lunes, 18 de julio de 2011

Baja tolerancia a la aritmética. Por Jorge Raventos

Como se avizoraba, la cadena de elecciones distritales que desemboca en las primarias obligatorias del 14 de agosto, se presenta como un trayecto cargado de riesgos para el oficialismo.
La prueba inicial, librada el domingo 10 de julio en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, terminó mal (y siguió peor). Mauricio Macri estuvo a punto de imponerse en primera vuelta (47 por ciento) y le sacó casi veinte puntos de diferencia a Daniel Filmus, el candidato del Frente para la Victoria. Más preocupante aún para la Casa Rosada, Juan Cabandié, el representante de La Cámpora y colocado a dedo por la mismísima presidente como cabeza de la lista de legisladores, obtuvo apenas la mitad de la votos que cosechó Filmus y quedó a 30 puntos de distancia de la boleta del Pro, liderada por el rabino Sergio Bergman.


La caída fue dolorosa y pareció dejar groggy al gobierno. Primero hubo un empeño en celebrar la derrota como un triunfo. “Es como si Passarella hubiera organizado un festejo alegando que ahora River tiene la suerte de jugar en primera B”, comparó un gracioso. De todos modos, las imágenes contradecían las palabras: los funcionarios del gobierno nacional que acompañaban a Filmus en el bunker del FPV huyeron en masa de ese escenario antes de que los medios difundieran las cifras y tan pronto la Casa Rosada comprobó que el traspié era grave. Le dejaron al candidato la tarea de sufrir simulando que hacerlo era un placer.
La señora de Kirchner fue, si se quiere, equitativa: no saludó al vencedor, pero tampoco se comunicó con su soldado derrotado. Sólo le ordenó a Filmus, a través de Carlos Zanini –secretario Legal y Técnico del gobierno y ayuda de campo electoral- que declarase que iba a competir en la segunda vuelta.
¿Es reaccionaria la realidad?
Más allá de las inverosímiles muecas festivas, la sensibilidad artística del rosarino Fito Páez y la capacidad de abstracción del bibliotecario mayor, Horacio González, revelaron con una precisión sólo comparable a la aspereza suburbana del Jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, la perplejidad y la irritación del oficialismo ante la derrota. Todos ellos decidieron que, si tenían que culpar a alguien por la catástrofe padecida, no alcanzaba con cargar contra Mauricio Macri o contra el Pro: había que ir más a fondo. Los verdaderos autores eran los votantes.
Por eso salieron a disparar contra “la mitad de Buenos Aires” (en rigor, las tres cuartas partes que eludieron la boleta oficialista) con expresiones de “asco” y munición gruesa verbal. Desde “racistas” a “estropajos”, desde “tacaños” a “egoístas”, los ciudadanos porteños que votaron al Pro merecieron todo tipo de descalificaciones.
En su biografía sobre Néstor Kirchner, José Pablo Feinmann incluye una nota que revela simultáneamente el sentido profundo de las reacciones actuales y su distancia del pensamiento de Juan Perón. Mientras éste sostenía que “la única verdad es la realidad”, el Kirchner de Feinmann predica que “la realidad es reaccionaria”. Las quejas de Páez y las de los funcionarios-militantes son una rebelión contra la aritmética que evoca aquel cuento de psicólogos en que el paciente confesaba que “efectivamente, 2 más 2 es 4, pero no puedo soportarlo”.
No obstante, el sincericidio como terapia compensatoria quizás ayude a aliviar el dolor síquico, pero es dudoso que sea eficaz para curar los males electorales. El pobre Filmus, obligado a encarar la segunda vuelta electoral, musita que insultar a los ciudadanos no es buen camino para remontar una cuesta de veinte puntos, pero nadie le presta atención. Los políticos filokirchneristas que no renunciaron a hacer carrera en la ciudad de Buenos Aires (Aníbal Ibarra, Gabriela Cerruti) tomaron distancia: “Si queremos seducir y reconquistar a los ciudadanos sería bueno que empecemos por no enojarnos con lo que votaron”. Comprendieron que la ira vengativa del oficialismo y su clientela sensitiva ha desatado una oleada de bronca que hace arder las redes sociales y se proyecta ominosamente sobre las urnas del 31 de julio.
La quiebra de un nexo cultural
La derrota, la reacción intolerante y las múltiples respuestas que ella recibe están evidenciando una circunstancia de proyección más amplia que el propio calendario electoral: la brecha que se ha abierto entre la clase media urbana y “el relato” del oficialismo. Aquellos fragmentos de las clases medias que durante un período respaldaron a Néstor y Cristina Kirchner y les facilitaron altos porcentajes de aceptación en las encuestas están ahora desencantados. Se ha quebrado un nexo cultural.
Sin duda son muchos los factores que convergen en esa quiebra, pero probablemente el más significativo es el desgaste final del uso de la bandera de los derechos humanos como arma de agresión política y disciplinamiento, que el kirchnerismo empleó con eficacia durante años.
El escándalo suscitado alrededor de la Fundación Madres de Plaza de Mayo, la evidencia del desvío de centenares de millones desde oficinas del Estado a la asociación presidida por la señora Hebe de Bonafini y administrada por Sergio Schoklender actuó como un ácido poderoso sobre el pilar principal del “modelo político K”. Los hechos que siguen sucediéndose en ese capítulo de la realidad (los reclamos a Bonafini de los obreros impagos o despedidos de los emprendimientos de la Fundación, los cruces de acusaciones entre Bonafini y Schoklender) profundizan la quiebra.
Simultáneamente, se ha difundido la constatación judicial -con la participación del Banco de Datos Genéticos- de que no existe coincidencia alguna entre el acervo genético de los hijos adoptivos de la titular del Grupo Clarín y el de ninguno de los casos denunciados de niños desaparecidos o apropiados en los primeros años de la tiranía militar. Este es otro testimonio arrasador sobre el uso extorsivo de la bandera de los derechos humanos. Máximas autoridades del gobierno prejuzgaron públicamente y emplearon ese falso relato para embestir contra las empresas privadas propietarias de la firma Papel Prensa.
El gobierno ve corroído, como consecuencia de sus propios actos, el relato político que le sirvió de sombrilla durante años. Y esto ocurre cuando, con la muerte de Néstor Kirchner, ha perdido la viga maestra de la construcción oficialista. La ausencia de ese liderazgo se hace más notoria cuando los conflictos internos se intensifican. Los cuadros territoriales y gremiales del justicialismo integrados al FPV se sienten maltratados y amenazados mientras se comprueba que los que han sido digitados para cubrir sus plazas (los jóvenes de La Cámpora, como el porteño Cabandié, por ejemplo) no parecen preparados para el esfuerzo.
Esto no ha sido todo
Así, las tensiones internas se multiplican. Tras la derrota porteña muchos se encarnizaron con el candidato Filmus, a quien le imputaron frialdad en la comunicación y poco compromiso con la Casa Rosada. Esto, pese a que la señora de Kirchner lo eligió a él porque era el que “mejor medía” de los tres postulantes partidarios. Otros dirigen sus reproches al gremialismo, al que culpan de haber trabajado a media máquina como revancha por la postergación de sus hombres en las listas.
El propio sector sindical está plagado de intrigas propias: el secretario general del gremio de la construcción, Gerardo Martínez, sospecha que la difusión mediática de su condición de empleado del Servicio de Inteligencia del Ejército durante los años del gobierno militar fue obra de Hugo Moyano y sus amigos, como respuesta al apoyo de la Casa Rosada al dirigente de los albañiles para suceder a Moyano en la CGT.
El oficialismo parece por instantes la caldera del diablo. Y sólo ha soportado la primera de las pruebas electorales que prologan las primarias obligatorias.
Veremos cómo evolucionan las cosas después del comicio santafesino, donde se da por descontada la victoria del socialista Bonfati y muchos conjeturan que el Frente por la Victoria puede terminar en el tercer puesto, detrás del debutante midachi Miguel Del Sel, hombre de Macri y aliado de Eduardo Duhalde.
Hay muchos que tendrán que mejorar su tolerancia a la aritmética.
Jorge Raventos

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