sábado, 4 de diciembre de 2010

La única verdad es la virtualidad. Por Jorge Raventos


¿Habrá que corregir aquella famosa frase de Juan Perón (sugerida por Rogelio Frigerio) que afirmaba que “la realidad es la única verdad” y postular, ahora, que “la única verdad es la virtualidad”?
Por si no alcanzaban los innumerables correos electrónicos de Manuel Vásquez -el asesor ad honorem del ex secretario de Transporte Ricardo Jaime- como ejemplo de libro de que en estos tiempos la política navega (y a veces naufraga) en los océanos de la información y la informática, el mundo proporcionó una hiperbólica exposición de esa verdad con la inundación de cables secretos del Departamento de Estado de Estados Unidos provocada por la misteriosa entidad conocida como WikiLeaks.


Por cierto, los casi 30.000 correos registrados en los discos rígidos de Vásquez parecen poca cosa comparados con los -por lo menos- 250.000 que WikiLeaks sustrajo a Washington. Pero desde el punto de vista de la política doméstica argentina los mails del testaferro de Jaime tienen la virtud de la segmentación temática: de ellos surge el relato pormenorizado de una matriz de recaudación empleada durante todos los años de gestión de las administraciones kirchneristas. Los mails de Vásquez están mayormente virados a los asuntos de transporte (parece verificarse que su consultora actuaba como excusa de papel para facturar sistemáticamente, so pretexto de estudios o análisis, gestiones o decisiones que favorecían a empresas privadas locales o extranjeras y que se concretaban en erogaciones, compras, subsidios o autorizaciones del Estado argentino); sin embargo, las gestiones de Vásquez no se limitaban a aquella rama, alcanzaban inclusive las campañas de fund-racing del oficialismo en vísperas de elecciones. Por instrucción “del número 1” –dicho en álgebra: Néstor Kirchner-, Vásquez y un socio español recolectaban fondos de campaña solicitándolos a empresas extranjeras que hacen negocios (como proveedoras, concesionarias o, simplemente, beneficiarias) con el Estado argentino y dependen en esa actividad de los buenos o malos humores de la autoridad que sube o baja el dedo. Favor con favor se paga. Las sumas que Vásquez (por sugerencia del número 1) solicitaba a esos contribuyentes oscilaban entre el medio millón y los 2,5 millones de dólares.
Con alguna variante, la matriz que emerge de los correos electrónicos de la mano derecha de Ricardo Jaime, se aplicó en operatorias análogas. Héctor Capaccioli, el recaudador oficial de fondos para la campaña presidencial de Cristina Kirchner en 2007 era superintendente de Salud de la Nación y recaudaba principalmente en el área que debía supervisar (consiguió recaudar y blanquear mucho para la contabilidad de la campaña con la ayuda de laboratorios farmacéuticos, algunos de los cuales están ahora sometidos al escrutinio y la indagatoria judicial por falsificación de medicamentos o de documentación). Claudio Uberti actuaba en relación con Venezuela con el mismo estilo con el que Vásquez se movía en la península Ibérica y en otras localizaciones por asuntos vinculados con el transporte.
La densidad de la información encerrada en los mails del hombre de confianza de Ricardo Jaime es incomparable para la Justicia argentina. Pero, aunque muchas veces describan trivialidades, ¡qué colorido tienen los cables que distribuyó WikiLeaks, auditados por cinco prestigiosas publicaciones (cuatro diarios, un semanario) de Occidente: The New York Times, The Guardian, El País, Le Monde y Der Spiegel. Los redactores de esos correos –muchas veces firmados por los propios embajadores- abundan en datos surgidos de conversaciones con fuentes de alto nivel de los destinos que les toca ocupar: ministros, secretarios de Estado, altos funcionarios, periodistas, analistas, hombres de negocios.
La vivacidad de sus descripciones es, quizás, una señal de escepticismo sobre los destinatarios de la información: funcionarios diplomáticos que filtran en sus despachos lo que, en mínima proporción, dejarán llegar a los ojos del Secretario de Estado. Es preciso conmover a esos lectores fríos con detalles sabrosos y eventualmente dramáticos: la enfermedad de un mandatario siempre viene bien para esos fines, los riesgos para la estabilidad de un gobierno, una crisis, un default, huellas de corrupción, lazos con el crimen organizado o el narcotráfico: eso siempre permite una trama interesante.
Con intereses en todo el mundo (y con un papel planetario que el mundo, de buen o mal grado, le atribuye o reclama) la cancillería estadounidense es, en una de sus facetas, una gigantesca agencia informativa, que produce y digiere información de todas partes. Sus diplomáticos no hacen nada demasiado distinto de lo que deben hacer sus colegas de Argentina, Brasil, China o Kenya; las diferencias son de cantidad, de grado. Y, por sus consecuencias, de calidad.
Para cualquier diplomática resulta una catástrofe que se exponga en público aquello que fue concebido para informar discretamente a sus superiores. Es a estos a quienes tiene que procurar decirles (exagerando, inclusive, para llamar su atención) toda la verdad y nada más que la verdad. A sus interlocutores locales, cotidianos, autoridades del país anfitrión tienen que mostrarles su rostro más simpático y cooperativo pero no están en absoluto obligados a decirles ni “toda” la verdad, ni “nada más que” la verdad. En ese sentido, la franqueza de las “conversaciones francas” diplomáticas nunca dejan de tener esos límites, propios de la actividad.
Los profesionales saben cómo son las cosas: saben que la actividad requiere de esas cortesías, de esas verdades parciales, pero saben también que las partes están obligadas –también por ley de juego- a reaccionar públicamente si se hace público lo que debía ser privado. Por eso el juicio objetivo no cuestiona a Estados Unidos por las cosas que dicen los cables de sus diplomáticos, sino porque cayeron en la chapucería de permitir la filtración.
Es que lo más complicado para los autores de esos mensajes no reside en que las autoridades locales descubran la opinión o el juicio del embajador sobre ellos, sino que trasciendan detalles de algún acuerdo que involucra a terceros. Por ejemplo, en el caso argentino, el dato de que Cristina Kirchner acordó colaborar con Washington para “contener” a Evo Morales (discretamente, “para evitar la sospecha” de Morales). O que quede descolocado un interlocutor confiado, que puede ser una fuente permanente de información para la embajada. En varios de los mensajes que trascendieron emitidos por la embajada en Buenos Aires ocurre este traspié: se transcriben comentarios muy notables de, por caso, Sergio Massa, que fue jefe de gabinete de Cristina Kirchner, en los que afirma que Néstor Kirchner (que aún vivía) era un “monstruo” y un “perverso”. Mazza –como era inevitable- negó haber hecho esas juicios. Igual que Mazza otros interlocutores quedaron en falsa escuadra. Como se ha dicho, lo que daña (al menos por un tiempo, al menos en ciertos círculos) no es tanto la palabra pronunciada como la publicidad inesperada de esas frases. Hace unas semanas, el presidente de Uruguay, José Mujica, comentó un hecho parecido: aquellas duras palabras sobre Argentina y los argentinos del ex mandatario oriental Jorge Batlle, que eran parte de una conversación personal y fueron registradas y difundidas por un micrófono que permanecía abierto. “La desgracia –diagnosticó Mujica- fue esa: que lo que dijo tomara estado público”.
En el caudaloso río de las filtraciones provocadas por WikiLeaks los mails sobre Argentina apenas son una gotita que representa menos del 1 por ciento. Sin embargo, parte de la información que allí se incluye está por encima de la trivialidad. Es cierto que así como se habla de las bellas enfermeras búlgaras que prefiere Muammar Kadafi o de las “fiestas salvajes” de Silvio Berlusconi, en el caso argentino los cables se detienen en el carácter brusco de Mauricio Macri o en una rumoreada vulnerabilidad psíquica de la presidente, pero más allá de esos aspectos, los informes reservados desde Buenos Aires (los que hasta ahora se conocen, puede haber más novedades) ofrecen datos de la máxima relevancia sobre la reticencia del gobierno a cumplir con los compromisos internacionales en torno a la investigación de operaciones de lavado de dinero. En esos cables, citando como fuente al jefe operativo del Grupo de Acción Financiera que viajó a Buenos Aires a supervisar las acciones sobre el lavado de dinero, se consigna que la mayor parte de esos fondos “son producto de la corrupción política”, que el jefe de gabinete Aníbal Fernández “frustró sistemáticamente” los avances hacia una investigación en profundidad y que “los Kirchner y su círculo simplemente tienen mucho para ganar con un débil cumplimiento de las normas”. Se menciona en los cables una negativa a colaborar con pedidos de Suiza, Lichtenstein y Luxemburgo (paraísos fiscales) que querían investigar sospechosos movimientos de fondos del “círculo íntimo” en aquellas plazas. Y se consigna que tres años atrás el actual jefe de gabinete manejó un equipo dedicado al espionaje de las comunicaciones de políticos opositores (u oficialistas sospechados de desvíos), jueves, empresarios y periodistas.
Es decir: en paralelo a la información superficial y a las rutinas, la embajada reportaba al Departamento de Estado sobre algunas acciones que, al menos en Argentina, entrañan la posible comisión de delitos. Al tomar estentóreo estado público, estas afirmaciones adquieren una indiscutible relevancia política y, en su medida y armoniosamente, formarán parte del juicio de la ciudadanía. Ahora bien, ¿es irrazonable que también puedan alcanzar significación judicial?
Mientras asistimos a la pujante ofensiva de la esfera que llamamos virtual, la política y su mundo de seres reales empieza a desperezarse, preparándose para el decisivo 2011. La presidente, milímetro a milímetro va girando el timón que antes empuñaba Néstor Kirchner. La semana pasada se comentaba la convocatoria al Fondo Monetario Internacional para que ayude a rehacer el desacreditado Instituto de Estadísticas (dos blancos con un solo tiro), o la visita a la Conferencia Industrial en busca de un clinch con un sector del empresariado; esta semana observamos el perfil moderado que adoptó la representación del país en la Cumbre Iberoamericana de Mar del Plata, resistiendo junto a Colombia, Perú, Brasil y Chile las posturas hirsutas del Eje chavista (Venezuela, Ecuador, Nicaragua, Bolivia), empeñados en una fraseología anti estadounidense. Para las posturas más ansiosas, esos corrimientos oficiales son mínimos y ni siquiera llegan a ser cosméticos. Tienen, sin embargo, un potencial simbólico, ya que embrionariamente indican una tendencia –llamémosla autocrítica- a rectificar las prácticas que orientaba Néstor Kirchner en vida. “Estos pasos o pasitos no se hubieran producido si estuviera él”, diagnosticó un hombre del riñón K. Y al decirlo, su tono no era de nostalgia, sino de alivio. Habrá que ver si los retoques milimétricos alcanzan para consolidar un nuevo dispositivo de decisión y disciplina en el oficialismo, capaz de darle consistencia en el año electoral.
Ahora, ya en el codo del 2011, la promesa de competencia en las urnas empieza a expresarse de manera orgánica. Los partidos hacen sus aprontes y empiezan a presentarse los precandidatos. En pocos días lanzará oficialmente su postulación Eduardo Duhalde desde el Peronismo Federal t el viernes lo hizo, primereando a todos, Ricardo Alfonsín desde el seno de la UCR.
El acto radical realizado con el Congreso a las espaldas y con la vista puesta en la Plaza de Mayo mostró un público entusiasmado, una amplia presencia juvenil y un Alfonsín que dio examen de orador elocuente, expresivo y razonable, reflexionando llanamente ante sus “muchachos” , descartando frases facilistas y respondiendo a las críticas más habituales que se han registrado sobre su candidatura. La primera oferta de aspiración presidencial mostró, desde la UCR, capacidad competitiva. Las que se irán sucediendo agregarán nuevos elementos. En conjunto, la sociedad va a encontrar un arco variado de instrumentos para abrir nuevas posibilidades.
Hasta el oficialismo empieza a rebuscar los caminos y a evaluar los nombres que le permitan convertirse en esa alternativa al kirchnerismo que murió con Néstor Kirchner.

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