lunes, 11 de febrero de 2013

Historia de las corrientes políticas en la Argentina. Por Claudio Chaves


EL CICLO LIBERAL
Nuestro país acompañó el ciclo liberal del siglo XIX europeo, acoplándose a la economía británica. Esta integración al mundo capitalista  posibilitó un vertiginoso crecimiento de nuestra economía que sorprendió a propios y extraños. En pocos años dejamos  de ser la “gran aldea” para transformarnos en una gran nación.

Como no podía ser de otro modo, a una economía integrada correspondía un firmamento cultural asimilado a los principios y los valores presentes en Europa. Sin embargo no fue mera copia. La generación del 80’ y del 900’ supo traducir y acriollar estos valores.

CRISIS DEL ORDEN CONSERVADOR

La sociedad política argentina bajo el régimen conservador a finales del siglo XIX alcanzó su punto más alto. El “Régimen” como lo denominaba Hipólito Yrigoyen  había dado todo lo que podía dar. Estaba agotado. Excepto que se planteara una reforma política que reformulara todo el sistema. ¡Y  lo hizo! No sin revoluciones, claro, todas pergeñadas por novedosas fuerzas políticas, como el radicalismo.   
Sin dudas el ciclo liberal,   desde la sanción de la Constitución en 1853 hasta comienzos del siglo XX, había logrado cierta institucionalidad que nos ubicaba  a la vanguardia de los países de América Latina. Aunque procesos similares se vivieron en México, Brasil y Uruguay, entre otros, la Argentina sobresalía por la enorme riqueza de la pampa húmeda. Lo cierto fue que  a finales del siglo XIX comenzó  a notarse que no todo andaba bien por estos lares.
El crecimiento gigantesco de nuestra economía y la incorporación de millones de inmigrantes  chocó con las prácticas políticas de la élite gobernante.  Se hacía difícil gobernar un país  con millones de hombres que permanecían fuera del sistema político. Una profunda crisis de representación  puso contra las cuerdas a las instituciones que, aunque vacías de pueblo, resultaron eficientes durante más de sesenta años. 
Los dos grandes partidos, el  PAN (Partido Autonomista Nacional) o roquismo y el Partido Nacionalista o mitrista fueron los mentores de la transformación  Argentina.
Sumaron  el país al ciclo virtuoso del crecimiento capitalista mundial, empujado por la segunda revolución industrial con centro en Inglaterra. Mucho se ha escrito sobre el gigantesco salto económico de la Argentina de aquellos años. De modo que no abundaré en ejemplos ni estadísticas.
Pero había, como ya he dicho, una contradicción: el país se modernizaba y las costumbres  políticas se anquilosaban.  Estaban yermas  de valor republicano y democrático. 


SOCIEDAD Y CAMBIO

La inmigración cambió la cara social del país. Entre 1860 y 1920 llegaron a la patria seis millones de extranjeros quedándose para siempre, entre nosotros, tres millones. La ciudad había crecido en dos direcciones, en extensión y en calidad. Si bien los conventillos fue el rostro cruel de la desigualdad social. También es cierto que  esos tugurios fueron lugares de tránsito.  El país crecía y con él las posibilidades para todos. Aparecieron los barrios, el tranvía, el tren, la luz, el gas, las obras cloacales, las escuelas, los hospitales, el trabajo. En fin, un país que pretendía y buscaba sanear los males sociales. Pero la política estaba renga. La violencia y el fraude ejecutados por profesionales de la coacción llevaba a las mayorías a desentenderse de lo público.  
En esas circunstancias nació la Unión Cívica Radical. El objetivo, acabar con el engaño y avanzar con la construcción de una democracia ampliada.
Fue Hipólito Yrigoyen, desde el llano, el responsable de esta lucha por la participación popular y Roque Saenz Peña, desde el poder, sancionando la Ley que lleva su nombre. La confección de un padrón electoral sobre la base del enrolamiento militar, el voto secreto universal y obligatorio, la Justicia Federal supervisando los comicios y la lista incompleta fue toda una revolución que iba en la dirección de los aires que soplaban en Europa.
El sistema liberal imperante en el centro del capitalismo mundial  tendía a profundizar las instituciones republicanas. La democratización de nuestra vida política avanzaba en esa dirección. Estábamos vinculados a Europa y la reforma política respondía a esas realidades.
Enlazados al viejo continente  por un sin fin de vasos comunicantes,  adoptamos el espíritu reformista que maduraba en aquellas latitudes.
El radicalismo fue la adecuación del país a las nuevas realidades sociales emergentes en el mundo. Más liberalismo, más democracia.

LAS NUEVAS CONDICIONES DEL SIGLO XX

El siglo XX ha sido una de los períodos  más violentos  y destructivos de la historia de la humanidad. Las guerras mundiales y la persecución ideológica marcaron a fuego a esos años.
Al comenzar la primera guerra, millones de seres humanos, sin formación militar, marcharon al combate  sin haberlo promovido ni buscado. No eran soldados ni profesionales de la guerra,   por el contrario eran campesinos, obreros rurales y urbanos, empleados y oficinistas, maestros, enfermeros, médicos, trabajadores temporarios y desocupados, todos sin excepción  fueron enrolados en los ejércitos que dieron vuelta como un guante a la sociedad de aquellos años, que a partir de estos hechos ya no volvería a ser la misma. Cálculos optimistas estiman en alrededor de 50 millones los muertos ocasionados por las dos guerras mundiales y 30 millones más en restantes enfrentamientos y persecuciones políticas e ideológicas.
Estos números hablan por sí solos de la cantidad de seres humanos puestos en movimientos por tierra, mar y aire en el escenario mundial.  Decisiones tomadas  por políticos  que envilecieron las instituciones democráticas que aún estaban vigentes.
En este sentido, las guerras del siglo XX fueron totales, es decir abarcaron al conjunto de la población.  No se trataba ya de destruir y vencer  milicias como las guerras de antaño. Ahora consistía en demoler las estructuras políticas y económicas   de los países beligerantes.
La destrucción debía ser general y el centro de los ataques se dirigió a las grandes ciudades como Londres, Berlín, París, Stalingrado, entre otras, pues allí se hallaba el centro político de las decisiones.
Esta masividad guerrera puso en movimiento a millones de almas que a la postre, cuando se acallaron los disparos,     retornaron  a sus vidas cotidianas con nuevas y atrevidas exigencias.
Si habían sido convocados para defender la patria y ofrendar sus vidas por ella. Ahora buscaban ser escuchados y atendidos. De modo que a partir de 1918 ingresaron a la política millones de seres humanos en los términos de la situación imperante. Esto es, por medio de jefes y líderes fuertes  que por encima de las masas y las instituciones, procuraron en la paz estilos políticos de conducción semejantes al de los tiempos de guerra.
La democracia liberal que hasta ese momento había sido  la fórmula política por excelencia, iniciaba un franco retroceso. Las masas en movimiento cuestionaban a unas instituciones vacías de contenido popular.
El historiador británico Hobsbawm afirma:
“De todos los acontecimientos de ésta era de las catástrofes, el que mayormente impresionó a los supervivientes del siglo XIX fue el hundimiento de los valores e instituciones de la civilización liberal cuyo progreso se daba por sentado en aquel siglo, al menos en las zonas del mundo avanzadas y en las que estaban avanzando. Estos valores implicaban el rechazo de la dictadura y del gobierno autoritario, el respeto al sistema constitucional con gobiernos libremente elegidos y asambleas representativas que garantizaban el imperio de la ley, y un conjunto aceptado de derechos y libertades de los ciudadanos como las libertades de expresión, de opinión y de reunión. Los valores que debían imperar en el estado y en la sociedad eran la razón, el debate público, la educación, la ciencia y el perfeccionamiento de la condición humana.”[1]
En rigor de verdad la irrupción de estas masas en el escenario político mundial había ocurrido un tiempo antes, al menos en Alemania.  Fue en lo que dio en llamarse “los días de agosto” esto es, el mes en que el Imperio Alemán declaró la guerra al mundo. Las enormes concentraciones populares que acompañaron la declaración de  guerra puso en evidencia que el siglo que se iniciaba no podía prescindir de la participación en las calles de multitudes clamorosas que ya no retornarían a sus casas ni a la pasividad de otrora para descansar en las soluciones de las viejas instituciones liberales en crisis.
“Los días de agosto revelaron algo que nunca antes había resultado evidente: el pueblo alemán como un actor político activo. En otras palabras, la introducción del elemento plebiscitario había renovado los fundamentos políticos de Alemania.”[2]
Pero si en Alemania salieron a las calles a sostener la política guerrera de la Monarquía, en el resto de las naciones beligerantes, las multitudes marcharon a la guerra como si fueran a una gran celebración. Orgullosos de sus uniformes guerreros abordaron trenes y barcos al son de marchas populares y canciones épicas.
A esas multitudes la guerra las purificaría de la molicie  cotidiana. ¡Al menos así lo creían!   Consideraban su partida a los grandes escenarios bélicos como el hecho más  glorioso de sus vidas. La llama de la épica sacudió de pronto sus  vidas mediocres y aletargadas. Vacía de emociones.
La épica, la heroicidad, la vida por la patria, la fuerza, la voluntad, la valentía y el coraje personal, valores eternos de élites guerreras golpeaban a todos los sectores sociales anclando, ahora, fundamentalmente  en el alma  popular. Una crisis espiritual sacudió a la humanidad  
Por otro lado la guerra obligó a las naciones en conflicto a dirigir y ajustar sus economías  en lo que dio en llamarse “economía de guerra” una mayor injerencia del estado en las decisiones económicas.
De manera que la conflagración mundial promovió  dos hechos  fundamentales que crecerían exponencialmente a lo largo del siglo XX: el intervencionismo de estado y las masas populares.


CRISIS ESPIRITUAL E IDEOLOGICA      

De pronto el siglo XIX se hundió y con él los valores de toda una época. El célebre escritor Stefan Zweig  explicó aquellos años  del siguiente modo:
“Si me propusiera encontrar una fórmula cómoda para la época anterior a la primera guerra mundial, la época en la que me eduqué, creería expresarme del modo más conciso, diciendo que fue la dorada edad de la seguridad. En nuestra casi milenaria Monarquía austríaca, todo parecía establecido sólidamente y destinado a durar, y el mismo Estado aparecía como garantía suprema de esa durabilidad. Los derechos que concedía a sus ciudadanos eran confirmados por el Parlamento, la representación libremente elegida del pueblo, y cada deber tenía sus límites exactos.  En este extenso imperio todo parecía firme e inconmovible. Nadie creía en guerras, revoluciones ni disturbios. Todo radicalismo, toda imposición de la fuerza, parecía imposible.”[3]
Ese mundo idílico y arcádico estalló de pronto poniendo en escena la descarnada brutalidad del ser humano y con él la aparición de una nueva sociedad cargada de odios y fracturas insalvables.
Primero fue la Guerra, luego la Revolución Rusa. Estos acontecimientos fundaron  un violento cambio de frente del pensamiento del siglo XIX. A la idea de una lenta y armoniosa  evolución ascendente de la humanidad que de lo simple a lo complejo y de lo inferior a lo superior elevaría al ser humano a escala casi divina, sucedía, ahora, el advenimiento de la Revolución y la Guerra, como paradigma político. La evolución perdía adeptos y la revolución se imponía como programa.
Había llegado la hora de la acción, de  la voluntad o de la política como dicen, actualmente, los ideólogos del  kirchnerismo que piensan como hace noventa años.
Frente a las leyes secretas y silenciosas de la historia  se imponía  el mandato ideológico del cambio violento.
La concepción  de cabalgar la historia,  acompañando su fluir,  característicos del historicismo del siglo XIX, quedaba desacreditada por conservadora. El iluminismo voluntarista emergía con fuerza inusitada.  
El putsch de los bolcheviques, que en nombre de la clase obrera y el campesinado ruso asaltó el poder para instalar el comunismo, adquirió la forma de receta universal. Entonces, en  Italia, Mussolini tomó el poder subido a una marea popular, las escuadras fascistas. En España un putsch militar llevó al General Primo de Rivera al gobierno.  Hitler procuró en  Alemania  un golpe y no le fue bien. Pero la violencia y el golpe de mano caracterizaron a su fuerza.
¿Qué estaba ocurriendo?
Una profunda crisis de valores. Se impuso la fuerza por sobre la razón y el orden liberal acotado.
Pensadores e intelectuales de derecha a izquierda se   hicieron  cargo del clima de época  y abordaron desde el pensamiento los grandes males que aquejaban al mundo.
Anatole France escribía: “Los pueblos gobernados por sus hombres de acción y sus jefes militares derrotan a los pueblos gobernados por sus abogados y profesores. La democracia es el mal, la democracia es la muerte. Hay un solo modo de mejorar la democracia, destruirla.” [4]
Destruir la democracia fue, entonces, la idea fuerza impuesta al calor de la Revolución Soviética. El objetivo,  derrumbar la “democracia formal” como se decía por aquellos años, para dar paso a un gobierno directo de las masas. Fundado en la actividad revolucionaria de ellas y conducidas por una vanguardia política o militar o por hombres providenciales.
Por su lado, Spengler el célebre pensador que puso letra a la decadencia de occidente aseguraba:
“La política, la sangre y la tradición deben levantarse para destruir el intelecto y la abstracción y sus consecuencias la razón y la democracia. El propósito de la política es claro, revertir este estado de caos y decadencia, de elecciones sin sentido, partidos superfluos y egoístas, parlamentos paralizados. La política exige para los nuevos tiempos liderazgos construidos sobre hombres superiores que tomen grandes decisiones frente al destino incierto” [5]  
Lo novedoso de estos argumentos no estaba sólo en la defensa de gobiernos fuertes o dictatoriales –que era lo que promovían-  sino que esas dictaduras no podrían ejercerse sin el apoyo de las masas populares.
Dictaduras plebeyas fue la nueva fórmula del siglo. Las masas en movimiento y guiadas por  conductores que se colocaban por encima de las leyes y las instituciones barrían de el escenario mundial los últimos bastiones del liberalismo decimonónico.
Como aporte para elevar nuestra baja autoestima que nos profesamos como argentinos, podríamos adicionar que mientras Europa resolvía con dictaduras la participación popular,  nosotros lo hacíamos  ampliando la base democrática y fortaleciendo las instituciones liberales, democráticas y republicanas por medio de la Ley Sáenz Peña.

INTERVENCIONISMO DE ESTADO

A los principios políticos señalados  hay que adicionarle el concepto de Estado Omnipresente, tomado de la cultura alemana:
“El Estado en Alemania no es un invento político sino una idea ética. La teoría Alemana del Estado consiste sustancialmente en asegurar que cuando un órgano del estado ejecuta un acto de servicio el acto es necesariamente bueno”[6]
De modo que intervencionismo, voluntad, planificación estatal, industrialismo forzado, masas populares dueñas de los espacios públicos, fueron los colores y los sonidos de una época.
La crisis del 30’ resolvió sus problemas aferrándose  a la doctrina de la intervención y el encierro aduanero.   Cien años de liberalismo clásico quedaron atrás profundamente desacreditados.

EL AUTORITARISMO CULTURAL

El autoritarismo cultural europeo tuvo una fuerte aceptación en ciertos ámbitos intelectuales argentinos. Era, si se quiere inevitable, en tanto el mundo pegaba un giro copernicano respecto del liberalismo en crisis.  
Este pensamiento antiliberal de a poco fue adquiriendo a impulso del europeo los contornos del nuevo nacionalismo  pujante alemán o italiano.
Uno de nuestros intelectuales nacionalistas más destacados y autor de una célebre biografía de Rosas, escribió  en 1934:
“Al terminar la Gran Guerra de 1918 nos toca en suerte asistir al derrumbamiento  de una civilización y al final de una edad histórica. El siglo de la ciencia omnipotente, el de la burguesía desarrollada bajo la bandera de la democracia, el de los financieros, de los liberales y de los biólogos se hunde en medio de la catástrofe más grande que haya azotado jamás a la humanidad.
La generación de pos guerra repudia el intelectualismo que dominó a fines del siglo XIX y que ahora es reemplazado por el impulso vital; desecha el materialismo. La vida debe ser vivida más que representada, actuada más que pensada. El liberalismo predominante en el siglo XIX desaparece, la persona es sustituida por la masa, la acción aislada por la colectiva. Otro de los fenómenos predominantes en la hora actual es la destrucción de los mitos proclamados por la Revolución Francesa: libertad, igualdad, fraternidad. La situación actual del mundo muestra la bancarrota del individualismo, tanto en la economía capitalista, como en la política basada en el sufragio personal y universal.”  [7]
Fueron estos en consecuencia los valores y los principios de aquellos años. Los mismos que impulsaron a los golpistas de 1930. Especialmente el sector que rodeaba a Uriburu, proto-fascistas que alentaron la derogación de la Ley Saenz Peña en virtud de la ignorancia de las masas y la destrucción del sistema institucional. Para imponer a un caudillo supuestamente popular, biologista y organicista, construyéndole un escenario de diez mil jóvenes que con camisas pardas desfilaron  a paso de ganso frente a la casa Rosada. En esto consistía todo su proyecto de “caudillo plebeyo”
Como correspondía, este disparate fracasó. El sector más razonable de los militares golpistas junto a los partidos tradicionales impuso una solución institucional alejada de las nuevas realidades políticas europeas. En este sector militar denominado justista se hallaba Perón, por aquellos años.


EL NACIONALISMO

Esta corriente antiliberal surgida en Europa hizo pie en la Argentina rápidamente.  Mucho es lo que se ha escrito sobre ella, de modo que remito a los distintos autores que abordaron el asunto de manera concienzuda.
Pero así como el liberalismo fue el cuerpo doctrinario del proceso globalizador de fines del siglo XIX. El nacionalismo fue el dogma del siglo XX.
Construido sobre la marcha. Sumó a su imaginario  la autarquía, el intervencionismo, la planificación, el industrialismo, la sustitución de importaciones, la discriminación étnica, la xenofobia. A mercados herméticos y protegidos ante la crisis del mercado mundial,  correspondía cerrarlos “por arriba” con la ideología de las patrias chicas.
Los principios fundantes del nacionalismo  trasladados a nuestro país  hicieron carne en un vasto sector intelectual proveniente de los sectores medios y altos, y podrían sintetizarse del siguiente modo:
a)     Una concepción heroica de la vida.
b)    La fuerza y la voluntad como pilares sustanciales de la acción política
c)     Un líder mesiánico que condujera a las masas por encima y por fuera de las instituciones.
d)    La valoración de conceptos como  jerarquía y  autoridad.
e)     Un enemigo a quien responsabilizar de todos los males.
f)      El concepto de revolución.
g)     Una concepción totalitaria del Estado.
h)     El nacionalismo económico.  
i)       El industrialismo forzado desde el centro del Estado
j)       El concepto de antiimperialismo fundamentalmente anti- británico y luego anti-norteamericano.
Estos valores  encarnaron en la mayoría de los   partidos políticos. Era naturalmente un clima de época. Los conservadores, los demócratas progresistas, los radicales y algunos liberales fueron permeables a los mismos. Naturalmente el peronismo que fue la nueva formación política de aquellos años.  Quienes se mantuvieron un tanto independientes fueron los socialistas aunque hubo en este sector algunas excepciones.


EL REVISIONISMO

El revisionismo histórico fue la gran obra cultural del nacionalismo. Se propusieron releer la historia argentina a la luz de los principios antes observados.
Con el objetivo  de enraizarse en las tradiciones culturales y políticas argentinas, para demostrar que el nacionalismo más que un cuerpo doctrinario propio del siglo XX era un valor eterno de nuestra cultura,   bucearon en el pasado nacional, en búsqueda  de personajes capaces de ser asimilables a las necesidades ideológicas del presente. Emergía, de ese modo, la figura de Rosas. Caudillo popular de la provincia de Buenos Aires y jefe autócrata de un pueblo manso. Al  que conducía por fuera de las instituciones. Instituciones que se negaba a consolidar pues en ellas diluía su poder y el de su provincia. Los caudillos provinciales fueron levantados del mismo modo. Fuerza, voluntad, caudillismo, masas populares en movimiento, carencia de instituciones, gobiernos fuertes aparecían en este revisionismo como valores prestados de un ideologismo nacido en Europa.
Por el contrario la figura de Urquiza fue devaluada en virtud de su decisión  de organizar constitucionalmente a la Nación. Valores que iban a contramano  de la visión del mundo en la década del 30’.
El revisionismo vino a resultar, de esta forma,  el anclaje cultural de una ideología nacida en Europa y que buscaba raíces  en la historia argentina.
El rosismo  procuró penetrar al peronismo. Asimilando la figura de Perón al estanciero de Buenos Aires. Sin embargo el General no comulgó con esta vertiente, al menos durante sus dos primeras presidencias.
Recién el rosismo ingresó al justicialismo siendo su voz autorizada  a partir de la caída de Perón   en 1955. Acentuando los rasgos autoritarios del movimiento popular.


LA CULTURA PERONISTA

Perón nace a la vida política argentina a consecuencia del golpe de Estado de 1943. Alzamiento militar esperado por el conjunto de los partidos políticos que habían dejado de creer en los valores republicanos y en las instituciones. Era la manera que en ese mundo se resolvían los intríngulis políticos.  El peronismo por su lado nació el 17 de octubre de 1945 y la fórmula: líder popular conduciendo a las masas en  los espacios públicos respondía a las verdades y las realidades de una época. Sin embargo Perón buscó consolidar el poder por medio de elecciones.
Tenemos entonces tres fechas, el 4 de junio, el 17 de octubre y el 24 de febrero. Ciertamente están absolutamente vinculadas y entrelazadas. Sin embargo al interior del peronismo hubo valoraciones diferentes. Hubo quienes privilegiaron el 4 de junio, es decir el golpe. Hubo quienes los hicieron con el 17 de octubre: el líder infalible al frente de muchedumbres que por encima de las instituciones “formales” dirigen el proceso político. Y hubo quienes privilegiaron la democracia y las instituciones resaltando el 24 de febrero. 
En esta ambigüedad   se movió el peronismo.


EL PENSAMIENTO DE PERÓN EN EL MARCO MUNDIAL

En un discurso en el Colegio Militar de la Nación, Perón dijo:
“La Revolución Francesa comienza su acción efectiva en 1789, derrotada por la Santa Alianza, sin embargo, arroja sobre el mundo su influencia a lo largo de un siglo, por lo menos. Todos somos hijos del liberalismo creado en la Revolución Francesa.
En 1914, para mí, comienza un nuevo ciclo histórico, que llamaremos de la Revolución Rusa.
Y si esa Revolución Francesa, vencida y aherrojada en Europa ha arrojado sobre  el mundo un siglo de influencia, ¿Cómo esta Revolución Rusa triunfando y con su epopeya militar realizada no va a arrojar sobre el mundo otro siglo de influencia?
El hecho histórico es innegable. Si la Revolución Francesa termina con el gobierno de las aristocracias, la Revolución Rusa termina con el gobierno de las burguesías. Empieza el gobierno de las masas populares.”[8]
Esta sabia mirada corresponde con una interpretación correcta de los tiempos que le tocó vivir.
Todo el siglo XIX  el país transitó   en armonía con los principios forjados en 1789. ¿Cuáles fueron estos? La libertad, la fraternidad y la igualdad. Adicionándole la idea de democracia política, constitucionalismo y república. Ahí estaba el secreto de nuestras luchas y conflictos.
Pero ese mundo tocó a su fin  en 1914  con el estallido de la Primera Guerra Mundial e inmediatamente, en 1917, con el triunfo bolchevique en la  Rusia zarista. Un nuevo ciclo comenzaba. Un siglo que obligaba a aquellas generaciones a pensar de nuevo. 
Revolución, masas populares, intervencionismo, dirigismo,  desarrollo industrial desde el centro del Estado y caudillismo, entre otros, como ya lo hemos dicho, estaban a la orden del día, puesto que esos eran los valores cedidos a la humanidad por   la Revolución Rusa y  la crisis del 30’.
En definitiva el mundo todo, marchaba en esa dirección. Atrás quedaban los principios liberales del siglo XIX y se instalaban los nuevos, sesgados a economías autárquicas y cerradas sobre sí.
Perón fue de alguna manera el punto más alto, en la Argentina y me animo a decir de América Latina, del pensamiento nuevo. Que él había contribuido a forjar.
Por cierto, algunas cosas tomó y otras desechó. Estaba convencido del derecho de los pueblos a gobernarse como también de la justicia social,  pero no acordaba con el marxismo de moda  por aquellos años, que proclamaba la lucha de clases y  la violencia  como partera del  porvenir,  para alcanzar un mundo más justo e igualitario. Ni del concepto de amigo, enemigo del nacionalismo. Por el contrario, nos habló de la Comunidad Organizada. Una utopía, por cierto realizable, donde el Estado y la política ejercen la autoridad para armonizar los conflictos sociales.
Habló también de la Tercera Posición o la posibilidad de recorrer un camino de realizaciones entre el capitalismo salvaje y el estatismo deshumanizante.  En un discurso del 28 de julio de 1944, señaló:
“El individualismo favorece al hombre aislado, pero con ello no hace más feliz a la humanidad. Contra él, en forma de reacción, se desplaza rápidamente un movimiento hacia la total socialización, es decir que el hombre desaparece como entidad, para aparecer la agrupación como ente.
Esos dos extremos han sido siempre, como todos los extremos, organizaciones que no han resistido al tiempo. Es solamente un término medio el que parece haber sido en la historia lo más estable como organización humana. Por eso yo pienso, observando el movimiento del mundo, que pasamos ahora, en ese movimiento pendular, por el centro, por la vertical del péndulo que oscila entre el individualismo y la socialización”  [9] 
De alguna manera el lenguaje popular del peronismo graficaba llanamente  este camino: “Ni yankees ni marxistas. Peronistas” Esa simple frase  expresaba lo esencial de la política exterior justicialista.
El antiimperialismo militante brotaba de una realidad mundial que nos hería y lastimaba tironeándonos para uno u otro lado.
Perón  avizoraba un nuevo conflicto internacional. El del capitalismo con el comunismo; La Guerra Fría. Conflagración ideológica y militar que dividió al mundo, tanto como al pensamiento y las certezas. Perón estimaba que el enfrentamiento militar abierto se desarrollaría inevitablemente. No estuvo muy equivocado porque hubo cuatro momentos muy álgidos: Corea, Cuba, Vietnam y Afganistán. Siendo el más complicado el caso de los misiles cubanos. 

EL MUNDO VA HACIA EL SOCIALISMO

La Guerra Fría fue  el marco en el cual se forjó el peronismo y la mayoría de sus cuadros políticos e intelectuales.
Revoluciones, golpes de Estado, guerras civiles, violencia elitista, todo lo vivimos en esos tiempos, sin ahorrar sangre ni energía.  
En ese escenario  y con esos paradigmas se construyó el imaginario político de dos generaciones.
En el combate de los dos grandes Estados,   por quedarse con el mundo, el justicialismo apostó a una vía independiente y de alguna manera fuimos precursores de lo que a partir de la Conferencia de Bandung en 1955, dio en llamarse, Tercer Mundo.
De todos modos e independientemente de los no alineados la guerra fría continuó su escalada y a comienzos del 60’ América entró de lleno al escenario bélico. El caso de la Revolución Cubana y el tema de los misiles soviéticos sacudieron al continente. Fue virtualmente un empate. Si bien los misiles fueron desarticulados, los EE.UU. se comprometieron a respetar la revolución marxista a escasos kilómetros de su frontera y seis meses después retiraron de Turquía los misiles  que habían desplegado en  su territorio.
El imponente desarrollo industrial soviético alcanzado en menos de cuarenta años, sus éxitos en política exterior como el triunfo en Vietnam sobre los EE.UU. dio a este modelo, un halo de prestigio tal, que una   buena porción de la intelectualidad mundial, tanto, como  la élite política estaba persuadida  que el mundo marchaba hacia el socialismo. En una palabra que esta guerra la ganaba la URSS. ¡Si hasta Perón comenzó a hablar del socialismo nacional!
Pero algo salió mal. Algo ocurrió que no estaba en las expectativas generales. ¿Qué fue?
¡Se derrumbó el comunismo!
El hecho fue sorpresivo e inesperado.  En 1989 cayó el Muro de Berlín y con él las “verdades” y “certezas” de toda una época. Se cerró el ciclo abierto en 1914.
¿Como asimilar el nuevo mundo que se abría, sin preaviso ni violencia? ¿Como entenderlo?
Algunos años después el célebre escritor marxista inglés, Hobsbawm decía:
“¿Cómo hay que explicar el siglo XX corto, es decir, los años transcurridos desde el estallido de la primera guerra mundial hasta el hundimiento de la URSS, que, como podemos apreciar retrospectivamente, constituyen un período histórico coherente que acaba de concluir? Es indudable que en los años finales de la década de 1980 y en los primeros de la de 1990 terminó una época de la historia del mundo para comenzar otra nueva. Esa es la información esencial para los historiadores del siglo…” [10]  
Lamentablemente Perón ya no estaba en 1989. Era una obligación nuestra entender y explicar los  cambios. Para algunos la caída del Muro de Berlin no fue significativa. Para otros fue determinante. Había que pensar de nuevo

EL TRIUNFO DEL CAPITALISMO

El comunismo, tal cual lo habíamos conocido, cayó y con él su paradigma. Para colmo ¡Sin guerra abierta! Había implosionado y esto era significativamente peor para aquellos que creían en la revolución. El modelo se derrumbó podrido y vetusto.
El capitalismo con todos sus logros e injusticias se apoderó   del mundo, unificándolo  bajo sus principios. A la consolidación del mercado mundial contribuyó decisivamente la formidable revolución tecnológica de los últimos años del siglo XX.
En esa carrera sin control, los EE.UU. se establecieron como la única potencia mundial. No había con que balancearla y menos Tercera Posición, pues la segunda, la URSS, había caído. ¿Qué hacer, entonces? ¿Cómo ubicarnos en este mundo, unipolar sin renunciar a nuestra soberanía?
La unidad iberoamericana se imponía como una necesidad perentoria. ¡Ahora más que nunca!
Comenzó ese derrotero Raúl Alfonsín al acordar con Chile el tema  del Beagle y luego el acercamiento  a Brasil.
La semilla comenzó a brotar y en los años 90’, bajo la Presidencia del Doctor Menem, se profundizó esta dirección, resultando por un lado el Mercosur y por el otro la clausura de todos los conflictos limítrofes con Chile.   Se apartó a la Argentina del Tercer Mundo pues esta instancia geopolítica ya no tenía sentido y se procuró establecer relaciones armónicas con los vencedores de la Guerra Fría.
Este era la nueva dirección. Construir poder en las débiles democracias nacientes para salir al mundo de igual a igual y sentarnos a la mesa de los grandes. Sin complejos de inferioridad que nos hiciera  reactivos a la integración  mundial que se avizoraba como inexorable.
Todo era nuevo. Debíamos crear. La historia avanzaba a pasos de gigante. Un año parecían doscientos de la época de serena evolución. Los noventa y la primera década del siglo XXI fueron un impetuoso huracán que sopló sobre la humanidad. No necesariamente malo ni indeseable. Mirándolo bien en las dos últimas décadas quinientos millones de seres humanos ascendieron de la indigencia a la clase media en todo el mundo. Un salto gigantesco jamás visto en la historia de la humanidad.


LOS NUEVOS PARADIGMAS

Se terminó, al menos hasta nuevo aviso, la era de las Revoluciones. Quedan remanentes en algunos países de África que buscan acomodarse a la nueva situación mundial.
Con el triunfo de la economía de mercado o del capitalismo liberalizante las democracias van ganando espacios sobre el conjunto de la humanidad.
Democracia, república, instituciones, libertad, competencia,  ascenso social, justicia, educación, derechos humanos, son algunos de los nuevos valores de la agenda política mundial.
El conjunto de los partidos políticos argentinos, a la luz de su propia historia, debieran hacer suyos estos paradigmas. Y desechar los de vieja data: el conflicto, la idea de revolución, el antiimperialismo, la lucha de clases, la autarquía, el subido intervencionismo de Estado, entre otros. Tanto el peronismo como el radicalismo debieran remozarse adecuándose al mundo.
Ha llegado la hora de la síntesis y la integración de las grandes ideologías del siglo XX.
He aquí el nuevo paradigma.

                                                                    CHAVES CLAUDIO










[1] Hobsbawm, Eric: Historia del Siglo XX. 1914-1991. Ed. Grijalbo. Barcelona. 1995. Pág.117
.
4 Fritzsche, Peter: De alemanes a nazis. 1914-1933. Ed. Siglo XXI. Argentina 2006. Pág. 71
[3] Zweig, Stefan: El Mundo de ayer., Autobiografía. Ed. Claridad.  Bs. As 1942. Pág. 13.
[4] Jonson; Paul: Tiempos Modernos. Javier Vergara Editor. Bs. As. 2000. Pág. 187.
[5] Herf; Jeffrey: El Modernismo reaccionario. F:C:E. México. 1990. Pág. 129.
[6] De Maeztu, Ramiro: La Crisis del Humanismo. Ed. Sudamericana. Bs. As. 1947. Pág.. 55
[7] Ibarguren, Carlos: La Inquietud de esta hora. Ed. La Facultad. Bs. As. 1934. Págs. 31.32.
[8] Ramos, Jorge Abelardo: La Era del Peronismo. Ed. Cámara de Senadores de la Nación. Bs. As. 2009. Pág. 134.
[9] Perón, Juan D.: Obras Completas. Ed. Fundación pro Universidad de la Producción y del Trabajo. Bs. As. 1997. T. 6. Pág. 259.




[10] Hobsbawm, Eric: Historia del siglo XX. ¡914-1991. Ed. Grijalbo. Barcelona 1995. Pág. 15

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