sábado, 23 de julio de 2011

Las urnas de Santa Fe y una perspectiva federal. Por Jorge Raventos

La eliminación del seleccionado de fútbol argentino en la Copa América y, en un plano menor, la “autocrítica” de los intelectuales kirchneristas del grupo Carta Abierta desplazaron la atención general de las muy importantes elecciones santafesinas. Seguramente a partir de la noche del domingo 24 el país tomará plena conciencia de lo que se estaba jugando en esa provincia, en la que votan casi dos millones y medio de argentinos. Por cierto, se disputan allí la gobernación, 50 diputaciones y 19 bancas de senador provinciales y 43 intendencias; pero, más allá de esas posiciones, lo que el conjunto del país observará en el comportamiento del electorado santafesino es si confirma o refuta el relato oficialista según el cual la candidatura presidencial de Cristina de Kirchner tiene asegurado el triunfo en primera vuelta.
En Santa Fé, este domingo, la candidatura de Agustín Rossi, sostenida desde la Casa Rosada, no sólo no conseguirá el primer puesto (las encuestas vaticinan la victoria del candidato socialista Antonio Bonfatti); es muy probable que pierda también la segunda colocación a manos del debutante Miguel Del Sel, el midachi que se postula con el respaldo del Pro de Mauricio Macri y el del peronismo disidente de Eduardo Duhalde.

Cadena de derrotas
Después de la concluyente derrota sufrida por el Frente para la Victoria en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, los analistas empezaron a reparar en un hecho que ya apuntáramos en esta columna dos meses atrás: que “el gobierno llegará a las primarias de agosto sin victorias en tres distritos importantes (Capital, Santa Fé, Córdoba)” y que “sólo puede confiar en el justicialismo de la provincia de Buenos Aires para compensar aquellos malos tragos” (por esos días la señora de Kirchner no había provocado aún la disconformidad del justicialismo bonaerense con su caprichosa digitación de las listas del distrito).
La inteligencia oficialista ha salido a morigerar el daño que produce esa ominosa seguidilla sobre la imagen de invencibilidad que atribuyen a la Presidente. Sus propagandistas argumentan que las elecciones de distrito no demuestran nada sobre lo que puede suceder en una puja nacional por la presidencia, que el oficialismo puede caer en aquellas grandes provincias y sin embargo la dama puede triunfar en la elección presidencial. Señala uno de ellos, por caso: “La nueva gran ilusión opositora se centra en las derrotas en cadena que el kirchnerismo va a sufrir en Ciudad Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba (…) Sin embargo, no hay ninguna constatación de que lo que sucede en algunos distritos, por importantes que sean, pese luego sobre las elecciones nacionales. Si no pregúntenle a Eduardo Duhalde, y la cataratas de victorias que el menemismo le preparó en 1999, en las que los gobernadores aseguraron su reelección para luego no apoyar al bonaerense en su presidencial…”
Ciertamente, no está en modo alguno fuera del campo de lo posible que, perdiendo el oficialismo los comicios de distrito en Córdoba, Capìtal, Santa Fé (y seguramente Mendoza) la señora de Kirchner pueda de todos modos conquistar la presidencia en la elección nacional (en primera o segunda vuelta). En 2007 hizo algo parecido: ganó con un 44,9 por ciento de los votos pese a que en Córdoba sólo consiguió el 23,8 por ciento de los votos, igual porcentaje en la ciudad de Buenos Aires y en Santa Fé cosechó el 35,5 por ciento. Pero en Mendoza ganó con 60,9 por ciento (claro que con la ayuda del radicalismo de Julio Cobos) y sostuvo sus debilidades con un 45,91 por ciento en la provincia de Buenos Aires, donde la estructura territorial del peronismo la apuntaló.

Del 2007 al 2011
Entre aquel momento y este han mediado algunos hechos importantes: a) la ruptura con el campo que, ocurrida en 2008, sigue siendo una herida abierta, como pudo observarse en la apertura de la Exposición Rural del sábado 23, tanto en la ausencia de representantes del gobierno como en el crítico discurso que pronunció el presidente de la Sociedad Rural, Hugo Biolcatti, rodeado por la dirigencia opositora; b) la derrota oficialista en las elecciones parlamentarias de 2009; c) la muerte de Néstor Kirchner, forjador y conductor de la coalición oficialista; 4) la aspereza generada en las conducciones gremiales y territoriales del peronismo (muy claramente en el de la provincia de Buenos Aires) por la forma en que la Casa de Gobierno manejó el armado de las candidaturas; 5) el avanzado deterioro público del relato oficialista de los derechos humanos, después de conocido el affaire Bonafini- Schocklender y una vez que el Banco Nacional de Datos Genéticos determinó que las imputaciones a la dueña del diario Clarín por sus hijos adoptivos no tenían sustento.
Habrá que ver cuál es la incidencia de estos factores nuevos en la performance de la señora de Kirchner ante estas elecciones. Pero, está claro, no hay que descartar la posibilidad de que, pese a esas dificultades, pueda terminar vencedora. Conviene por eso analizar qué puede ocurrir en un sistema político que tenga en su vértice nacional, reelegida (y en su período final), a la actual mandataria y, en la conducción de los distritos más importantes a, por caso, Macri (Capital), José Manuel De la Sota, Luis Juez u Oscar Aguad (Córdoba), Antonio Bonfatti (Santa Fé), Daniel Scioli (Buenos Aires), Roberto Iglesias (Mendoza), Juan Manuel Urtubey (Salta).

Centralismo versus federalismo
Lo que parece razonable esperar es que: (a) la señora deba postergar su confrontativo programa de “profundización del modelo” o “radicalización del populismo”, que incluye, como explicó el viceministro de Economía, una más amplia “apropiación de rentas” y, naturalmente, una concentración más aguda del poder y una tendencia a intervenir extensamente en los distritos. Sin duda las provincias (incluyendo en ese rubro a la Ciudad Autónoma), más allá de las diferencias doctrinarias de los gobernadores (en la nómina hay uno del Pro, varios peronistas, un socialista y varios radicales) no aceptarían ese curso de acción; tendería a formarse una más o menos discreta liga federal de mandatarios.
También puede ocurrir que: (b) la señora decida avanzar a toda costa con aquel programa, en cuyo caso la liga de gobernadores se vería forzada a actuar más abiertamente en defensa de los intereses de sus provincias, sus producciones y sus pueblos. Esa película de reacción federalista podría reiniciarse tomando como piso el techo ya alcanzado durante las jornadas de 2008. Aquellas peleas, que empezaron como una manifestación de los productores agropecuarios frente a la imposición de retenciones más altas que las ya vigentes, al profundizarse y extenderse asumieron el perfil de una rebelión federalista frente a la hiperconcentración del poder y la caja en el gobierno central.
Aunque embrionariamente, ya se observan tensiones de esa naturaleza en las demandas del gobernador salteño versus el gobierno central a raíz de la sequía energética a la que fue condenada la provincia norteña. En el terreno de lo político partidario, se evidenciaron conflictos entre el gobierno central y distritos como Córdoba y La Pampa.
En todos los casos el motor de la puja es la contradicción entre un centralismo extremo, predicado y practicado desde la Casa Rosada, y una resistencia federal que en el período que se abre seguramente se volverá más enérgica y probablemente más organizada. Es que varios de los actores de esta pieza inician en diciembre su período final en las funciones que ahora desempeñan. Los tiempos políticos los empujan a pelear por lo propio (condición para buscar destinos más altos); saben que sin esa lucha lo que asecha es el fracaso y el retiro.
La extrema concentración de un mando que, tanto en su función de gobierno como en las que ejerce en el terreno partidario, insista en rodearse apenas por un estrecho entorno de escasas raíces y vasos comunicantes con el tejido activo de la sociedad, anticipa problemas de gobernabilidad.

Final: la señal de Reutemann
En Santa Fé, una provincia de tradición pluralista y federal, probablemente se manifieste la búsqueda de cambios. Uno de sus mayores exponentes políticos, Carlos Reutemann, pareció entenderlo así y emergió esta semana de su proverbial hermetismo para subrayar: “No quiero que se interprete mi silencio como un apoyo al kirchnerismo (…) Soy peronista, no kirchnerista”.

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