EL CICLO LIBERAL
Nuestro país acompañó el ciclo
liberal del siglo XIX europeo, acoplándose a la economía británica. Esta
integración al mundo capitalista
posibilitó un vertiginoso crecimiento de nuestra economía que sorprendió
a propios y extraños. En pocos años dejamos
de ser la “gran aldea” para transformarnos en una gran nación.
Como no podía ser de otro
modo, a una economía integrada correspondía un firmamento cultural asimilado a
los principios y los valores presentes en Europa. Sin embargo no fue mera
copia. La generación del 80’
y del 900’
supo traducir y acriollar estos valores.
CRISIS DEL ORDEN CONSERVADOR
La sociedad política argentina
bajo el régimen conservador a finales del siglo XIX alcanzó su punto más alto.
El “Régimen” como lo denominaba Hipólito Yrigoyen había dado todo lo que podía dar. Estaba
agotado. Excepto que se planteara una reforma política que reformulara todo el
sistema. ¡Y lo hizo! No sin revoluciones,
claro, todas pergeñadas por novedosas fuerzas políticas, como el radicalismo.
Sin dudas el ciclo
liberal, desde la sanción de la
Constitución en 1853 hasta comienzos del siglo XX, había logrado cierta
institucionalidad que nos ubicaba a la
vanguardia de los países de América Latina. Aunque procesos similares se
vivieron en México, Brasil y Uruguay, entre otros, la Argentina sobresalía por
la enorme riqueza de la pampa húmeda. Lo cierto fue que a finales del siglo XIX comenzó a notarse que no todo andaba bien por estos
lares.
El crecimiento gigantesco de
nuestra economía y la incorporación de millones de inmigrantes chocó con las prácticas políticas de la élite
gobernante. Se hacía difícil gobernar un
país con millones de hombres que
permanecían fuera del sistema político. Una profunda crisis de
representación puso contra las cuerdas a
las instituciones que, aunque vacías de pueblo, resultaron eficientes durante
más de sesenta años.
Los dos grandes partidos,
el PAN (Partido Autonomista Nacional) o
roquismo y el Partido Nacionalista o mitrista fueron los mentores de la
transformación Argentina.
Sumaron el país al ciclo virtuoso del crecimiento
capitalista mundial, empujado por la segunda revolución industrial con centro
en Inglaterra. Mucho se ha escrito sobre el gigantesco salto económico de la
Argentina de aquellos años. De modo que no abundaré en ejemplos ni
estadísticas.
Pero había, como ya he dicho,
una contradicción: el país se modernizaba y las costumbres políticas se anquilosaban. Estaban yermas de valor republicano y democrático.
SOCIEDAD Y CAMBIO
La inmigración cambió la cara
social del país. Entre 1860 y 1920 llegaron a la patria seis millones de
extranjeros quedándose para siempre, entre nosotros, tres millones. La ciudad
había crecido en dos direcciones, en extensión y en calidad. Si bien los
conventillos fue el rostro cruel de la desigualdad social. También es cierto
que esos tugurios fueron lugares de
tránsito. El país crecía y con él las
posibilidades para todos. Aparecieron los barrios, el tranvía, el tren, la luz,
el gas, las obras cloacales, las escuelas, los hospitales, el trabajo. En fin,
un país que pretendía y buscaba sanear los males sociales. Pero la política
estaba renga. La violencia y el fraude ejecutados por profesionales de la
coacción llevaba a las mayorías a desentenderse de lo público.
En esas circunstancias nació
la Unión Cívica Radical. El objetivo, acabar con el engaño y avanzar con la
construcción de una democracia ampliada.
Fue Hipólito Yrigoyen, desde
el llano, el responsable de esta lucha por la participación popular y Roque
Saenz Peña, desde el poder, sancionando la Ley que lleva su nombre. La
confección de un padrón electoral sobre la base del enrolamiento militar, el
voto secreto universal y obligatorio, la Justicia Federal supervisando los
comicios y la lista incompleta fue toda una revolución que iba en la dirección
de los aires que soplaban en Europa.
El sistema liberal imperante
en el centro del capitalismo mundial
tendía a profundizar las instituciones republicanas. La democratización
de nuestra vida política avanzaba en esa dirección. Estábamos vinculados a
Europa y la reforma política respondía a esas realidades.
Enlazados al viejo continente por un sin fin de vasos comunicantes, adoptamos el espíritu reformista que maduraba
en aquellas latitudes.
El radicalismo fue la
adecuación del país a las nuevas realidades sociales emergentes en el mundo. Más
liberalismo, más democracia.
LAS NUEVAS CONDICIONES DEL
SIGLO XX
El siglo XX ha sido una de los
períodos más violentos y destructivos de la historia de la
humanidad. Las guerras mundiales y la persecución ideológica marcaron a fuego a
esos años.
Al comenzar la primera guerra,
millones de seres humanos, sin formación militar, marcharon al combate sin haberlo promovido ni buscado. No eran
soldados ni profesionales de la guerra,
por el contrario eran campesinos, obreros rurales y urbanos, empleados y
oficinistas, maestros, enfermeros, médicos, trabajadores temporarios y
desocupados, todos sin excepción fueron
enrolados en los ejércitos que dieron vuelta como un guante a la sociedad de
aquellos años, que a partir de estos hechos ya no volvería a ser la misma.
Cálculos optimistas estiman en alrededor de 50 millones los muertos ocasionados
por las dos guerras mundiales y 30 millones más en restantes enfrentamientos y
persecuciones políticas e ideológicas.
Estos números hablan por sí
solos de la cantidad de seres humanos puestos en movimientos por tierra, mar y
aire en el escenario mundial. Decisiones
tomadas por políticos que envilecieron las instituciones
democráticas que aún estaban vigentes.
En este sentido, las guerras
del siglo XX fueron totales, es decir abarcaron al conjunto de la
población. No se trataba ya de destruir
y vencer milicias como las guerras de
antaño. Ahora consistía en demoler las estructuras políticas y económicas de los países beligerantes.
La destrucción debía ser
general y el centro de los ataques se dirigió a las grandes ciudades como
Londres, Berlín, París, Stalingrado, entre otras, pues allí se hallaba el
centro político de las decisiones.
Esta masividad guerrera puso
en movimiento a millones de almas que a la postre, cuando se acallaron los
disparos, retornaron a sus vidas cotidianas con nuevas y atrevidas
exigencias.
Si habían sido convocados para
defender la patria y ofrendar sus vidas por ella. Ahora buscaban ser escuchados
y atendidos. De modo que a partir de 1918 ingresaron a la política millones de
seres humanos en los términos de la situación imperante. Esto es, por medio de
jefes y líderes fuertes que por encima
de las masas y las instituciones, procuraron en la paz estilos políticos de
conducción semejantes al de los tiempos de guerra.
La democracia liberal que
hasta ese momento había sido la fórmula
política por excelencia, iniciaba un franco retroceso. Las masas en movimiento
cuestionaban a unas instituciones vacías de contenido popular.
El historiador británico
Hobsbawm afirma:
“De
todos los acontecimientos de ésta era de las catástrofes, el que mayormente
impresionó a los supervivientes del siglo XIX fue el hundimiento de los valores
e instituciones de la civilización liberal cuyo progreso se daba por sentado en
aquel siglo, al menos en las zonas del mundo avanzadas y en las que estaban
avanzando. Estos valores implicaban el rechazo de la dictadura y del gobierno
autoritario, el respeto al sistema constitucional con gobiernos libremente
elegidos y asambleas representativas que garantizaban el imperio de la ley, y
un conjunto aceptado de derechos y libertades de los ciudadanos como las
libertades de expresión, de opinión y de reunión. Los valores que debían
imperar en el estado y en la sociedad eran la razón, el debate público, la
educación, la ciencia y el perfeccionamiento de la condición humana.”[1]
En rigor de verdad la
irrupción de estas masas en el escenario político mundial había ocurrido un
tiempo antes, al menos en Alemania. Fue
en lo que dio en llamarse “los días de agosto” esto es, el mes en que el
Imperio Alemán declaró la guerra al mundo. Las enormes concentraciones
populares que acompañaron la declaración de
guerra puso en evidencia que el siglo que se iniciaba no podía
prescindir de la participación en las calles de multitudes clamorosas que ya no
retornarían a sus casas ni a la pasividad de otrora para descansar en las
soluciones de las viejas instituciones liberales en crisis.
“Los
días de agosto revelaron algo que nunca antes había resultado evidente: el
pueblo alemán como un actor político activo. En otras palabras, la introducción
del elemento plebiscitario había renovado los fundamentos políticos de
Alemania.”[2]
Pero si en Alemania salieron a
las calles a sostener la política guerrera de la Monarquía, en el resto de las
naciones beligerantes, las multitudes marcharon a la guerra como si fueran a
una gran celebración. Orgullosos de sus uniformes guerreros abordaron trenes y
barcos al son de marchas populares y canciones épicas.
A esas multitudes la guerra
las purificaría de la molicie cotidiana.
¡Al menos así lo creían! Consideraban
su partida a los grandes escenarios bélicos como el hecho más glorioso de sus vidas. La llama de la épica
sacudió de pronto sus vidas mediocres y
aletargadas. Vacía de emociones.
La épica, la heroicidad, la
vida por la patria, la fuerza, la voluntad, la valentía y el coraje personal,
valores eternos de élites guerreras golpeaban a todos los sectores sociales
anclando, ahora, fundamentalmente en el
alma popular. Una crisis espiritual
sacudió a la humanidad
Por otro lado la guerra obligó
a las naciones en conflicto a dirigir y ajustar sus economías en lo que dio en llamarse “economía de
guerra” una mayor injerencia del estado en las decisiones económicas.
De manera que la conflagración
mundial promovió dos hechos fundamentales que crecerían exponencialmente
a lo largo del siglo XX: el intervencionismo de estado y las masas populares.
CRISIS ESPIRITUAL E
IDEOLOGICA
De pronto el siglo XIX se
hundió y con él los valores de toda una época. El célebre escritor Stefan
Zweig explicó aquellos años del siguiente modo:
“Si
me propusiera encontrar una fórmula cómoda para la época anterior a la primera
guerra mundial, la época en la que me eduqué, creería expresarme del modo más
conciso, diciendo que fue la dorada edad de la seguridad. En nuestra casi milenaria
Monarquía austríaca, todo parecía establecido sólidamente y destinado a durar,
y el mismo Estado aparecía como garantía suprema de esa durabilidad. Los
derechos que concedía a sus ciudadanos eran confirmados por el Parlamento, la
representación libremente elegida del pueblo, y cada deber tenía sus límites
exactos. En este extenso imperio todo
parecía firme e inconmovible. Nadie creía en guerras, revoluciones ni
disturbios. Todo radicalismo, toda imposición de la fuerza, parecía imposible.”[3]
Ese mundo idílico y arcádico
estalló de pronto poniendo en escena la descarnada brutalidad del ser humano y
con él la aparición de una nueva sociedad cargada de odios y fracturas
insalvables.
Primero fue la Guerra, luego
la Revolución Rusa. Estos acontecimientos fundaron un violento cambio de frente del pensamiento
del siglo XIX. A la idea de una lenta y armoniosa evolución ascendente de la humanidad que de
lo simple a lo complejo y de lo inferior a lo superior elevaría al ser humano a
escala casi divina, sucedía, ahora, el advenimiento de la Revolución y la
Guerra, como paradigma político. La evolución perdía adeptos y la revolución se
imponía como programa.
Había llegado la hora de la
acción, de la voluntad o de la política
como dicen, actualmente, los ideólogos del
kirchnerismo que piensan como hace noventa años.
Frente a las leyes secretas y
silenciosas de la historia se
imponía el mandato ideológico del cambio
violento.
La concepción de cabalgar la historia, acompañando su fluir, característicos del historicismo del siglo
XIX, quedaba desacreditada por conservadora. El iluminismo voluntarista emergía
con fuerza inusitada.
El putsch de los bolcheviques,
que en nombre de la clase obrera y el campesinado ruso asaltó el poder para instalar
el comunismo, adquirió la forma de receta universal. Entonces, en Italia, Mussolini tomó el poder subido a una
marea popular, las escuadras fascistas. En España un putsch militar llevó al
General Primo de Rivera al gobierno.
Hitler procuró en Alemania un golpe y no le fue bien. Pero la violencia
y el golpe de mano caracterizaron a su fuerza.
¿Qué estaba ocurriendo?
Una profunda crisis de valores.
Se impuso la fuerza por sobre la razón y el orden liberal acotado.
Pensadores e intelectuales de
derecha a izquierda se hicieron
cargo del clima de época y
abordaron desde el pensamiento los grandes males que aquejaban al mundo.
Anatole France escribía: “Los pueblos gobernados por sus hombres de
acción y sus jefes militares derrotan a los pueblos gobernados por sus abogados
y profesores. La democracia es el mal, la democracia es la muerte. Hay un solo
modo de mejorar la democracia, destruirla.” [4]
Destruir la democracia fue,
entonces, la idea fuerza impuesta al calor de la Revolución Soviética. El
objetivo, derrumbar la “democracia
formal” como se decía por aquellos años, para dar paso a un gobierno directo de
las masas. Fundado en la actividad revolucionaria de ellas y conducidas por una
vanguardia política o militar o por hombres providenciales.
Por su lado, Spengler el
célebre pensador que puso letra a la decadencia de occidente aseguraba:
“La
política, la sangre y la tradición deben levantarse para destruir el intelecto
y la abstracción y sus consecuencias la razón y la democracia. El propósito de
la política es claro, revertir este estado de caos y decadencia, de elecciones
sin sentido, partidos superfluos y egoístas, parlamentos paralizados. La
política exige para los nuevos tiempos liderazgos construidos sobre hombres
superiores que tomen grandes decisiones frente al destino incierto” [5]
Lo novedoso de estos
argumentos no estaba sólo en la defensa de gobiernos fuertes o dictatoriales
–que era lo que promovían- sino que esas
dictaduras no podrían ejercerse sin el apoyo de las masas populares.
Dictaduras plebeyas fue la
nueva fórmula del siglo. Las masas en movimiento y guiadas por conductores que se colocaban por encima de
las leyes y las instituciones barrían de el escenario mundial los últimos
bastiones del liberalismo decimonónico.
Como aporte para elevar nuestra
baja autoestima que nos profesamos como argentinos, podríamos adicionar que
mientras Europa resolvía con dictaduras la participación popular, nosotros lo hacíamos ampliando la base democrática y fortaleciendo
las instituciones liberales, democráticas y republicanas por medio de la Ley
Sáenz Peña.
INTERVENCIONISMO DE ESTADO
A los principios políticos
señalados hay que adicionarle el
concepto de Estado Omnipresente, tomado de la cultura alemana:
“El
Estado en Alemania no es un invento político sino una idea ética. La teoría
Alemana del Estado consiste sustancialmente en asegurar que cuando un órgano
del estado ejecuta un acto de servicio el acto es necesariamente bueno”[6]
De modo que intervencionismo,
voluntad, planificación estatal, industrialismo forzado, masas populares dueñas
de los espacios públicos, fueron los colores y los sonidos de una época.
La crisis del 30’ resolvió sus problemas
aferrándose a la doctrina de la
intervención y el encierro aduanero. Cien años de liberalismo clásico quedaron
atrás profundamente desacreditados.
EL AUTORITARISMO CULTURAL
El autoritarismo cultural
europeo tuvo una fuerte aceptación en ciertos ámbitos intelectuales argentinos.
Era, si se quiere inevitable, en tanto el mundo pegaba un giro copernicano
respecto del liberalismo en crisis.
Este pensamiento antiliberal
de a poco fue adquiriendo a impulso del europeo los contornos del nuevo
nacionalismo pujante alemán o italiano.
Uno de nuestros intelectuales
nacionalistas más destacados y autor de una célebre biografía de Rosas,
escribió en 1934:
“Al
terminar la Gran Guerra de 1918 nos toca en suerte asistir al
derrumbamiento de una civilización y al
final de una edad histórica. El siglo de la ciencia omnipotente, el de la
burguesía desarrollada bajo la bandera de la democracia, el de los financieros,
de los liberales y de los biólogos se hunde en medio de la catástrofe más
grande que haya azotado jamás a la humanidad.
La generación de pos guerra repudia el intelectualismo
que dominó a fines del siglo XIX y que ahora es reemplazado por el impulso
vital; desecha el materialismo. La vida debe ser vivida más que representada,
actuada más que pensada. El liberalismo predominante en el siglo XIX
desaparece, la persona es sustituida por la masa, la acción aislada por la
colectiva. Otro de los fenómenos predominantes en la hora actual es la
destrucción de los mitos proclamados por la Revolución Francesa: libertad,
igualdad, fraternidad. La situación actual del mundo muestra la bancarrota del
individualismo, tanto en la economía capitalista, como en la política basada en
el sufragio personal y universal.” [7]
Fueron estos en
consecuencia los valores y los principios de aquellos años. Los mismos que
impulsaron a los golpistas de 1930. Especialmente el sector que rodeaba a Uriburu,
proto-fascistas que alentaron la derogación de la Ley Saenz Peña en virtud de
la ignorancia de las masas y la destrucción del sistema institucional. Para
imponer a un caudillo supuestamente popular, biologista y organicista,
construyéndole un escenario de diez mil jóvenes que con camisas pardas
desfilaron a paso de ganso frente a la
casa Rosada. En esto consistía todo su proyecto de “caudillo plebeyo”
Como correspondía,
este disparate fracasó. El sector más razonable de los militares golpistas
junto a los partidos tradicionales impuso una solución institucional alejada de
las nuevas realidades políticas europeas. En este sector militar denominado
justista se hallaba Perón, por aquellos años.
EL NACIONALISMO
Esta corriente
antiliberal surgida en Europa hizo pie en la Argentina rápidamente. Mucho es lo que se ha escrito sobre ella, de
modo que remito a los distintos autores que abordaron el asunto de manera
concienzuda.
Pero así como el
liberalismo fue el cuerpo doctrinario del proceso globalizador de fines del
siglo XIX. El nacionalismo fue el dogma del siglo XX.
Construido sobre la
marcha. Sumó a su imaginario la
autarquía, el intervencionismo, la planificación, el industrialismo, la
sustitución de importaciones, la discriminación étnica, la xenofobia. A
mercados herméticos y protegidos ante la crisis del mercado mundial, correspondía cerrarlos “por arriba” con la
ideología de las patrias chicas.
Los principios
fundantes del nacionalismo trasladados a
nuestro país hicieron carne en un vasto
sector intelectual proveniente de los sectores medios y altos, y podrían
sintetizarse del siguiente modo:
a)
Una concepción heroica de la vida.
b)
La fuerza y la voluntad como pilares sustanciales de
la acción política
c)
Un líder mesiánico que condujera a las masas por
encima y por fuera de las instituciones.
d)
La valoración de conceptos como jerarquía y autoridad.
e)
Un enemigo a quien responsabilizar de todos los males.
f)
El concepto de revolución.
g)
Una concepción totalitaria del Estado.
h)
El nacionalismo económico.
i)
El industrialismo forzado desde el centro del Estado
j)
El concepto de antiimperialismo fundamentalmente anti-
británico y luego anti-norteamericano.
Estos valores encarnaron en la mayoría de los partidos políticos. Era naturalmente un
clima de época. Los conservadores, los demócratas progresistas, los radicales y
algunos liberales fueron permeables a los mismos. Naturalmente el peronismo que
fue la nueva formación política de aquellos años. Quienes se mantuvieron un tanto
independientes fueron los socialistas aunque hubo en este sector algunas
excepciones.
EL REVISIONISMO
El revisionismo
histórico fue la gran obra cultural del nacionalismo. Se propusieron releer la
historia argentina a la luz de los principios antes observados.
Con el
objetivo de enraizarse en las
tradiciones culturales y políticas argentinas, para demostrar que el
nacionalismo más que un cuerpo doctrinario propio del siglo XX era un valor
eterno de nuestra cultura, bucearon en
el pasado nacional, en búsqueda de
personajes capaces de ser asimilables a las necesidades ideológicas del
presente. Emergía, de ese modo, la figura de Rosas. Caudillo popular de la
provincia de Buenos Aires y jefe autócrata de un pueblo manso. Al que conducía por fuera de las instituciones.
Instituciones que se negaba a consolidar pues en ellas diluía su poder y el de
su provincia. Los caudillos provinciales fueron levantados del mismo modo.
Fuerza, voluntad, caudillismo, masas populares en movimiento, carencia de
instituciones, gobiernos fuertes aparecían en este revisionismo como valores
prestados de un ideologismo nacido en Europa.
Por el contrario la
figura de Urquiza fue devaluada en virtud de su decisión de organizar constitucionalmente a la Nación.
Valores que iban a contramano de la
visión del mundo en la década del 30’ .
El revisionismo
vino a resultar, de esta forma, el
anclaje cultural de una ideología nacida en Europa y que buscaba raíces en la historia argentina.
El rosismo procuró penetrar al peronismo. Asimilando la
figura de Perón al estanciero de Buenos Aires. Sin embargo el General no
comulgó con esta vertiente, al menos durante sus dos primeras presidencias.
Recién el rosismo
ingresó al justicialismo siendo su voz autorizada a partir de la caída de Perón en 1955. Acentuando los rasgos autoritarios
del movimiento popular.
LA CULTURA PERONISTA
Perón nace a la vida política
argentina a consecuencia del golpe de Estado de 1943. Alzamiento militar
esperado por el conjunto de los partidos políticos que habían dejado de creer
en los valores republicanos y en las instituciones. Era la manera que en ese
mundo se resolvían los intríngulis políticos.
El peronismo por su lado nació el 17 de octubre de 1945 y la fórmula:
líder popular conduciendo a las masas en los espacios públicos respondía a las verdades
y las realidades de una época. Sin embargo Perón buscó consolidar el poder por
medio de elecciones.
Tenemos entonces tres fechas,
el 4 de junio, el 17 de octubre y el 24 de febrero. Ciertamente están
absolutamente vinculadas y entrelazadas. Sin embargo al interior del peronismo
hubo valoraciones diferentes. Hubo quienes privilegiaron el 4 de junio, es
decir el golpe. Hubo quienes los hicieron con el 17 de octubre: el líder
infalible al frente de muchedumbres que por encima de las instituciones “formales”
dirigen el proceso político. Y hubo quienes privilegiaron la democracia y las
instituciones resaltando el 24 de febrero.
En esta ambigüedad se movió el peronismo.
EL PENSAMIENTO DE PERÓN EN EL
MARCO MUNDIAL
En un discurso en el Colegio
Militar de la Nación, Perón dijo:
“La
Revolución Francesa comienza su acción efectiva en 1789, derrotada por la Santa
Alianza, sin embargo, arroja sobre el mundo su influencia a lo largo de un
siglo, por lo menos. Todos somos hijos del liberalismo creado en la Revolución
Francesa.
En
1914, para mí, comienza un nuevo ciclo histórico, que llamaremos de la
Revolución Rusa.
Y si
esa Revolución Francesa, vencida y aherrojada en Europa ha arrojado sobre el mundo un siglo de influencia, ¿Cómo esta
Revolución Rusa triunfando y con su epopeya militar realizada no va a arrojar
sobre el mundo otro siglo de influencia?
El
hecho histórico es innegable. Si la Revolución Francesa termina con el gobierno
de las aristocracias, la Revolución Rusa termina con el gobierno de las burguesías.
Empieza el gobierno de las masas populares.”[8]
Esta sabia mirada corresponde
con una interpretación correcta de los tiempos que le tocó vivir.
Todo el siglo XIX el país transitó en armonía con los principios forjados en
1789. ¿Cuáles fueron estos? La libertad, la fraternidad y la igualdad.
Adicionándole la idea de democracia política, constitucionalismo y república.
Ahí estaba el secreto de nuestras luchas y conflictos.
Pero ese mundo tocó a su
fin en 1914 con el estallido de la Primera Guerra Mundial
e inmediatamente, en 1917, con el triunfo bolchevique en la Rusia zarista. Un nuevo ciclo comenzaba. Un
siglo que obligaba a aquellas generaciones a pensar de nuevo.
Revolución, masas populares,
intervencionismo, dirigismo, desarrollo
industrial desde el centro del Estado y caudillismo, entre otros, como ya lo
hemos dicho, estaban a la orden del día, puesto que esos eran los valores
cedidos a la humanidad por la
Revolución Rusa y la crisis del 30’ .
En definitiva el mundo todo,
marchaba en esa dirección. Atrás quedaban los principios liberales del siglo
XIX y se instalaban los nuevos, sesgados a economías autárquicas y cerradas
sobre sí.
Perón fue de alguna manera el
punto más alto, en la Argentina y me animo a decir de América Latina, del
pensamiento nuevo. Que él había contribuido a forjar.
Por cierto, algunas cosas tomó
y otras desechó. Estaba convencido del derecho de los pueblos a gobernarse como
también de la justicia social, pero no
acordaba con el marxismo de moda por
aquellos años, que proclamaba la lucha de clases y la violencia
como partera del porvenir, para alcanzar un mundo más justo e
igualitario. Ni del concepto de amigo, enemigo del nacionalismo. Por el
contrario, nos habló de la Comunidad Organizada. Una utopía, por cierto
realizable, donde el Estado y la política ejercen la autoridad para armonizar
los conflictos sociales.
Habló también de la Tercera
Posición o la posibilidad de recorrer un camino de realizaciones entre el
capitalismo salvaje y el estatismo deshumanizante. En un discurso del 28 de julio de 1944,
señaló:
“El
individualismo favorece al hombre aislado, pero con ello no hace más feliz a la
humanidad. Contra él, en forma de reacción, se desplaza rápidamente un
movimiento hacia la total socialización, es decir que el hombre desaparece como
entidad, para aparecer la agrupación como ente.
Esos
dos extremos han sido siempre, como todos los extremos, organizaciones que no
han resistido al tiempo. Es solamente un término medio el que parece haber sido
en la historia lo más estable como organización humana. Por eso yo pienso,
observando el movimiento del mundo, que pasamos ahora, en ese movimiento
pendular, por el centro, por la vertical del péndulo que oscila entre el
individualismo y la socialización” [9]
De alguna manera el lenguaje
popular del peronismo graficaba llanamente
este camino: “Ni yankees ni marxistas. Peronistas” Esa simple frase expresaba lo esencial de la política exterior
justicialista.
El antiimperialismo militante
brotaba de una realidad mundial que nos hería y lastimaba tironeándonos para
uno u otro lado.
Perón avizoraba un nuevo conflicto internacional.
El del capitalismo con el comunismo; La Guerra Fría. Conflagración ideológica y
militar que dividió al mundo, tanto como al pensamiento y las certezas. Perón
estimaba que el enfrentamiento militar abierto se desarrollaría
inevitablemente. No estuvo muy equivocado porque hubo cuatro momentos muy
álgidos: Corea, Cuba, Vietnam y Afganistán. Siendo el más complicado el caso de
los misiles cubanos.
EL MUNDO VA HACIA EL
SOCIALISMO
La Guerra Fría fue el marco en el cual se forjó el peronismo y la
mayoría de sus cuadros políticos e intelectuales.
Revoluciones, golpes de
Estado, guerras civiles, violencia elitista, todo lo vivimos en esos tiempos,
sin ahorrar sangre ni energía.
En ese escenario y con esos paradigmas se construyó el
imaginario político de dos generaciones.
En el combate de los dos
grandes Estados, por quedarse con el
mundo, el justicialismo apostó a una vía independiente y de alguna manera
fuimos precursores de lo que a partir de la Conferencia de Bandung en 1955, dio
en llamarse, Tercer Mundo.
De todos modos e independientemente
de los no alineados la guerra fría continuó su escalada y a comienzos del 60’ América entró de lleno al
escenario bélico. El caso de la Revolución Cubana y el tema de los misiles
soviéticos sacudieron al continente. Fue virtualmente un empate. Si bien los
misiles fueron desarticulados, los EE.UU. se comprometieron a respetar la
revolución marxista a escasos kilómetros de su frontera y seis meses después
retiraron de Turquía los misiles que
habían desplegado en su territorio.
El imponente desarrollo
industrial soviético alcanzado en menos de cuarenta años, sus éxitos en política
exterior como el triunfo en Vietnam sobre los EE.UU. dio a este modelo, un halo
de prestigio tal, que una buena porción
de la intelectualidad mundial, tanto, como
la élite política estaba persuadida
que el mundo marchaba hacia el socialismo. En una palabra que esta
guerra la ganaba la URSS. ¡Si hasta Perón comenzó a hablar del socialismo
nacional!
Pero algo salió mal. Algo
ocurrió que no estaba en las expectativas generales. ¿Qué fue?
¡Se derrumbó el comunismo!
El hecho fue sorpresivo e
inesperado. En 1989 cayó el Muro de
Berlín y con él las “verdades” y “certezas” de toda una época. Se cerró el
ciclo abierto en 1914.
¿Como asimilar el nuevo mundo
que se abría, sin preaviso ni violencia? ¿Como entenderlo?
Algunos años después el
célebre escritor marxista inglés, Hobsbawm decía:
“¿Cómo
hay que explicar el siglo XX corto, es decir, los años transcurridos desde el
estallido de la primera guerra mundial hasta el hundimiento de la URSS, que,
como podemos apreciar retrospectivamente, constituyen un período histórico
coherente que acaba de concluir? Es indudable que en los años finales de la
década de 1980 y en los primeros de la de 1990 terminó una época de la historia
del mundo para comenzar otra nueva. Esa es la información esencial para los
historiadores del siglo…” [10]
Lamentablemente Perón ya no estaba
en 1989. Era una obligación nuestra entender y explicar los cambios. Para algunos la caída del Muro de
Berlin no fue significativa. Para otros fue determinante. Había que pensar de
nuevo
EL TRIUNFO DEL CAPITALISMO
El comunismo, tal cual lo
habíamos conocido, cayó y con él su paradigma. Para colmo ¡Sin guerra abierta!
Había implosionado y esto era significativamente peor para aquellos que creían
en la revolución. El modelo se derrumbó podrido y vetusto.
El capitalismo con todos sus
logros e injusticias se apoderó del
mundo, unificándolo bajo sus principios.
A la consolidación del mercado mundial contribuyó decisivamente la formidable
revolución tecnológica de los últimos años del siglo XX.
En esa carrera sin control,
los EE.UU. se establecieron como la única potencia mundial. No había con que
balancearla y menos Tercera Posición, pues la segunda, la URSS, había caído.
¿Qué hacer, entonces? ¿Cómo ubicarnos en este mundo, unipolar sin renunciar a
nuestra soberanía?
La unidad iberoamericana se
imponía como una necesidad perentoria. ¡Ahora más que nunca!
Comenzó ese derrotero Raúl Alfonsín
al acordar con Chile el tema del Beagle
y luego el acercamiento a Brasil.
La semilla comenzó a brotar y
en los años 90’ ,
bajo la Presidencia del Doctor Menem, se profundizó esta dirección, resultando
por un lado el Mercosur y por el otro la clausura de todos los conflictos
limítrofes con Chile. Se apartó a la
Argentina del Tercer Mundo pues esta instancia geopolítica ya no tenía sentido y
se procuró establecer relaciones armónicas con los vencedores de la Guerra
Fría.
Este era la nueva dirección.
Construir poder en las débiles democracias nacientes para salir al mundo de
igual a igual y sentarnos a la mesa de los grandes. Sin complejos de
inferioridad que nos hiciera reactivos a
la integración mundial que se avizoraba
como inexorable.
Todo era nuevo. Debíamos
crear. La historia avanzaba a pasos de gigante. Un año parecían doscientos de
la época de serena evolución. Los noventa y la primera década del siglo XXI
fueron un impetuoso huracán que sopló sobre la humanidad. No necesariamente
malo ni indeseable. Mirándolo bien en las dos últimas décadas quinientos
millones de seres humanos ascendieron de la indigencia a la clase media en todo
el mundo. Un salto gigantesco jamás visto en la historia de la humanidad.
LOS NUEVOS PARADIGMAS
Se terminó, al menos hasta
nuevo aviso, la era de las Revoluciones. Quedan remanentes en algunos países de
África que buscan acomodarse a la nueva situación mundial.
Con el triunfo de la economía
de mercado o del capitalismo liberalizante las democracias van ganando espacios
sobre el conjunto de la humanidad.
Democracia, república,
instituciones, libertad, competencia,
ascenso social, justicia, educación, derechos humanos, son algunos de
los nuevos valores de la agenda política mundial.
El conjunto de los partidos
políticos argentinos, a la luz de su propia historia, debieran hacer suyos
estos paradigmas. Y desechar los de vieja data: el conflicto, la idea de revolución,
el antiimperialismo, la lucha de clases, la autarquía, el subido
intervencionismo de Estado, entre otros. Tanto el peronismo como el radicalismo
debieran remozarse adecuándose al mundo.
Ha llegado la hora de la
síntesis y la integración de las grandes ideologías del siglo XX.
He aquí el nuevo paradigma.
CHAVES CLAUDIO
[1] Hobsbawm, Eric: Historia del Siglo XX.
1914-1991. Ed. Grijalbo. Barcelona. 1995. Pág.117
.
[4] Jonson; Paul: Tiempos
Modernos. Javier Vergara Editor. Bs. As. 2000. Pág. 187.
[5] Herf; Jeffrey: El Modernismo reaccionario.
F:C:E. México. 1990. Pág. 129.
[6] De Maeztu, Ramiro: La
Crisis del Humanismo. Ed. Sudamericana. Bs. As. 1947. Pág.. 55
[7] Ibarguren, Carlos: La Inquietud de esta hora.
Ed. La Facultad. Bs. As. 1934. Págs. 31.32.
[8] Ramos, Jorge Abelardo: La
Era del Peronismo. Ed. Cámara de Senadores de la Nación. Bs. As. 2009. Pág.
134.
[9] Perón, Juan D.: Obras Completas. Ed. Fundación
pro Universidad de la Producción y del Trabajo. Bs. As. 1997. T. 6. Pág. 259.
[10] Hobsbawm, Eric: Historia del siglo XX.
¡914-1991. Ed. Grijalbo. Barcelona 1995. Pág. 15
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