Mientras la crisis se ceba con un buen número de países, América Latina está
viviendo una época dorada en cuanto a dinamismo económico y estabilidad política
se refiere. Estos vientos favorables soplan desde 2003, “salvo por un
pequeño parón en 2009, como consecuencia de la crisis financiera global, que
afectó ligeramente a la región en comparación con crisis anteriores”, destaca
Juan Carlos Martínez Lázaro, profesor de Economía de IE Business School. Y añade
que al abrigo de estos nuevos aires, “América Latina ha tratado de dotarse de un
modelo de integración regional tanto a nivel comercial, económico y político.
Este proceso ya había comenzado hace unos 20 o 30 años, pero no había avanzado
con la intensidad deseada y ahora se está acelerando”.
Prueba de ello son los numerosos movimientos dados en los últimos tiempos
para forjar acuerdos comerciales y alianzas políticas a nivel regional, así como
con otros países y bloques muy alejados de sus fronteras. Sin embargo, esta
frenética actividad ha puesto de manifiesto la incapacidad latinoamericana para
dotarse de un modelo de integración regional y la división existente en torno a
cuestiones como la seguridad jurídica o el proteccionismo.
Estas divisiones se hicieron patentes por última vez durante la primera
cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y de la
Unión Europea (UE), celebrada en Santiago de Chile a finales de enero. En primer
lugar, el Gobierno venezolano, apoyado por otros gobiernos populistas de la
región, se oponía, en un principio, a incluir una alusión expresa al respeto a
las inversiones en América Latina en el texto de la declaración final. Los
venezolanos acabaron dando su brazo a torcer y las dos regiones reconocieron
sobre el papel la importancia de contar con marcos reguladores "estables y
transparentes" que proporcionen "certidumbre legal para los operadores
económicos" en el contexto de impulsar inversiones de calidad social y
medioambiental.
La UE estaba muy interesa en incluir este punto en la declaración tras el
revés sufrido en 2012 por parte de activos españoles en la región. En concreto,
la presidenta Cristina Fernández nacionalizó el pasado mes de mayo la petrolera
YPF, que había estado hasta entonces en manos de la española Repsol, y su par
boliviano, el presidente Evo Morales, expropió en diciembre dos empresas de
energía pertenecientes a la española Iberdrola. El Gobierno argentino, además,
se negó a negociar una indemnización por la expropiación del 51% de YPF,
valorado por Repsol en unos 10.000 millones de dólares.
Un modelo de coordinación política
Más allá de la distancia que pueda separar la declaración de intenciones y
el respecto con que se traten en el futuro las inversiones extranjeras, la cita
en Santiago ha servido para que los latinoamericanos se pronuncien por segunda
vez en su historia con una sola voz y libres de “la tutela extranjera”,
tal y como se dijo en la cumbre inaugural de la CELAC en diciembre de 2011, en
Caracas, Venezuela. Y es que ni Estados Unidos ni Canadá, presentes en otra
organización regional de carácter político, la Organización de Estados
Americanos (OEA) que reúne a 35 estados independientes de las Américas desde
1948, forman parte de la CELAC.
Pero a América Latina no le está resultando nada fácil transformar este
nacionalismo latinoamericano, libre de injerencias, en un modelo de coordinación
política. En opinión de Martínez Lázaro, fórmulas como la CELAC o el UNASUR (la
Unión de Naciones Sudamericanas), “no acaban de cuajar porque no se tiene
muy claro a dónde se quiere llegar o qué dirección tomar”. De ahí que
exista, “una absoluta descoordinación y yuxtaposición de organismo,
alianzas, etc. en que es muy difícil entender sus objetivos porque están
superpuestos unos a otros”.
El cree que la multiplicidad de integraciones sub-regionales, regionales y
pan-regionales continuará aumentando porque existen dos bloques clarísimos con
diferentes ideologías, incapaces de encontrar un modelo político, económico o
comercial que aglutine todas los elementos que la región comparte, como lengua,
religión o cultura que hace que “a la hora de la verdad a algunos países,
como Chile, les resulte más fácil firmar un tratado de libre comercio (TLC) con
Japón o Corea que con la vecina Argentina”.
Carlos Malamud, investigador principal para América Latina del Real
Instituto Elcano, ratifica esta idea y afirma que “la región está sumamente
fragmentada” y el problema es que la CELAC no es capaz de resolver esas
diferencias debido a que coinciden en la institución proyectos muy diferentes.
“Por un lado están países como Venezuela o Cuba, interesados en crear una
OEA sin EEUU y Canadá; por otro, países que tienen una voluntad genuina de
convergir en una unión latinoamericana”, destaca.
Liberales versus proteccionistas
En estos momentos, estos dos bloques ideológicos se aglutinan, sobre todo,
en torno al acuerdo de libre comercio de la Alianza del Pacífico y la unión
aduanera de Mercosur. La Alianza del Pacífico agrupa desde 2011 a los países más
liberales de la región -Chile, Perú, Colombia y México, más Costa Rica y Panamá
como observadores- y promueve el libre comercio entre sus miembros, además de
dejarles plena libertad para mantener los TLC que cada uno tiene vigentes y
negociar otros que estimen convenientes. En estos momentos, este bloque tiene
firmados acuerdos de libre comercio con algunas de las mayores economías del
mundo, como Estados Unidos, la Unión Europea y China.
En el otro extremo de la balanza está Mercosur, la unión aduanera liderada
por Argentina y Brasil, y que tiene como socios a Uruguay, Venezuela y Paraguay
(actualmente suspendido del bloque tras el juicio político que terminó con la
destitución de Fernando Lugo) establece el libre comercio entre sus miembros y
aranceles comunes frente al comercio con terceros países. El Mercosur lleva
negociando un acuerdo comercial desde hace 18 años con la UE, pero en estos
momentos se encuentra bloqueado por críticas a los subsidios agrícolas europeos
y la oposición de los países sudamericanos a liberar las barreras comerciales
que protegen a sus industrias. Ya lo dijo la presidenta argentina durante la
cumbre de la CELAC en Santiago: “hay países emergentes con un desarrollo
industrial emergente frente al consolidado desarrollo de la UE y se necesita que
sean previstas esas asimetrías, para que no se perjudique a nuestra industria y,
sobre todo, a nuestros pueblos”.
Será complicado desbloquear la situación a corto plazo, más cuando el
propio Mercosur parece que está estancando y no se ha avanzado ni profundizado
en la integración regional por problemas internos y falta de voluntad de sus
propios miembros, señalan los expertos. En opinión de Malamud, su evolución
“va a depender en gran medida la decisión del Gobierno brasileño de seguir
apoyando el bloque como una parte central de su política regional o no. Habrá
que ver la evolución de las relaciones de EEUU y la UE para crear una zona de
libre comercio, lo cual afectaría a la economía brasileña. Brasil tiene una
alianza estratégica con la UE al margen de Mercosur y está por ver hasta qué
punto podrá sacar partido y rédito a esta alianza”.
Brasil se encuentra en un laberinto de dudas importantes; “todavía no
sabe qué quiere ser de mayor”, señala Martínez Lázaro. En su opinión,
“se ha convertido en un gigante económico y eso le da una posición de líder
regional importante, pero está jugando con todas las barajas y no sabe si quiere
ser un líder regional o mundial. Tampoco tiene muy claro cómo ejercitar ese
liderazgo mundial que le gustaría tener”. Desde el punto de vista
ideológico, Brasil también está sumido en la indefinición, destaca el profesor
del IE. Por un lado, su economía es muy liberal y se le podría incluir en el
bloque liberal, “pero en el segundo mandato de Lula da Silva
[2006-2011], sobre todo, se fomentaron amistades con países como Venezuela o
Irán, que hacía que se cuestionara mucho su papel como líder regional y como
líder mundial”.
En opinión de Martínez Lázaro, el fondo de la cuestión es que América
Latina todavía tiene que encontrar un modelo de integración regional en el marco
económico, comercial y político. “El problema es que se está buscando ese
modelo y no se encuentra”. Por eso cada país se ha dado cuenta de que,
independientemente de que haya que buscar ese modelo, “hay que seguir haciendo
las cosas de forma individual, con cada país o bloque firmando TLC con otras
zonas del mundo. Ante la falta de concreción de resultados a nivel regional,
cada uno sigue su camino por su cuenta”, añade.
Lugar marginal en la agenda de EEUU
América Latina también está dividida entre amigos o no de EEUU, que sigue
siendo el principal socio comercial de la región y todavía es el mayor inversor
directo por delante de China. Esta afinidad ha llevado al gigante del Norte a
firmar acuerdos comerciales de forma individual con 11 países latinoamericanos,
entre ellos México (TLCAN o NAFTA por sus siglas en inglés), Chile, Perú,
Colombia, CAFTA-RD (República Dominicana, Guatemala, El Salvador, Honduras,
Nicaragua y Costa Rica), y Panamá. Sin embargo, en opinión de Malamud, “la
posible expansión de acuerdos de libre comercio ha tocado techo, debido a que
resultaría complicado llegar a acuerdos con el resto de países porque o bien son
países del ALBA [la contrapartida izquierdista al ALCA, proyecto de extensión
del TLCAN a toda América Latina, impulsada por EEUU, que se encuentra
actualmente en punto muerto] o Mercosur, y esto limita el espectro de
posibilidades de crecimiento de esta política de tratados de libre
comercio”.
En cualquier caso, la bonanza económica que se vive hoy en la región ha
cambiado también la forma que tiene de relacionarse desde el punto de vista
económico con EEUU. En opinión de Martínez Lázaro, “América Latina no siente
que dependa tanto de EEUU como en el pasado porque ha encontrado otros socios
comerciales claves, como China al otro lado del Pacífico”. Y añade que
“antes se dependía más del vecino del norte para la obtención de préstamos o
ayudas, pero esto ha cambiado, hay más lugares o instituciones donde conseguir
fuentes de financiación”.
De forma paralela, la dependencia a nivel político también es menor por
ambas partes como consecuencia de la consolidación de los regímenes democráticos
en Latinoamérica. Las preocupaciones de EEUU en este sentido se han trasladado a
Oriente Medio y alejado de América Latina. Con ello, “se ha reducido el
tutelaje de EEUU que ahora se ve limitado a la cooperación con países como
México y Colombia para la lucha contra el narcotráfico y la
guerrilla”.
El investigador del instituto Elcano coincide con este punto de vista y
añade que las cuestiones latinoamericanas que tienen un fuerte componente de
política interna, como las mencionadas, junto con la inmigración o el
aperturismo mostrado por el régimen cubano permitiendo incluso los viajes, lo
que podría tener repercusiones migratorias en las costas de Florida, sí van a
formar parte de la agenda de EEUU. Por lo demás, no parece que vaya a haber
cambios respecto a la primera administración Obama. “Las recientes
declaraciones de John Kerry en el Senado, sucesor de Hillary Clinton como
Secretario de Estado, hacen intuir que América Latina seguirá ocupando un lugar
bastante marginal en la agenda de EEUU y confirma el papel que el continente va
a tener en la política exterior de este país”, concluye
Malamud.
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