domingo, 12 de diciembre de 2010

Vacío de estado. Por Jorge Raventos

Entre el fin de la noche del viernes 10 y la madrugada del sábado 11, el gobierno nacional y el de la ciudad de Buenos Aires iniciaron finalmente un diálogo, después de una semana de choques verbales por los medios mientras, el poder era un desaparecido en el sur porteño.
El encuentro tuvo sus rasgos propios. Aníbal Fernández recibió a Mauricio Macri en la Casa Rosada, menos en su función de representante del gobierno que como perito de parte de los sectores que tenían intrusado desde hacía una semana un predio público de 130 hectáreas: “"Los ocupantes del parque Indoamericano nos pidieron que intercediéramos y fuéramos garantes de una reunión con el jefe de la ciudad", relató Fernández vía Twitter. Prosiguió, en tiempo real: “: "Ya arribó a casa de gobierno Mauricio Macri y estamos esperándolo junto a los representantes de los ocupantes”.

Esa performance era el primer gesto para romper la inacción que ya llevaba cobrados tres muertos.

El sábado 4 de octubre, los vecinos de los edificios de Villa Soldati lindantes con el Parque Indoamericano, en la frontera Sur de la ciudad de Buenos Aires, observaron los movimientos incipientes de una ocupación del lugar por parte de personas que parecían decididas a establecer allí viviendas precarias. “Serían veinte o treinta –explicó uno de los vecinos-; enseguida dimos el alerta a la policía. Si se hubiera reaccionado rápido no habría ocurrido lo que tuvimos que lamentar después”.
Dos días más tardes los ocupantes se contaban por cientos. Fue (recién) entonces cuando la jueza porteña María Cristina Nazar firmó una orden de desalojo, que cumplieron la Polícía Metropolitana –un cuerpo que apenas transita un estado embrionario- y la Federal.
Algunas escenas captadas por las cámaras de tevé mostraron a hombres de la Federal en acción, cumpliendo la instrucción judicial con un derroche de energía que, al parecer, asustó a la Presidente, sobre todo porque coincidió con el hecho de que los incidentes terminaran con dos víctimas fatales. Aunque no había ninguna evidencia de que los muertos hubieran caído por balas policiales (más bien se piensa que las armas usadas fueron “tumberas”, unas escopetas caseras que emplea la delincuencia más rústica), a partir de ese instante el gobierno nacional decidió castigar a los agentes ("esos señores de uniforme golpeando se van a ir expulsados de la fuerza directamente", resumió el jefe de gabinete Aníbal Fernández.) y replegarse: abandonó así su intervención en un amplio espacio en situación de riesgo, en un distrito al que legalmente debe garantizarle seguridad y que, por otra parte, es la sede de las autoridades federales. El predio volvió a ser ocupado el mismo martes por la noche.
El Parque Indoamericano está flanqueado en parte de su perímetro por edificios de departamentos que ocupan trabajadores y miembros una clase media modesta, que accedieron laboriosamente a la propiedad. Esos vecinos ya conviven en las proximidades de una cadena de villas de emergencia (la 20, la 1-11-14, la 3) que son, como todo el mundo sabe, fragmentos del territorio argentino de los cuales el Estado se ha ido alejando paulatinamente y donde el control es ejercido cotidianamente por poderes fácticos, principalmente ligados al mundo delictivo y al tráfico de sustancias. La perspectiva de que, en lugar de que las villas actuales sean urbanizadas y erradicadas en tanto tales, el inmenso Parque Indoamericano se convierta en el asiento de otra aterró a los vecinos de Soldati y Lugano, que vieron ante sí un fenómeno que uno de ellos definió de inmediato: “Esto es la favelización. Lo que Lula está combatiendo en Rio de Janeiro se va a desarrollar en el sur de la ciudad de Buenos Aires”.
En verdad, en los últimos años –coincidiendo con un período de formidables precios internacionales para las exportaciones argentinas. de incremento del producto bruto y de la recaudación fiscal y de proclamada (por el gobierno) caída de la pobreza, la población de villas de emergencia se ha incrementado en un 50 por ciento. Muchos de sus habitantes son inmigrantes de países limítrofes; los argentinos son la minoría más numerosa. La discriminación verbal contra los no argentinos es un factor que desvía el análisis: la inquietud de los vecinos establecidos está motivada por la peligrosidad que asignan a la condición de "villero", más que a la nacionalidad. Observan a la villa como el espacio donde el Estado ha sido reemplazado por el poder del delito y la violencia.
El gobierno de la Ciudad Autónoma y tres jueces reclamaron con insistencia al gobierno nacional, entre el miércoles y el viernes, que enviara la Policía Federal para prevenir enfrentamientos y para recuperar el espacio público usurpado, pero a esa altura el gobierno nacional ya había remachado su decisión de no intervenir: “Esto no se resuelve con la fuerza”, argumentaba Aníbal Fernández que, sin embargo, sólo desempolvó ese precepto después de que las fuerzas (que hasta entonces dependían del ministro Julio Alak y, de hecho, de él mismo), fueron puestas bajo sospecha por la señora de Kirchner y por las más conspicuas organizaciones de derechos humanos.
El jueves los enfrentamientos escalaron: hubo tiros entre ocupantes y vecinos. Se sumó otro muerto. Algunas fotos panorámicas que publicarían los diarios al día siguiente parecían escenas de la guerra de Paraguay pintadas por Cándido López.
Con el Estado ausente, la guerra del Parque Indoamericano, siguió elevando la temperatura y si no llegó más lejos fue porque, pese a la presencia de agitadores organizados, provocadores y termocéfalos, un número extendido de gente sensata de ambos bandos (usurpadores y vecinos establecidos) tomó distancia de los enfrentamientos.
De todos modos, los choques arreciaban el viernes por la tarde, mientras la Presidente festejaba en la Casa Rosada el tercer aniversario de su acceso al cargo, junto a Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Aunque a esa hora ya había recibido una carta de Mauricio Macri solicitándole una audiencia para insistir en la necesidad de que el gobierno nacional “no abandonara al Sur de la Ciudad de Buenos Aires”, la señora de Kirchner en su aparición por la cadena nacional de radio y televisión sólo aludió al jefe de gobierno indirectamente, tomando distancia de la xenofobia que ella le imputa. Tampoco se refirió a los hechos que ocurrían en ese instante en el Parque (llegó a temerse otra víctima fatal, las ambulancias no podían recoger a los numerosos heridos porque eran atacadas, las escasas fuerzas de la Policía Metropolitana se veían forzadas a abandonar el lugar por el mismo motivo); cuestionó a “la mano dura”, aunque en rigor lo que pasaba en Villa Soldati parecía más relacionado con “la mano ausente”.
Pese a lo que lucía como un esfuerzo por ignorar la magnitud de los hechos, la Presidente dio una señal de cómo estaban golpeando al gobierno al anunciar la designación de Nilda Garré como ministra de Seguridad. Hasta ahora (en rigor, hasta el miércoles cuando ella asuma) el ministerio de Justicia y Seguridad reunía las dos carteras bajo el mando de Julio Alak (si bien el área de seguridad siempre contó con el control directo de Aníbal Fernández). La flamante designación contradice una enseñanza de Perón (no cambiar de caballo en medio del río), seguramente provocará el alejamiento de Julio Alak y deja herido en el ala a Aníbal Fernández, que mantiene una vieja tensión con Nilda Garré y con un protector principal de ella, el periodista Horacio Verbitsky, que la orientó en su gestión en la cartera de Defensa y que ha sido muy escuchada tanto por Néstor como por Cristina Kirchner. La penúltima divergencia entre Verbistky y el jefe de gabinete se dio hace poco, a raíz de los choques entre la policía de Formosa y una demostración de aborígenes locales. El CELS de Verbitsky embistió contra el gobernador Gildo Insfran en momentos en que varias organizaciones de derechos humanos solicitaban la intervención de la provincia. Fernández, por su parte, le advirtió al presidente del INADI, el ente oficial anti-discriminación, que cancelara cualquier ataque contra el mandatario. En esa ocasión Fernández pareció adivinar la necesidad de la señora de Kirchner de no chocar contra la red de gobernadores y jefes territoriales justicialistas; de hecho: contemporáneamente ella misma apareció junto a Insfran ante las cámaras.
¿Cómo interpretar movimientos de la Presidente que parecen contradictorios entre sí: la convocatoria al FMI, la distancia en relación al eje chavista en la Cumbre Iberoamericana, el cuestionamiento tácito de las estadísticas del INDEC, el reforzamiento del vínculo con los organismos de derechos humanos, la protección de Insfran, la entrega de la cartera de Seguridad a Garré y Verbitsky? ¿Cómo interpretar la parálisis del Estado nacional, replegado y ausente durante varios días mientras una amplia zona de la ciudad que es sede del gobierno atraviesa picos de violencia, anarquía y muerte?
Es difícil encontrar en aquellos movimientos y en ese vacío una lógica intrínseca. Son, más bien, la consecuencia de un hecho que ocurrió hace menos de 50 días: la salida de escena de Néstor Kirchner. Aquel 27 de octubre señalábamos en esta columna que con la muerte de Kirchner “se disuelve abruptamente el eje ordenador y conductor del sistema de poder vigente. Ese sistema de poder estuvo siempre concentrado, centralizado y articulado por Néstor Kirchner, tanto mientras ejerció personalmente la presidencia como durante el tiempo en el que ese cargo ha estado ocupado por su esposa. Su desaparición corta de un tajo los hilos de todas las redes –políticas, partidarias, sindicales, empresariales- que llegaban a esa terminal única que Kirchner representaba. Un cortocircuito de semejante magnitud no puede sino someter a grave riesgo la gobernabilidad”.
Hay quienes confunden el incremento de opiniones favorables que la señora de Kirchner recibe en las encuestas, con fortaleza. Error. Néstor contaba con porcentajes más bajos, pero tenía poder. Ella tiene mejores encuestas, pero no ha heredado ese poder. Y lo sabe. Por eso trata de evitar tantas confrontaciones como las que Kirchner se permitía y promovía, por eso busca hacer clinch con gobernadores y jefes territoriales más allá de lo que íntimamente pueda pensar de ellos; por eso es prudente con Moyano y “terceriza” la tarea de limitarle los movimientos, por eso trata de acercarse a los empresarios importantes (con una excepción), por eso no quiere perder la certificación de calidad que otorgan las organizaciones de derechos humanos y les entrega a ellos el manejo de las fuerzas de seguridad, previendo que tenga que emplearlas en los meses próximos por un incremento de la conflictividad.
Su rumbo está regido menos por sus deseos que por sus necesidades.
Los hechos del Parque Indoamericano muestran con qué velocidad se produce el efecto de vacío. Verdad y consecuencia.

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