sábado, 17 de abril de 2010

Traición e insensatez. Por Gonzalo Neidal

Ayer el Senado fue escenario de dos presuntas traiciones. Una, de la senadora por Formosa, Adriana Bortolozzi, oficialista, que bajó al recinto y de ese modo habilitó el quórum para la sesión. La otra, del senador por La Rioja, Carlos Menem, de la oposición, que al abstenerse en la votación, permitió que Mercedes Marcó del Pont fuera ratificada en su cargo de presidenta del Banco Central. Los senadores oficialistas pusieron el grito en el cielo cuando vieron que la formoseña ocupó su banca y, de ese modo, completó el quórum necesario para que el Senado funcionara.
Varios de ellos trataron de disuadirla pero ella se mantuvo firme: “Cada miércoles voy a sentarme aquí porque creo que es la mejor forma de defender a la Presidenta”, dijo. Pichetto estaba enfurecido, pero la senadora no aflojó. Carlos Menem, por su parte, ya había anticipado que él no rechazaría el pliego de Marcó del Pont. En su momento, hace más de un mes, la calificó de “excelente profesional”. Al abstenerse se hizo acreedor a duras críticas por parte de todo el arco opositor, que lo consideró poco menos que un traidor por no coincidir con la opinión mayoritaria entre las fuerzas antikirchneristas. Si nos alejamos un poco del campo de batalla y miramos las cosas haciendo un esfuerzo de objetividad, prescindiendo de simpatías políticas, quizá lleguemos a la conclusión que quizá Bortolozzi y Menem hayan sido, en este caso, los únicos sensatos en medio de un clima de beligerancia paralizante.La formoseña no hizo otra cosa que permitir que el Senado funcione. Y Menem se abstuvo porque está convencido -equivocado o no- de que Marcó del Pont es una buena presidenta para el Banco Central o, probablemente, porque le parece razonable que un gobierno debe poder designar a alguien de su confianza en un lugar tan importante como ése, tal como hizo él mismo cuando fue presidente.Sólo el clima de beligerancia reinante puede hacernos ver cómo claudicaciones, traiciones o componendas de uno y otro lado lo que en realidad son acciones propias de la política, con sus movimientos, desplazamientos, disensos, negociaciones, armonías y rechazos. El pan de cada día de la lucha política en un país democrático.Resulta increíble que la oposición, integrada por partidos de diversa índole y trayectoria, pretenda una homogeneidad que es difícil de conseguir, incluso, al interior de un mismo partido. El bloque rígido, la obediencia acrítica, el acatamiento pasivo, la unificación del discurso político y de las votaciones son conductas que la propia oposición ha criticado, con razón, respecto del oficialismo. Sería poco serio que ahora tuviera la pretensión de imponer esas conductas en el propio bloque que enfrenta al gobierno.Sumar y restar, coincidir y disentir, ganar y perder votaciones debieran ser episodios absolutamente normales en la vida política del país. Pero no lo son. A punto tal están trastrocadas algunas situaciones que hoy es noticia que el Senado funcione y que, además, apruebe la designación de un presidente del Banco Central propuesto por el Poder Ejecutivo.Esta vez, un par de senadores “insensatos” salvaron al Senado.

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