciales de 2007, cuando la esposa de Néstor Kirchner fue derrotada (en algunos casos arrasada) en todas las ciudades grandes y medianas de la Argentina.
La cruzada que el kirchnerismo decidió emprender en 2008 contra el campo le enajenó otro importante sector, que hasta entonces convivía con el gobierno y hasta lo había respaldado (así fuera con íntimos reparos) en las urnas: las clases medias del campo y la producción rural. La batalla por la resolución 125 fue una empresa catastrófica para el oficialismo: quedó aislado en el campo y en la Argentina interior, alentó el renacimiento de las demandas federalistas y los reclamos contra la confiscación de recursos provinciales por parte de la caja central y soportó una sonora derrota estratégica,cuyas consecuencias aún padece.
A partir de ese revés y de la constatación del debilitamiento del gobierno, las jefaturas territoriales del peronismo iniciaron su propio distanciamiento del poder central. Con distintos ritmos y modalidades, el peronismo está dando por concluido el ciclo hegemónico de los Kirchner y se apresta a poner en práctica la antigua máxima de Juan Perón, que aconsejaba acompañar a los muertos hasta las puertas del cementerio, nunca hasta el fondo de la sepultura.
En esa atmósfera de adioses, de la que no hay que excluir las despedidas de viejos amigos y aliados -un rubro que ejemplifican muy bien nombres como los de Alberto Fernández o Aníbal Ibarra-, Néstor Kirchner consigue ahora inscribir otro apartamiento: el del empresariado industrial, con las grandes transnacionales argentinas a la cabeza. No se trata de una ocurrencia abrupta: después de algunos meses de idilio, a comienzos del ciclo K, cuando el gobierno gozaba del viento de cola de la economía mundial, las empresas empezaron a notificarse de los métodos ásperos que los Kirchner traían de su experiencia patagónica: aprietes, reclamos, juegos de toma y daca, empleo de la presión callejera, la presión impositiva y hasta de la presión ultrafronteriza, pues el kirchnerismo no omitió emplear el viejo truco del “policía bueno-policía malo” con ayuda de su partenaire bolivariano, el coronel Hugo Chávez. Después vinieron otras vueltas de tuerca, algunas voluntarias, otras ineludibles: la destrucción de las estadísticas, la desfinanciación. Finalmente, las estatizaciones, la intervención en las empresas a partir de la confiscación de los fondos particulares de los futuros jubilados, las renovadas ofensivas sobre los medios de comunicación, la indefensión ante las expropiaciones chavistas…
Resultado: ahora, además de las clases medias urbanas y rurales, el kirchnerismo está aislado del conjunto de los sectores productivos competitivos, los del campo, la industria y los servicios. En el plano empresario sólo cuenta con el respaldo de la lumpenburguesía de distintos tamaños, protegida por el capitalismo de amigos que hace sus negocios, no importa si con rutas sobrevaluadas o con tragamonedas, siempre con la ayuda de la mano (no tan) invisible, (ni tan) desinteresada del poder, igual que la boliburguesía de Hugo Chávez. Asustado por los efectos políticos de sus propias decisiones, Néstor Kirchner procura de pronto revestir sus conductas y agresiones verbales contra los empresarios en general (y contra la conducción de Techint en particular) de puro “verso de campaña”, piripipí para la tribuna. Si alguna vez instruyó a los empresarios españoles diciéndoles que no le creyeran sus propias palabras (“Miren lo que hago, no lo que digo”), ¿cuál sería ahora su consigna para el empresariado argentino: “No crean ni en lo que digo ni en lo que hago”? Si de no creer se trata, el hombre consigue lo que busca.
Golpe de urna
Si ese es el paisaje de las declinantes apoyaturas sociales del gobierno K, lo que le deparan las urnas del 28 de junio no encierra posibilidades agradables.
A fines de abril, el matrimonio presidencial dejó en claro en qué punto centraba la derrota o la victoria electoral: lo crucial, señalaron, es mantener la mayoría en las Cámaras, que les permitió gozar de superpoderes, manejar los fondos del Estado por encima de las prescripciones de la Ley de Presupuesto, y controlar, a través del Consejo de la Magistratura, palancas de presión sobre los jueces. Para ellos, perder esas atribuciones extraordinarias resultaba equivalente al “caos del 2001”.
Pues bien: parece insoslayable que el gobierno pierda esa mayoría. Consideradas como lo que formalmente son -elecciones legislativas de medio término- los comicios del 28 determinan la relación de fuerzas en el Congreso. Todos les estudios preelectorales estiman que perderá entre 15 y 20 diputados, así como varios senadores. Cifra suficiente para que el Congreso deje de ser una escribanía del Poder Ejecutivo.
Desde otra perspectiva, consideradas como el propio gobierno declara ponerlas -un plebiscito sobre el modelo- el gobierno también va a perder: en el mejor de los casos el oficialismo conseguirá uno de cada tres votos, los otros dos deben contarse como repudio al "modelo K". Derrota 2 a 1.


Y sin embargo
Sin embargo, abrumadoramente aislado socialmente y derrotado nacionalmente en las urnas, el gobierno tiene aun posibilidades de "ganar" en la provincia de Buenos Aires. Entiéndase bien: de “ganar”, sólo en el sentido de salir primero, así sea (como será) perdiendo peso legislativo y votos tanto en el plano general como en el del distrito.
Pero ese módico, pírrico "ganar" no sería moco de pavo, porque se trataría de un primer puesto en la provincia de mayor peso en el país y, de ocurrir, ese logro estaría determinado por una superioridad electoral del bloque K en el segundo cordón del Gran Buenos Aires, es decir, el territorio donde se encuentran las capas geológicas más profundas del peronismo, los sectores más vulnerables de la sociedad. También los tejidos sociales más dañados.
Que en medio de una creciente y abrumadora pérdida respaldos el oficialismo consiga ese logro es el fruto de, en principio, de la paradójica situación del peronismo, que no ha superado aún la balcanización reflejada en el año 2003 en la ausencia de una oferta electoral unificada y representativa; un peronismo que se debate aún en una crisis que lo aletargó y lo transformó virtualmente en un cuerpo sin cabeza -sin “la idea”, que le reclemaba su fundador-, un robot disciplinario manejado desde la Casa Rosada a fuerza de órdenes y manejo caprichoso de la caja.
La paradoja del peronismo
Lo paradójico de este peronismo consiste en que , en la medida en que empieza a sacudirse el control de la caja K y su centralismo anacrónico, muestra una creciente vitalidad que hasta es capaz de atraer a su campo gravitatorio a fuerzas que tratan de asociarse a él aunque no dejan de observarlo con reticencia, con desconfianza por su vigor latente así como por las expresiones a menudo poco académicas que lo representan en las zonas más expuestas. Y no menos paradójico es que por momentos, a raíz de la perplejidad que todavía reina en el dividido peronismo, sean estos sectores los que por momentos prevalecen en esas asociaciones, imponiendo en el proceso, sobre la lógica política del peronismo, una lógica de cálculo electoral revestida de purismo y gestión e inspirada en el fondo por recelos y reservas sobre la naturaleza esquiva y quizás pecaminosa que siempre envuelve las luchas relacionadas con el poder.
Como resultado de este proceso inacabado de renovación, el llamado peronismo disidente parece haberse inhibido de pelearle a fondo el segundo cordón al bloque K, para apostar, en cambio, por una "polarización" que buscaría extraer recursos electorales de sectores no peronistas. Esta orientación lo conduce a pensar como competencia principal a la alianza panradical de Carrió, Margarita Stolbizer y Ricardo Alfonsín.
El éxito electoral de esa jugada es muy dudoso. En cuanto a la lógica política, ignora que no hay en juego solamente una superioridad numérica, sino, por encima de ella, la recuperación de un sistema político que le dé concordia, previsibilidad y gobernabilidad al país, para lo cual es indispensable la recuperación y renovación del peronismo.
En la práctica se va dibujando en el horizonte un amplio conglomerado productivo y social, objetivamente atado a una política de integración al mundo, en el que pueden verse al campo, a las multinacionales argentinas y a otros sectores de la burguesía nacional más competitiva, a crecientes sectores del movimiento obrero. Lo que todavía está ausente es la política que enlace a esos sectores y les de cobijo, protección, orientación, expresión ciudadana y popular y un camino para ejercer legítimamente el poder. La gran batalla política consiste en consolidar las fuerzas políticas para una nueva etapa. El radicalismo está trabajando en su reconstrucción o, si se quiere, en la reconexión de su diáspora. ¿Y el peronismo?
Un nuevo bloque, una nueva etapa
La pregunta es si un movimiento nacido en muy distintas circunstancias históricas puede sobrevivir sus condiciones originales, cambiar de piel y adaptarse a un mundo distinto. Si puede animar y articular (o articularse) en un bloque histórico diferente de aquél que expresó originalmente. Es decir, si puede jugar un papel significativo en las tareas que la comunidad.
El peronismo irrumpió a mediados de los años 40 en las condiciones del proceso de industrialización sustitutiva desarrollado a partir de la crisis del ‘30 y de la segunda guerra, como expresión de un bloque histórico que articulaba entonces al ejército, a la nueva clase obrera, a la incipiente burguesía industrial sustitutiva y a sectores populares del interior profundo. Y es evidente que la Argentina que vio nacer al peronismo e inclusola Argentina en la que el peronismo creció y se desarrolló han dejado de existir.
Las grandes fuerzas políticas, para subsistir, están obligados a hacerse cargo de los resultados de las transformaciones que protagonizan …y también de las que están determinadas por el movimiento de la época, de la tecnología y de losrelacionamientos mundiales.
Por definición, una idea que establezca la identidad de un movimiento en términos de un momento dado de su propia evolución y de la evolución de la Argentina fatalmente lleva a la conclusión de que, desaparecidas talescircunstancias, ese movimiento está muerto. Quizás por eso no escasean los analistas y sociólogos que aseveran que puede haber peronistas, pero en un sentido estricto ya no hay (ni puede haber) peronismo.
Un corolario patético de esa conclusión es el intento de reproducir anacrónicamente, y a contrapelo de la evolución, las condiciones originales. A veces esa postura, técnicamente reaccionaria, se viste de progresismo y puede pretender fabricar una burguesía nacional a fuerza de subsidios mientras califica como oligarquía a sectores capitalistas modernos y competitivos y desempolva conflictos y conceptos propios de la segunda guerra o de la guerra fría como si se trataran de la piedra filosofal.
El propio Perón se adelantó a cuestionar semejantes pretensiones. Para él la conducción no consistía en la repetición de fórmulas viejas ante circunstancias nuevas, sino en la creación, en la capacidad de comprender las tendencias centrales de la evolución y promover los cambios de comprensión y de organización indispensables para adaptarse creativamente a esa evolución y anticiparse a ella, tratando de no ser víctima pasiva, sino partícipe activo y socio de esa evolución en la tarea de darle equilibrio y justicia.
Hoy, en un mundo nuevo cuya tendencia clave es la integración económica, la Argentina cuenta con la presencia de sectores de una burguesía competitiva que constituyen eslabones necesarios para la integración de Argentina a un mundo dispuesto a comprar lo que el país produce con eficiencia. Esta nueva realidad se encuentra encorsetada por políticas y estructuras viejas, por un sistema hegemónico hipercentralista que succiona recursos de todas las provincias y ha provocado la rebelión de toda la Argentina interior; por una decisiones arbitrarias que alejan las inversiones y generan inseguridad y riesgo.
La agenda de la crisis
Resulta evidente que , en paralelo con el carril electoral (y convergiendo tarde o temprano con este) la sociedad busca soluciones a ese crítico desajuste, que la condena al estancamiento y la decadencia. Otras naciones encararon con éxito las tareas de la adaptación a una nueva etapa: España lo hizo apelando a partidos que prolongaban distintos momentos de su historia, algunas ligadas a la tradición de la República, otras, a la extensa etapa conducida por Francisco Franco. En China, el mismo partido que hizo la guerra y la revolución con la jefatura de Mao Tse Tung fue capaz de adaptarse espectacularmente a la conducción de una economía de mercado altamente globalizada.
¿Puede un nuevo peronismo (un peronismo renovado) jugar un papel de importancia en la reconstrucción del país y en su conexión con el proceso de integración mundial? Esa es la pregunta central que se plantea en el justicialismo a la hora del eclipse de la hegemonía kirchnerista.
En rigor, nada impide que el peronismo pueda jugar ese papel. Así como pudo articular el bloque histórico partero de la sociedad industrial de masas, está en condiciones de actuar protagónicamente en la nueva etapa, que reclama vinculación activa a la globalización (Perón diría: al continentalismo y el universalismo), federalismo, democratización y descentralización del Estado, en asociación con las clases más dinámicas de la Argentina agroindustrial y como nexo de contención y confianza con los sectores sociales más activos de las grandes urbes y los suburbios industriales, que constituyen su sustrato histórico. Quizás precisamente porque expresó la irrupción de la Argentina de la industria sustitutiva está en óptimas condiciones para afirmar hoy que una Argentina desarrollada debe apoyarse en la capacidad competitiva del sector agroalimentario y de los sectores industriales más competitivos y expansivos, como locomotoras de un crecimiento que integre y articule a las pequeñas y medianas empresas en cadenas de valor ligadas al mercado mundial.
La ausencia de un sistema político que le dé canales y expresión a esas fuerzas y esas necesidades está en la raíz de una crisis que precede y preside la agenda electoral y que ya empieza a converger con ella.

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