domingo, 24 de abril de 2011

Vargas Llosa, la Feria del Libro y los "progres" argentinos. Por Daniel V. González



Finalmente Mario Vargas Llosa pasó por la feria del libro y lo hizo con un discurso y una entrevista brillantes y llenos de matices para los que gustamos de su literatura y también disfrutamos al verlo defender sus ideas políticas.
Se permitió el homenaje a Borges y Cortázar, el humor, el relato gesticulado y incluso la suave e inteligente ironía para con el gobierno nacional. Sus relatos, instigados en un diálogo posterior a la conferencia, por Jorge Fernández Díaz, acerca del origen de algunas de sus obras más importantes, alcanzaron momentos gloriosos. En especial, cuando nos contó acerca de Pedro Camacho, el escribidor que compartió libro con la Tía Julia. Fue un placer verlo, escucharlo y leerlo.



Muy importante fue que finalmente el gobierno ordenó frenar todos los escraches que se estaban organizando, con la única y sintomática excepción del pensador Aníbal Fernández, que logró publicar un libro justo antes que comenzara la Feria lo cual parece haberle otorgado la valentía como para polemizar, ya entre colegas, con el escritor peruano y con el filósofo Fernando Savater. En esta etapa de su vida, todos sabemos, Aníbal siente encarnar a Jauretche. Y carece de amigos que tengan la valentía de sugerirle lo confundido que está.
Pasado el discurso y la ceremonia oficial de la Feria, los intelectuales kirchneristas, con la sangre en el ojo tras haber sido reconvenidos por la presidenta, que tuvo el buen tino de evitar el veto que había propuesto el titular de la Biblioteca Nacional, destilaron su disconformidad, objeciones y críticas. Resulta interesante repasarlas.
La nota de Horacio González en Página 12 es bastante reveladora de un hecho incuestionable: al progresismo argentino le cuesta encontrar algún costado fácil sobre el cual descargar su crítica a Vargas Llosa. El peruano se les planta como un liberal consecuente y sin fisuras, alguien que combate las dictaduras de derecha tanto como las de izquierda, que defiende la democracia, que está a favor del aborto y de la libre circulación de drogas. Y para colmo es un escritor brillante y un intelectual agudo, ilustrado y valiente.
Ya la noche anterior, en el programa A dos voces, en TN, González había intentado desmerecer a Vargas Llosa comparándolo con Borges, exhumado del Index peronista por un rato, al sólo efecto de embromar a Don Mario. “Borges fue muy superior a Vargas Llosa”, se animó a decir, como si fuera pertinente un cotejo entre dos artistas (¿Era mejor Monet que Renoir? ¿Messi que Maradona?). En punto a literatura, puede decirse que Vargas Llosa seguramente es incapaz de escribir algún cuento de infinitos, laberintos o cuchilleros con la maestría que lo hizo Borges pero éste tampoco podría lograr ninguna novela de las que nos va dejando el escritor peruano.
De esta comparación impropia entre ambas producciones literarias, González se ve obligado a deducir –después de todo es uno de los principales pensadores kirchneristas; es su trabajo- que “eso demuestra la decadencia” del Nobel como premio literario. Es decir, para González Vargas Llosa no merecía el premio y, si lo obtuvo, no es un mérito suyo como escritor sino una simple expresión de decadencia del lauro. Probablemente, en próximas ediciones, Horacio González se atreva –en TN no lo hizo- a sugerir nombres alternativos, como José Pablo Feinmann o Juan Gelman cuya literatura podrá ver con mejores ojos a la luz de sus ideas políticas progresistas que exhiben esos autores.
En realidad, Vargas Llosa no molesta por su literatura (aunque ésta, de paso, reciba críticas o indiferencia) sino por sus opiniones políticas que, además, el peruano tiene la mala costumbre de plasmar en papel casi todas las semanas. Y en este sentido, tampoco puede ser comparado con Borges, que era un literato puro que apenas si disfrutaba, de tanto en tanto, de tirar alguna estocada de dura ironía contra el poder y, muy especialmente, contra el peronismo. Por eso, hasta esta reivindicación que hace ahora González, el peronismo prefería al autor de El Aleph en algún lugar del Mercado Central.
En punto a su vocación, atención, estudio, seguimiento y participación en la política, lo de Vargas Llosa no puede ser comparado con Borges pues el escritor peruano incluso participó de una elección presidencial, como candidato de un movimiento formado por él mismo que fue a balotaje y finalmente perdió con Fujimori.
Efectivamente, lo que molesta de Vargas Llosa son sus opiniones políticas y, aunque sus críticos se confiesen grandes lectores de su obra, en realidad desdeñan su literatura porque Vargas Llosa es un liberal. Y el progresismo argentino maneja un canon literario similar al de la Casa de las Américas, con apologías y rechazos fundados en la distancia que los autores deparen de las ideas socialistas, de Cuba y, ahora, del populismo.
Pero aún así, Vargas Llosa se les torna escurridizo y esquivo; difícil de atacar. En efecto, su literatura, sus escenarios, sus fantasías, los personajes, su enfoque, las preferencias que pueden extraerse de los textos, la temática elegida, nada de ello deja fisuras para un fácil ataque “progre” a un presunto ogro reaccionario.
Desde Conversación en la Catedral hasta La fiesta del chivo, el escritor ha descrito de modo punzante y sin concesiones las dictaduras latinoamericanas. El novelista y el ensayista no son Jekyll y Hyde sino uno y único que usa el filo y el contrafilo según convenga. Para padecimiento de sus detractores, su reciente novela, El sueño del celta es una formidable denuncia de los abusos y crueldades del colonialismo inglés y francés en las plantaciones de caucho.
El ataque de Horacio González también recayó en el hecho de que “la marca Vargas Llosa” sería representante del “mercado mundial de las novelas”. Una objeción curiosa pero, como todo lo que expresa HG, confusa.
(González tiene la costumbre de hablar y escribir de un modo críptico, con ideas expresadas a medias, que las tira como salpicando, sin mirar a los ojos, sin desarrollarlas a fondo. Esta forma expresiva induce a pensar que quien la utiliza carece de la convicción o el valor para llevarlas hasta el final o bien que se expresa de un modo confuso y cerrado para escamotear un debate que de otro modo le resultaría desventajoso.)
Pero volvamos a eso de que Vargas Llosa forma parte del “mercado mundial de la novela”. ¿Qué quiere decir esto exactamente? ¿Que el escritor laureado es una suerte de invento del mercado, un escribidor sin talento que ha contado con los favores de una publicidad que lo ha instalado inmerecidamente en un sitial que le queda grande? ¿Qué sus novelas son “comerciales”, esto es de baja calidad literaria, nutridas de golpes bajos e impregnadas de los tics que demanda un mercado de lectores descuidados y poco exigentes? No lo sabemos porque González no lo aclara. Según su estilo, tira la frase y deja allí la insinuación picando, en forma insidiosa y sibilina, sin animarse a profundizar la idea.
Complicado para atacar a Vargas Llosa en tanto su ideario liberal muchas veces lo deja a la derecha, González prefiere abordarlo por el lado moral. Entonces lo compara con Raúl Scalabrini Ortiz, que no era literato sino un pensador agudo pero que apenas se asomó más allá del tema de su preferencia casi exclusiva: los ferrocarriles argentinos. González contrasta la luz que irradia Vargas Llosa, el boato que lo rodea, su éxito, su condición de figura mundial de las letras y el ensayo, con la modestia y los padecimientos de Scalabrini, cuya devoción por el destino nacional argentino nadie puede discutir; una suerte de chantaje moral claramente demagógico.
También le reprocha al escritor peruano que el protocolo lo haya llevado a reunirse con Mauricio Macri, a quien supone tosco e iletrado. Como HG es afecto a los juegos de palabras, fuerza uno que resulta absolutamente insustancial: le señala a Vargas Llosa su preferencia por el “bovarysmo” (por Madame Bovary, el personaje de Flaubert) antes que el “bolivarismo”. Una muestra de insustancialidad reveladora.
Página 12 bombardea a Vargas Llosa con otras notas y un reportaje. Mario Wainfeld equivoca manifiestamente el tono de su nota. Trata a Vargas Llosa de manera burlona y sobradora (“Varguitas”) lo que resulta absolutamente inapropiado si tenemos en cuenta la diferencia de estaturas. Pero no hay ánimo auténtico de debate sino simplemente de denuesto. Nadie quiere discutir las ideas de Vargas Llosa sino, con prejuicios, atacarlo en defensa de “lo nacional y popular”. Wainfeld le reclama, por ejemplo, no haber leído el informe que Bialet Massé hizo sobre el estado de la clase obrera en la Argentina de la segunda presidencia de Roca y llega a insinuar que el escritor “arrugó” pues no atacó al gobierno.
El reportaje de tapa, es de antología: inquiere al Premio Nobel de Literatura… ¡sobre temas económicos! que, obviamente, no son de su especialidad aunque, claro está, el novelista cuenta con conocimientos sólidos aunque necesariamente generales y no técnicos. Ahí lo tratan de arrinconar con un tema elemental: si el estado sí, o si el estado no. Lo remontan a Adam Smith y le arrojan a la cara a Paul Krugman, Nobel en Economía, para hacerle ver lo equivocado que está al ser liberal. Un verdadero espanto.
¿Qué es lo que lleva a los “progresistas” argentinos a librar esta verdadera cruzada contra el pensador y literato peruano? Claro que sus ideas políticas y, probablemente más que ellas, sus ideas económicas. De hecho, el reportaje de Página 12 está anunciado en tapa con una frase del escritor: “La intervención del estado genera injusticia”. Frase que, obviamente, el diario juzga horripilante y casi genocida.
Sin embargo, no es Vargas Llosa sino nuestros intelectuales “progres” los que están en deuda. El escritor recorrió el camino completo: se ilusionó con el socialismo en los sesenta pero mantuvo en alto su espíritu crítico. Percibió que las promesas de libertad de la revolución cubana no se verificaron y que el paraíso soñado degeneró rápidamente en una sociedad injusta, dictatorial, sin libertades. Que, además, la economía dependía del aporte soviético y que, librada a sus propias fuerzas, caminaba rumbo al desastre categórico, como efectivamente ocurrió.
Vargas Llosa tuvo la valentía de revisar sus puntos de vista ante ese fracaso evidente. Su ruptura con el socialismo lo llevó hacia el pensamiento liberal, al que considera único e indivisible: democracia y mercado. Pasados los años, el derrumbe estruendoso de la Unión Soviética y Europa del Este y, además, los cambios de China hacia la economía de mercado, parecen haber dado la razón al pensador y novelista. En estos temas, Vargas Llosa no está solo sino que lo acompañan muchos intelectuales de todo el mundo que de ningún modo aceptan la opresión y la conculcación de las libertades más elementales en nombre del socialismo.
Son nuestros “progres” los que no se han dado por enterados de los cambios en la política y la economía mundial de las últimas décadas. Prefieren no hablar del tema. No han reelaborado sus puntos de vista. Por cobardía, pereza intelectual o simple conveniencia alimentaria, sostienen puntos de vista que cada vez más resultan indefendibles con los antiguos argumentos. Temen, probablemente, ser acusados de traidores y claudicantes si se atreven a decir lo que a esta altura ya resulta evidente: que el rey está desnudo, es decir, que el socialismo ha fracasado, que apenas sobreviven restos dispersos. Ven en el “populismo” algunos rasgos que, si bien no tienen la intensidad ni la nitidez del socialismo, al menos les permiten ilusionarse con la vigencia de aquellas ideas de hace cincuenta o sesenta años y que hoy, tal como estaban formuladas, resultan impresentables.
Pero aún teniendo a la vista los fracasos más estruendosos en relación con la economía planificada al estilo soviético, aún cuando los decrépitos hermanos Castro han decidido dar lugar a la iniciativa privada, como una clara aceptación del fracaso de su régimen político y económico, nuestros “progres” no dicen una palabra, hacen silencio, y sostienen a brazo partido que la panacea es, simplemente, la ampliación de la intervención estatal y la supresión creciente del mercado. O sea, un rumbo probado que ha fracasado en todo el mundo y que en la Argentina sólo es posible por los vientos que soplan desde China… gracias a que su dirigencia, aún sin abdicar del socialismo, ha cedido espacios crecientes al mercado y la iniciativa privada, cuyo impacto benéfico nos llega gracias a la denostada globalización.
Vargas Llosa se les presenta a nuestros intelectuales “progres” como un espejo en el cual no desean mirarse: un intelectual valiente, crítico que no ha temido abandonar antiguas ideas en las que creyó para abrazar otras distintas. Un intelectual que expresa sus puntos de vista con transparencia y sin medias palabras, y que –como si todo eso fuera poco- escribe novelas como sólo lo hacen los dioses de la Literatura Universal.
Por eso Mario Vargas Llosa resulta inasible a esta franja de los intelectuales argentinos: porque un gigante siempre es difícil de horadar. Sobre todo cuando cuenta con la virtud de la transparencia.

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